MEDIÇÃO DE TERRA

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MEDIÇÃO DE TERRAS

sexta-feira, 14 de janeiro de 2022

Pascal Bruckner: "Há uma caça às bruxas, o neofeminismo é o feminismo da vingança: cortar as cabeças uma atrás da outra"

 



O pensador francês Pascal Bruckner publica na Espanha "Um instante eterno. Filosofia da longevidade". Na França, seu novo livro, "Um culpado quase perfeito: a construção do bode expiatório branco", segue provocando controvérsias. Entrevista a Borja Hermoso, do El País:


Dilucidar si los 60 son ya 60 o tan solo 60. Zanjar viejas cuestiones relacionadas con la melancolía y el crepúsculo. Decidir si lo vivido ya lo es a beneficio de inventario o si por el contrario quedan grandes e incluso grandísimos momentos por delante. Vivir la vida o esperar a la muerte. Ver pasar los trenes o viajar en los trenes. ¿Acción o resignación? Tales son algunas de las cuestiones que aborda Pascal Bruckner (París, 73 años) en su libro Un instante eterno. Filosofía de la longevidad (Siruela). A partir de reflexiones personalísimas e intransferibles —Bruckner considera este libro sobre todo “una autoexhortación”—, de citas de la historia, el arte y las letras, y de datos y estadísticas de la investigación científica, el escritor y pensador francés surge de nuevo como el viejo especialista que es en tocar de forma lúcida asuntos incómodos. El que fuera en los años setenta miembro del movimiento de los Nuevos Filósofos junto a otros autores como André Glucksmann, Alain Finkielkraut o Bernard-Henri Lévy casi nunca deja indiferente a nadie. De hecho, es un habitual de los juzgados y objetivo prioritario de las páginas de opinión de la prensa francesa de izquierda. Su último libro, ya publicado en Francia pero no aún en España —Un coupable presque parfait: la construction du bouc émissaire blanc (Un culpable casi perfecto: la construcción del chivo expiatorio blanco)—, ha vuelto a provocar el tradicional revuelo marca de la casa.

¿Cómo resumir el tema de este libro? ¿Algo así como “renunciar a la renuncia”, quizá?

Exactamente. No resignarse a dejar atrás todo aquello que es la sal de la vida: el deseo, los viajes, el trabajo…, y es así como yo vivo, así que en el fondo el libro es una especie de manifiesto que me he dirigido a mí mismo, una autobiografía programática, como una autoexhortación. Me he dicho: tengo 70 años, ¿qué hago ahora?, ¿me meto en la piel de un viejecito en pantuflas que toma sopa en su casa por la noche delante de la tele… o sigo viviendo como antes, cuidándome, eso sí?

¿Cómo se lucha contra las arrugas del alma?

Las del cuerpo, uno las conserva tal cual, intentar otra cosa es absurdo. Pero las arrugas del alma son probablemente la enfermedad más grave que hay: el lamento, la amargura, la tentación constante de sostener que antes todo era mejor y que los jóvenes son unos cretinos incultos —cosa que no siempre es falsa, por cierto, aunque también nosotros lo éramos—, y que el mundo corre a la catástrofe… y todo eso. Todo ese espíritu es contra el que lucho desde hace tiempo, y también en este libro. Pero es una cuestión puramente personal, individual…

Hay una vertiente claramente autobiográfica.

Por supuesto, es una especie de autoexhortación. Una autoexhortación a no ceder ante el desánimo, que suele llegar a mi edad. A ver, cuando tienes una enfermedad grave es distinto. Aunque incluso en esos casos, a veces… Mire los progresos increíbles de la medicina, algunos han logrado que gente que hace 30 años ya habría muerto de tal o cual enfermedad, hoy está viva.

¿Es un libro contra la resignación, en suma?

Sí, del todo.

Pero el ser humano, se resigne o no, afronta una derrota segura, que llegará de todos modos. La muerte. La vida como crónica de una muerte anunciada.

Pero yo sostengo que la derrota no es la muerte, sino la enfermedad. Vivir en una cama, en una silla de ruedas, la vida disminuida, vivir con alzhéimer o con demencia senil, esas son verdaderas derrotas, no la muerte, que de todas formas nos afecta a todos por igual.


Escribir Un instante eterno ¿le supuso en cierta forma un alivio, un desahogo?

La pregunta viene a cuento. Lo escribí hace ya 10 años. Un amigo mío me previno: “No lo hagas, todos van a decir que estás viejo”. Le dije que tenía razón y que iba a esperar. Y esperé ocho años. Y cuando lo propuse a mi editor, Grasset, me dijeron que si estaba loco, que por qué quería publicar aquello, que era triste. Pero resulta que el libro ha funcionado mucho mejor que otros míos, el que mejor ha funcionado en los últimos años, probablemente porque habla de cuestiones que apasionan a la gente.

¿Cuánto hay de engaño en Un instante eterno?

¿Perdón?

De autoengaño, de autoilusión, quiero decir.

