BLOG ORLANDO TAMBOSI
Hoje, como em qualquer época ou lugar, são perseguidos os livre-pensadores por afastar-se de doutrinas oficiais. Caminhamos a uma nova caça às bruxas, ou já a estamos presenciando? Martín López Corredoira para Disidentia:
Una
inmensa mayoría de los que nos dedicamos a la ciencia estamos
convencidos de que la discriminación es algo reprochable, y debiéramos
abogar por que un individuo humano de cualquier sexo, raza, grupo étnico
o ideología sea valorado académicamente únicamente por sus méritos y
potencialidades. Me parece siempre elogiable defender a los débiles en
caso de injusticia y tratar de hacer una sociedad en que se den la menor
cantidad de atropellos posibles. Por ejemplo, que una científica de
excelentes cualidades intelectuales, de entre las muchas que hay, no se
vea marginada en su labor por razones de discriminación sexual. Es por
ello que las ideas del feminismo han avanzado en nuestra sociedad y, por
extensión, en el mundillo de la ciencia.
Ahora
bien, una cosa es luchar contra las injusticias y otra cosa distinta es
promulgar una ideología “de género” que establezca lo que es el ser
humano. Es ideología llevar al extremo la idea de igualdad de derechos
para convertirla en una igualdad de hechos hasta el punto de pensar que
no existen ni sexos, ni razas, ni nada que distinga la naturaleza de
distintos seres humanos, especulando que cualquier diferencia de
conducta en diferentes individuos se debe a factores
culturales/educativos y nunca a factores biológicos innatos. Es una
ideología y no un hecho, como tratan de imponer quienes defienden el
dogma, porque se basa en creencias y no hay ninguna evidencia de
estudios antropológicos de que haya habido o pueda llegar a haber alguna
sociedad humana en la que los roles masculinos y femeninos se diluyan y
sólo quede un único tipo de ser humano andrógino sin rasgos sexuales en
su conducta o en la división del trabajo. No está mal que haya
ideologías, cada civilización en cada época tiene las suyas, ello forma
parte del desarrollo del pensamiento. Sin embargo, el peligro se adviene
cuando se trata de convertir tales ideas en verdades absolutas y
perseguir a los herejes que las nieguen. El pluralismo es un gran valor,
y permitir la diversidad de opiniones debiera ser un principio. Y para
preservar ese respeto plural, es necesario no coaccionar a nadie por sus
ideas con amenazas.
En
la actualidad, estamos asistiendo a una ola de proselitismo en los
institutos de investigación y a una aplicación de las consignas del
nuevo credo. Es corriente amparar el victimismo del “sexo débil”, o
proponer discriminaciones positivas con propuestas tales como la paridad
o número mínimo de representantes de cada género en ciertos sectores
haciendo presión para elevar la participación femenina donde no se da
espontáneamente, o revisar una y otra vez la historia de la ciencia para
sobrevalorar las creaciones de científicas olvidadas, u ofrecer charlas
de adoctrinamiento, organizar congresos sobre género y ciencia, o
perseguir a todo aquel que opine sobre el tema de manera diferente. Ya
no se trata pues de luchar contra la discriminación actual, sino de
imponer una visión del mundo y de conseguir mayor cuota de poder para
algunos. Surgen por doquier en el seno de instituciones científicas las
“comisiones de igualdad”, nombre con el que se disfrazan quienes
defienden la desigualdad de un trato de favor hacia la mujer y tratan de
imponer una ideología única: en este caso el feminismo de tercera ola
y la ideología de género. Esto es equivalente a crear comisiones
católicas en los tiempos de Franco en España, o comisiones comunistas en
la antigua URSS, encargadas de perseguir a quien vea el mundo de otra
manera.
En
el mundo anglosajón, la barbarie está más extendida. Estos países
pioneros en el desarrollo de las democracias modernas y sus proclamas de
igualdad están siendo también los primeros en sufrir las consecuencias
de un igualitarismo llevado al extremo. Algunas situaciones tienen
gracia, como por ejemplo que un científico tenga que pedir disculpas
por considerarse sexista llevar puesta una camisa con fotos de bellas
mujeres vestidas; otras situaciones no son tan graciosas, cuando
implican despidos o renuncias motivadas por las presiones de quienes no
toleran la libertad de expresión, como por ejemplo la campaña contra la prestigiosa revista Science por comentar y poner una fotografía en la portada considerada de estereotipos sexistas de transexuales, o que un premio Nobel haya tenido que dimitir de su puesto de investigación, por opinar sobre cómo se comportan las mujeres en su laboratorio o el ingeniero de “Google” que fue despedido de su puesto por
opinar que es normal que haya más hombres que mujeres en su oficio.
Parece que ya no son tiempos para que se expresen ideas libremente. Más
que los casos excepcionales, preocupan las medidas de presión que el
lobby feminista dentro de la ciencia está ejerciendo de forma
sistemática para luchar contra la libertad de expresión, lo que incluye
la difamación y el acoso por medio de redes sociales o medios de
comunicación.
En
España, vamos en la misma dirección: el victimismo de la mujer oprimida
en una sociedad patriarcal vende, y cualquier intento de señalar los
excesos de propaganda en ese sentido es calificado como retrógrado,
misógino y machista. La expresión “estereotipo sexista” está por
doquier, lo cual no tiene mucho sentido porque el “sexismo”, según la
definición del Diccionario de la Real Academia Española, es la
“Discriminación de las personas por razón de sexo” y no hay ninguna
discriminación en observar que algunas conductas son más típicamente
masculinas o femeninas. El sexismo se da cuando se niega el acceso a un
puesto de trabajo de una mujer por su condición sexual, pero no por
señalar cómo viste o piensa en función de su sexo.
