José Luis Feito Higueruela resenha, para a Revista de Libros, o último livro de Francis Fukuyama, 'O Liberalismo e seus Descontentes', que ainda não conta com tradução por aqui:
En
este libro Fukuyama se propone efectuar una defensa de lo que denomina
liberalismo clásico frente a los detractores de dicha doctrina política,
así como restablecer los principios básicos que a su juicio deben guiar
su recta aplicación. A pesar de su concisión, se trata de un libro
ambicioso en el que se afrontan problemas políticos palpitantes del
mundo actual, tanto en los países avanzados como en los menos
desarrollados, al tiempo que se sintetizan muchos de sus análisis
vertidos en obras anteriores. La aspiración de esta reseña, sin embargo,
es más modesta pues se limita a examinar el tratamiento que hace
Fukuyama de las cuestiones económicas. A diferencia de su análisis de
los fenómenos estrictamente políticos, es este un tratamiento simple,
frecuentemente erróneo y no pocas veces contradictorio e ininteligible.
En
la primera parte, resumo las descripciones del liberalismo clásico y de
su crisis actual según las presenta el autor. En la segunda parte
analizo el papel que Fukuyama asigna al neoliberalismo económico en esta
crisis y, de forma más general, sus especulaciones sobre economía.
Finalmente, extraigo algunas conclusiones. Como advertencia general al
lector, la terminología académica en el ámbito de la filosofía política
no siempre coincide con el uso más popular de algunos términos en la
prensa y demás medios de comunicación (a veces también difiere entre
unos y otros académicos).
1. El liberalismo y su crisis
El
liberalismo es una doctrina política originada en Europa hacia la
segunda mitad del s. XVII cuyo motor de arranque y característica más
distintiva es la limitación de los poderes del Gobierno por la ley y en
última instancia por la Constitución, a fin de garantizar y permitir el
ejercicio de derechos individuales. Entre estos derechos figuran
prominentemente los que protegen su autonomía o libertad de elegir para
expresar sus opiniones, seguir sus creencias religiosas o sus
inclinaciones políticas, así como su derecho a la propiedad de recursos
productivos. Se trata siempre de derechos individuales y no colectivos
porque el liberalismo sostiene la primacía moral de la persona sobre la
de cualquier grupo social y porque el liberalismo confiere a todas las
personas el mismo status moral. Hasta aquí el núcleo del liberalismo
común a todas las corrientes liberales. Veamos ahora donde se ubica el
liberalismo de Fukuyama.
El
liberalismo (clásico) es, en palabras de Fukuyama, una amplia tienda de
campaña en la que tienen cabida distintas visiones políticas, aunque no
debe asociarse exclusivamente con algunas que llevan el nombre del
liberalismo en su frontispicio. Así, nos dice el autor, «Por
liberalismo, no entiendo el concepto tal y como se usa hoy en Estados
Unidos para denominar una orientación política de centroizquierda, un
ideario que se ha alejado del liberalismo clásico en aspectos
esenciales. Ni lo que en Estados Unidos se entiende por libertarianismo,
una peculiar doctrina que se fundamenta en la hostilidad al Estado como
tal. Tampoco entiendo el liberalismo en el sentido europeo, donde
designa partidos de centroderecha desengañados del socialismo» (p.vii).
Estas
cualificaciones delimitan claramente el concepto de liberalismo clásico
de Fukuyama. En el libertarianismo el autor engloba tanto al
anarcocapitalismo como al liberalismo económico, siguiendo una
utilización del término extendida en Estados Unidos. La homologación de
estas dos doctrinas, sin embargo, no debe hacernos olvidar la diferencia
fundamental entre ambas. Los anarcocapitalistas son ciertamente
hostiles al Estado y querrían eliminarlo, los economistas liberales lo
consideran una institución esencial del capitalismo y únicamente
pretenden limitarlo a las actividades que el sector privado no puede
llevar a cabo. Como veremos más adelante, esta homologación le causará
más de un problema de coherencia interna a Fukuyama. Ciertamente, el
liberalismo económico ha inspirado la política económica de muchos
países europeos desengañados del socialismo, como la antigua
Checoslovaquia, Eslovenia, Polonia o los países bálticos. Pero también
de otros desengañados del exceso de Estado y de poder sindical, como el
Reino Unido. No está claro por qué los partidos de centroderecha
desengañados del socialismo no son tan compatibles con el liberalismo
clásico como los partidos socialistas o socialdemócratas europeos, todos
ellos igualmente desengañados del socialismo. Una posible explicación,
que se confirma en otras partes del libro, es que para Fukuyama los
idearios económicos que desconfían del Estado no constituyen el
acompañamiento óptimo de su liberalismo clásico.