¡Ah!… Pues sí, en una autoexhortación siempre hay algo de engaño, pero, al mismo tiempo, el caso es que uno acaba colocándose en la posición de decir: “¡Mierda, no puedo renunciar, tengo que pelear!”. ¿Eso es autoengañarme o es más bien darme ánimos?

Seguramente darse ánimos. En ese sentido, estas páginas les llegan en un momento clave a aquellos lectores de entre 50 y 60 años que empiezan a pensar en los temas de…

… que empiezan a dudar, ¿no?

Se le puede llamar así.

Le contaré algo. El mismo día en que cumplí los 60, mi esposa y yo nos separamos. Me compré un apartamento en Le Marais [uno de los barrios más bonitos y caros de París]. Entré en el piso, ordené todas mis cosas y, al acabar, me puse a llorar, no podía parar. Era como un duelo doble. Me dije: “Estoy jodido”. Pensaba que 60 años era el final. Entonces me llamó un amigo y me advirtió: “Pues imagínate dentro de 10 años”. Y tenía razón. Al final, aquel fue tan solo un mal día.

Quizá el dilema aquel día era ¿tengo ya 60 años o aún tengo 60 años?

Pues sí…, y la respuesta es que uno solo tiene 60 años. Con 60 años puedes tener alguna década por delante. Luego vienen los septuagenarios, luego los octogenarios, que son mis nuevos maestros, luego los nonagenarios y luego los centenarios. Los demógrafos calculan que en 2050 o 2060 habrá más sexagenarios que veinteañeros. Y en ese momento la gente de 60 para arriba se encontrará en una situación psicológicamente más confortable que ahora. Pero es verdad que, en el fondo, cada década es como una guillotina.

En Un instante eterno explica que siente como que ha tenido una vida extra. Un poco como pasaba con la bola extra de las máquinas recreativas, ¿no?

Sí, un bonus. Cada día que pasa tengo ese sentimiento. Muchos días me digo a mí mismo que es increíble seguir haciendo tantas cosas a mi edad. Vivo mi vida como un privilegio inmerecido. Es una vida afortunada que no conocieron mis padres, por ejemplo. Para ellos, vivir esa vida privilegiada habría sido como robar a los que no la tenían. Robar al destino. Ellos se colocaron demasiado pronto el uniforme de la vejez.

En el otoño de la vida es igual de legítimo querer recuperar el tiempo perdido y querer vivirlo todo que la opción de una vida ya contemplativa. ¿Mejor un término medio?

En ese otoño, ya sea más o menos soleado, por fuerza hay bastante contemplación. Con la edad se adquiere la capacidad de disfrutar de cosas como el silencio, el tiempo y la belleza, puede que precisamente porque se intuye que esa belleza va a desaparecer pronto, no como sucede en la juventud, cuando se cree que todo es para siempre, y cuando se tiene la inmortalidad, aunque sea ilusoria, lo que no está nada mal. Yo me perdí muchas cosas bellas cuando era joven, viajé ­muchísimo pero no vi nada porque pensaba que bah, que ya volvería. Cuando se es mayor, uno se interesa más y mejor por la fugacidad de las cosas, por lo efímero. También por la profundidad de las cosas en general.

Cuantos más años, más se sabe y por tanto más argumentos para disfrutar. En teoría.

Sí, pero también es verdad que a veces los mayores tenemos una forma de erudición absurda. Cada vez sabemos más cosas absurdas y anecdóticas.

No me refería a conocimiento de datos o sucesos, sino más bien a conocimiento interior, a un saber andar en la vida…

Lo que hay cuando se es viejo es sobre todo la conciencia de la vida que se va. Pero también, a menudo, la satisfacción de seguir ahí. De seguir siendo activos, de seguir haciendo cosas, deseando cosas.

“Las dinámicas del deseo”, tal y como escribe usted en su libro, refiriéndose al deseo en general, no solo al sexual.

Pero el sexual es importante también. La libido simboliza a menudo el apetito de vivir, ya sabe, Eros y Tánatos y todo eso. Seguir viviendo. Mi sueño secreto es que todo continúe hasta el final. Lo sé, es un poco naif, pero mira, por ahora funciona. Hoy, cuando logro terminar y publicar un libro, me digo a mí mismo: “¡Oye, es un milagro!”. Aunque en el fondo puede que sea una usurpación. A menudo tengo esa sensación, la de ser un usurpador. Pero mientras tenga lectores…, yo sigo a lo mío. Tengo bastantes amigos que piensan y actúan como yo. Pero también tengo otros que hace tiempo renunciaron, algunos porque están enfermos, otros porque están cansados. Es triste.

Bueno, hay gente de aspecto resignado desde que tenía 30 o 40 años aunque tenía todos los boletos para una buena vida. Ahí, nada que hacer, ¿no?

Sí, desde luego. Eso no tiene edad.

Una cosa es morir… y otra no haber vivido.

