Já nada pode ser provado mediante a aplicação da investigação empírica e estatística, porque tudo não passa de fabricação literária. Coluna de Fernando Savater para The Objective:
Hubo
una época en que los profesores franceses tuvieron el arte de
transmitir de forma clara y sucinta el pensamiento de los grandes
autores o el núcleo esencial de las mas intrincadas teorías. Recuerdo
con gratitud de mis tiempos de doctorando y luego de joven (demasiado
joven, ay) profesor la ayuda inestimable que me prestaron el Spinoza de
Alain o el Hegel de François Chàtelet, por no hablar de El mal de
Etienne Borne. Como soy de los que comparten en secreto la definición
que dio de la erudición Ambrose Bierce («polvo que cae desde las
estanterías en un un cráneo vacío»), agradezco a los buenos maestros el
ser lo suficientemente eficaces en su tarea de condensación precisa como
para ahorrarme sin desdoro cientos o miles de páginas de abrumadora
sabiduría. ¡Benditos sean los que leen con provecho por nosotros, porque
así podemos dedicarnos a cosas mas divertidas! Lo malo es que la tan
elogiada «claridad francesa» acabó cuando saltaron a la palestra Jacques
Derrida, Gilles Deleuze (que sin embargo tenía un breviario de Kant de
lo más útil) y Guattari (autores de aquel inolvidable y ya olvidado
Mille plateaux al que le sobraban 999), Jacques Lacan, por no descender
hasta Alain Badiou et alii. Hoy, hablar de «claridad francesa» parece un
sarcasmo. Y sin embargo…
Todavía
existen en Francia autores capaces de exponer todo un panorama
intelectual con brevedad y nitidez envidiables. Pongo como ejemplo el
Petit manuel de postmodernismo illustré de Shmuel Trigano, profesor
emérito de sociología de la Universidad de Paris-X, Nanterre. El
opúsculo tiene 56 páginas, a las que hay que restar doce de la
presentación del texto por Jean Szlamowicz, director de la colección
donde aparece (Le point sur les idées, Éditions Intervalles). Pero en
esa breve extensión realiza un recorrido a vista de dron, digámoslo así,
pero no meramente descriptivo sino esencial por el campo de batalla
sociointelectual en que nos movemos… Puede compararse su sabrosa
sobriedad con la pinturera palabrería de obras de mayores pretensiones
como Disphoria mundi de Paul B. Preciado y engendros parecidos.
Todo
empezó, según Trigano, con la descripción de la ideología ofrecida por
Karl Manheim. Para este autor, cualquier intento ideológico se enraíza
en una utopía, es decir en un orden revolucionario inexistente y que
quiere deslegitimar el orden establecido actual. Una vez que los
utopistas lleguen al poder se convertirán en ideólogos, es decir
conservadores de un nuevo orden ex-revolucionario pero ahora represivo
que persigue inquisitorialmente en nombre de sus principios libertarios
todo brote opositor.
Por
supuesto, la utopía-ideología comunista es el paradigma de este
movimiento histórico. Pero actualmente de las legitimaciones marxistas
hemos pasado a otras formas ideológicas también en teoría radicalmente
individualistas y sin normas, pero en realidad abocadas a un poder
dominante de manifestaciones cada vez más persecutorias y policiales: la
cultura de la cancelación, las variantes del movimiento Me-Too, el
anticolonialismo hipertrofiado, la sustitución de la nación por el
hormigueo de las minorías, etc. Para este postmodernismo (es decir, una
ola que arrasa y deslegitima el impulso moderno de la Ilustración) ha
cambiado radicalmente el origen de nuestras representaciones colectivas:
antes, éstas se producían en el cruce entre datos socio-económicos y
políticos de la evolución histórica. Ahora deben someterse al programa
de la deconstrucción, es decir, que no pertenecen al mundo de los hechos
objetivos sino al de lo narrativo: son construcciones artificiales,
inventadas para imponer el dominio de un grupo sobre los demás. Ya nada
puede probarse mediante la aplicación de la investigación empírica y
estadística, porque todo es mera fabricación literaria. El ejemplo
perfecto de esta deconstrucción de lo real es la doctrina del género,
entre nosotros patentada por la llamada ‘ley trans‘.
La dualidad sexual humana no es ya un dato biológico sino un cuento (en
el sentido literal) del que podemos librarnos sustituyéndolo por otro
relato mas emancipador. Lo que se ha llamado desde el Renacimiento
«humanismo» se disuelve ante el ataque conjunto del transhumanismo, que
empuja hacia la sustitución de las características naturales por piezas
mecánicas y prótesis en busca de un robot que supere la muerte y se
reproduzca en laboratorio, y el antiespecismo, que extiende la
consideración debida al semejante a todos los seres vivos: animales y plantas… por el momento.
¿Cómo
se extiende la buena nueva del postmodernismo? Desde luego a partir de
ciertas cátedras universitarias de áreas literarias y retóricas, aunque
aspiran a la misma autoridad que las científicas. Pero sobre todo a
partir de los medios de comunicación, que se han convertido «en los
nuevos púlpitos religiosos desde cuya altura son enunciados los nuevos
valores y reprobados los antiguos». Trigano hace hincapié en la
convergencia entre estos medios, potenciados por internet, y las
instituciones de la justicia, que aportan su sanción jurídica a los
valores que resuenan en esa caja de resonancia y que traspasan cualquier
límite, como el derecho al suicidio asistido, la autodeterminación de
género y el derecho a la modificación quirúrgica del cuerpo, el aval a
la procreación sin padre o sin madre, etc. Nadie parece recordar que no
es competencia de los tribunales decretar una nueva versión de la
condición humana, pero si vacilan en esta empresa espúrea son tachados
de fascistas. Y tampoco parece sorprender la contradicción entre la
afirmación voluntarista por un lado de una identidad arrolladora,
elegida con libertad individual absoluta, y la elección de fondo por el
anonimato deshumanizado, por la insignificancia en el magma de lo vivo,
por lo neutro. Como cierre, se pregunta este pensador judío, con un
punto de melancolía o de ironía tal vez: «¿Llevará la desnaturalización
del Hombre al naufragio de la sociedad? ¿Arruinará la utopía
postdemocrática el régimen democrático?».
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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