Um era médico e naturalista, se opôs à escravidão e promoveu a educação feminina; seu neto, ao contrário, era um distraído que se aborrecia com as aulas, mas chegou a se transformar em um dos cientistas mais influentes da história. A vida e as ideias de ambos nos ajudam a pensar o presente e o futuro da biologia e da medicina. Antonio Lazcano Araujo para Letras Libres:
Quiero
y debo comenzar agradeciendo la doble distinción de la que soy objeto
el día de hoy al ser investido como miembro de la academia más antigua
de México, y por haber sido invitado para hablar no solo a nombre propio
sino también en representación del grupo de médicos extranjeros con
quienes hoy comparto el mismo honor. Las biografías académicas de
Christiane Woopen, Stephen L. Hauser, Charles Mitchell Balch y sir
Michael Gideon Marmot son un recuento de su labor excepcional como
médicos, investigadores, docentes y editores de revistas científicas
que, a pesar de los problemas que enfrentan en nuestros días, desde la
aparición de las Philosophical Transactions of the Royal Society en 1665
siguen siendo el medio más importante para la socialización del
conocimiento científico.
La
fundación de la Accademia dei Lincei en Roma, la Académie Montmor en
París y la Royal Society en Londres a lo largo del siglo XVII marca para
muchos el nacimiento de la ciencia moderna. Quienes crearon estas
instituciones heredaron a los pensadores de la Ilustración la certeza de
que la verdad científica no puede depender ni del poder político ni del
poder religioso. Ese es uno de los objetivos de la evaluación de pares,
que hace del aparato científico un sistema participativo pero no
democrático. Hoy la medicina y la biología tienen frente a sí
oportunidades extraordinarias, pero también presiones políticas que
demandan respuestas firmes de nuestra parte. Contra lo que afirma la
hipocresía de la corrección política, el reconocimiento de la diversidad
cultural y los llamados conocimientos ancestrales no pueden ser
utilizados para debilitar el valor histórico y social de la ciencia.
Como bien dice Tzvetan Todorov citando al marqués de Condorcet, el
matemático, filósofo y político de la Ilustración que tanto desconfió
del populismo autoritario de Robespierre: “El poder público no tiene
derecho a decir dónde reside la verdad.”
Las
ciencias de la vida recibieron de la Ilustración dos grandes herencias
filosóficas íntimamente ligadas entre sí. Una fue el afianzamiento de la
visión secular de la naturaleza de lo vivo y la otra, el reconocimiento
del carácter histórico de los fenómenos biológicos. La perspectiva
laica de lo vivo no representa, como lo pretende el simplismo
trasnochado de algunos jacobinos, una actitud antirreligiosa, sino la
certeza de que no necesitamos invocar fuerzas místicas para explicar la
naturaleza de la vida misma. Por otra parte, la visión histórica está
representada por las ideas evolucionistas de Jean-Baptiste de Lamarck,
uno de los autores de la Enciclopedia, a quien Charles Darwin consideró
como su predecesor más importante. El objetivo primario de la teoría de
la evolución no está en la discusión inacabable sobre si Dios existe o
no, sino en el estudio de los procesos y mecanismos que explican la
diversidad pasada y presente de la biósfera.
Los
dos autores más mencionados por Charles Darwin en El origen de las
especies son Newton y Lamarck, pero no es fácil entender la ausencia de
su abuelo paterno Erasmus Darwin, uno de los grandes personajes de la
Ilustración. Erasmus había estudiado en la escuela de medicina de la
Universidad de Edimburgo, una de las instituciones educativas más
avanzadas del Reino Unido. Era médico y poeta, pero, aunque fue uno de
los fundadores de la Sociedad de los Lunáticos, no era un demente. La
agrupación se reunía en fechas en las que había noches de luna llena,
para evitar que al regresar a sus casas los carruajes se salieran del
camino y se desbarrancaran. Con sus amigos, Eramus Darwin se opuso a la
esclavitud, apoyó las ideas de la Revolución francesa, fomentó el
desarrollo científico y tecnológico, respaldó la independencia de las
colonias estadounidenses, promovió en la teoría y en los hechos la
educación femenina, y, como le escribió a Edward Jenner, imaginó un
futuro en el que los niños fueran bautizados y vacunados al mismo
tiempo.
Era
una época feliz en la que las disciplinas científicas no estaban
separadas por fronteras infranqueables, y en los consultorios médicos y
los gabinetes de historia natural había herbarios, fetos con dos
cabezas, pulgas vestidas, telescopios y microscopios al lado de
colecciones de minerales, meteoritos, fósiles y cálculos renales.
