Nada a ver com a banda Guns and Roses. O artigo de Luis Herrera Orellana, publicado no Instituto Cato,
faz referência à catastrófica situação venezuelana, destruído pelo
chavismo. Não há outra conclusão: o socialismo reduz a condição humana à
violência e à servidão:
“Hay personas que no
buscan algo lógico, como por ejemplo el dinero. No se les puede comprar
ni amenazar, ni se puede razonar o negociar con ellas. Algunas personas
solo quieren ver arder el mundo”. Alfred, en El caballero de la noche.
Los seguidores de la
música de esa extraordinaria banda llamada Guns and Roses creerán que
las líneas que siguen comentan la letra de su famosa canción "Apetite
for Destruction" (Apetito de destrucción), pero no es así. Lo que sigue
nada tiene que ver con música, cultura, dignidad y libertad, sino con el
relato de casos reales de la Venezuela actual, que muestran cómo bajo
el socialismo la vida humana es reducida a la indignidad, a la
desesperanza, a la violencia y la servidumbre, al ser justamente todo
esto el objetivo final de aquella ideología destructiva, una de cuyas
expresiones es el comunismo.
Eva es una perrita
mestiza, rescatada de la calle y de un año de edad. Ella padece un
trastorno orgánico debido al cual su cuerpo no absorbe las proteínas que
le aportan los alimentos. Para superar el problema requiere de varios
medicamentos, uno de los cuales está sujeto a un absurdo control que
fija su precio máximo de venta muy por debajo del costo de producción y
que solo puede comprarse, si se tiene un informe médico para humanos que
lo autorice, en el ente estatal llamado Sefar (Servicio Autónomo de
Elaboraciones Farmacéuticas, adscrito al Ministerio del Poder Popular
para la Salud) que monopoliza la venta de medicinas declaradas de
primera necesidad y sujetas a control de precio.
La pequeña mestiza
necesita un medicamento —el mismo, valga indicar, que necesitan los
miles de niños y personas con desnutrición en Venezuela— pero el
socialismo chavista no le permite a los dueños de Eva adquirirlo
libremente, pues debido a un inútil y corrupto control de precios que ha
ido destruyendo farmacias, droguerías, empresas de importación y la
actividad de laboratorios, así como a la existencia de injustificados
monopolios a la importación y comercialización de cada día más
medicamentos, no son los usuarios, los enfermos, sino un burócrata,
sobre la base de sus propias preferencias y simpatías, quien decide
quién, cuándo y en qué cantidad puede acceder al medicamento. Esto es
socialismo.
Nela es una mujer
venezolana, madre y ama de casa que tiene necesidad de hacerse un par de
intervenciones quirúrgicas que, por fortuna, no son de riesgo ni
tampoco implican mayor complicación desde el punto de vista operatorio;
ella es afiliada a una compañía de servicios de medicina prepagada
pionera en esta área en Venezuela, y que siempre se destacó por su
calidad, eficiencia y amable atención a sus afiliados. Esta compañía ha
sido sometida a un agresivo e inconstitucional proceso de quiebra
comercial por el ente estatal llamado Sudeaseg (Superintendencia de la
Actividad Aseguradora adscrita al Ministerio del Poder Popular de
Economía y Finanzas), que controla, es decir, que planifica
centralizadamente el funcionamiento de las empresas “privadas” de
seguros, medicina prepagada y reaseguros en el país.
Dicho ente, que en
esta área aplica los controles vigentes en casi ya toda la economía, le
ha impedido a esta compañía de medicina prepagada ajustar tarifas y
precios de sus servicios, a pesar de que la inflación estuvo en 2016
entre 300% y 400% (el Banco Central, controlado por el chavismo, nunca
dio cifras reales), de modo que existe el riesgo de que las dos
intervenciones quirúrgicas antes referidas no puedan ser atendidas por
la compañía, mucho mayor es el riesgo de que aquellos afiliados que
tengan problemas de salud realmente graves, por patologías o emergencias
que no admiten espera alguna, queden sin ser atendidos, en un país
donde los hospitales sencillamente no curan a nadie porque están
destruidos. Nela necesita operarse, pero el socialismo chavista, en
nombre de la justicia social, la suprema felicidad del pueblo y la
revolución, no se lo permite, por el contrario, antes prefiere quebrar
en cámara lenta a un buen prestador de servicios de salud que saber que
en Venezuela hay personas que hallan en el sector privado solución a sus
problemas. Esto es socialismo.
