
O feminismo que Greta Gerwig mostra não tem como horizonte a igualdade, mas tão somente a hegemonia da mulher. Vidal Arranz para Disidentia:
Hay
en ‘Barbie’, la exitosa película de Greta Gerwig, apuntes de otra
película que pudo y no quiso ser. Una película, de tintes más humanistas
y existenciales, que hubiera podido reflexionar sobre cuántas de las
cosas que hacemos, y de las ideologías en las que creemos, no son más
que estrategias para escondernos de la conciencia de la muerte que nos
espera, y que nos aterra.
Los
primeros minutos en los que accedemos a Barbieland son, en este
sentido, lo mejor de la película. El universo de las muñecas es un mundo
de irrealidad, insustancialidad y obsesión lúdica demasiado parecido al
que cobra cuerpo en el mundo del espectáculo y las redes sociales, un
mundo de sonrisas y conformidades, en el que las personas están
obligatoriamente alegres y contentas; la vida es maravillosa, nadie
lleva demasiado la contraria a nadie y todo se nos presenta como
perfecto e ideal.
Que
este mundo entre en crisis porque a Barbie le viene a la mente la idea
de la muerte es un detonante prometedor, pero que queda en mero apunte
sin desarrollo, apenas pretexto para lo que sigue: el viaje al ‘mundo
real’ en busca de respuestas y las subsiguientes peripecias de un relato
articulado como cuento.
De
hecho, la película renuncia a ser una reflexión general sobre la
condición humana, para centrarse en lo que de verdad le importa: la
condición femenina. Porque ‘Barbie’ tiene muy claro lo que quiere ser:
un alegato feminista envuelto en colorida estética kitsch, con mucho
empoderamiento y un puñado de guiños irónicos, o no tanto, a referentes
culturales conocidos.
Y
con un mensaje ‘humanista’ de fondo -éste sí válido para los dos sexos-
que se resume en el dogma psicológico de nuestro tiempo: la obligación
moral de ser uno mismo, de buscarse más allá de convenciones, ideas
previas, tradiciones o costumbres. El ego individual como objeto supremo
de adoración hasta el punto de eclipsar o impedir (en Barbie y en
muchos relatos de nuestro tiempo) cualquier propuesta de llamamiento al
encuentro con el otro. Es lógico: una relación que merezca la pena
presupone capacidad para salir de uno mismo, y es difícil que eso cuaje
cuando estás preocupado por aclarar quién eres. Las relaciones que ahora
se promocionan son un mero encuentro de egos.
Como
artefacto político que, en definitiva, es, ‘Barbie’ no tiene reparos en
hacer trampas. La más obvia es que el ‘mundo real’ que se nos presenta,
con los hombres ocupando todas las esferas de responsabilidad y poder,
no es el de hoy, que ya está muy lejos de semejante imagen, sino el de
hace 30 años (los Estados Unidos de Bill Clinton), que seguramente
tampoco se ajustaba del todo a una visión tan extrema sobre el reparto
del poder.
Como
tampoco podemos ignorar la escena inicial, brillantemente manipuladora,
en la que Gerwig recrea el prólogo de ‘2001, una odisea en el espacio’,
y nos presenta la sustitución de las viejas muñecas bebé por la muñeca
Barbie como una liberación y un salto civilizatorio, con todas las
niñas, destruyendo sus viejas Nancy, o similares, cual hombres
prehistóricos de Stanley Kubrick, en una irónica orgía de empoderamiento
violento.
