BLOG ORLANDO TAMBOSI
No outono de 1991, a União Soviética estava na reta final de seu desmoronamento. Anne Applebaum fez então as malas e percorreu o que então chamavam de restos de um império. Começou pelo Mar Báltico e acabou no Mar Negro, e, de cidade em cidade, andou por espaços que meses depois estariam separados por novas fronteiras. De suas experiências surge o livro 'Entre Leste e Oeste. Uma viagem pelas fronteiras da Europa', um livro de viagens e crônica jornalística que, 30 anos depois, ajuda a entender o contexto da Europa:
Peligrosos, liberadores, o quizá ambas cosas: los líderes nacionalistas que derribaron la Unión Soviética
tenían dos caras en más de un sentido. Miraban al pasado, a veces a
un pasado muy antiguo, para justificar sus actos y legitimar sus
reivindicaciones; pero también miraban al futuro, confiando en que,
mediante la educación o la represión, la democracia o la guerra,
podrían crear nuevos estados a partir de las viejas naciones. Podían
hacer el bien o el mal, crear el caos o la paz; pero, en última
instancia, la razón por la que volví fue justamente para ver de qué
modo sus nuevas ideas afectaban a las personas a las que decían
representar, aquellas que otrora se autodefinían como tutejszy. En los
días en que declinaba el poder soviético, no mucho después de que
tales viajes fueran posibles por primera vez, viajé del Báltico al mar
Negro, de Kaliningrado a Odesa, a lo largo de la frontera occidental de
lo que hasta hacía poco había sido la Unión Soviética, a través de
Prusia Oriental, Bielorrusia occidental y Ucrania occidental, a través
de la Rutenia subcarpática, Bucovina y Besarabia.
No
fue un viaje fácil. No había guías de la región, ni letreros, ni
atracciones turísticas obvias. La mayoría de los edificios y casas
más hermosos han sufrido al menos un siglo de abandono. Viajar aquí
requiere cierta pasión forense, no una mera afición al arte, la
arquitectura o la belleza natural; en las tierras fronterizas hay muchas
capas de civilización, y no están ordenadamente superpuestas. Una
iglesia medieval en ruinas se asienta en la ubicación de un templo
pagano, no lejos de una fosa común rodeada por una ciudad moderna. Hay
un castillo en la colina con una iglesia católica a sus pies y una
iglesia ortodoxa junto a una sinagoga en ruinas. El viajero puede
conocer a una persona nacida en Polonia, criada en la Unión Soviética y
que actualmente vive en Bielorrusia, todo ello sin haber salido nunca
de su pueblo. Para escudriñar todas esas capas hay que practicar una
especie de arqueología visual y auditiva, imaginar cómo era esa
población antes de que se colocara la estatua de Lenin en la plaza,
antes de que la iglesia se convirtiera en una fábrica y se cambiara el
nombre de la calle principal. En las conversaciones, hay que escuchar
los matices, adivinar lo que el interlocutor podría haber dicho hace
cincuenta años sobre el mismo tema, comprender que por entonces su
nacionalidad podría haber sido distinta; saber, incluso, que podría
haber empleado otra lengua.
Cuando
llegué, la región había estado más de cuarenta años bajo el hielo
de la dominación soviética, y a veces todavía daba la impresión de
que el pasado estuviera aplastando al presente. Había días en que
parecía que nadie podía hablar de nada que no fuera trágico, como si
nadie pudiera recordar nada que no estuviera impregnado de amargura.
Pero también había otros días en que, de forma completamente
inesperada, me encontraba con alguien que veía el pasado no como una
carga, sino como una historia olvidada, que ahora debía contarse de
nuevo; días en que me tropezaba con una vieja casa, o una vieja
iglesia, o algo inesperado como el cementerio de Lviv, que de repente
revelaban la historia secreta de un lugar o una nación. Eso formaba
parte de lo que yo buscaba: la prueba de que había cosas hermosas que
habían sobrevivido a la guerra, el comunismo y la rusificación; la
prueba de que la diferencia y la diversidad pueden superar una
homogeneidad impuesta; el testimonio, de hecho, de que las personas
pueden sobrevivir a cualquier tentativa de desarraigarlas.
Este es un fragmento de ‘Entre este y oeste‘ (Debate), de Anne Applebaum. Publicado agora por Ethic.
Postado há 3 weeks ago por Orlando Tambosi
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