Ensaio do escritor Mauricio Rojas, publicado por Liberalismo.org:
La
brutal expansión del denominado Estado Islámico en Irak y Siria ha
dejado estupefacto al mundo. Nada parecido se había visto desde los
tiempos de Stalin, Hitler y Pol Pot, y la amenaza no se circunscribe al
Oriente Medio. Las redes del Estado Islámico se extienden muy lejos de
las fronteras de los países musulmanes, tal como lo muestra su capacidad
de enrolar como combatientes a miles de jóvenes provenientes de Europa
Occidental y Estados Unidos. Se trata de una de las manifestaciones más
violentas del islamismo o "islam político", como se autodenomina, y por
ello es importante hacer un esfuerzo por entender los fundamentos de
esta corriente político-religiosa.
¿Qué es el islamismo?
El
islamismo no es más que el fundamentalismo movilizado políticamente en
torno a tres objetivos fundamentales. En primer lugar está el objetivo
estratégico de la gran cruzada emprendida ya por Mahoma, a saber, la
islamización del mundo, extendiendo la así llamada Casa del Islam (Dar
al Islam) hasta absorber completamente ese mundo exterior llamado Casa
de la Guerra (Dar al Harb), donde aún reina la ignorancia (yahiliyah)
acerca del mensaje divino transmitido por Mahoma. En segundo lugar
tenemos la islamización plena de las sociedades musulmanas, es decir, su
sometimiento integral e irrestricto a la ley islámica, de acuerdo al
arquetipo de la umma o "comunidad de los creyentes" instituida por
Mahoma en Medina. Esta intención restauradora es la que hace del
islamismo un fundamentalismo militante o, en sus variantes yihadistas,
un fundamentalismo armado.
A
estas dos finalidades, ampliamente reconocidas como características del
islamismo, se suma un tercer gran objetivo, que no es otro que destruir
toda interpretación del islam que no sea la propia. Ello explica el
carácter de guerra civil musulmana que adopta el islamismo en su versión
yihadista. Aquí, simplemente, no hay perdón, y hay que recordar que se
trata de una lucha fratricida que, al menos entre sunitas y chiitas,
lleva ya más de 1.300 años, es decir, desde la batalla de Kerbala, el
año 680, aún recordada con gran devoción por los musulmanes chiitas.
La
lista de enemigos definida por el Estado Islámico en sus proclamas, por
ejemplo aquella en la que declaraba instaurado el califato, el 29 de
junio de 2014, refleja nítidamente estos objetivos. Primero están los
rafidah (chiitas), luego los murtadin (apóstatas) y tawaghit (idólatras o
falsos líderes musulmanes), y finalmente las naciones del kufr
(pecado), alusión al mundo no islámico donde habitan los kufar
(infieles).
Resumiendo,
podemos decir que la lucha islamista –ya sea de raigambre sunita o
chiita– tiene un horizonte global, pero su punto de partida son los
propios países islámicos, que habrían abandonando la pureza del credo
original de Mahoma, cayendo nuevamente en aquella yahiliyah que los
caracterizaba antes de la revelación del Corán. Esta es la visión,
extraordinariamente influyente, lanzada por Sayid Qutb (1906-1966;
especialmente en su obra Hitos en el camino), el principal teórico de
los Hermanos Musulmanes de Egipto. La profesión de fe de los Hermanos
Musulmanes es, a su vez, la mejor síntesis posible de las ideas
islamistas, cualquiera que sea su expresión concreta:
Alá
es nuestro fin, el Profeta nuestro guía, el Corán nuestra constitución,
la yihad nuestro camino y la muerte por Alá nuestro objetivo supremo.
Utopía islamista y carácter totalizante del islam
La
utopía del islamismo es la creación de la ummat al Islamiyah o
comunidad islámica universal, regida, de acuerdo a la tradición sunita
ampliamente mayoritaria, por un califa o vicario (jalifa) del "mensajero
de Alá" (rasul Alá, denominación de Mahoma). De allí el título, jalifa
rasul Alá, adoptado desde el primer sucesor de Mahoma, Abú Bakr, hasta
el jefe del Estado Islámico, Abú Bakr al Bagdadi.