Sea
como fuere, a lo largo de los últimos 15 años, sostiene Fukuyama, este
liberalismo clásico está en retroceso en las democracias liberales por
el fuego cruzado de populistas de derechas y de izquierdas
(autodenominados progresistas). Se cuestiona, sobre todo, la primacía de
los derechos individuales sobre derechos colectivos de unos grupos u
otros y la extensión del ámbito de autonomía individual. En el caso de
los populistas de izquierda, este cuestionamiento implica además un
recorte severo de las libertades económicas, tanto a través de una
tributación confiscatoria como de la intervención pública en los
mercados. A su juicio, este retroceso no es atribuible a ningún defecto
intrínseco de la doctrina liberal, ni mucho menos a las (inexistentes)
virtudes morales o de cualquier otro tipo de las alternativas que
pretenden derrocarlo. La causa de su crisis y de la floración de
alternativas, nos dice el autor, se encuentra en el descontento generado
por la evolución del liberalismo en las últimas décadas. Un aspecto
negativo de esta evolución ha sido, según Fukuyama, «la transformación
del liberalismo económico en lo que hoy se denomina neoliberalismo, que
aumentó dramáticamente la desigualdad y provocó devastadoras crisis
financieras que dañaron a la gente ordinaria mucho más que a las élites
ricas en muchos países alrededor del mundo» (p. ix). Fukuyama señala
otros aspectos negativos, políticos y socioculturales, de esta evolución
que dejaré de lado porque, como decía al principio, esta reseña se
concentra en su tratamiento de las cuestiones económicas.
2. El análisis económico de Fukuyama
En
esta sección abordaré, en primer lugar, la definición de Fukuyama del
neoliberalismo económico y su interpretación de la historia económica
reciente. En segundo lugar, selecciono algunos otros dislates económicos
cometidos a lo largo del libro que delatan la fragilidad de los
conocimientos económicos de su autor.
La desviación del neoliberalismo
Según
Fukuyama, «el término neoliberalismo se debe utilizar para denominar
una escuela de pensamiento económico, asociada con la escuela de Chicago
o con la escuela austriaca, y con economistas como Milton Friedman,
Gary Becker, Ludwig Von Mises y Friedrich Hayek, que denigraron
acusadamente el papel del Estado en la economía y enfatizaron la
libertad de los mercados como palancas del crecimiento económico y de la
asignación eficiente de los recursos productivos. Estos economistas
suministraron la justificación para las políticas pro-mercado y
antiestatistas seguidas por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los
años ochenta. Estas políticas fueron continuadas por políticos de centro
izquierda como Bill Clinton y Tony Blair, que promovieron la
privatización y desregulación de sus economías sentando las bases para
la eclosión del populismo en la segunda década de este siglo» (p.19).
Reagan y Tatcher
Una
página después de estas líneas, sin embargo, Fukuyama escribe: «La
revolución neoliberal Reagan-Tatcher abordó y resolvió problemas
importantes. La política económica en el mundo desarrollado ha oscilado
pendularmente en el último siglo y medio… (p.20). En la década de los
setenta el péndulo se había desplazado hacia una presencia excesiva del
Estado en la economía. Muchos sectores de las economías de Europa y
Estados Unidos estaban sobrerregulados y se habían contraído compromisos
de gastos sociales excesivamente generosos que alimentaron cargas de
deuda pública potencialmente explosivas… (p. 21) En los Estados Unidos y
otros países desarrollados, la desregulación y la privatización
tuvieron efectos positivos… El resurgir económico del Reino Unido
obedeció en gran medida a las políticas neoliberales (p.22)».
