José Luis Martínez S. resenha, para Milenio, a versão espanhola da biografia de Isaiah Berlin realizada por Michael Ignatieff:
El
cartujo llega a la última página de Isaiah Berlin: su vida (Taurus,
2018) con desasosiego y nostalgia. Publicado por primera vez en español
en 1998, este minucioso retrato trazado por Michael Ignatieff descubre a
un personaje de novela en un mundo convulso. Nació en Riga en 1909,
vivió el inicio de la revolución rusa en San Petersburgo, a los 11 años
viajó con su familia a Inglaterra, estudió en Oxford y durante la
Segunda Guerra Mundial tuvo una activa participación como redactor de
los Servicios de Información Británicos en Nueva York y Washington; en
julio de 1945 fue enviado por la Foreign Office a Moscú para escribir un
informe sobre las relaciones norteamericano-soviético-británicas. Ese
viaje cambió su vida, conoció a Borís Pasternak y Anna Amájtova,
víctimas del estalinismo, y decidió, sin desviaciones, su largo camino
contra la intolerancia, su apasionada defensa de la libertad.
Las
tragedias de su tiempo crearon en Berlin la necesidad de conocer a sus
adversarios, de tratar de entenderlos, de leer a quienes no compartían
sus ideas. En una de sus conversaciones con Steven Lukes (Lo singular y
lo plural, Página indómita, 2018) lo expresa con claridad: “Me aburre
leer a la gente que, por así decirlo, es aliada, a quienes piensan más o
menos como yo. Y es que a estas alturas determinadas cosas parecen
básicamente un catálogo de lugares comunes. Todos las aceptamos, todos
creemos en ellas. Lo interesante es leer al enemigo, porque este
atraviesa las defensas, encuentra los puntos débiles. Me interesa saber
qué es lo que falla en las ideas en las que creo, saber por qué estaría
bien modificarlas o incluso abandonarlas”.
Esta
es una de las lecciones de Berlin, uno de los grandes pensadores del
siglo XX: entender al otro. Una lección inapreciable en esta época de
polarización y fanatismo, de considerar enemigo a quien no coincide con
nuestros puntos de vista en vez de propiciar el diálogo y la revisión de
nuestras propias ideas para, dado el caso, “modificarlas o incluso
abandonarlas”.
Berlin
aprendió en Inglaterra el arte de la consideración y las buenas
maneras, presente en su liberalismo. Valoraba el respeto a los demás y
“la tolerancia de la disensión”. El pluralismo y la libertad —decía—
“son mejores que las rigurosas imposiciones de sistemas
omnicomprensivos, por muy racionales y desinteresados que sean, mejores
que el imperio de mayorías frente a las cuales no hay posible
apelación”.
Cuando
se acalla a las minorías, cuando se ataca la disidencia, la vida se
empobrece, eso lo sabía el autor de Dos conceptos de libertad, quien
emprendió el reto de estudiar a profundidad la obra de Carl Marx; era su
enemigo ideológico, pero quería conocerlo, por eso pasó cinco años
leyéndolo, adentrándose en su pensamiento. “Fue ciertamente una
experiencia tonificante, pero también solitaria”, apunta Ignatieff.
La capacidad de escuchar
En
las primeras páginas del libro, Ignatieff echa una mirada a un mundo
donde prosperan los partidos únicos y se fomenta el antipluralismo.
Recuerda la muerte de Berlin en 1997 y se pregunta cuál habría sido su
opinión sobre estos fenómenos en las sociedades democráticas. “Tratar de
hacer de ventrílocuo de los muertos es una tarea inútil”, se responde
con humor. Sin embardo, dice: “Berlin sigue siendo relevante, se podría
afirmar, porque su pregunta fundamental —¿cómo vivir en libertad?— es
más que nunca la nuestra, en una época en la que, a causa de los nuevos
medios digitales y de las políticas tecnológicas de persuasión y
manipulación que han surgido a su alrededor, es muy difícil distinguir
entre conocimiento y opinión, rumor y hecho, verdad y ficción”. Es muy
complicado tener un pensamiento propio cuando se quiere ir con la masa,
cuando todo cuestionamiento a las palabras del líder o a la doctrina del
partido se considera herejía.
Berlin
era famoso por su memoria prodigiosa y la amplitud de sus
conocimientos, le gustaban la literatura, la música, el cine, la vida
social. Hablaba mucho, hilaba frases en monólogos largos y
deslumbrantes, pero —dice Ignatieff— también sabía escuchar. “Al
advertir sus amigos esta capacidad para escuchar, esta empatía hacia sus
dificultades, empezó a adquirir, ya con veintitantos años, fama de ser
persona sabia, de tener algún don misterioso de claro discernimiento
humano”. Esta es otra de sus lecciones: saber escuchar.
Lealtades acríticas
Berlin
detestaba las lealtades acríticas y el deseo de complacer aparecía “en
primer lugar en su lista de vicios”. Durante una cena en Washington, en
los días de la Segunda Guerra Mundial, uno de sus compañeros en la
embajada británica lo acusó de frecuentar a una mujer de “gustos
reaccionarios”, varios de los invitados le hicieron eco y la discusión
subió de tono. Berlin les respondió: “Se supone que estamos luchando por
la civilización frente a la barbarie. Y civilización significa libertad
para elegir a tus amigos”. Tal vez —agregó— en algún momento, por una
traición o alguna otra causa grave, el lazo podría romperse: “Pero hasta
entonces deben permitirte conocerlos, aun si los demás te condenan por
ello”.
Isaiah Berlin: su vida provoca desasosiego por la realidad de nuestros días, pero también nostalgia por ese mundo de grandes pensadores y tristeza por la suerte de tantos artistas sacrificados en el altar del totalitarismo.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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