Esta
posición es muy distinta de, por ejemplo, la de los papas católicos
(vicarios de Cristo), ya que el califa es, simultáneamente, un jefe
espiritual, político y militar. Esta diferencia es clave, ya que alude a
dos características cardinales que separan al cristianismo del islam y
que, a su vez, son vitales para entender la fuerza del mensaje islamista
entre muchos musulmanes. En primer lugar, el cristianismo no es
fundacionalmente totalizante (si bien tendería a serlo al pasar a ser,
en distintos lugares y épocas, una religión de Estado), y por ello no se
articula originalmente como una religión que pretenda regir los asuntos
de este mundo. "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios" y “Mi Reino no es de este mundo” son dos síntesis bíblicas de esta
distancia respecto del orden social y político terrenal que no existe
en el islam.
Esto
hace que para el cristianismo sea posible, sin alterar sus fundamentos
últimos, aceptar una sociedad secularizada, mientras que para el islam
una sociedad no regida por la ley islámica o sharia es, en principio,
inaceptable. También lo es la democracia, ya que ésta se basa en la
plena soberanía popular, mientras que en el islam la soberanía siempre
recae, en último término, en Alá, y los hombres deben limitarse a
reconocerla y aplicarla. Los musulmanes pueden tolerar, por razones de
hecho, el vivir en sociedades secularizadas y democráticas, pero nunca
pueden dejar de aspirar, sin faltar a su fe, a crear una sociedad
plenamente islamizada. Esto no implica, sin embargo, que todos deban ser
musulmanes, pudiendo existir otras fes monoteístas en calidad minorías
protegidas, siempre que se sometan a la ley islámica. Al respecto, hay
que recordar que de acuerdo al Corán la conversión forzosa al islam no
está permitida ("No ha de existir coacción en la religión", dice la
famosa aleya 2:256).
En
segundo lugar, a diferencia de Mahoma, Cristo no fue ni pretendió jamás
ser un jefe político-militar, tampoco el creador de un orden social
determinado. La figura de Cristo dirigiendo sus ejércitos espada en mano
es tan ajena a los evangelios como es natural la figura de Mahoma
combatiendo en las célebres batallas de Badr (624) y Uhud (625), donde
incluso resulta herido. De esta manera, Mahoma definió mediante sus
actos el amplio campo de la yihad (esfuerzo, especialmente en la
expresión coránica al yihad fi sabil Alá,
es decir, "esfuerzo en el camino de Alá"), que va desde la lucha
espiritual interior (la así denominada yihad mayor) a la lucha, pacífica
o violenta, contra otros (la yihad menor). Esta última puede ser tanto
defensiva (proteger los territorios ya incorporados a la Casa del Islam)
como ofensiva (extender los dominios del islam a nuevas tierras).
En
suma, mientras que el cristianismo nació para resistir al mundo o
incluso para apartarse de él, el islam lo hizo para conquistarlo y
gobernarlo. El cristianismo pretende originalmente divulgar una "buena
nueva" (evangelio) espiritual, mientras que la buena nueva del islam
trata del conjunto de la sociedad y de un reino que sí es de este mundo.
Raíces históricas del islamismo
Una
explicación común sobre la razón de ser del islamismo plantea que éste
sería una reacción ante la modernización que se difunde globalmente bajo
la influencia occidental. Otros ponen el acento en la amenaza o
intromisión político-militar de las potencias occidentales en el mundo
musulmán. Este tipo de explicaciones tiene, sin duda, mucho de verdad,
pero tiende a olvidar que las primeras reacciones islamistas anteceden
en mucho a estos fenómenos y constituyen un rasgo permanente de la
historia islámica.