Hay
un aroma de contradicción evidente en esta narrativa. Si los
economistas identificados como culpables de transformar el liberalismo
en neoliberalismo consiguieron nada menos que hacer retroceder el
péndulo del exceso de Estado y dinamizar economías esclerotizadas, como
acertadamente señala Fukuyama, no está claro por qué han de ser
denostados. Por otra parte, si estos economistas son neoliberales y su
filosofía económica representa el neoliberalismo, ¿quiénes eran los
economistas liberales y cuál era la filosofía liberal que fue arrumbada
por los neoliberales? Evidentemente, no podían ser los economistas o la
filosofía económica dominantes desde final de la Segunda Guerra Mundial
hasta comienzos de la década de los setenta porque estas ideas
desembocaron en la excesiva estatalización de las economías
desarrolladas que delata Fukuyama. O quizás, sí. Esa filosofía
económica, llamémosla socialdemócrata, es, en efecto, el componente
económico ideal del liberalismo clásico de Fukuyama.
En
todo caso, queda por resolver la contradicción entre su condena general
al neoliberalismo y las virtudes que le atribuye por hacer retroceder
el peso del Estado y revitalizar el crecimiento económico de los países
desarrollados. Fukuyama resuelve esta contradicción manifestando que las
ideas liberales en favor del mercado y de limitar la acción del Estado,
buenas en sí mismas, se llevaron demasiado lejos. Así, nos dice, «la
premisa válida de la eficiencia de los mercados se transformó en una
suerte de religión en la que la intervención del Estado se rechazaba por
principio» (p.22)… «Aun cuando el neoliberalismo produjo dos décadas de
rápido crecimiento económico, terminó desestabilizando la economía
global y cavando su propia tumba» (p.23). La desregulación de los
mercados financieros durante las décadas de los 80 y de los 90, nos dice
Fukuyama, fue una de las causas de la Gran Recesión, con la
consiguiente crisis aguda de muchos países desarrollados y en vías de
desarrollo. Por otra parte, la liberalización excesiva del comercio de
capitales fomentó las crisis financieras en los años noventa, culminando
con la citada Gran Recesión de 2008. Al tiempo que la intensificación
del comercio y de la globalización durante el periodo aumentó
intensamente las desigualdades de renta y riqueza. Todo ello, concluye
Fukuyama, ha generado el descontento de las nuevas generaciones con el
liberalismo y ha alimentado la reacción populista a derecha e izquierda
del espectro político.
Nuestro
autor, como se puede apreciar, se traga buena parte del discurso de la
izquierda sobre la historia económica reciente y sobre los males del
liberalismo económico o del neoliberalismo o del capitalismo liberal.
Esta lectura, sin embargo, no resiste el análisis riguroso de los
hechos. Sería una tarea fácil pero ardua e impropia de una reseña
refutar con la extensión necesaria esta visión negativa del
neoliberalismo y de la evolución económica relativamente reciente, que
Fukuyama comparte con socialistas, neocomunistas o populistas de
izquierda y derecha. Me limitaré a efectuar algunas consideraciones
sobre las deficiencias más llamativas de la visión de Fukuyama.
Para
empezar, a pesar de la aludida idolatría del mercado y la demonización
de lo público desde la revolución neoliberal de los ochenta, el peso del
Estado, medido por la ratio gasto público/PIB, no sólo no ha
retrocedido sino que ha seguido creciendo desde entonces, si bien a un
ritmo inferior al de las décadas anteriores. Veamos los datos para
Estados Unidos y el Reino Unido, los dos países que según Fukuyama
constituyen la lanzadera del neoliberalismo. Si se hubiera molestado en
observar las estadísticas correspondientes, habría constatado que dicha
ratio pasó del 35,4% en 1980 al 38,2% en 2019 en Estados Unidos y del
39% al 40,3% en el Reino Unido durante el mismo periodo. En otros
países, como Francia, el aumento fue mucho mayor, pasando del 46% al
55,4%1. Además, el grueso del aumento del gasto público en estos y otros
países ha obedecido al aumento del gasto social (sanidad, educación y
pensiones). Nótese que estos datos son anteriores al aumento de gasto
público generado por la pandemia. Teniendo en cuenta que durante este
periodo la población de los países desarrollados ha crecido menos que su
PIB y éste (mucho) menos que el gasto social, se comprueba que el
aumento del gasto social per cápita bajo el predominio del desalmado y
antiestatista neoliberalismo ha sido tan intenso e incluso superior al
de décadas anteriores. De lo que se colige que, o bien el neoliberalismo
no fue tan dominante o no es tan anti-Estado como sostiene Fukuyama (o
ambas cosas a la vez).
