Na denominada 'formação de massas', uma determinada narrativa é assumida pelas pessoas não porque seja certa, mas porque gera sensação de vínculo e pertencimento. Adolfo Lozano para o Instituto Juan de Mariana:
Es
difícil exagerar la anomalía social que hemos vivido a partir de 2020 y
es imposible no calibrar precisamente cuán anormal es que miles de
vínculos y amistades se hayan visto afectados e incluso rotos por
visiones distintas a cuenta de incluso un producto farmacológico. ¿Se
imaginan ustedes una masiva estigmatización social a quienes se oponen
al uso de estatinas contra el colesterol para la enfermedad
cardiovascular o no poder cuestionar en una reunión familiar los
beneficios del ibuprofeno? Pero, ésta es la cuestión, ¿cómo se llegó a
esto?
Posiblemente,
la mejor explicación en psicología social la encontramos en la llamada
teoría de formación de masas, o mass formation, del profesor Mattias
Desmet. Desmet, autor de “La Psicología del Totalitarismo”, describe
cómo bajo determinadas circunstancias puede llegar a producirse la
denominada formación de masas, en la cual una narrativa determinada
acaba abrazada por las masas no porque sea o no cierta, sino porque
genera una sensación de vínculo y pertenencia.
Desmet enumera una serie de condiciones que típicamente se producen en una sociedad para que emerja esta formación de masas:
*Las personas sienten una suerte de desconexión y aislamiento social.
*Fruto de esta desconexión se produce un estado de incertidumbre, ausencia de significado y propósito vitales.
*Una
tercera condición serían altos niveles de ansiedad ambiental en la
población que no es sino una consecuencia lógica de lo anterior. Una
ansiedad ambiental es un tipo de ansiedad que no se dirige hacia objetos
o situaciones específicas o físicas.
*La cuarta es un grado elevado de frustración en la población.
Es imposible no advertir cómo desde 2020 estas condiciones se han producido en nuestras sociedades de un modo casi perfecto.
Los
confinamientos, aislamientos, restricciones generaron una desconexión
entre los seres humanos sin precedentes en nuestra sociedad
contemporánea occidental. Así, sólo quedó para millones una alternativa
de conexión virtual que eliminó los vínculos reales. La llamada ansiedad
ambiental de la que habla Desment fue perfectamente reproducida bajo la
ansiedad a un virus que nadie puede ver, resultando por tanto una
ansiedad difícilmente aceptable y tolerable ya que no podemos lidiar con
ella (dicha ansiedad acaba cronificada).
Cuando
los medios de comunicación de masas abrazan de manera implacable y
constante una narrativa repitiendo el objeto de esta ansiedad se llegan a
producir situaciones socialmente muy destructivas: las masas están
irracionalmente deseosas de participar en estrategias de exclusión. Al
no poder lidiar con el hecho de que un virus es esencialmente
inadvertible e invisible, se busca un alivio o lenitivo a la ansiedad
con chivos expiatorios: quienes no siguen la narrativa. Por ejemplo, en
la narrativa comunista, y dado que el comunismo nunca funciona, los
chivos expiatorios sobre los que se carga la culpa acaban siendo los
especuladores, los usureros, quienes practican la empresarialidad o
acumulan capital o cualesquiera de los chivos de la religión marxista
que, eso sí, se viste de científico (el llamado marxismo y socialismo
científicos). No olvidemos tampoco que el comunismo en gran parte de sus
teóricos promete el éxito en base a un gobierno conducido por expertos y
científicos sociales. El sometimiento absoluto a un gobierno con
poderes nunca vistos por grupos de expertos resultó en 2020 una
siniestra remembranza del comunismo, y no por casualidad a quien
estábamos imitando es al régimen colectivista de China. A pesar de los
omnímodos poderes adquiridos por los burócratas de la noche a la mañana,
la masa a quien temía no era a éstos sino siempre por encima al virus.
El miedo convertido en pánico al virus fue un maravilloso disolvente del
verdadero miedo que debíamos haber todos tenido a esos niveles
orwellianos de control. Como explica elocuentemente
la psicóloga Laura Relloso, ese pánico inducido desde 2020 fue el que
alimentó una formación de masas sin precedentes, y el principal escudo
que existe contra esa formación y adoctrinamiento es el amor propio.
Como
en la novela distópica de Orwell, un grupo seleccionado por los
burócratas como expertos serían los cerdos de la granja más aptos para
dirigir al rebaño. Cerdos que cambiaban las reglas de la noche a la
mañana sin que el público apreciara engaño o error. Los quince días para
aplanar la curva acabaron siendo semanas y meses para aplanar derechos
fundamentales, las dos dosis para volver a la normalidad acabaron
enseguida siendo tres y luego cuatro para acabar en un experimento
global de monitorización de personas convertidas en códigos QR.
