O crítico literário cubano Rafael Rojas resenha, para Letras Libres, a biografia do historiador britânico Eric Hobsbawm escrita por Richard Evans:
Hasta
el siglo XX, la imagen de los historiadores remitía a una vida entre
viejos papeles y gabinetes atestados de libros. Historiadores de archivo
y universidades fueron Jules Michelet y Jacob Burckhardt. A lo sumo la
figura del historiador viajero, tipo Alexander von Humboldt o Alexis de
Tocqueville, o la del político profesional, al modo de Thomas Macaulay o
François Guizot, que escribía sacando tiempo al ministerio o la
tribuna, matizan la predominante visión del historiador letrado.
El
siglo XX verá nacer, frente a esos arquetipos, al historiador
militante. Una versión del oficio que se cumplió en algunos de los
grandes maestros de la historiografía de la pasada centuria como Marc
Bloch, fundador de los Annales, que se sumó a la resistencia
antifascista en Francia y fue torturado y fusilado por la Gestapo en
1944, o como Bronisław Geremek, el brillante medievalista polaco, alumno
de Jacques Le Goff y Georges Duby en París, que se convertiría en uno
de los principales líderes del sindicato Solidaridad en los años
ochenta.
A
la misma estirpe pertenece el prolífico y versátil historiador
británico Eric Hobsbawm. Descendiente de judíos polacos y austriacos, de
apellido original Obstbaum, este pensador ineludible nació en
Alejandría, Egipto, donde su padre era funcionario del servicio postal y
telegráfico, operado por los británicos. El futuro historiador vendría
al mundo en 1917, año de las revoluciones de febrero y octubre en Rusia,
hechos decisivos en su vida privada y pública, su trayectoria política y
su vocación académica.
La
muy detallada biografía de Richard J. Evans, historiador británico que
ha dedicado varios libros al estudio del Tercer Reich, persigue al niño
Hobsbawm, huérfano de padre y madre a temprana edad, por sus diversas
ciudades de residencia: Alejandría, Viena, Berlín, Londres. Aquella
peregrinación por la Europa de entreguerras sería crucial para un
académico que se propuso contar la historia del mundo moderno desde la
perspectiva marxista.
A
pocos meses de la llegada de Adolf Hitler a la cancillería de Alemania,
Hobsbawm se estableció con sus tíos Sidney y Gretl en Londres. Poco
antes de su partida de Berlín, recuerda Evans, asistió a una de las
últimas manifestaciones del Partido Comunista alemán, el frente del
Reichstag, encabezada por Ernst Thälmann. Su formación básica en St.
Marylebone Grammar estuvo poderosamente en deuda con la literatura
británica y europea. El joven Eric leyó con pasión a Kipling y a Eliot, a
Chaucer y a Coleridge, pero también a Maupassant, Proust y Mann. La
literatura dotó al futuro historiador de una prosa narrativa, mientras
el marxismo, que leyó en todas sus variantes desde muy joven, aportó
sentido analítico e interpretativo a sus escritos.
A
los diecisiete años, ya Hobsbawm, que dominaba fluidamente el alemán,
el inglés y el francés, había leído El capital, El 18 brumario y La
lucha de clases en Francia de Marx, el Anti-Dühring y El origen de la
familia, la propiedad privada y el Estado de Engels, Materialismo y
empiriocriticismo y El imperialismo, fase superior del capitalismo de
Lenin. Su aproximación al socialismo era, desde entonces, muy flexible,
ya que así como tenía una percepción crítica del Curso breve de Stalin,
seguía de cerca los escritos de George Bernard Shaw y los artículos de
Walter Duranty sobre la Unión Soviética en The New York Times.
Afiliado
inicialmente al Partido Laborista, el joven intelectual viajó a París,
en el verano de 1936, donde observó tanto el avance del fascismo en
Europa como la proliferación de tendencias “comunistas, socialistas e
izquierdistas”, sin excluir el trotskismo. Evans da mucha importancia a
aquel viaje a París, donde Hobsbawm entró en contacto, además, con las
vanguardias artísticas (dadaístas, surrealistas, cubistas; Breton,
Éluard, Ernst, Picasso…) y avivó su pasión por el jazz. Al momento de su
ingreso en el King’s College, en Cambridge, en 1936, que coincidirá con
el estallido de la Guerra Civil en España y los gobiernos conservadores
de Baldwin y Chamberlain en Gran Bretaña, el joven Hobsbawm era ya un
marxista y un comunista heterodoxo.