Es
interesante señalar otros dos hechos relevantes. Primero, que el
crecimiento económico medio anual de Estados Unidos y del Reino Unido
durante este periodo no ha sido inferior sino superior al de Francia u
otros países donde la ratio gasto público/PIB ha crecido más
rápidamente. Segundo, que el descontento o malestar con el
neoliberalismo o el capitalismo no es menor, si acaso mayor, en países
de cierto tamaño, como Francia o Italia, con una proporción del gasto
público en el PIB muy elevada.
La libertad de movimientos de capital y la Gran Recesión de 2008
Los
comentarios de Fukuyama sobre la libertad de movimientos de capital a
partir de los ochenta…impulsada por los neoliberales en el tesoro
norteamericano y en instituciones como el FMI y el Banco Mundial…que
cavaron su propia tumba provocando las crisis de liquidez de Reino
Unido, Suecia, Méjico, Sudeste Asiático, Rusia y Argentina hasta
terminar en la Gran Recesión de 2008 (p.24) son indicativos de la (falta
de) cultura económica del autor.
Un
error consiste en pensar que antes del auge de la globalización
financiera de finales de los ochenta y durante las dos décadas
siguientes no había crisis financieras o eran de menor magnitud. Por
ejemplo, la crisis de la deuda externa de los países latinoamericanos de
1982, que también afectó a muchos países africanos y algunos asiáticos,
ocurrió antes del supuesto predominio del neoliberalismo y fue mucho
más severa que las crisis de los noventa (como él mismo afirma en otro
contexto). La crisis de balanza de pagos del Reino Unido de 1967 también
fue peor que la de la libra de 1992. Argentina, por otra parte, es una
suerte de serial killer en lo que a crisis de liquidez e impagos de la
deuda se refiere, habiendo realizado cuatro defaults desde 1951(y otros
cuatro antes) hasta el de 2001 que Fukuyama atribuye a los males del
neoliberalismo. Cuando las importaciones de un país superan sus
exportaciones es porque su gasto agregado supera su nivel de producción y
está importando capital de un tipo u otro para financiar esa
diferencia. Algunos países, la mayoría, aprovechan las posibilidades que
le brindan los mercados de capital para fomentar su crecimiento por
encima de lo que conseguirían si tuvieran que depender sólo de su ahorro
interno. Otros, sin embargo, dilapidan las importaciones de capital
para mantener niveles de consumo privado o público insostenibles y antes
o después se ven obligados a reducirlos, con los consiguientes costes
sociales. Sus males no son imputables a la libertad de movimientos de
capital (ni a la perfidia del Fondo Monetario Internacional o del
neoliberalismo, como aduce Fukuyama) sino a sus políticas económicas que
serían igualmente dañinas aunque se restringieran estos movimientos. En
todo caso, hoy se discute sobre la conveniencia de restringir las
entradas de capital en economías poco desarrolladas pero a nadie se le
ha ocurrido echar marcha atrás en la libertad de movimientos de capital
entre economías desarrolladas.
La
Gran Recesión de 2008 no tuvo nada que ver con las crisis financieras
de los noventa. Ciertamente, no tanto la desregulación como la
deficiente regulación y estructura supervisora del sistema financiero
desempeñaron un papel no desdeñable. La extraordinaria innovación
financiera fue por delante de la regulación y se aprovechó de las
lagunas abiertas por una estructura de supervisión diseñada para hacer
frente a las perturbaciones del pasado. Pero hubo otros factores detrás
de la crisis, entre ellos la intervención estatal en el mercado
hipotecario norteamericano a través de las entidades públicas Fannie Mae
y Freddie Mae impulsada por el objetivo gubernamental de aumentar todo
lo posible el número de ciudadanos con vivienda (hipotecada) en
propiedad. Sobre todo, fue decisivo el excesivo crecimiento de la
liquidez durante el quinquenio anterior propulsado por políticas
fiscales y monetarias expansivas cuyo impacto sobre los tipos de interés
a medio y largo plazo fue reprimido por la entrada masiva de ahorro
chino en los mercados de deuda pública de Estados Unidos (y, en menor
medida, en otros países). No deja de ser paradójico que la mayoría de
los economistas citados como neoliberales por Fukuyama hayan advertido
reiteradamente de los riesgos para la estabilidad macroeconómica del
sistema de la creación excesiva de crédito y liquidez que antes o
después termina generando deudas excesivas en relación con la capacidad
de pago de unos u otros agentes económicos. En fin, si de algo no se
puede culpar en absoluto al neoliberalismo es de la crisis de 2008.