Marlon es un hombre
venezolano, padre y docente en un instituto didáctico de formación, con
amplia experiencia gerencial y pedagógica en el antiguo INCE (Instituto
Nacional de Capacitación Educativa), ese que creó y fue por años orgullo
del sistema democrático venezolano, actualmente convertido en Inces
(Instituto Nacional de Capacitación Educativa Socialista), un centro
para la ideologización, la corrupción y la estructuración de diversas
agrupaciones controladas por el partido de gobierno para amedrentar y
agredir a la población que reclama respeto a sus derechos fundamentales.
A este instituto, y a todos los similares a él, asisten jóvenes de
entre 17 y 19 años, habitantes de barriadas populares de Caracas, que
hacen un enorme esfuerzo por asistir a tomar sus cursos con la fe en
obtener luego de aprobarlos un trabajo formal, decente, que les permita
vivir con dignidad —todos los días estos jóvenes tienen frente a sus
hogares la opción de adoptar el delito como forma de vida, pero
heroicamente lo rechazan y apuestan por lo correcto—.
Debido a su vocación y
ganas de contribuir a la formación de estos jóvenes, Marlon y sus
colegas docentes dictan varios cursos a la semana, mañana y tarde, con
la ilusión de ayudar a que no todo se pierda en Venezuela, a pesar de
que la remuneración es más simbólica que real. Pero tanta belleza y
virtud no pueden ser toleradas en el socialismo. Sin base jurídica
alguna, y con el evidente propósito de destruir esta opción de
capacitación y superación de los jóvenes pobres que asisten a la
institución —opción que los liberaría de la dependencia política de las
misiones chavistas y de aberraciones que rayan en la planificación
centralizada cubana como los CLAP (Comités Locales de Abastecimiento
Popular, que monopolizan a nivel local el acceso a comida y otros rubros
como artículos de aseo, higiene personal, etc., de gran demanda
social), el Inces informó a este instituto y todos sus semejantes que a
partir del mes de abril ya no pueden impartir más cursos, que desde ese
mes el Inces “retomará” los cursos —y con ello los recursos económicos
que aporta la empresa privada para la formación de jóvenes— y será el
gobierno chavista y no las gerencias privadas de estos institutos los
que decidirán qué se hará en lo sucesivo.
Marlon quiere enseñar
y dar lo mejor de sí en medio de la crisis humanitaria más brutal de la
historia contemporánea de Venezuela; los jóvenes héroes que asisten a
sus cursos, con hambre, usualmente robados en el trasporte público y
casi sin nada del dinero inorgánico que circula en Venezuela en sus
bolsillos, quieren capacitarse y depender de su propio esfuerzo para
prosperar. Pero el socialismo chavista se los impide, en nombre del
servicio público, del comandante eterno, del Plan de la Patria y del
“hombre nuevo” (colectivismo soviético puro y duro), y con el doble fin
de, por un lado, robar los fondos que aportan —y que obligarán a seguir
aportando— las empresas privadas que donan fondos a estos institutos
educativos y los fondos públicos que con toda seguridad exigirán al
Ejecutivo enviar, y por el otro, acabar de raíz con esta fuente de
autonomía individual inaceptable para el integrismo socialista, muy
pronto estas instituciones serán un bonito y nostálgico recuerdo, los
docentes quedarán sin empleo y no pocos de los jóvenes que quedarán sin
capacitación pasarán a engrosar las violentas filas del crimen común u
organizado, que abiertamente también es patrocinado por el régimen de
terror socialista que detenta al poder. Esto es socialismo.
Espanta saber que
Eva, Nela y Marlon, a pesar de las situaciones antes descritas, son
todavía “privilegiados”, pues viven en la capital y no en la provincia,
residen en urbanizaciones y no en barrios (zonas populares urbanas sin
condiciones básicas para residir), no dependen para vivir de las
misiones socialistas del régimen chavista y cuentan con el apoyo de sus
familiares. Cada día están más disminuidos en sus oportunidades y
condiciones, pero no están, todavía, en la peor situación imaginable en
la Venezuela actual, que no es otra que la mendicidad, la docilidad y la
sumisión, situación que, desde luego, es a la que en efecto apuntan
quienes ocupan ilegítimamente los altos cargos en el Ejecutivo Nacional y
los demás poderes públicos y entes del Estado subordinados al Partido
Socialista Unido de Venezuela y al régimen autoritario cubano.
