Os sábios da Escola de Salamanca anteciparam em 400 anos a ideia de Milton Friedman: a inflação é, de fato, um fenômeno monetário. Artigo do professor Carlos Rodríguez Braun:
Los sabios de la Escuela de Salamanca se anticiparon cuatrocientos años a la idea de Milton Friedman:
la inflación es un fenómeno monetario. Ahora que, según dicen muchos,
"vuelve la inflación", quizá convenga repasar lo que ha sucedido con el
dinero.
De
entrada, despejemos el equívoco del retorno: la inflación, en efecto,
parece que vuelve hoy, pero en realidad nunca se marchó. Fuimos víctimas
en muchos países del espejismo conforme al cual si no sube el IPC eso
significa que no hay inflación. Pero cualquiera que haya atendido al
precio de los activos antes de la crisis de 2008, y nuevamente en
tiempos recientes, sabe perfectamente que hubo inflación. De hecho, por
eso estalló dicha crisis: porque finalmente se pinchó la burbuja de los
activos, enérgicamente inflada por los bancos centrales en la década
anterior. Por desgracia, en la década siguiente las políticas monetarias
no solamente no se contuvieron, sino que apretaron el acelerador cada
vez más, combinándolo con unas políticas fiscales también
irresponsablemente expansivas. Nada invita a pensar que la historia no
se va a repetir, y no tendremos en el futuro otra burbuja y una nueva
crisis. Pero, claro está, con la gran diferencia de que esta nueva
crisis registrará unos niveles récords de deuda pública, que superan ya
en varios países el 100 por ciento del PIB.
De
hecho, la subida del IPC enmascara la inflación de activos, y puede
servir a los propios bancos centrales, legitimando su política en la
medida en que el IPC se vaya moderando a lo largo de 2022, lo que no es
descartable. Valdrían así los habituales chivos expiatorios de la
inflación, como los salarios, la energía o las disrupciones en las
cadenas de suministro. Y las autoridades, si la inflación según el IPC
se sitúa otra vez en el 2% anual, o, lo que es quizá más probable, algo
por encima, sacarán pecho, ignorando prudentemente que, para que los
ciudadanos padeciéramos ese nivel de inflación a medio plazo, el IPC
debería subir menos que el 2%, para compensarnos por el período de
mayores precios que atravesamos en la actualidad. También pasarán por
alto que, si la inflación es un impuesto, y lo es, sigue siéndolo,
aunque el IPC pase del 5% anual al 2 o al 3%. La inflación sigue siendo
inflación, aunque sea moderada o, como se dice ahora, transitoria.
Los
bancos centrales llevan mucho tiempo inundando el mundo con liquidez y
acometiendo innovaciones financieras, como la "expansión cuantitativa",
mediante las cuales aumentan considerablemente su balance con títulos de
la deuda soberana y otros activos públicos y privados, cuya calidad
disminuye a medida que los tipos de interés son artificialmente
reprimidos hasta prácticamente cero, o incluso entran en un todavía más
absurdo terreno negativo. Todo por la ficción de que el problema que
afrontamos es, como repetía tontamente Mariano Rajoy, que "fluya el
crédito". Pero, como dice el refrán, una cosa es llevar el caballo al
río y otra cosa es forzarlo a que beba.
Una
demanda no distorsionada de crédito ha de depender de una economía
privada dinámica y flexible, que ajuste ahorro e inversión conforme a
criterios de competitividad y productividad. Desde Mises y Hayek, los
economistas de la Escuela Austriaca llevan un siglo advirtiendo sobre el
peligro de un escenario opuesto, en el que la expansión artificial del
crédito descompone la estructura productiva y promueve inversiones más
arriesgadas y erróneas, y por fin crisis, no a pesar de los pomposamente
denominados "estímulos" monetarios y fiscales sino a causa de ellos.
En
la línea de Milton Friedman, el economista monetarista británico Tim
Congdon, que lleva tiempo anticipando una inflación más elevada,
apoyándose en las estadísticas de los inflados balances de los bancos
centrales, comentó hace poco esta afirmación de Paul Krugman: "¿Cuánto
tiempo durará la subida de la inflación? La respuesta secreta, y no le
diga usted nada a nadie, es que no lo sabemos". Según Congdon: "La
contestación de Krugman no solo está equivocada, sino que es peligrosa,
porque implica que las autoridades no son capaces de controlar la
inflación".
Por
supuesto que podrían hacerlo, pero ello nos invita a considerar a otro
premio Nobel: James Buchanan, que pidió a los economistas que
abandonaran la inocencia de pensar que los gobernantes se guían
exclusivamente por el interés general, y no por el suyo propio. Desde
esta perspectiva, habría que evaluar el dilema de los bancos centrales: o
suben los tipos y frenan la expansión monetaria, arriesgándose a que la
opinión pública los considere responsables de la recesión ulterior; o
mantienen la expansión, facilitando aún más la burbuja del crédito,
arriesgándose a ser acusados de la senda inflacionaria y agotando por
ello su legitimidad política, incluso aunque puedan mirar hacia otro
lado cuando estalle la burbuja, que es lo que suelen hacer.
Otras
autoridades políticas, por su parte, también preparan el arsenal
justificativo, que volverá a demonizar a empresarios y banqueros
privados, la especulación y, faltaría más, el pérfido capitalismo
neoliberal.
Entre
tanto, los ciudadanos pagarán más impuestos, incluido el impuesto
inflacionario, en un horizonte de crecimiento, en el mejor de los casos,
debilitado, precisamente por las medidas que adoptan los gobernantes
supuestamente en pro del bien común.
Acertaban
la Escuela de Salamanca, y Friedman, al señalar al dinero como la causa
última de la inflación. La notable y siempre creciente invasión del
poder político sobre la economía y las finanzas no ha mejorado las
cosas, por decirlo suavemente.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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