Sede de Fannie Mae
Los
ciclos económicos son una característica común a cualquier sistema
económico, y no sólo al sistema capitalista, como erróneamente se suele
creer. La diferencia esencial estriba en que dentro del sistema
capitalista los ciclos discurren alrededor de una tendencia creciente de
la renta, entre otras razones porque durante las fases bajistas se
restaura el potencial de crecimiento del sistema, mientras que dentro de
otros sistemas a lo sumo se consigue mantener el nivel de renta.
Algunos otros sinsentidos económicos
La
Gran Recesión de 2008 tenía el potencial destructivo de otra Gran
Depresión como la de los años treinta y eso se evitó gracias a las
lecciones aprendidas desde entonces, especialmente la utilización de los
Bancos Centrales como prestamistas de última instancia. Según Fukuyama,
«Si alguna vez ha habido un caso en favor de la existencia de una
poderosa y centralizada institución estatal, este lo fue. Los
libertarios olvidaron que la ausencia de un Banco Central y la confianza
en el patrón oro anteriores a la Ley de la Reserva Federal de 1919
contemplaron crisis financieras masivas como la que sacudió los Estados
Unidos en 1908». Fukuyama podía haber incluido la Gran Depresión de
1929, que ocurrió a pesar de la existencia de la Reserva Federal porque
no se supo utilizarla. Fue el libertario o neoliberal Milton Friedman
quien documentó la inacción de la Reserva Federal como la causa
fundamental de que lo que debía haber sido una recesión se convirtiera
en la Gran Depresión. Y sus enseñanzas fueron decisivas para guiar la
acción de este y otros Bancos Centrales en la crisis de 2008. Así lo
reconoció Ben Bernanque, el Presidente de la Reserva Federal que tuvo
que lidiar con la Gran Recesión, en un acto para celebrar el 90
cumpleaños de Milton Friedman organizado por la Universidad de Chicago:
«En cuanto a la Gran Depresión, tienes razón, nosotros (i.e. La Reserva
Federal) la hicimos posible. Pero gracias a ti, no volverá a suceder»2.
Quizá
más que cualquier otra cita, el ejemplo más palmario de su despiste en
cuestiones de economía lo encontramos en su (repetida) invocación de la
obra de Deirdre McCloskey como el ejemplo a seguir para librarse de los
males del neoliberalismo: «Este libro es una defensa del liberalismo
clásico, o si este término está excesivamente cargado de connotaciones
históricas, de lo que Deirdre McCloskey denomina liberalismo humano»
(p.vii, ver también p.34). Es quizá difícil encontrar un economista vivo
que encarne mejor y más cabalmente el neoliberalismo que tanto ataca
Fukuyama, no en balde fue nada menos que director (entonces era Donald
McCloskey) del programa de estudios de la Universidad de Chicago en el
apogeo de esta escuela. Sus puntos de vista sobre la globalización, la
desigualdad económica, los salarios mínimos, etc., se pueden leer en su
último libro (Why Liberalism Works, Yale University Press, 2019, existe
traducción española Por qué el liberalismo funciona, Deusto 2022). Para
quienes no conozcan a esta gran economista, basta con enumerar el título
de algunos capítulos, todos ellos escritos con rigor y gusto literario,
para apreciar su oposición a los postulados económicos de Fukuyama:
13. Podemos y debemos liberalizar
14. Por ejemplo, frenar el proteccionismo
15. La pobreza que resulta de la tiranía, y no la desigualdad capitalista, es el verdadero problema
16. Forzar la igualdad de resultados es injusto e inhumano
17.En una sociedad liberal, los ricos no se hacen ricos a costa de los pobres
18. La desigualdad no es contraria a la ética si se produce en una sociedad libre
19. La redistribución no funciona
46.El salario mínimo hace daño a los pobres y a las mujeres
En
suma, los datos y razonamientos aportados en esta sección deberían ser
suficientes para desmontar o cuando menos agrietar severamente todo el
entramado económico argumental de Fukuyama.