Observa
Evans que no era contradictoria aquella orientación filosófica y
política con la pertenencia al Partido Laborista. De hecho, esa
afiliación se veía autorizada por la máxima dirigencia soviética que, en
el séptimo congreso de la Internacional Comunista, en el verano de
1935, había llamado a crear “frentes únicos” antifascistas. Durante sus
años en Cambridge, Hobsbawm comenzará a acercarse más abiertamente al
comunismo y en los años cuarenta integrará, junto a E. P. Thompson y
Christopher Hill, el Communist Party Historians’ Group. Según Evans,
Hobsbawm llegó a defender el pacto Molotov-Ribbentrop en 1939 porque, a
su juicio, propiciaría el “aislamiento de Hitler”, cosa que no sucedió.
En
1940, el joven historiador fue reclutado por el ejército británico y
destinado a varias sedes de la Army School of Education en Yorkshire,
Bulford, Salisbury y otras ciudades. Su activismo en publicaciones y
círculos intelectuales del ejército le valieron la vigilancia del mi5,
que Evans documenta en detalle. Su visión de las tropas soviéticas, que
privilegiaba sobre el papel de los aliados, fue siempre triunfalista.
Tras la derrota de las potencias del eje, el sargento Hobsbawm, cada vez
más involucrado en el comunismo militante, estaba listo para acompañar,
por el flanco izquierdo, al gobierno del primer ministro laborista
Clement Attlee.
Evans
destaca el hecho revelador de que justo en el periodo del arranque de
la Guerra Fría en Gran Bretaña, cuando mejores condiciones había para un
paso a la militancia comunista, Hobsbawm decidiera convertirse en un
historiador profesional. Contratado en Birkbeck College a fines de los
cuarenta, inició su larga producción historiográfica con Labour’s
turning point (1948), a la que siguieron The rise of the wage worker
(1953) –obra nunca publicada– y múltiples artículos en Economic History
Review y Past and Present. A partir de entonces quedó claro que la
militancia a la que aspiraba Hobsbawm es la que se ejerce desde la
historia profesional.
Aunque
no abandonó el Partido Comunista tras la invasión soviética de Hungría,
en 1956, como haría su colega E. P. Thompson, Hobsbawm advirtió del
proceso de burocratización de los socialismos reales en la URSS y Europa
del Este que siguió a la desestalinización. Sus notas sobre jazz para
New Statesman, con el pseudónimo de Francis Newton, recogidas en el
volumen The jazz scene (1959), y su brillante estudio Primitive rebels
(1959), trasmiten a cabalidad una ubicación teórica, historiográfica y
política muy lejana al dogmatismo marxista-leninista soviético.
Con
la aparición de The age of revolution (1962), el primero de un ciclo
historiográfico de enorme valor interpretativo y didáctico, que abarcó
la conformación del mundo moderno entre los siglos XVIII y XX y que
culminó con The age of extremes (1994), Hobsbawm se afincó
definitivamente en el campo académico. Pero su gran proyecto de historia
moderna no le impidió mantener el interés en aspectos puntuales de la
sociedad capitalista como el mundo del trabajo y los trabajadores, las
revueltas campesinas y la Revolución industrial, los bandidos y los
revolucionarios, las naciones y los nacionalismos, la invención de las
tradiciones y los debates teóricos del marxismo.
En
su tramo final, la biografía de Evans pierde impulso y aunque se
mencionan los viajes de Hobsbawm a América Latina y su participación en
el Congreso Cultural de La Habana de 1968, su papel en los debates de la
Nueva Izquierda queda desdibujado. Sus artículos y polémicas en
publicaciones como Monthly Review y New Left Review, tan importantes
para crear una alternativa de izquierda al liberalismo y el marxismo
ortodoxos, son glosados superficialmente. Mucho mejor captada está la
reacción suspicaz de Hobsbawm al triunfalismo occidental que siguió a la
caída del Muro de Berlín y su defensa final del marxismo como una
tradición de pensamiento crítico capaz de dar respuestas al siglo XXI. ~
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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