A histeria contra os carros, convertidos em instrumentos criminosos, quando são cada vez mais limpos e mais seguros, é um exemplo notório dessa retórica excessiva dos radicais. Artigo do professor Carlos Rodríguez Braun para La Razón:
La
bondad que pretenden transmitir los ecologistas radicales con su
antiliberalismo contrasta con su retórica, casi tanto como su presunción
científica con la historia.
Los
mensajes son alarmistas y algo más. Siempre se trata de salvar el
planeta de una destrucción inminente, «nos lo estamos cargando», y cosas
por el estilo, que disuelven la responsabilidad en toda la
colectividad, claramente invitando a la coacción política; como cuando
aseguran que la contaminación «asesina». Este lenguaje brutal se aplica
solo a nuestra época, como si la contaminación no hubiera sido mayor
antes, y en particular a los países desarrollados, que son los que más
cuidan el medio ambiente, y, por tanto, menos «asesinan». La histeria
contra los coches, convertidos en instrumentos criminales, cuando son
cada vez más limpios y más seguros, es un ejemplo notorio de esta
retórica excesiva.
Los
profesores Pierre Desrochers y Joanna Szurmak, de las universidades de
Toronto y York, respectivamente, publicaron hace unos años un
interesante artículo sobre la larga historia del pesimismo ecológico, en
el que citan al biogeógrafo Philip Stott, de la Universidad de Londres,
que dijo: «cada época ha contemplado el cambio climático como un cataclismo, que castiga a la humanidad pecadora y codiciosa»;
aunque siempre hubo y sigue habiendo «una minoría crítica, y creyente
en el avance tecnológico, que a menudo lleva la razón contra el poderoso
e influyente grupo de los pesimistas».
Un
bulo clásico es el agotamiento de la tierra que pisamos, que, como
señaló el economista Dennis Avery, del Instituto Hudson: «la erosión del
suelo fue presentada como una amenaza desde el momento que el hombre
empezó a arañar un semillero con un palo». Y así, desde el «Poema de
Gilgamesh», hace cuatro mil años, hasta hoy, se han sucedido las
advertencias sobre el agotamiento de los recursos, empezando por la
tierra fértil, y todas han sido probadas erróneas.
Los
alarmistas integraron grupos distintos en el tiempo. Desrochers y
Szurmak recuerdan que hasta hace poco los ecologistas eran aristócratas y
reaccionarios, mientras que la izquierda tradicionalmente se ocupaba de
las condiciones de vida de los trabajadores. Tras la caída del Muro,
claro, todo cambió y la izquierda se volvió ecologista militante.
Concluyen los profesores: «En la raíz del ecopesimismo siempre subyace
una desilusión ante el progreso técnico, económico social. Dicha
desilusión está tan arraigada que ningún volumen de buenas noticias
puede disiparla».
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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