O pensador francês Pascal Bruckner publica na Espanha "Um instante eterno. Filosofia da longevidade". Na França, seu novo livro, "Um culpado quase perfeito: a construção do bode expiatório branco", segue provocando controvérsias. Entrevista a Borja Hermoso, do El País:
Dilucidar
si los 60 son ya 60 o tan solo 60. Zanjar viejas cuestiones
relacionadas con la melancolía y el crepúsculo. Decidir si lo vivido ya
lo es a beneficio de inventario o si por el contrario quedan grandes e
incluso grandísimos momentos por delante. Vivir la vida o esperar a la
muerte. Ver pasar los trenes o viajar en los trenes. ¿Acción o
resignación? Tales son algunas de las cuestiones que aborda Pascal Bruckner (París, 73 años) en su libro Un instante eterno. Filosofía de la longevidad (Siruela).
A partir de reflexiones personalísimas e intransferibles —Bruckner
considera este libro sobre todo “una autoexhortación”—, de citas de la
historia, el arte y las letras, y de datos y estadísticas de la
investigación científica, el escritor y pensador francés surge de nuevo
como el viejo especialista que es en tocar de forma lúcida asuntos
incómodos. El que fuera en los años setenta miembro del movimiento de
los Nuevos Filósofos junto a otros autores como André Glucksmann, Alain
Finkielkraut o Bernard-Henri Lévy casi nunca deja indiferente a nadie.
De hecho, es un habitual de los juzgados y objetivo prioritario de las
páginas de opinión de la prensa francesa de izquierda. Su último libro,
ya publicado en Francia pero no aún en España —Un
coupable presque parfait: la construction du bouc émissaire blanc (Un
culpable casi perfecto: la construcción del chivo expiatorio blanco)—, ha vuelto a provocar el tradicional revuelo marca de la casa.
¿Cómo resumir el tema de este libro? ¿Algo así como “renunciar a la renuncia”, quizá?
Exactamente.
No resignarse a dejar atrás todo aquello que es la sal de la vida: el
deseo, los viajes, el trabajo…, y es así como yo vivo, así que en el
fondo el libro es una especie de manifiesto que me he dirigido a mí
mismo, una autobiografía programática, como una autoexhortación. Me he
dicho: tengo 70 años, ¿qué hago ahora?, ¿me meto en la piel de un
viejecito en pantuflas que toma sopa en su casa por la noche delante de
la tele… o sigo viviendo como antes, cuidándome, eso sí?
¿Cómo se lucha contra las arrugas del alma?
Las
del cuerpo, uno las conserva tal cual, intentar otra cosa es absurdo.
Pero las arrugas del alma son probablemente la enfermedad más grave que
hay: el lamento, la amargura, la tentación constante de sostener que
antes todo era mejor y que los jóvenes son unos cretinos incultos —cosa
que no siempre es falsa, por cierto, aunque también nosotros lo éramos—,
y que el mundo corre a la catástrofe… y todo eso. Todo ese espíritu es
contra el que lucho desde hace tiempo, y también en este libro. Pero es
una cuestión puramente personal, individual…
Hay una vertiente claramente autobiográfica.
Por
supuesto, es una especie de autoexhortación. Una autoexhortación a no
ceder ante el desánimo, que suele llegar a mi edad. A ver, cuando tienes
una enfermedad grave es distinto. Aunque incluso en esos casos, a
veces… Mire los progresos increíbles de la medicina, algunos han logrado
que gente que hace 30 años ya habría muerto de tal o cual enfermedad,
hoy está viva.
¿Es un libro contra la resignación, en suma?
Sí, del todo.
Pero
el ser humano, se resigne o no, afronta una derrota segura, que llegará
de todos modos. La muerte. La vida como crónica de una muerte
anunciada.
Pero
yo sostengo que la derrota no es la muerte, sino la enfermedad. Vivir
en una cama, en una silla de ruedas, la vida disminuida, vivir con
alzhéimer o con demencia senil, esas son verdaderas derrotas, no la
muerte, que de todas formas nos afecta a todos por igual.
La
pregunta viene a cuento. Lo escribí hace ya 10 años. Un amigo mío me
previno: “No lo hagas, todos van a decir que estás viejo”. Le dije que
tenía razón y que iba a esperar. Y esperé ocho años. Y cuando lo propuse
a mi editor, Grasset, me dijeron que si estaba loco, que por qué quería
publicar aquello, que era triste. Pero resulta que el libro ha
funcionado mucho mejor que otros míos, el que mejor ha funcionado en los
últimos años, probablemente porque habla de cuestiones que apasionan a
la gente.
¿Cuánto hay de engaño en Un instante eterno?
¿Perdón?
De autoengaño, de autoilusión, quiero decir.
¡Ah!…
Pues sí, en una autoexhortación siempre hay algo de engaño, pero, al
mismo tiempo, el caso es que uno acaba colocándose en la posición de
decir: “¡Mierda, no puedo renunciar, tengo que pelear!”. ¿Eso es
autoengañarme o es más bien darme ánimos?
