Não, Marx não é o teórico da fraternidade humana, mas o teórico do conflito permanente até que a história chegue ao seu fim. Juan Ramón Rallo para o Instituto Independiente:
La nueva edición de 'El manifiesto comunista', de próxima publicación por Galaxia Gutemberg,
cuenta con un nuevo prólogo de la actual ministra de Trabajo y
futurible candidata de Unidas Podemos, Yolanda Díaz. Lo cierto es que el
texto de Díaz no nos cuenta demasiado salvo que Marx y Engels
contribuyeron a mover para siempre los marcos interpretativos del
capitalismo, desenmascarando a aquellos economistas burgueses que
ocultaban, detrás de las formas sociales de este modo de producción
histórico, una sofisticada explotación del hombre por el hombre.
Nada
de esto resulta verdaderamente novedoso dentro de la interpretación del
pensamiento marxista. Pero acaso lo más llamativo del prólogo —al
menos, lo que a mí más me ha llamado la atención— sea que Yolanda Díaz haya
optado por calificar 'El manifiesto comunista' de “texto fraternal”,
debido a su “carácter de carta abierta a la humanidad y a las clases
trabajadoras”.
El
marxismo podrá ser muchas cosas —incluso los habrá que crean que es un
paradigma filosófico y económico correcto—, pero si algo no es el
marxismo —y tampoco 'El manifiesto comunista', como panfleto de
propaganda política emanado de la temprana filosofía marxista— es un
texto fraternal. Para Marx,
la historia de la humanidad es una historia de explotadores y
explotados: una historia donde los explotados tratan de emanciparse de
los explotadores a través de la lucha de clases. Y, por supuesto, a lo
largo de la historia —también en la actualidad— han existido
explotadores que utilizaban la violencia para sojuzgar y parasitar a los
explotados, de modo que esta parte superficial de la narrativa marxista
no tiene por qué ser —no lo es— incorrecta: el problema surge cuando
calificas de explotación parasitaria todo tipo de relación social… Salvo
aquellas que se produzcan en las irreales condiciones que uno
prescribe. Por ejemplo, en el caso de Marx, ausencia de necesidad para
ambas partes (¡como si el motor de las interacciones humanas no fueran
las necesidades insatisfechas que justamente se ven colmadas a través de
esas interacciones!).
Esa es precisamente la estrategia que también emplea Marx al analizar el capitalismo en ese “mover los marcos” que resalta Yolanda Díaz:
para el economista alemán, el núcleo de las dinámicas capitalistas no
es otro que el antagonismo irreductible entre trabajadores y
capitalistas, entre proletarios y burgueses: los primeros generan todo
el valor, pero, al verse forzados a vender su fuerza de trabajo como
mercancía, no son capaces de retenerlo por entero, de modo que parte de
él (la plusvalía) es apropiada parasitariamente por los segundos. Las
ganancias de los capitalistas solo pueden provenir, pues, de la pérdida
extractiva de los obreros. La fraternidad entre unos y otros resulta,
pues, imposible.
Marx
podría, desde luego, haber interpretado de otro modo las relaciones
económicas entre trabajadores y capitalistas: podría haber interpretado
que ambos individuos cooperan productivamente para maximizar la creación
de riqueza e incrementar con ella su bienestar. Es decir, que aun
cuando pueda existir un conflicto sobre los términos del reparto de esa
cooperación (como existe en toda relación cooperativa en que los logros
son compartidos), esa práctica cooperativa beneficiaba a ambas partes,
pues ambas eran capaces de producir más de manera coaligada que por
separado.
El
capitalista sin la fuerza de trabajo del trabajador no sería capaz de
producir nada y el trabajador sin el capital del capitalista tampoco
(salvo primitivamente una canasta muy reducida de bienes que apenas
permitieran frágilmente su subsistencia). Es decir, Marx podría
haber interpretado el capitalismo en clave cooperativa e inherentemente
fraternal en lugar de en clave competitiva e inherentemente
conflictiva: pero optó por lo segundo, coadyuvándose —como decíamos— de
una teoría del valor (incorrecta) que no solo vinculaba la creación
social de riqueza única y exclusivamente al trabajo humano, sino que
incluso rechazaba categóricamente que el trabajo humano cristalizado
(los medios de producción del capitalista) pudiera ser fuente de nuevo
valor (de manera que el capitalista no podía producir nueva riqueza neta
a través de sus medios de producción y, en consecuencia, no debería
estar apropiándose de ningún ingreso neto salvo arrebatándoselo al
trabajador).
Por
esa vía, fue Marx quien envenenó las relaciones sociales entre
capitalistas y trabajadores; fue Marx quien, por utilizar su propio
marco intelectual, generó una falsa conciencia de clase entre muchos
trabajadores para enemistarlos irremediablemente con los capitalistas;
fue Marx quien
dinamitó los posibles puentes de entendimiento y de fraternidad entre
trabajadores y capitalistas. Como quien se entromete y rompe una pareja
sentimental, al sugerirle insistentemente a una de las partes que está
siendo sometida y maltratada por la otra parte porque necesariamente
toda pareja sentimental implica siempre la opresión de unos sobre otros,
Marx movió los marcos exegéticos del capitalismo para inocular la
conflictividad intrínseca a sus relaciones sociales de producción, esto
es, para socavar cualquier posible lazo de fraternidad entre lo que él
caracterizó como clases sociales.
Solo superando el capitalismo e instaurando el comunismo —esto
es, solo erradicados física o socialmente los capitalistas— podría
acaso reinar una fraternidad universal entre los restos sobrevivientes.
Pero incluso en ese idealizado escenario (y salvo que imaginemos un
mundo pos-escasez, como el que sí parecía tener en mente Marx),
cualquier intento de acumular propiedades y emplearlas productivamente
para incrementar el excedente de valores de uso sería visto como un
intento por restablecer las clases sociales y, por tanto, como una
práctica socialmente a erradicar en nombre de la (falseada) armonía
interna del grupo.
No,
Marx no es el teórico de una fraternidad humana posible sino el teórico
de una conflictividad humana inevitable hasta que la historia llegue a
su fin.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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