Aos 86 anos, o cineasta apresenta um livro de memórias e prepara seu filme número 50. A respeito das acusações de Mia Farrow sobre seu suposto abuso sexual, afirma: "Tudo segue igual, anda posso fazer a respeito". Eduardo Lago para El País:
Han
transcurrido tres décadas desde que saltó a los periódicos la noticia
de que Woody Allen (Brooklyn, Nueva York, 86 años), uno de los cineastas
más influyentes de nuestro tiempo, estaba manteniendo una relación
secreta con Soon-Yi Previn,
hija adoptiva de quien era entonces la pareja del cineasta, Mia Farrow.
Allen tenía 56 años y Previn 21. Tras contraer matrimonio cinco años
después, la pareja adoptó a dos niñas, Bechet y Manzie. A fecha de hoy,
siguen juntos. Ocho meses después de descubrir el affaire,
Farrow
acusó a Allen de haber agredido sexualmente a la hija adoptiva de
ambos, Dylan, que entonces tenía siete años. Dylan sostuvo las
acusaciones. El asunto, sin embargo, nunca llegó a ser juzgado por falta
de pruebas.
La situación alcanzó el clímax cuando, con 28 años, Dylan renovó las acusaciones contra su padre en una entrevista concedida a la CBS y un artículo de opinión publicado en The New York Times.
No se pudo demostrar que las acusaciones fueran ciertas, pero afectaron
a la carrera de Allen en Estados Unidos. Cuando hace dos años estaba a
punto de salir su autobiografía, A propósito de nada,
el personal de Simon & Schuster protestó abiertamente, y la
editorial canceló la publicación. El libro salió a la luz en un sello
mucho menos visible. Por aquellas fechas, Ronan Farrow, hijo biológico de Allen y Farrow,
autor de Depredadores y ganador del Premio Pulitzer de periodismo por
sus trabajos de investigación sobre el mundo de los abusos sexuales a
menores, seguía sosteniendo que su padre era un depredador sexual.
Los
medios de todo el mundo se hicieron eco de la acusación. La división de
cine de Amazon rompió su contrato con el director, muchos de los
actores que habían trabajado a sus órdenes lamentaron haberlo hecho, sus
películas dejaron de distribuirse normalmente y la serie de televisión Allen contra Farrow, de HBO,
adoptó una perspectiva condenatoria hacia el cineasta. En el mundo del
cine hubo algunas voces que salieron en su defensa, como Javier Bardem,
Scarlett Johansson y Diane Keaton. Otro de los hijos adoptivos de Allen y
Farrow, Moses, ha sostenido categóricamente que las acciones que se le
imputan a su padre son manipulaciones de Mia Farrow, que fue pareja de
Allen durante 12 años y rodó 13 películas con él, aunque nunca vivieron
juntos.
El
motivo de la conversación que Woody Allen accedió a mantener con EL
PAÍS es la inminente publicación en España de Gravedad cero (Alianza
editorial, traducido por Eduardo Hojman) , su primer volumen de relatos
en 15 años. Antes de hablar del libro, resulta inevitable preguntar si
la situación que lleva viviendo desde hace treinta años ha cambiado de
signo. “No”, responde sin denotar un ápice de hastío. “Todo sigue igual,
aunque tengo que decir que lo que ha ocurrido no me ha afectado a lo
que de verdad me importa, que es mi trabajo. Sigo haciendo películas,
sigo escribiendo libros y sigo tocando música.
Por supuesto, sería mejor que no estuvieran pasando estas cosas, pero
no puedo hacer nada al respecto. Como sabe, Estados Unidos está
atravesando un momento histórico nefasto en relación con muchas cosas,
lo cual afecta de manera particularmente grave a la cultura. Pero sigo
adelante en otros lugares, después de la inolvidable experiencia de
rodar El festival de Rifkin en San Sebastián rodaré mi película número 50 en París”.
La
entrevista tiene lugar en el Manhattan Film Center, en Park Avenue,
donde el director de cine tiene sus estudios de montaje y su despacho
personal. El lugar está lleno de cintas, vinilos y paneles que detallan
instrucciones de rodaje, así como montañas de libros sobre cine. Allen
se muestra aliviado cuando la conversación deriva hacia otros
derroteros. La mirada se le ilumina cuando se le pide que evoque los
años de su infancia en Brooklyn. “Fue maravillosa, aunque entonces no lo
vi así porque mis padres tenían muy poco dinero y su vida era muy dura.
Crecí en la calle, en un barrio muy pequeño con tiendecitas,
restaurantes, boleras, una biblioteca fabulosa y una docena de cines de
pantallas gigantes, con grandes lámparas de araña que colgaban del techo
y alfombras rojas en los pasillos. La entrada costaba 15 centavos y
podías ver varias películas. Mi madre me dejaba en la puerta a la una
con un bocadillo y me venía a recoger a las seis. A veces veía la misma
película dos o tres veces y no me cansaba. Aparte del cine, lo mejor era
cuando me ponía enfermo, porque odiaba ir al colegio y me pasaba el día
entero en la cama escuchando la radio y leyendo cómics”.