¿Conoce esa broma de los disidentes soviéticos? “El partido nos dice que no hay vida tras la muerte, pero nosotros nos preguntamos: ¿pero es que hay vida antes?”. En efecto, el auténtico reto es permanecer vivo hasta el final, permanecer vivo entre los hombres, y no simplemente una reliquia que se venera o un cuerpo gastado que se sigue alimentando por caridad. El horror de las residencias de ancianos: viejecitos que esperan, es lo único que hacen. Para mí esto es atroz, lo es desde que era pequeño: la imagen de esperar a la muerte. O dicho de otro modo: la muerte en vida.

¿De verdad pensaba en esos temas cuando era pequeño?

Sí, porque estuve enfermo de tuberculosis y pasé bastante tiempo en sanatorios y en hospitales en Austria y en Suiza. Vi a mucha gente que a partir de los 50 años se ponía el uniforme de la jubilación. Ya no se vestían, se quedaban todo el día en pijama y en calcetines, encerrados. Por cierto, ahora estoy preparando un ensayo sobre la poscovid, y mi hipótesis es que el mundo de después será… el mundo encerrado. Al final el confinamiento, al menos en Francia, fue bastante bien acogido. Mucha gente estaba feliz de estar en casa sin obligaciones, sin trabajo, o con el teletrabajo, en pijama todo el día, haciendo un poco de gimnasia, saliendo a aplaudir… Yo pienso que al confinamiento impuesto le seguirá un confinamiento voluntario. Y que la célula familiar y el hogar se van a convertir en el centro del mundo.

Está diciendo poco menos que nos vamos a convertir en monjes...

Nos vamos a convertir en monjes. En ese ensayo relaciono la caverna de Platón con la celda del monje y con la habitación de cada uno. Eso sí, tenemos las redes sociales, así que podemos estar abiertos al mundo entero…, pero desde la habitación. Vivimos en un mundo que es la caverna de Platón más Netflix. Michel Houellebecq, por ejemplo, acaba de hacer un recital en el Rex de París titulado La vida a baja altura. Y trata de todo eso.


Por cierto, a Houellebecq, que es uno de los más grandes escritores de hoy…

… es el Balzac de hoy.

Muchos periodistas y críticos en Francia decidieron ponerle una etiqueta ideológica casi por delante de la literaria. En concreto, dicen que es un facha. A usted también le ha pasado un poco eso, ¿no?

Ah, sí, hace ya mucho que me situaron en la derecha. Hicieron un perfil de mí en Le Monde en abril de 2020. Dijeron que era un reaccionario y que era un macho viejo, blanco y occidental. Esto último es verdad, por otra parte. Pero la verdad es que no soy yo el que ha cambiado, sino cierta izquierda la que ha renunciado a sus ideales. Hay una izquierda que desapareció, que se ha convertido en islamófila y neofeminista, que sospecha de los blancos y sostiene que los negros siempre tienen razón, que cree que todos los hombres son violadores potenciales… Es un ambiente detestable. Pero hay que vivir con ello, y es mejor tomárselo con humor que con indignación.

¿Por qué?

Porque es un movimiento tan absurdo que hay que desmontarlo a través del humor.


Del todo. Yo he tenido cuatro procesos por cosas que he dicho en televisión. Y hay que tener cuidado, porque los procesos salen muy caros, aunque los ganes. Entonces caes en la autocensura. Pero es que si no te autocensuras, entonces van a por ti. En Grasset, la editorial que publica mis libros, todos ellos son leídos antes por un abogado. Ya es algo normal. En el libro sobre la vejez que ha salido ahora en España, cito a Cicerón y recuerdo que a los 70 años él escribió que no había que abandonar nunca el deseo de conquistar a una mujer, y que acabó casándose con una patricia romana de 16 años. Y también digo que esa anécdota fue contada en su día por Gabriel Matzneff, el escritor que fue acusado de pedófilo, lo que muy probablemente era. Bueno, pues en la edición de bolsillo han quitado esa referencia a Matzneff, aunque no ha sido procesado. Es demencial. Por no hablar de lo que ha ocurrido con Roman Polanski o con Woody Allen, declarado inocente dos veces, pero da igual. O del trompetista de jazz Ibrahim Maalouf, acusado de violación por una chica de 14 años y que fue exculpado en varias instancias, sin embargo, no importa. O del actor Philippe Caubère, acusado de violación por una mujer que ahora ha sido condenada por difamación.

Habla de autocensura y de censura. En España sabemos bien lo que es la censura. La ejerció el franquismo durante 40 años.

La censura puede venir de todos lados y eso incluye a la izquierda y a la extrema izquierda. Hay ahora mismo una caza de brujas. El simple hecho de ser acusado por alguien hace de ti un culpable. Y si la justicia te exonera, es porque es patriarcal y tú eres un hombre y gozas de beneficios. El neofeminismo es el feminismo de la venganza. Hubo una revolución feminista, hoy es el terror. Cortar cabezas, una detrás de otra. Y es importante subrayar que estas actitudes son minoritarias entre la población, pero con mucha presencia en los medios de comunicación.
 
BLOG  ORLANDO  TAMBOSI

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