Sí están, en cambio,
en esa situación, quienes viven en barrios, en la provincia, quienes
dependen totalmente para subsistir de las misiones socialistas y no
cuentan con el apoyo de nadie, ni de familiares ni de amigos, para poder
enfrentar la imposibilidad de acceder libremente a bienes y servicios
de calidad. La condición inhumana, ya de franca regresión y hasta
involución cognitiva, física y moral en que estas personas se
encuentran, no es un resultado involuntario, colateral, del socialismo
aplicado por el chavismo, no. Muy por el contrario, es el resultado más
importante para dicho régimen autoritario, pues solo frente a siervos,
miserables y seres carentes de capacidad para el juicio y la disidencia
política es que puede aspirar con éxito a mantenerse indefinidamente en
el poder.
Tal proyecto está en
marcha desde la llegada misma del chavismo al poder en 1998, solo que
sus adversarios, arrogantes, ignorantes y mediocres a la vez, en
general, siempre han subestimado o sido indiferentes —tal vez hasta por
simpatía con el plan en algunos casos— respecto de esta forma de acción
política, que cada día es más y más agresiva, descarada y eficaz, pues
la desesperanza en un cambio político cercano termina por quebrar la más
férreas de las voluntades para actuar con rebeldía y deseo de cambio.
Las personas que a
diario son destruidas por el proyecto socialista no están en condición
de esperar por las maquinaciones de los ex presidentes pro oficialistas
de España, Panamá y República Dominicana y del gobierno del Vaticano,
cuyo nuncio aquí hasta asiste a fiestas de dirigentes chavistas a
politizar su fe. Cada día que pasa, sus mentes, sus cuerpos y más
temprano que tarde sus vidas se escapan, porque deliberadamente los
controles, los monopolios, la censura, el discurso de odio, la falta de
tutela judicial, el miedo y la represión brutal que imperan buscan eso,
doblegarlos, hacerlos dóciles y finalmente quitarles la vida…, a menos,
claro, que acepten el reino del terror y a través de la corrupción u
otras formas de delito se sume a los que por convicción o por necesidad
legitiman la tiranía chavista.
El apetito de
destrucción es consustancial al socialismo, pues como bien se dijo en
algún momento del siglo XX, su error fundamental, o más bien, su maldad
esencial, es de tipo antropológico (lo afirmó Juan Pablo II en la
encíclica Centesimus annus, nn. 12-15), está reñido a muerte con el ser
humano tal cual es, un ser para la libertad, y por eso debe cada día
destruir a más seres humanos, hasta lograr solo rebaños. De allí que
repugne y cause desprecio la pasividad, tranquilidad y hasta normalidad
con que una parte de quienes dicen enfrentar políticamente al régimen
autoritario asumen el reto de lograr el cambio político en Venezuela, al
aceptar las abyectas condiciones que aquel les fija para todo lo que
hacen —como la “legalización” de sus propios partidos—, incluido el
tramposo e inútil “diálogo” con el que el chavismo solo gana tiempo para
permanecer en el poder y prepararse para “ganar” en las “elecciones”
presidenciales de 2019. A esas personas, que más atacan a sus críticos
que al oficialismo, cabe aplicar el contenido del libro El mal
consentido, del que próximamente hablaremos.
Mientras, Eva, Nela y
Marlon, y más allá, los millones de venezolanos que sufren por la
violencia, la pobreza y el apetito de destrucción del socialismo
chavista, siguen resistiendo como pueden, muy agradecidos, valga decir,
por el apoyo de voces internacionales como la del secretario general de
la OEA, Luis Almagro, quien, a diferencia de nefastos politicastros de
la clase política nacional —parte de ellos responsables directos del
ascenso del chavismo al poder—, sí se ha comprometido con la verdad, la
justicia y el dolor de las víctimas de la tiranía que quedan en los
jirones de lo que alguna vez fue la República de Venezuela.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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