Seguramente
darse ánimos. En ese sentido, estas páginas les llegan en un momento
clave a aquellos lectores de entre 50 y 60 años que empiezan a pensar en
los temas de…
… que empiezan a dudar, ¿no?
Se le puede llamar así.
Le contaré algo. El mismo día en que cumplí los 60, mi esposa y yo nos separamos. Me compré un apartamento en Le Marais [uno de los barrios más bonitos y caros de París].
Entré en el piso, ordené todas mis cosas y, al acabar, me puse a
llorar, no podía parar. Era como un duelo doble. Me dije: “Estoy
jodido”. Pensaba que 60 años era el final. Entonces me llamó un amigo y
me advirtió: “Pues imagínate dentro de 10 años”. Y tenía razón. Al
final, aquel fue tan solo un mal día.
Quizá el dilema aquel día era ¿tengo ya 60 años o aún tengo 60 años?
Pues
sí…, y la respuesta es que uno solo tiene 60 años. Con 60 años puedes
tener alguna década por delante. Luego vienen los septuagenarios, luego
los octogenarios, que son mis nuevos maestros, luego los nonagenarios y
luego los centenarios. Los demógrafos calculan que en 2050 o 2060 habrá
más sexagenarios que veinteañeros. Y en ese momento la gente de 60 para
arriba se encontrará en una situación psicológicamente más confortable
que ahora. Pero es verdad que, en el fondo, cada década es como una
guillotina.
En
Un instante eterno explica que siente como que ha tenido una vida
extra. Un poco como pasaba con la bola extra de las máquinas
recreativas, ¿no?
Sí,
un bonus. Cada día que pasa tengo ese sentimiento. Muchos días me digo a
mí mismo que es increíble seguir haciendo tantas cosas a mi edad. Vivo
mi vida como un privilegio inmerecido. Es una vida afortunada que no
conocieron mis padres, por ejemplo. Para ellos, vivir esa vida
privilegiada habría sido como robar a los que no la tenían. Robar al
destino. Ellos se colocaron demasiado pronto el uniforme de la vejez.
En
el otoño de la vida es igual de legítimo querer recuperar el tiempo
perdido y querer vivirlo todo que la opción de una vida ya
contemplativa. ¿Mejor un término medio?
En
ese otoño, ya sea más o menos soleado, por fuerza hay bastante
contemplación. Con la edad se adquiere la capacidad de disfrutar de
cosas como el silencio, el tiempo y la belleza, puede que precisamente
porque se intuye que esa belleza va a desaparecer pronto, no como sucede
en la juventud, cuando se cree que todo es para siempre, y cuando se
tiene la inmortalidad, aunque sea ilusoria, lo que no está nada mal. Yo
me perdí muchas cosas bellas cuando era joven, viajé muchísimo pero no
vi nada porque pensaba que bah, que ya volvería. Cuando se es mayor, uno
se interesa más y mejor por la fugacidad de las cosas, por lo efímero.
También por la profundidad de las cosas en general.
Cuantos más años, más se sabe y por tanto más argumentos para disfrutar. En teoría.
Sí,
pero también es verdad que a veces los mayores tenemos una forma de
erudición absurda. Cada vez sabemos más cosas absurdas y anecdóticas.
No me refería a conocimiento de datos o sucesos, sino más bien a conocimiento interior, a un saber andar en la vida…
Lo
que hay cuando se es viejo es sobre todo la conciencia de la vida que
se va. Pero también, a menudo, la satisfacción de seguir ahí. De seguir
siendo activos, de seguir haciendo cosas, deseando cosas.
“Las dinámicas del deseo”, tal y como escribe usted en su libro, refiriéndose al deseo en general, no solo al sexual.
Pero
el sexual es importante también. La libido simboliza a menudo el
apetito de vivir, ya sabe, Eros y Tánatos y todo eso. Seguir viviendo.
Mi sueño secreto es que todo continúe hasta el final. Lo sé, es un poco
naif, pero mira, por ahora funciona. Hoy, cuando logro terminar y
publicar un libro, me digo a mí mismo: “¡Oye, es un milagro!”. Aunque en
el fondo puede que sea una usurpación. A menudo tengo esa sensación, la
de ser un usurpador. Pero mientras tenga lectores…, yo sigo a lo mío.
Tengo bastantes amigos que piensan y actúan como yo. Pero también tengo
otros que hace tiempo renunciaron, algunos porque están enfermos, otros
porque están cansados. Es triste.
Bueno,
hay gente de aspecto resignado desde que tenía 30 o 40 años aunque
tenía todos los boletos para una buena vida. Ahí, nada que hacer, ¿no?
Sí, desde luego. Eso no tiene edad.
Una cosa es morir… y otra no haber vivido.
¿Conoce
esa broma de los disidentes soviéticos? “El partido nos dice que no hay
vida tras la muerte, pero nosotros nos preguntamos: ¿pero es que hay
vida antes?”. En efecto, el auténtico reto es permanecer vivo hasta el
final, permanecer vivo entre los hombres, y no simplemente una reliquia
que se venera o un cuerpo gastado que se sigue alimentando por caridad.
