BLOOG ORLANDO TAMBOSI
Libérrima e sensual, Colette nasceu em um pequeno povoado de Borgonha e se tornaria uma mulher pioneira a interrogar-se sobre os prazeres em sua literatura. Lourdes Ventura para El Cultural:
Cuando se cumplen ciento cincuenta años de su nacimiento, los mil rostros de Colette siguen
generando ensayos psicológicos y análisis literarios feministas. Sus
heroínas, incluida su alter ego Claudine, no eran del todo Colette, o
quizá es que una Colette excesiva dio lugar a Claudine. Las máscaras
disfrazaban lo autobiográfico, y su predisposición a lo sensual quedaba
aumentada por su deseo de seducir. Como autora, estableció una
disimulada distancia con la experiencia. En su baile de máscaras,
Colette siempre cuenta más o cuenta menos.
Su
verdadero nombre era Sidonie-Gabrielle Colette (Saint-Sauveur-en
Puisaye, 1873-París, 1954), y era la cuarta hija de Sidonie Landoy, una
mujer culta y liberal casada en segundas nupcias con el excapitán de los
suavos Jules-Joseph Colette. Su madre la consideraba "una joya de oro",
y recibió una sólida educación laica. Tal vez por eso, los disfraces
que llevó a lo largo de su tumultuosa vida, ocultaban el genio de una
escritora que creó, en medio de una obra copiosa y multiforme, textos de
penetrante sutileza, hoy obras clásicas de la literatura francesa.
Se
reinventó a sí misma numerosas veces y la impostura del personaje
encubrió a menudo su acerada sensibilidad para la observación de la
naturaleza y del gran espectáculo del nuevo siglo.
Colette
fue, sucesivamente, la adolescente indómita de la Borgoña; la seducida
parisina en brazos de su primer y corrupto esposo, Henry
Gauthier-Villars, el célebre Willy, que explotó su talento de escritora;
la libertina de los amores sáficos; la mujer vestida de hombre, cuando
el travestismo público estaba prohibido; la audaz artista del music-hall
que se desnudaba en escena; la periodista sagaz; la irónica crítica
teatral; la traicionada y la traicionera; la amante de su hijastro; la
propietaria de un salón de belleza; la amiga de aristócratas e
intelectuales; la madre distraída; la dueña de una pantera; la gran dama
del final, varada por la artritis en sus aposentos, frente al
Palais-Royal.
Se encontraba con Marcel Proust, que la admiraba, en el salón de madame Arman de Caillavet, amante de Anatole France; fue amiga de Jean Cocteau, de Paul Valéry; colaboró con Maurice Ravel y con Matisse.
Se casó tres veces, siempre con hombres poderosos e inteligentes,
bastante calaveras, como el ya citado Willy (de 1893 a1906); Henry de
Jouvenel (de 1912 a 1923) y Maurice Goudeket, y tuvo como amantes a
mujeres, también inteligentes, intrépidas y ricas.
Aunque
creció en la belle époque, daba la impresión de ir adelantada un siglo,
o acaso, dos. Quizá no imaginó que hacerse fotos atrevidas, salir en la
prensa de la época, montar escándalos, escribir desde la sexualidad de
una mujer, contar su vida, o reinventarla, lanzarse a proyectos osados
y, poco a poco, ir refugiándose en la escritura, constituían la fórmula
perfecta para alcanzar una posteridad extraordinaria.
Cuando
murió en París el 3 de agosto de 1954, a los ochenta y un años, tuvo
funerales de Estado. Su catafalco fue instalado en los jardines del
Palais-Royal para que la ciudadanía francesa le rindiera el último
homenaje. Recibió honores militares, como oficial de la Legión de honor.
La
mujer que para entonces era una escritora consagrada, miembro de la
Academia belga de lengua y literatura, presidenta durante varios años de
la Academia Goncourt y reconocida por la crítica y los escritores
internacionales, sufrió aún una polémica póstuma. El arzobispo de París,
recién nombrado cardenal, Maurice Feltin, negó las exequias religiosas a
la escritora. La decisión supuso un escándalo para sus admiradores, y
el escritor Graham Greene
publicó en el periódico Le Figaro un artículo contra el arzobispo. Se
sucedieron cartas y reacciones de otros intelectuales. Ya enterrada en
el cementerio de Père-Lachaise, la escritora proscrita en el Índice de
Libros Prohibidos, siguió dando que hablar.