¿Recuerda
Woody Allen cuando se enamoró por primera vez? “En la guardería”,
contesta sin pestañear. “Desde muy pequeño era plenamente consciente de
que había niñas encantadoras y muy guapas en clase; bueno, no todas.
Siempre les preguntaba si querían salir conmigo, pero me decían que yo
era demasiado pequeño y nunca aceptaban. Odiaba el colegio, las
asignaturas, el horario, a los profesores, pero me podía pasar horas
mirando a las chicas, inmerso en un aura de felicidad”.
En
Gravedad cero, recurre a textos humorísticos memorables, como Sin
plumas o Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, pero esta vez
hay algo distinto, una señal que Woody Allen no había emitido nunca con
tanta claridad anteriormente, un relato de más de 50 páginas, casi una
novela corta, un texto de gran calidad literaria titulado Crecer en
Manhattan. ¿Es muy diferente escribir un libro a dirigir una película?
¿Cómo se las arregla prescindiendo de las imágenes y quedándose solo a
merced de la palabra escrita? “¡Ha dado usted en el clavo!,” exclama,
aferrándose a los brazos del sillón, como si se dispusiera a saltar
encima de alguien o quisiera esquivar un golpe.
“Crecer
en Manhattan es un cuento largo, pero hubiera podido ser perfectamente
una película. O una novela. La diferencia entre el cine y la literatura
es que en una película dispongo de hora y media para mantener la
atención del público y durante ese tiempo no me puedo distraer un solo
instante porque corro el riesgo de que la gente se levante de la butaca y
se largue. Hay que entretener al público con imágenes, diálogos,
conflictos y personajes de manera constante. En un libro las cosas son
mucho más relajadas. En la gran literatura, Los hermanos Karamazov
pongamos por caso, hay páginas y páginas en las que la trama no avanza,
pero no importa en absoluto, al revés. En cine eso sería suicida”.
En
la visión que tiene Woody Allen de las cosas hay un ingrediente
constante: su interés por la filosofía, que el neoyorquino pone patas
arriba mediante el recurso a un humor irreverente. “Mi interés por la
filosofía se remonta a los años de mi primer matrimonio, cuando era muy
joven. Mi mujer estudiaba filosofía, y los temas filosóficos ocupaban el
primer plano de nuestras conversaciones. Inmediatamente decidí
incorporar la filosofía a mis actuaciones como cómico de cabaré, así
como a mis películas. La mayoría de los humoristas de cabaré hacen
chistes a costa de asuntos que nos afectan directamente en la vida
cotidiana: la política, la economía, internet, las redes sociales,
problemas inmediatos... Mientras que yo abordo las cuestiones
fundamentales de la existencia, como el sentido de la vida, la religión y
otros temas de gran envergadura desde una perspectiva cómica. Si se
presta atención a mis películas se ve claramente que en ellas hay un
sustrato filosófico. No se asuste, no tengo intención de entrar a fondo
en eso ahora”.
A
la pregunta de quiénes son los filósofos que más interés han despertado
siempre en él desde el principio, responde que todo empezó con los
existencialistas franceses, Beauvoir, Sartre y de manera particular, Camus. También menciona a Nietzsche y Kierkegaard, de la mano de los cuales llegó a Ingmar Bergman, quizás el director que más ha influido en él. Entre sus escritores favoritos menciona, además de a los grandes novelistas rusos, a Stendhal, Camus, Philip Roth y de manera especial a Saul Bellow.
Su novela favorita, proclama, es Moby Dick, “cosa que no entiendo bien,
porque no me gusta el mar ni me interesan lo más mínimo los barcos ni
la pesca de ballenas”.
En
una rueda de prensa en Cannes le preguntaron en una ocasión qué pensaba
de la muerte y contestó que estaba totalmente en contra. ¿Se podría
decir que, aunque Woody Allen está muy interesado en la muerte, la
muerte no parece estar demasiado interesada en él? “No parece que esté
lo suficientemente interesada, pero, aunque no fuera así, no hay nada
que hacer al respecto. La vida es demasiado corta, lo cual me parece
estúpido. Camus prefería decir que la vida era absurda, pero creo que la
palabra le da un aire de dignidad. Me parece más exacto decir que la
vida es estúpida... estúpida y trágica. Claro que si se piensa eso hay
que elegir entre pegarse un tiro o, en mi caso, hacer películas”.
Gravedad
cero es su primer libro en 15 años, el quinto en su haber. “Para ser
exactos,” precisa, “en toda mi vida solo he escrito un libro, A
propósito de nada, mi autobiografía. Los demás son recopilaciones de
textos previamente aparecidos en revistas como The New Yorker. Lo
curioso es que desde hace un tiempo tengo un sentimiento nuevo, y es que
creo que me gustaría escribir un libro, un libro de verdad, una
novela”.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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