'El triunfo de Baco' o 'Los borrachos', de Diego Velázquez. |
O filósofo Edward Slingerland publica, em edição espanhola, o livro 'Bêbados', uma desopilante história da relação entre nossa espécie com o álcool ao longo do tempo, com surpreendentes e etílicas conclusões. Daniel Arjona para El Confidencial:
¿Por qué la evolución
no ha exterminado a los borrachos? ¿Cómo es posible que los tan
complejos como sutiles y adaptativos centros de placer de nuestro cuerpo
siguen demandando una sustancia que nos intoxica gravemente y altera de
forma dramática nuestra razón, invitándonos a realizar actos muy
peligrosos y potencialmente mortales? ¿De qué forma se explica que
después de cientos de miles de años de darle al bebercio, la selección
natural no haya arrojado al basurero darwiniano unos genes etílicos que
nos llevan a trabajar obsesivamente la manera de sacarle una gota de
venenoso alcohol a frutas y cereales deliciosos y saludables,
despreciando otras actividades productivas mucho más beneficiosas para
nuestra supervivencia? Y la cuestión definitiva: ¿por qué estás currando
ahora mismo aniquilado con un resacón de tres pares y con miedo a mirar
los mensajes de móvil que enviaste anoche y que, sospechas, van a
joderte la vida?
"Una
vez que empezamos a pensar a fondo y sistemáticamente sobre la
antigüedad, la ubicuidad y la potencia de nuestro gusto por los
intoxicantes, es difícil tomarse en serio las teorías habituales de que
se trata de algún tipo de accidente evolutivo. Si tenemos en cuenta los
enormes costes de la intoxicación -que los humanos llevan pagando
durante muchos miles de años-, lo esperable sería que la evolución
tratara de eliminar de nuestro sistema motivacional cualquier gusto
accidental por el alcohol cuanto antes. Si resulta que el etanol
consigue forzar la cerradura de nuestro placer neurológico, la evolución
debería llamar a un cerrajero. Si nuestro gusto por la bebida es una
resaca evolutiva, la evolución debería haberse aprovisionado de
aspirinas hace mucho tiempo. No lo ha hecho, y el interés de explicar
por qué no trasciende el mero interés académico. Sin comprender la
dinámica evolutiva de su consumo, no podemos ni empezar a pensar con
claridad o eficacia sobre el papel que los intoxicantes pueden
desempeñar hoy en nuestra vida".
A
la resolución del enigma se aplica el filósofo y sinólogo
canadiense-estadounidense Edward Slingerland (1968) en uno de los libros
más asombrosos, pedagógicos y cachondos que se hayan publicado en mucho
tiempo, traducido en estado de gracia por Verónica Puertollano. Se
trata de 'Borrachos. Cómo bebimos, bailamos y tropezamos en nuestro camino a la civilización' (Deusto,
2022). De Dionisio al 'Burning Man', del simposio a los chupitos de
Jägermeister, aúno no contamos con una respuesta definitiva a la
pregunta, ¿por qué queremos colocarnos, por qué los humanos bebemos como
piojos?
Slingerland
es categórico: "Abriéndome paso entre la maraña de leyendas urbanas e
impresiones anecdóticas que rodean nuestros conceptos sobre la
intoxicación, me sirvo de los datos procedentes de la arqueología, la
historia, la neurociencia cognitiva, la psicofarmacología, la psicología
social, la literatura, la poesía y la genética para ofrecer una
explicación rigurosa, basada en la ciencia, de nuestro impulso para
emborracharnos. Mi argumento central es que, a lo largo del tiempo
evolutivo, emborracharse, colocarse o alterar la cognición debe haber
ayudado a las personas a sobrevivir y prosperar, y a las culturas a
perdurar y expandirse. En lo que respecta a la intoxicación, la teoría
del error no puede ser correcta. Hay muchas buenas razones por la cuales
emborracharnos. Lo que esto significa es que casi todo lo que creemos
saber sobre la intoxicación es incorrecto, incongruente, incompleto o
las tres cosas a la vez."
Los beneficios de empinar el codo
Recuerden
'El banquete' de Platón, título equívoco en español que, en realidad,
en griego ('Sympósiom') alude al después, a lo que nosotros llamamos una
'sobremesa bien regada'. Al poeta Agatón le han dado un premio y, para
celebrarlo, los amigotes se juntan en Atenas para hacer lo que mejor
saben: beberse hasta los floreros. El problema es que ya andan todos de
resacón por otra fiesta previa y los preliminares transcurren en
complejas discusiones acerca de cuánto han de aguar el vino para no
quedar catatónicos antes de tiempo. Sócrates llega tarde porque, como
habituaba, en el camino se ha quedado un buen rato varado en plena calle
sin hacer nada, absorto Dios sabe en qué, e irrumpe en la bacanal
cuando ya he arrancado la juerga. El juego consiste en que cada comensal
improvise unas palabras en alabanza de Eros, el dios del Amor, y dura
hasta la madrugada, cuando después de la irrupción de con otra melopea
épica de Alcibíades, todos los participantes han quedado fuera de juego
menos un impertérrito Sócrates que debía gastar un hígado de bronce.
Fue
Platón quien escribió en aquel diálogo que "el vino y los niños dicen
la verdad", lo que los romanos reciclaron como hicieron con todo lo
heleno con su celebérrima 'In vino veritas'. Edward Slingerland coge ese
testigo para formular, con estricta base científica, los beneficios del
alcohol para nuestra especie. Los perjuicios son bien conocidos y el
autor no los elude: alcoholismo, agresividad, locura transitoria, sexo
sin precaución, merma económica, fallo multiorgánico, asistencia a
karaokes... Pero lo osado es sacarle lo bueno a lo de tajarse como si no
hubiera un mañana. Lo resumimos a continuación de manera muy sucinta e
invitando al lector a acudir a este libro impagable para el detalle, con
un buen margarita de por medio.
"La
intoxicación química", apunta el autor "ayuda a resolver una serie de
dificultades propias de los seres humanos: potenciar la creatividad,
aliviar el estrés, generar confianza y conseguir el milagro de que los
primates, fieramente tribales, cooperen con desconocidos. El deseo de
emborracharse, junto con los beneficios personales que procura la
ebriedad, fue un factor crucial para desencadenar el auge de las
primeras sociedades a gran escala. No podríamos haber tenido
civilización sin la intoxicación. Esto nos lleva al segundo punto. Beber
facilita los lazos sociales, un descubrimiento que quizás no parezca
trascendental. Sin embargo, sin entender a qué problemas de cooperación
pacífica nos enfrentamos los seres humanos en la civilización, no
tenemos forma de explicar por qué, en todos los lugares y épocas, el
alcohol y otras sustancias similares han sido la solución recurrente".
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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