Lo
bueno es que el discurso de Gerwig nos permite tomar conciencia de algo
sobre lo que seguramente no habíamos pensado lo suficiente: Barbie es,
muy probablemente, uno de los agentes culpables de la desaparición de la
infancia, sustituida por esos simulacros de vida adulta en miniatura en
que la hemos convertido. El papel de las muñecas clásicas era ayudar a
las niñas a articular simbólicamente sus instintos maternales sin que
dejaran de ser niñas, mientras que Barbie las saca de su inocencia para
proyectarlas hacia un estereotipo de belleza adulto y sexualizado. Pero
ya sabemos que hablar de instinto maternal es casi tabú en nuestra
época, y resulta hasta de mal gusto citarlo (amén de ser, con toda
seguridad, machista). Durante cerca de cuarenta años de su vida las
mujeres reciben un recordatorio biológico mensual de que su cuerpo está
listo para el embarazo, pero la maternidad es un invento del
patriarcado.
Por
otra parte, queda claro en ‘Barbie’ que la muñeca de Mattel fue un
icono del consumismo más desenfrenado. La película juega a la ironía al
respecto, criticando esa realidad, al tiempo que funciona como
formidable vehículo promocional del producto, lo que no deja de ser un
enorme ejemplo de cinismo.
A
este respecto, quizás convenga relativizar un poco el contenido
‘feminista’ de uno de los rasgos más característicos de la muñeca, la
existencia de barbies dedicadas a todo tipo de profesiones. La
proliferación de modelos de barbie (médica, abogada, ingeniera, modelo,
cocinera, piloto…) multiplicaba al mismo tiempo la oferta de
complementos en una orgía de consumo prácticamente inabarcable. Había
abrigos, sombreros, casas, coches, bolsos, pañuelos, trajes, zapatos… en
opciones distintas según cada tipo de barbie. Hay motivos para pensar
que concienciar a las niñas de que podían ser lo que se propusieran no
era lo prioritario.
‘Barbie’
es una película más inconsistente narrativamente de lo que parece, pero
su éxito no puede ignorarse y la clave quizás esté en su capacidad para
conectar con las emociones. La historia de la relación entre Gloria y
su hija es clave. Pero el verdadero corazón ardiente de la película es
la sensación victimista de agravio vital cada vez más extendida entre
las mujeres. Todo en la película de Gerwig busca hurgar en esa herida y
legitimarla como real y por ello no es casualidad que lo más recordado
sea el monólogo de Gloria (América Ferrara) a Barbie acerca de las
expectativas a las que se ven sometidas las mujeres.
“Es
literalmente imposible ser mujer (…) Siempre tenemos que ser
extraordinarias, pero de alguna manera siempre lo estamos haciendo mal”,
arranca el parlamento, que luego incluye reflexiones tales como “tienes
que liderar, pero no puedes aplastar las ideas de otras personas” o
“tienes que ser la jefa, pero no puedes ser mala”. “No tienes derecho a
envejecer, nunca puedes ser grosera, no presumas, no seas egoísta, nunca
caigas, no falles, nunca demuestres miedo, no te salgas de la raya. ¡Es
muy difícil!”, prosigue, al tiempo que el discurso da por hecho que las
mujeres viven “en un sistema amañado”.
Pese
a las alabanzas que ha recibido, el monólogo de Gloria es menos rotundo
y verdadero de lo que parece. Muchas de las disyuntivas que plantea son
comunes a hombres y mujeres, en otros casos no está muy claro si son
imposiciones externas o internas -en muchos casos son conflictos ajenos
al patriarcado en sí y fruto más bien del modo como la mujer ha
aterrizado en los cambios del último medio siglo-, y otras no son en
realidad contradictorias a poco que se analicen. Sólo como ejemplo de
esto último: por supuesto que un buen liderazgo, masculino o femenino,
es incompatible con aplastar las ideas de nadie.
Pero
al juego de ‘Barbie’ también se le puede sacar punta en otra dirección.
A fin de cuentas, el feminismo que muestra Greta Gerwig no tiene como
horizonte la igualdad, sino más bien la hegemonía de la mujer. Así
ocurre en el mundo ficticio de Barbieland, con el que arranca la
película, pero también en la Barbieland con la que se cierra. El
contacto de los personajes con el mundo real transforma muchas cosas,
pero eso no. El único cambio es la incorporación a puestos de poder
menores de Allan, un muñeco al que imaginamos orientación sexual gay.