Erasmus Darwin era a la vez médico y naturalista, y publicó poemas sobre
las plantas y su taxonomía. Su libro Zoonomía o las leyes de la vida
orgánica era, a un tiempo, un llamado a la modernización de la medicina y
a la promoción de las ideas de la evolución biológica. Sus convicciones
transformistas lo llevaron a rediseñar el escudo familiar con una banda
con tres vieiras, las coquille Saint-Jacques de los franceses, y adoptó
como lema “E conchis omnia”, para proclamar que todo proviene de las
conchas, todo evoluciona a partir de los moluscos, todo se originó en
los mares a partir de los invertebrados.
Nieto,
hijo, sobrino y hermano de médicos, Charles Darwin estaba destinado al
estudio de la medicina y a los dieciséis años fue enviado a la
Universidad de Edimburgo. Era un vago irredento y distraído que se
aburría en las clases y, aunque tenía letra de cirujano, no pudo con los
estudios de medicina. Como anotó años más tarde en su autobiografía:
“Asistí en dos ocasiones al quirófano del hospital de Edimburgo, y
atestigüé dos operaciones que me dejaron un recuerdo terrible, una en un
niño, pero en ambos casos tuve que salir corriendo antes de que
concluyeran. El recuerdo de ambas cirugías me continuó atormentando
durante muchos años.”
La
familia no tardó en darse cuenta de que la tradición familiar se había
roto y que el joven Darwin no tenía futuro como médico. “Después de
haber permanecido durante dos sesiones escolares en Edimburgo, mi padre
se percató o, mejor dicho, se enteró gracias a mis hermanas, de que no
me atraía la idea de ser médico”, escribió Darwin muchos años más tarde,
“y me propuso que me convirtiera en un presbítero de la Iglesia
anglicana”. Para encaminarlo hacia una carrera sacerdotal, fue enviado a
Cambridge, pero tampoco destacó en los estudios teológicos. Como
escribió Niles Eldredge en The Lancet, cuando Darwin abandonó Edimburgo
llevó consigo no solo el recuerdo traumático de las cirugías, sino
también las enseñanzas de dos maestros que lo marcaron para siempre. Uno
era Robert Grant, médico, naturalista y promotor de las ideas
evolucionistas de Lamarck y del abuelo Darwin, y el otro el doctor
Robert Jameson, que creó en la escuela de medicina de Edimburgo el mejor
museo de historia natural que hubo durante mucho tiempo en el Reino
Unido.
Esos
tiempos se han ido para siempre pero, como nos mostró la pandemia de
covid-19, la interacción entre la biología y la medicina nos abre
continuamente nuevos horizontes que nos pueden ayudar a limitar los
riesgos del reduccionismo. Como lo demuestran el VIH-sida, el zika, la
influenza y el dengue, las epidemias causadas por virus de ARN, una
molécula más antigua que el ADN mismo, son cada vez más frecuentes.
Debido a que la evolución biológica es un proceso multifactorial, no
podemos predecir ni qué virus van a surgir ni qué mutaciones se van a
fijar en una población, pero la especificidad molecular no es tan
estricta como creemos, y para un patógeno las diferencias que separan a
un murciélago de un humano no son tan grandes como se pudiera creer.
Esto
lo comprendió muy bien Charles Darwin, que en 1871 publicó su libro
sobre el origen del hombre en donde afirmó que “es sabido por todos que
el hombre está construido sobre el mismo tipo general o modelo que los
demás mamíferos. Todos los huesos de su esqueleto son comparables a los
huesos correspondientes de un mono, de un murciélago o de una foca. Lo
mismo se puede afirmar de sus músculos, nervios, vasos sanguíneos y
vísceras internas […] el hombre puede adquirir de los animales
inferiores, o comunicarles a su vez, enfermedades tales como la rabia,
las viruelas, etc., hecho que prueba la gran similitud de sus tejidos,
tanto en su composición como en su estructura elemental, con mucha más
evidencia que la comparación hecha con el auxilio del microscopio, o del
más minucioso análisis químico”.
El
origen del hombre no es el mejor libro de Darwin, pero, como
escribieron hace unos treinta años James Moore y Adrian Desmond, hasta
sus críticos más intransigentes reconocieron que en sus páginas, además
de la aplicación audaz de procesos y mecanismos evolutivos para tratar
de entender a nuestra especie, se subrayaba el significado del
altruismo, la solidaridad, el sentido del deber, la compasión y el
compromiso con el bienestar de los humanos. Y esas, ni duda cabe, son
virtudes que muchos reconocemos en la comunidad médica.
Discurso de ingreso como miembro de honor
de la Academia Nacional de Medicina.
Antonio Lazcano Araujo es biólogo y doctor en ciencias por la UNAM. Es especialista en biología evolutiva y miembro de El Colegio Nacional.
Postado há 3 weeks ago por Orlando Tambosi
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