Un
breve recorrido por esa historia puede aclarar este punto. La expansión
inicial del islam fue extraordinaria, y apenas cien años después de la
muerte de Mahoma (632) el imperio árabe-musulmán se extendía desde el
Indo hasta el Atlántico. Este desarrollo espectacular puso a una
sociedad tribal en contacto con grandes culturas, como la helenística,
la persa y la hindú. Bajo su atracción, el centro político del imperio
islámico basculó rápidamente desde Medina hacia esas zonas más
desarrolladas, asentándose primero en Damasco (bajo la dinastía de los
Omeyas, 661-750) y luego, bajo los Abasíes, en la recién construida
Bagdad, en plena Mesopotamia. Esta expansión creó un impulso dentro del
islam similar a aquel que tempranamente experimentó el
judeocristianismo, es decir, a dejar de ser una religión tribal para
convertirse en una religión universal, capaz de difundirse entre otros
pueblos e incorporar parte de la rica herencia cultural de los mismos
(así, del mestizaje simbólico entre Jerusalén y Atenas nació el
cristianismo).
Esta
aspiración más abierta y cosmopolita fue el secreto del momento más
esplendoroso de la civilización islámica: los dos primeros siglos del
califato de Bagdad (750-944). Es en ese ambiente que surgen, ya en el
siglo VIII, escuelas de pensamiento islámico como la de los mutazilíes,
claramente influencidos por el racionalismo griego y hasta hoy objeto de
odio de parte de las corrientes tradicionalistas del islam.
Ahora
bien, fue justamente este inicio prometedor lo que desencadenó la
primera reacción fundamentalista en la historia del islam, en lo que
sería una de sus características recurrentes, donde los intentos de
apertura y mestizaje cultural se ven revertidos por largos períodos de
reacción islamista bajo la bandera del retorno a la pureza de los
orígenes, es decir, al espíritu tribal del primer islam.
Con
la desintegración del califato de Bagdad, ese mundo islámico en que las
elites eran fieles al Corán pero leían también las traducciones de los
clásicos de la Antigüedad grecolatina, tal como se inspiraban en la
cultura jurídico-política de Bizancio y en los sofisticados estilos de
vida persas, terminó siendo destruido por el localismo y la reacción
popular, guiada por los ulemas ("doctores de la religión" y líderes
locales). La consecuencia fue el surgimiento de una férrea ortodoxia
jurídico-religiosa basada exclusivamente en el Corán y la sunna del
Profeta (recolección de relatos autentificados de la vida y los dichos
de Mahoma o hadices). A partir de ello se fija la ley divina o sharía,
que rige toda la vida social, y el islam, especialmente en su versión
sunita, pasa a ser una religión del recuerdo o la imitación (taqlid),
que no conoce concepto más aborrecido que el de bida o innovación
(sinónimo de herejía).
Wahabismo e islamismo
Durante
la larga evolución histórica del islam se dieron nuevos ejemplos,
habitualmente en las periferias del mundo islámico, de mestizaje y
pluralismo. Fue así como se construyó el esplendor del califato de
Córdoba (929-1031) o del reinado de Akbar en la India (1556-1605). En el
caso de la España musulmana, la reacción vino, primero, desde
Mauritania y Malí, origen de la expansión almorávide, y luego se
intensificó con los almohades, de origen bereber. En el caso de la India
musulmana, fue el emperador Aurangzeb (1658-1707) quien destruyó la
notable obra de apertura y sincretismo religioso-cultural de Akbar.
Sin
embargo, el caso más extremo y relevante de reacción islamista se da en
la propia cuna del islam, la Península Arábiga. Se trata del wahabismo,
también conocido bajo la denominación genérica de salafismo (de salaf o
ancestro, referido a las primeras tres generaciones de seguidores de
Mahoma, como ideal del musulmán). Esta es la principal corriente
fundamentalista sunita, de la que provienen, entre otros, Al Qaeda, el
Estado Islámico, Boko Haram (Nigeria), Al Shabaab (Somalia), Al Nur
(Egipto) y los talibanes. Deriva su nombre de Mohamed ben Abdul Wahab
(1703-1792), cuyas doctrinas ascéticas fueron una reacción
extremadamente virulenta contra lo que interpretaba como una
degeneración del islam, particularmente bajo los impulsos místicos del
sufismo. Esto lo llevó a predicar la absoluta unidad y centralidad de
Alá (al Tauhid), lo que incluso indujo a destruir cúpulas, minaretes y
monumentos funerarios, especialmente aquellos asociados con Mahoma y sus
compañeros, que pudiesen distraer al creyente del culto único a Alá.