Una obra más allá del tiempo
Hoy
sus obras completas en la Biblioteca de La Pléiade ocupan cuatro
volúmenes, con cerca de sesenta obras, que incluyen la mayor parte de
las novelas y cuentos, los ensayos principales, las memorias y algunas
de las páginas publicadas por Colette en periódicos y revistas. Se
prepara una nueva publicación en La Pléiade, una reedición de algunos de
sus textos, entre ellos, El trigo tierno, una de sus obras más líricas y
cercanas a la naturaleza.
Admirada por sus colegas franceses del siglo XX, Maurras, Gide, Valéry, Rachilde, Cocteau, Mauriac, Louis Aragon, Jean-Paul Sartre o Simone de Beauvoir,
y analizada por filósofas como Julia Kristeva, Colette encarna "una
cierta Francia", como dice Michel del Castillo: "La celebración de la
naturaleza y la pasión del teatro, el orden de la provincia, la
frivolidad y el desorden de la vida parisina".
Aunque
la desinhibida escritura de Colette no encajaba en la ortodoxia
literaria de su época, la crítica francesa supo ver en el descarado
nihilismo de Colette y en su amoralidad sin disimulos una vocación de
estilo y una fuerza transgresora que inauguraba la aceleración del siglo
XX. La escritora y crítica Rachilde escribió en Le Mercure de France
sobre Claudine en la escuela: "No es una novela, ni una tesis, ni un
diario, ni un manuscrito, ni ninguna otra cosa conveniente o prevista;
se trata de una persona viva y en pie, terrible". El conservador Charles
Maurras reconoció encontrarse ante una obra maestra, si bien con una
fantasía un poco "demasiado viva", y resaltó la originalidad y la
madurez "de la lengua y del estilo".
El
trío amoroso que en 1901 protagonizaron Colette, Willy y la
norteamericana Georgie Raoul-Duval, acabó saliendo a la luz en Claudine
casada. Este ménage a trois, cuya refinada impudicia y atrevimiento
descolocó a los lectores de entonces, llevó al crítico Jean Lorrain a
considerar el libro como "Les liaisons dangereuses del siglo XX,
escritas por un moderno Laclos". Ese moderno Laclos no era otro que
Colette, resignada a mantenerse a la sombra de sus Claudines en flor. A
partir de 1909 y coincidiendo con la separación de la pareja, la
escritora iniciará una serie de procesos judiciales hasta conseguir el
derecho moral sobre las Claudines. Las trazas de una larga batalla legal
se harán evidentes en las diferentes firmas que han llevado las
reediciones de la serie desde 1900 a 1955.
Aunque
la herencia de una juventud en el campo y el lenguaje claro lleno de
gracia cotidiana de una Francia provincial imprimen en su escritura
resonancias tradicionales, la temática de Colette sorprende por su
modernidad. La ambigüedad sexual, los deseos prohibidos, la exploración
de lo carnal junto a lo emocional, estarán tanto en la serie de las
Claudine, como en Mis aprendizajes, Lo puro y lo impuro, La mujer
oculta, Mitsou, Chéri y El fin de Chéri, Gigi o La ingenua libertina.
Ella
misma consideraba que Lo puro y lo impuro era uno de sus mejores
libros. Colette tiene cincuenta y nueve años cuando lo publica. Con las
veladuras típicas de la autora francesa, entre la verdad y la ficción,
se interroga sobre los placeres carnales a través de cuarenta años de
vida hirviente en París. El opio, el alcohol, el frenesí amoroso, los
hombres seductores y promiscuos, las fantasías sexuales. El dramaturgo
Jean Anouilh, fascinado por la inmodestia profunda del libro escribió:
"Usted no es una mujer conveniente, Madame Colette… Usted es el impudor
orgulloso, el placer sabio, la dura inteligencia, la libertad insolente;
el tipo de chica que quebranta las instituciones más sagradas y a las
familias".
Para
Judith Thurman, autora de Secretos de la carne. Vida de Colette
(Siruela, 2000), las primeras novelas de Colette trastornan las viejas
categorías de la identidad sexual de la época. Sus protagonistas están
marcadas por el amor y por las heridas del desamor. Pero como asegura
Julia Kristeva, sus heroínas son fuertes, y eligen disimular la tristeza
que sienten. Colette prefiere matar a ese asesino que es la
desesperación.
