BLOG ORLANDO TAMBOSI
A morte é sempre uma tragédia: depende de quem morre, e da humanidade ou crueldade de quem olha a morte. David Toscana para Letras Libres:
La
muerte no siempre es una tragedia. Depende de quién se muera. Depende
de dónde estemos parados con respecto al muerto. Depende de la humanidad
o saña de quien mira la muerte. Depende de la herencia.
Para
Iván Ilich, es enorme desgracia la muerte de Iván Ilich, mientras que
su mujer y su hija, “inmersas en el torbellino de la vida social, no se
daban cuenta de nada, bien lo veía él. Lo único que les incomodaba era
que se mostrara tan mohíno y exigente, como si ellas tuvieran la culpa
de lo que le pasaba. Aunque trataban de ocultarlo, él comprendía que se
había convertido en un estorbo para ellas, su familia ya lo empieza a
considerar un estorbo y aceptan de buen grado que llegue la hora del
fin”. Iván, en cambio, piensa: “Justo ahora que me sentía un poco mejor y
los medicamentos empezaban a hacerme efecto, me sobreviene esta maldita
desgracia, esta desdicha”.
Un
27 de diciembre de 2014 estuve en Cracovia bebiendo vino con Xavier
Farré y recordando al poeta Tomaž Šalamun, en especial un poema que
habla de la desgracia que sería para el mundo que muriese Tomaž Šalamun.
Recibimos un mensaje de que justo entonces moría el poeta en Liubliana.
El mundo no tembló como con la muerte de Cristo, pero a nosotros sí nos
provocó tristeza la noticia a la vez que asombro porque nos hubiera
dado por hablar de él en ese momento.
En
la vieja literatura española era habitual toparse con quien llamaba a
la muerte con la fórmula más suplicante que imperativa de “ven, muerte”.
Entre estos, los versos más populares los cita Cervantes:
Ven, muerte, tan escondida
Que no te sienta venir
Porque el placer de morir
No me torne a dar la vida.
Hay otros a los que es difícil desentrañarles el sentido. Así los refiere Baltasar Gracián:
La vida, aunque dé pasión,
No quería yo perdella,
Por perder la ocasión
Que tengo de estar sin ella.
Lope
de Vega habla de un anciano que constantemente invocaba a la muerte
para que lo librara del trabajo que tenía de cargar leña. Ven, muerte.
Ven, muerte. Pero el viejo se asusta cuando por fin se le aparece la
muerte.
“Dime qué quieres”, le dijo;
y el viejo, temblando en verla:
“Que me ayudes a cargar”,
le dijo, “aquel haz de leña”.
Hay, por supuesto, muertes que alegran al que no murió.
En
el cuento “Un hombre en un estuche”, Chéjov relata la historia de
Bélikov, un maestro que impone en el pueblo una disciplina moral que
ahoga a los habitantes. Cuando al fin muere, el narrador nos dice:
“Reconozco que enterrar a personas como Bélikov es un gran placer.
Cuando regresábamos del cementerio, todos teníamos una expresión seria y
contrita; nadie quería exteriorizar ese sentimiento de satisfacción
similar al que experimentábamos mucho tiempo atrás, en los días de
nuestra infancia cuando los mayores salían de casa y corríamos por el
jardín una o dos horas, disfrutando de una completa libertad. ¡Ah, la
libertad, la libertad!”.
Cada
quien puede cambiar el nombre “Bélikov” por el que lleve en su ánimo y
deseo. Las buenas conciencias nos dicen que no debemos desearle a nadie
la muerte, pero no siempre somos tan virtuosos.
Cuando
Nuestro Señor Jesucristo asegura: “Mas yo les digo que cualquiera que
mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”,
supongo que abre la puerta para extrapolar: “Y si uno mira a alguien con
el deseo de verlo en la tumba, ya asesinó en su corazón”.
En
las redes sociales hay fiesta cada vez que aparece algún video en el
que matan a un asaltante. “Hermosas imágenes”, dice alguien. “Final
feliz”, aplausos o solicitud de premios para el justiciero. En tales
casos, sin importar nuestro estado de ánimo, los que escribimos
“sensatamente” estamos obligados a garrapatear algunas futilidades sobre
la descomposición social, los inconvenientes de la justicia por propia
mano y a hacer un llamado a las autoridades para que… bla bla.
Tengo
en casa una botella de champaña aguardando a que le llegue la hora a
alguno de mis Bélikov. Ojalá sea pronto porque la champaña no espera de
muchos años.
Quiero llegar a beberla, y no que la descorche mi viuda.
David Toscana (Monterrey,
1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de
Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.
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