Esta obra de destrucción, que el Estado Islámico sigue promoviendo,
conoció su momento culminante a comienzos en el siglo XIX, cuando las
fuerzas saudíes conquistaron La Meca, Medina, Kerbala y Nayaf.
Una
de las principales fuentes de inspiración de Mohamed ben Abdul Wahab
fue Taqi al Din ben Taimiya (1263-1328), gran predicador fundamentalista
de la yihad militar y el uso de la excomunión (takfir) contra otros
musulmanes, que pasaban de esa manera a ser apóstatas. En su caso, los
enemigos y falsos musulmanes eran los conquistadores mongoles y sus
colaboradores, pero su llamado a la yihad contra otros (falsos)
musulmanes fue retomado de manera genérica por Wahab, que pasa a
constituir la referencia clave de todo el pensamiento salafista hasta
nuestros días, tal como lo demuestran, entre otros, Osama ben Laden y
los líderes del Estado Islámico.
Tanto
el papel histórico de Wahab como su importancia actual se fundan en su
alianza con un jefe tribal, Mohamed ben Saud, que adoptó sus doctrinas
como base religiosa de sus intentos por unificar Arabia. Los
descendientes de Ben Saud fundarían, en 1932, la Arabia Saudita que hoy
conocemos, y que es la base de un fundamentalismo wahabí que extiende su
influencia dentro y fuera del mundo musulmán con la ayuda de la riqueza
petrolera de ese país. No es por ello ninguna casualidad que Osama ben
Laden provenga de Arabia Saudita ni que muchas de las tribus iraquíes
que sostienen el Estado Islámico estén emparentadas con tribus sauditas.
Tiempos de guerra
Vivimos
en tiempos de guerra, global, implacable y prolongada, con el islamismo
armado o yihadismo. El avance genocida del Estado Islámico y sus
ramificaciones internacionales nos ha obligado a reconocer esta penosa
realidad. El escenario actual de la guerra es el Oriente Medio, pero
pronto lo veremos extenderse, bajo nuevas formas, por otras latitudes.
Hay miles de jóvenes que viven en las sociedades occidentales que ya son
parte o están deseosos de ser parte de la yihad global. Esto es lo
urgente, lo que debemos combatir aquí y ahora con toda decisión. Sin
embargo, lo decisivo será enfrentar la corriente ideológico-religiosa de
la que se nutre el yihadismo y que, como hemos visto, está enraizada en
los fundamentos mismos del islam.
Debemos,
en otras palabras, reconocer que existe un problema dentro del islam
que reside en su aspiración central, incompatible con una sociedad
abierta y democrática, de regir la vida social en su integridad. Esta
aspiración, y no sólo los métodos más o menos extremos para alcanzarla,
es el quid del problema. En este sentido, es sintomático que la crítica
al yihadismo proveniente del islam institucionalizado (como la del gran
muftí de Egipto y otras autoridades similares) se centre en la
brutalidad de los métodos usados o en la proclamación ilegítima del
califato, sin entrar en el fondo del asunto, ya que en ese terreno el
islamismo tiene muchos triunfos en la mano.
Esta
es la gran encrucijada del islam contemporáneo, y debiera también ser
encarada, clara y honestamente, por aquellos musulmanes reformistas que
quieren hacer del islam una religión moderna. Para sobrevivir en el
largo plazo, el islam debe iniciar una retirada desde su concepción
original totalizante hacia la esfera puramente espiritual y privada.
Queda por ver si ello será posible.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
Nenhum comentário:
Postar um comentário