Conclusiones
Fukuyama
es uno de los pensadores políticos contemporáneos más influyentes y un
incansable y brillante defensor del liberalismo político, como se pone
de relieve en este y en otros de sus libros. A diferencia de sus obras
anteriores, sin embargo, en esta profundiza en el análisis de las
cuestiones económicas y en el proceso se manifiestan los errores y
confusiones propios de un desconocimiento de la materia, como se ha
puesto de relieve en esta reseña.
Fukuyama
considera que el dominio ideológico del neoliberalismo desde comienzos
de los años ochenta ha sido la causa de la Gran Recesión de 2008 y del
aumento de las desigualdades económicas y consecuentemente es
responsable parcial de la crisis de liberalismo clásico que él defiende.
Esta es una tesis que no resiste el contraste con los hechos, en parte
porque el neoliberalismo no fue tan dominante y en parte porque la
crisis, la gravedad de la crisis para ser más precisos, obedeció
esencialmente a las políticas monetarias y fiscales fuertemente
expansivas de los años anteriores. Estas políticas no se pueden atribuir
a los denostados neoliberales de Fukuyama, que siempre han advertido
que la contrapartida de una liquidez excesiva es una deuda excesiva que
antes o después superará la capacidad de pago de unos u otros agentes
económicos. Las crisis dentro del capitalismo siempre crean el caldo de
cultivo del que se alimentan los adversarios del sistema y nublan el
juicio de muchos de sus partidarios, y la de 2008 fue la más grave
después de la de los años treinta del pasado siglo.
Es
evidente que para Fukuyama la filosofía económica ideal del liberalismo
debería asignar al Estado una función en la redistribución de rentas y
riqueza, así como en la intervención en los mercados, mucho más activas
que las admitidas por el liberalismo económico o lo que confusamente
denomina neoliberalismo. Confusamente porque con frecuencia agrupa bajo
esta denominación tanto a dicho liberalismo económico, que busca limitar
el Estado a las funciones que no puede satisfacer el sector privado
(incluyendo entre estas funciones el sustento de quienes no pueden
procurarse una renta a través del mercado), como al anarcocapitalismo
que pretende la abolición del Estado. En cualquier caso, desde la
perspectiva del liberalismo económico, el verdadero liberalismo clásico,
esta filosofía económica de Fukuyama es criticable desde posiciones
consecuencialistas y éticas. Por un lado, las redistribuciones e
intervenciones defendidas por Fukuyama no conseguirían los efectos
deseados ni en el ámbito económico ni en el político. Habrá menos
prosperidad, y no necesariamente menos desigualdad, y por ende mayor y
no menor malestar político. Por otro lado, la pérdida de libertades
económicas que acarrean esas políticas es una pérdida de libertad en sí
mismas que, además, si alcanzan las cotas deseadas por Fukuyama, antes o
después afectarán al resto de libertades. No deja de ser contradictorio
que el autor intercale aquí y allá admoniciones en favor de la
iniciativa privada y los mercados, pero su condena general del
neoliberalismo marra sus análisis y recomendaciones económicas. Lo que
propone el autor en este ámbito de la economía no es una adaptación del
liberalismo sino una metamorfosis en otra cosa diferente.
Si
hacemos abstracción de estos análisis y recomendaciones, sin embargo,
su diagnóstico de las amenazas al liberalismo que plantean los
populismos de derechas e izquierda, siendo estos últimos en su mayoría
toscas reformulaciones de viejas ideas marxistas, así como su análisis
de las debilidades de estos planteamientos, tienen la brillantez a la
que el autor nos tiene acostumbrados.
*Las notas y transcripciones del original hacen referencia a la edición en inglés.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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