El
apocalipsis ecológico es anunciado por todos los medios y todas las
tribunas. Hasta ha sido acuñado el término «emergencia climática».
Entre
tanto, pocos recuerdan que el apocalipsis del planeta por culpa de la
gente libre es un cuento antiguo. Malthus auguró el desastre demográfico
en 1798. Y el espantajo ecológico tiene también sus años: otro
economista inglés, Jevons, pronosticó el fin del carbón en 1865. Tony
Heller recopiló en «Real Climate Science» una interesante cantidad de
estas predicciones catastrofistas equivocadas (https://bit.ly/3q0AE7b).
En
los años 1960 ya se hablaba del colapso inminente. Brillaba entonces la
estrella del profesor Paul R. Ehrlich, de la Universidad de Stanford,
porque estas lumbreras meten la pata, pero desde ilustres templos del
saber, que predijo la inanición masiva por la explosión demográfica. Los
acompaña siempre la ONU y la prensa políticamente correcta: el New York
Times informó (es un decir) en agosto de 1969 de que la humanidad iba a
desaparecer en veinte años.
El
científico James P Lodge predijo en 1970 grandes cambios en el clima
para el primer tercio del siglo XXI, o sea, ahora, pero no avisó de un
calentamiento sino de un enfriamiento, una nueva edad de hielo. En
cualquier caso, siempre se iba a acabar el agua, la comida, la
naturaleza, etc. El doctor Irasool de la Universidad de Columbia también
respaldó, como muchos otros, la tesis del enfriamiento de la Tierra, y a
finales de la década de 1970 el New York Times seguía insistiendo: la
ola de frío no tiene fin.
Pero
las temperaturas empezaron a subir, y los anuncios cambiaron: siempre
fueron lúgubres, pero ahora en sentido contrario: iba a haber sequías,
incendios y subidas alarmantes del nivel del mar; en 1988 leímos que las
Islas Maldivas desaparecerían en treinta años. Un científico declaró a
The Independent en el año 2000 que los niños nunca más iban a ver nevar.
Al Gore predijo en 2008 que en cinco años, cinco, no habría más hielo
en el Polo Norte. En 2009 el príncipe Carlos de Inglaterra proclamó que
solo teníamos ocho años, ocho, para salvar el planeta.
No
vivimos en un paraíso medioambiental, ni la pasividad es siempre
aconsejable. Pero, a tenor de las patas metidas durante siglos, un
poquito de prudencia no vendría mal, sobre todo ante la prisa por salvar
el planeta quebrantando la libertad de la gente.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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