Ya
en marzo de 2020, el propio Desmet publicó un artículo titulado “El
miedo al virus es peor que el virus en sí mismo”, en el que analizaba
cómo los modelos matemáticos y epidemiológicos usados para la narrativa
oficial exageraban enormemente el riesgo real del virus. En efecto,
ninguno de esos modelos como el célebremente fatídico modelo del
Imperial College de Londres que propició el encierro de la sociedad
europea, se cumplió ni por casualidad. Por ejemplo, la narrativa del
encierro prometía que Suecia tendría decenas de miles de fallecidos
covid sin confinarse. Suecia jamás confinó a un solo ciudadano en
primavera de 2020 y se produjo una mortalidad de 6.000
Al
haber una masa que sigue dicha narrativa y participa, llegado un
momento ciegamente, se genera una suerte de reconexión. Pero la
solidaridad de esta masa que sigue la narrativa realmente se cimenta
sobre la exclusión del disidente a la narrativa. Cuando la gente acaba
dentro de tal narrativa, ese seguimiento que hemos calificado de ciego
es literal. Y es que éste acaba siendo hipnótico, cancelando nuestros
más comunes sentidos. Los ejemplos desde 2020 podríamos contarlos por
millones con situaciones que todos, incluso sus propios protagonistas,
verían absurdas fuera de esa hipnosis colectiva. Personas con máscaras
en los lugares más insólitos, incluso solas. Personas que no cuestionan
un ápice de su narrativa adquirida cuando les plantean el contradictorio
caso de un producto tan efectivo para uno mismo que realmente no lo es
si no lo consume el de al lado. Personas que desaprenden por completo
todo el correcto conocimiento popular que tenemos sobre la inmunidad
natural y adquirida. Y todo esto resulta un inapelable caso de formación
de masas definida por Desmet cuando descubrimos que incluso personas
con todas las posibles formaciones y conocimientos incluso técnicos y
científicos caen presas de una narrativa tan inane en sus postulados
(pensemos en cuántas personas hasta con la más alta formación siguen
abrazando la pseudociencia del marxismo). Ésa es la auténtica, y
espeluznante, potencia de la formación de masas.
Para
el asentamiento de la formación de masas, y para el reconocimiento de
los adeptos a la narrativa, se generan comportamientos y actos rituales
que sirven de refuerzo a esa sensación de pertenencia. Incluso es propio
que haya una jerga o lenguaje propio de refuerzo (el marxismo ya nos
enseñó esto) de la narrativa. Pandemia, nueva normalidad, distancia
social, mascarilla, restricción, conspiranoico, negacionista,
antivacuna… es amplio el nuevo léxico que la narrativa desde 2020 ha
desplegado para generar una adhesión.
La
participación en rituales, que carecen de beneficios prácticos (limpiar
dos veces, pasear por la playa con una máscara puesta) y llega a
imponer sacrificios (me aíslo del resto, sacrifico mi vida social,
incluso acepto sacrificios económicos), acaba representando uno de los
aspectos más característicos de esta hipnosis social: el colectivo se
antepone al individuo. Es francamente imposible no advertir dicho
colectivismo revisando la narrativa oficial desde 2020 donde todo acto
personal debía estar supeditado a un bien superior colectivo y todo acto
individual era juzgado en función del mismo. Todo tipo de derechos y
libertades fundamentales en países perfectamente considerados hasta la
fecha democracias liberales llegaron a ser suspendidos arbitrariamente
(a nadie parece importar que luego se declarase la ilegalidad de esos
atropellos, recordemos que la legalidad es parte de esa razón y
racionalidad suspendida en las masas) en pos de dicho bien colectivo con
el regocijo (alivio momentáneo de la ansiedad) de la masa. Por
supuesto, la formación de masas acaba cancelando no sólo la razón sino
la normativa ética. Recordemos los delatores de vecinos y aun conocidos
por habitar por ejemplo su segunda residencia. Los denunciantes,
abiertamente inmorales, se creían sin embargo héroes.
Aunque
la formación de masas puede emerger inicialmente de modo espontáneo
(como el nazismo en sus orígenes en Alemania) necesita para su
sostenimiento de un aparato de propaganda. En nuestros días, se precisa
la repetición de la propaganda por los medios de comunicación
típicamente. Pensemos también por un momento cómo los contenidos
educativos con fines ideológicos han servido como una propaganda
efectiva para insuflar narrativas por ejemplo nacionalistas o
progresistas en las nuevas generaciones (en Cataluña son cada vez más
los ciudadanos que tienen una idea distorsionada de la historia, y en
nuestro país cada vez más universitarios aspiran antes a ser
funcionarios que emprendedores).
Los
estados totalitarios (recordemos no sólo los ilegales estados de
alarma, sino que se llegó a considerar la proclamación de un estado de
excepción militar) se basan en “un pacto diabólico entre las masas y las
élites” decía la experta en totalitarismos Hannah Arendt, quien en los
años 50 advertía del surgimiento de un nuevo totalitarismo basado en la
tecnocracia (nada puede ser más actual).
Por
supuesto, los rituales en la formación de masas no están para ser
analizados, cuestionados o juzgados. Están para seguirse, de nuevo
ciegamente. El adepto y seguidor de la narrativa no está interesado en
argumentaciones racionales, simplemente responde a los mensajes
repetitivos de la narrativa que se refuerza con imágenes, frases hechas
etc. Hechos como que Suecia sin confinamientos tuvo menor transmisión
viral que la mayoría de Europa en primavera de 2020 o que Florida y
Texas sin uso de máscaras tuvieron menos transmisión que regiones de
EEUU con muy alta adherencia a su uso eran algunas de muchas cuestiones
que pertenecían al campo de la argumentación de datos y hechos. Bajo la
formación de masas, cualquier dato que cuestione la narrativa supone un
señalamiento de quien lo aporta. Recordemos, entre otros, que el propio
reconocimiento dentro de la narrativa de la paupérrima duración del
efecto del producto farmacéutico nunca socavó la narrativa misma como
habría hecho en una sociedad racional.
Nada
menos que en anuncio oficial de la Casa Blanca de EEUU en otoño de
2021, se pronosticó “un invierno de enfermedad grave y muerte” para los
disidentes del consumo del producto farmacéutico en cuestión.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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