El horror de las residencias de ancianos: viejecitos que esperan, es lo
único que hacen. Para mí esto es atroz, lo es desde que era pequeño: la
imagen de esperar a la muerte. O dicho de otro modo: la muerte en vida.
¿De verdad pensaba en esos temas cuando era pequeño?
Sí,
porque estuve enfermo de tuberculosis y pasé bastante tiempo en
sanatorios y en hospitales en Austria y en Suiza. Vi a mucha gente que a
partir de los 50 años se ponía el uniforme de la jubilación. Ya no se
vestían, se quedaban todo el día en pijama y en calcetines, encerrados.
Por cierto, ahora estoy preparando un ensayo sobre la poscovid, y mi
hipótesis es que el mundo de después será… el mundo encerrado. Al final
el confinamiento, al menos en Francia, fue bastante bien acogido. Mucha
gente estaba feliz de estar en casa sin obligaciones, sin trabajo, o con
el teletrabajo, en pijama todo el día, haciendo un poco de gimnasia,
saliendo a aplaudir… Yo pienso que al confinamiento impuesto le seguirá
un confinamiento voluntario. Y que la célula familiar y el hogar se van a
convertir en el centro del mundo.
Está diciendo poco menos que nos vamos a convertir en monjes...
Nos
vamos a convertir en monjes. En ese ensayo relaciono la caverna de
Platón con la celda del monje y con la habitación de cada uno. Eso sí,
tenemos las redes sociales, así que podemos estar abiertos al mundo
entero…, pero desde la habitación. Vivimos en un mundo que es la caverna de Platón más Netflix. Michel Houellebecq, por ejemplo, acaba de hacer un recital en el Rex de París titulado La vida a baja altura. Y trata de todo eso.
… es el Balzac de hoy.
Muchos
periodistas y críticos en Francia decidieron ponerle una etiqueta
ideológica casi por delante de la literaria. En concreto, dicen que es
un facha. A usted también le ha pasado un poco eso, ¿no?
Ah,
sí, hace ya mucho que me situaron en la derecha. Hicieron un perfil de
mí en Le Monde en abril de 2020. Dijeron que era un reaccionario y que
era un macho viejo, blanco y occidental. Esto último es verdad, por otra
parte. Pero la verdad es que no soy yo el que ha cambiado, sino cierta
izquierda la que ha renunciado a sus ideales. Hay una izquierda que
desapareció, que se ha convertido en islamófila y neofeminista, que
sospecha de los blancos y sostiene que los negros siempre tienen razón,
que cree que todos los hombres son violadores potenciales… Es un
ambiente detestable. Pero hay que vivir con ello, y es mejor tomárselo
con humor que con indignación.
¿Por qué?
Porque es un movimiento tan absurdo que hay que desmontarlo a través del humor.
Ya, pero hablando de humor: el otro día un actor español dijo en una entrevista en EL PAÍS: “Antes, cuando te apetecía decir una burrada, la decías, y ahora no”. ¿Está de acuerdo?
Del
todo. Yo he tenido cuatro procesos por cosas que he dicho en
televisión. Y hay que tener cuidado, porque los procesos salen muy
caros, aunque los ganes. Entonces caes en la autocensura. Pero es que si
no te autocensuras, entonces van a por ti. En Grasset, la editorial que
publica mis libros, todos ellos son leídos antes por un abogado. Ya es
algo normal. En el libro sobre la vejez que ha salido ahora en España,
cito a Cicerón y recuerdo que a los 70 años él escribió que no había que
abandonar nunca el deseo de conquistar a una mujer, y que acabó
casándose con una patricia romana de 16 años. Y también digo que esa
anécdota fue contada en su día por Gabriel Matzneff,
el escritor que fue acusado de pedófilo, lo que muy probablemente era.
Bueno, pues en la edición de bolsillo han quitado esa referencia a
Matzneff, aunque no ha sido procesado. Es demencial. Por no hablar de lo que ha ocurrido con Roman Polanski o con Woody Allen, declarado inocente dos veces, pero da igual. O del trompetista de jazz Ibrahim Maalouf, acusado de violación por una chica de 14 años y que fue exculpado en varias instancias, sin embargo, no importa. O del actor Philippe Caubère, acusado de violación por una mujer que ahora ha sido condenada por difamación.
Habla de autocensura y de censura. En España sabemos bien lo que es la censura. La ejerció el franquismo durante 40 años.
La
censura puede venir de todos lados y eso incluye a la izquierda y a la
extrema izquierda. Hay ahora mismo una caza de brujas. El simple hecho
de ser acusado por alguien hace de ti un culpable. Y si la justicia te
exonera, es porque es patriarcal y tú eres un hombre y gozas de
beneficios. El neofeminismo es el feminismo de la venganza. Hubo una
revolución feminista, hoy es el terror. Cortar cabezas, una detrás de
otra. Y es importante subrayar que estas actitudes son minoritarias
entre la población, pero con mucha presencia en los medios de
comunicación.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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