Por
no hablar de lo poco feminista, y bastante tontorrón, que resulta ser
el ardid mediante el que las muñecas engañan a los Ken y los dividen con
el viejo truco de los celos, para recuperan el poder en Barbieland. Y
eso sin entrar a fondo en el modo tan sencillo e incomprensible como las
barbies entregan el poder a los ken, sin duda hipnotizadas por algún
spray patriarcal que Ken se trajo del mundo real. Mención aparte merece
el escaso aprecio que Gerwig muestra por los varones, pues todos son
necios, arrogantes, fatuos, inútiles o aprovechados. Sí, es una
caricatura, claro, pero es que no se salva nadie. Salvo Ken, claro, el
inevitable ejemplo de hombre que hace autocrítica de su machismo
sobrevenido, muestra su fragilidad y se redime.
Pese
a mostrar tan poco aprecio por los hombres, la película intenta
ganarles para la causa. ¿Cómo? Apelando a una cierta complicidad
masculina a través de Ken, un muñeco sin propósito propio, invisible,
ignorado y que, por no tener, no tiene ni casa. Gerwig pretende aquí
concienciarnos mediante un ‘efecto espejo’ acerca del rol sufrido por
las mujeres a lo largo de la historia. Pero cualquier comparación carece
de sentido: las mujeres tenían un papel y un propósito crucial en el
patriarcado, como madres y responsables del hogar. Y ese papel, fuera
del escaparate público, pero socialmente muy relevante, no tiene
comparación con el vacío que encarna Ken. El problema es que nada
relativo al patriarcado se entiende si quitamos de la ecuación los
elementos ‘maternidad’ y ‘familia’, que es lo que se hace habitualmente,
distorsionándolo todo.
Hacia
el final de la película, Gerwig intenta elevar un poco el vuelo con
otra pincelada de esas que citábamos al comienzo. “Ser humano es muy
desagradable”, le advierte el personaje de Ruth Handler, la creadora de
Barbie, a la muñeca que interpreta Margot Robbie cuando ésta muestra su
deseo de ser humana, en una escena que recuerda mucho a Pinocho. Hay en
‘Barbie’ una acertada defensa del imperfecto mundo real frente al mundo
idealizado, ficticio e irreal representado por el mundo de las muñecas,
que también podría vincularse, por cierto, con el mundo de ciertas
ideologías. Paradójicamente, Barbie elige el mundo real masculinizado
frente a los mundos idílicamente feminizados de Barbieland, lo que tiene
su aquel, a poco que se piense. Pero más parece deriva del relato que
autocrítica.
Pero
la película todavía permite otra lectura disidente, a la contra de su
discurso aparente. No olvidemos que Barbieland es un matriarcado sin
maternidad (las muñecas carecen de sexo) y es significativo que lo que
surja de esa combinación sea justamente esa insustancialidad y vacua
cháchara en torno a la moda y los objetos que tan bien retrata el
comienzo de ‘Barbie’. Y que tanto se parece, puestos ya a meternos en
charcos, al modo de entender la feminidad del mundo gay. Es más, la
conversación entre Barbie y su creadora puede interpretarse también en
clave LGBT. Gerwig es habilidosa y juega con la ambigüedad del personaje
de Handler, que es visto por Barbie como un hada madrina con poderes
mágicos. Pero no es así, es simplemente una persona común. De modo que,
cuando ésta le dice que siempre pudo ser humana, que bastaba con
desearlo, parece apelar al universo de lo queer, aquel en el que la
voluntad tiene la capacidad de doblegar la biología y la realidad. Todo
ello quizás explique cómo ‘Barbie’ ha logrado unir a los dos universos
de lo ‘rosa’, el feminista y el LGTB, en una misma propuesta de
activismo de éxito comercial.
Postado há 3 weeks ago por Orlando Tambosi
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