La piel de las mujeres
En
Mis aprendizajes (1936), Colette trata de analizar, muchos años más
tarde, su conflictiva relación con Willy. Para evadirse del dolor,
recuerda cómo aprendió a endurecerse: "Lloro tan mal, tan dolorosamente
como un hombre (…) Tan pronto como se llevó a cabo mi entrenamiento, me
privé casi por completo de llorar. Tengo amigas de treinta años que
nunca me han visto con una lágrima en las pestañas".
Colette
conocía la literatura decadente de fin de siglo, casi siempre masculina
y exacerbada, pero fue una creadora con un mundo propio y una visión
ajustada del mundo emocional de las mujeres. Significó, vista desde el
presente, una mujer libre y una escritora que desafió las convenciones
de lo que una mujer debía escribir. Para Simone de Beauvoir, Colette era
un "monstruo sagrado".
En
una carta dirigida a su amigo norteamericano Nelson Algren, hace un
resumen fascinado y tal vez un poco simplista para contar quién era la
autora de Gigi: "Creo que habrás oído hablar de Colette; ella es
verdaderamente la única gran escritora de Francia, una escritora
verdaderamente grande. Hace años también era la mujer más hermosa, bailó
en los music-hall, se acostó con muchos hombres, escribió novelas
pornográficas y, después, buenas novelas. Amaba el campo, las flores,
los animales, hacer el amor... y después amó una vida más sofisticada,
también se acostó con mujeres. Ahora tiene 75 años, y aún conserva unos
ojos fascinantes y una bonita cara triangular de felino; está muy gorda,
inválida, un poco sorda, pero cuenta unas historias, sonríe y ríe de
una manera que nadie imaginaría al compararla con otras mujeres más
jóvenes y hermosas…".
La
síntesis de Beauvoir remite a los múltiples rostros de Colette, pero
también a una leyenda de promiscuidad que la propia Colette llegó a
negar, asegurando que no tuvo tantos amantes de ambos sexos. Sus
máscaras seguirán embrollando por mucho tiempo las verdaderas batallas
de la carne que libró: perdió algunas y otras muchas las ganó.
******
Claudine, la nueva Eva
Willy,
el primer marido de Colette, fue el "culpable" de que su voluptuosa
esposa se convirtiera en escritora. Como, además de ser un calavera,
carecía de escrúpulos, solía contratar a autores desconocidos como
negros de sus supuestas obras, pues su meta era, según Judith Thurman,
biógrafa de Colette, "llegar a ser lo más conocido posible, aunque fuera
por su profunda insignificancia moral".
Según
la propia Colette, todo comenzó cuando un día, "al cabo de dos años de
matrimonio, Monsieur Willy me dijo un día: ‘Tendrías que escribir algo
acerca de tus recuerdos en la escuela primaria…tal vez podrías
aprovecharlos. No te dé miedo incluir detalles picantes’…". Cuando ella
acabó, Willy lo guardó sin hacerle demasiado caso, hasta que un día,
acuciado por las deudas, comenzó a rebuscar en los cajones y encontró el
cuaderno que contenía Claudine en la escuela. Deslumbrado por la
lectura, derramó picardías en el relato,para hacerlo más provocador y
erótico. Y se lo atribuyó.
Publicada
en 1900 con su nombre como presunto autor (existe una versión en
Anagrama, traducida por José Batlló desde 1986), la novela alcanzó los
40.000 ejemplares en pocos meses, pero Colette no se rebeló, pues
aceptaba ser "la negra" de su marido. Mientras, para que escribiera sin
descanso, llegó incluso a encerrarla en una habitación durante casi
dieciséis horas.
Después
vendrían Claudine en París (1901, Anagrama, 1988), Claudine y el
matrimonio (1902), Claudine se va (1903) y La casa de Claudine (1922).
Solo en la última, ya divorciada de Willy, logró que apareciera su
nombre como autora, aunque para los lectores estaba claro que ella era
Claudine, y su verdadera historia. la que narraba en la serie, desde su
ingenua y rebelde juventud en un pueblecito de Borgoña hasta el triunfo y
el escándalo en los grandes salones literarios del París mundano. El
éxito fue tan colosal que en 1907 se había vendido medio millón de
ejemplares de las Claudines, quizá porque, según Thurman, "Colette crea
el modelo de la adolescente moderna". De la Eva sensual también. N. A.
Postado há 6 hours ago por Orlando Tambosi
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