Notable ha sido el intento de retirar un número especial de la revista del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) “Arbor”
dedicado al tema de la feminidad, porque las autoras que lo
escribieron, aunque pertenecientes al mundo académico, no formaban parte
de ninguna secta feminista que se esconde bajo el nombre de “estudios
de género” y defendían puntos de visto contrarios a la ideología de
género que trata de ser la opinión única. En particular, el sector más
ofendido ha sido el de las científicas militantes del feminismo,
ofendidas por que una revista cuestione la existencia de discriminación
por género en la ciencia actualmente, lo que deja como inútiles a todos
los vividores del cuento que hoy obtienen subvenciones para desarrollar
los llamados estudios de género en relación con la ciencia. Muy
inseguros deben de estar los defensores de la ideología de género si
para defender sus ideas necesitan censurar las de sus opositores. De
seguir la tendencia actual, el próximo paso puede ser que el Santo
Oficio acceda al domicilio particular de cada individuo para chequear si
tiene alguno de los libros considerados por las feministas como herejes
de sus credos. ¿Hemos de eliminar también de las bibliotecas a la
mayoría de los pensadores clásicos por no acomodarse a la ideología de
los feministas de tercera ola?
Es
un hecho también en España, como en otras naciones, el acoso mediático
actual y de linchamiento al adversario ideológico contra quienes se
oponen a tal ideología. Los intentos de acallar las voces discrepantes
se canalizan en agitadores de masas que empujan a través de redes
sociales en Internet o por la prensa a la difamación y deshonor de
tales, como en el caso de la lluvia de comentarios pendencieros y
amenazantes y tergiversaciones que redes sociales y prensa impulsaron
con el fin de acosar a un científico y filósofo,
difamarlo, tratar de censurar uno de sus libros, bloquear la página web
del autor e intentar cargar sanciones por traer a colación en su obra
argumentos filosóficos en la línea de pensadores clásicos como Freud,
Nietzsche, Rousseau, Schopenhauer o similares, poco simpáticos a las
nuevas sacerdotisas de lo políticamente correcto.
Conocido
es el hecho de que el ejercicio del poder va usualmente acompañado de
un uso de la propaganda del sistema utilizando medios públicos y
privados a su alcance, con el fin de alienar las mentes de las masas y
socavar y desprestigiar los argumentos de los que a tal se oponen. Hoy,
como en cualquier época y lugar, se persigue a los librepensadores por
apartarse de doctrinas oficiales. ¿Caminamos hacia una nueva caza de
brujas, o estamos ya quizá presenciándola? La historia está llena de
persecuciones ideológicas, mismo la que da el nombre a tal cacería, o la
persecución de comunistas en los años 50 en Estados Unidos. Algo de eso
parece haber en la actualidad con quien ponga en duda los fundamentos
de la ideología feminista actual, aunque los modernos inquisidores no
queman a nadie en la hoguera. Además, en este caso, las “brujas” no son las perseguidas sino las perseguidoras.
No
obstante, las leyes en España, de la Constitución de 1978, amparan la
libertad de expresión y “el ejercicio de estos derechos no puede
restringirse mediante ningún tipo de censura previa (…), sólo podrá
acordarse el secuestro de publicaciones, grabaciones y otros medios de
información en virtud de resolución judicial”—dice el artículo 20. Las
excepciones a esta libertad de opinión las marcan los posibles atentados
contra la Constitución en que se pueda incurrir. La típica cantinela de
los ofendiditos que pretenden censurar la libertad de expresión en
nombre de supuestas ofensas no tiene mucho recorrido legal, salvo en
casos que impelen a cometer delitos. Y como muchos saben que no tiene
recorrido legal, recurren a la barbarie fuera de la ley, recurren a la
agitación de masas por medio de redes sociales, o a campañas a través de
change.org, y al juicio moral sin la presencia del acusado para
defenderse, al linchamiento mediático. Y, si se puede, se presiona a
través de la manipulación de la opinión pública para que, por ejemplo,
se despida de su trabajo al acusado. Pero la ley es sabia, en España
tenemos una larga historia de persecuciones ideológicas y hemos
aprendido a respetar la pluralidad. Es por ello que, aun dentro de los
tiempos en que vivimos en los que las masas están gozosas como nunca de
mostrar su chabacanería en las redes sociales, España es un país con
unas instituciones y fundamentos de civilización serios y protege a sus
ciudadanos de intransigencias. Esto hace que, aquí al menos, no se pueda
poner una multa ni echar alegremente a un trabajador público a la calle
por haber expresado una opinión contraria a la corrección política.
Braman, es cierto, los colectivos feministas, los colectivos LGBTI u
otros similares por producir leyes intransigentes e irrespetuosas contra
el que opine diferente a ellos, pero por ahora tendrán que morder el
polvo y canalizar su rabia en protestas callejeras, porque la ley bien
fundada no les deja ir más allá. Esperemos que no se llegue a pervertir
nuestro sistema legal para dar vía libre a una caza de brujas, como ha
sucedido o sucede en otros países.
Reedición del artículo publicado en elmanifiesto.com, 27-11-2017, y retirado posteriormente por decisión de su editor.
Postado há 3 weeks ago por Orlando Tambosi
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