Via Instituto Independiente, o artigo de Álvaro Vargas Llosa sobre a violência no Chile:
Todo empezó con
estudiantes destructivos cuya justificación era un alza leve del billete
del metro del que muchos estaban exentos (y que desde hace años sube
bastante menos que el salario mínimo). Otros grupos, organizados y sin
reclamo específico, engrosaron la orgía violenta, seguidos por
saqueadores. Hubo muertos, robos, incendios, daños cuantiosos. La
población, aterrorizada, se debatía entre organizar su propia defensa y
clamar por las fuerzas del orden, a las que el Gobierno dudaba si
movilizar en todo su poderío por el fantasma de Pinochet y porque no
serían los violentos, sino los uniformados y sus jefes, quienes
adornarían la picota pública.
Alentaron esto el
Frente Amplio (el Podemos austral), el Partido Comunista y un sector
socialista. No contribuían así a acercar la revolución comunista o el
socialismo estatista, sino el populismo de derecha, pues, naturalmente,
el ansia de orden público se apoderó de las mayorías y surgieron
intérpretes severos de la angustia ciudadana.
Muchos chilenos
tienen reclamos. Pero no quieren cambiar un modelo liberal por uno
socialista sino ampliar los beneficios del sistema (por eso fue
derrotado electoralmente el Frente Amplio). Hay también un grupo que
cree más en limitar las desigualdades que en su propio progreso, que
resiente no tener servicios públicos de primer mundo e incluso quienes, a
la moda, abrazan la política sin intermediarios o la «acción directa».
No saquemos conclusiones equivocadas. Si algo ha caracterizado Chile en
este milenio es la movilidad social y la reducción de la desigualdad.
Varios estudios conocidos (el del Banco Mundial sobre la clase media, el
de la Universidad Católica sobre la distribución del ingreso, el de la
Latin American Economic Review sobre la desigualdad) son categóricos:
seis de cada diez chilenos han experimentado un ascenso social (el resto
no ha descendido); el 97 por ciento de los niños pobres están
escolarizados; los que tienen entre 25 y 34 años superan a sus pares de
la OCDE en porcentaje de educación secundaria, y en las generaciones
jóvenes la desigualdad es mucho menor que en las mayores, medida con el
Gini o las encuestas estatales Casen. Nunca hubo menos pobreza.
La clave ha sido el
crecimiento económico. La redistribución ha jugado su rol, pero lo
anterior ha contribuido cuatro veces más que lo segundo a que las nuevas
generaciones gocen de notable movilidad. Lamentablemente, las reformas
de Bachelet que lesionaron el clima de inversión, la ausencia de grandes
reformas antes y después de ella (en el segundo caso por obstrucción
del Congreso) y la radicalización delirante de la mitad de la izquierda,
que ha acorralado a la otra mitad (esa que contribuyó al éxito chileno
por «aggionarmento» intelectual y sentido de responsabilidad), han
desacelerado el crecimiento. Ello está frenando los avances citados y
podría acabar revirtiéndolos.
Ya quisieran otros latinoamericanos los problemas que han lanzado a muchos chilenos a las calles.
BLOG ORLANDO TAMBOSI

Nenhum comentário:
Postar um comentário