Mitologia, crenças religiosas e certezas científicas explicam um fenômeno que tem acompanhado o ser humano em todas as civilizações. José Manuel Sánchez Ron para El Cultural:
No
existe visión que impacte más profundamente, que remueva el fondo de
nuestros sentimientos, que la de contemplar el cielo en una noche
despejada. Desafortunadamente, no es fácil asistir a este espectáculo
para una buena parte de la humanidad, concentrada en urbes en las que
las contaminaciones atmosférica y lumínica apenas dejan entrever la
riqueza de los cielos.
Pero
con la llegada de las vacaciones, en la que millones de personas
abandonan las ciudades por destinos con atmósferas menos contaminadas,
es posible acceder a ese mundo ancestral, que compartimos con nuestros
antepasados más lejanos, a los que imagino preguntándose ¿qué serán esas
luces? ¿Y esa franja lechosa que atraviesa una parte del cielo? Se
tardó mucho en entender qué son esas “luces” y esa “franja blanquecina”.
No
es sorprendente por ello que los mitos, la mitología, se introdujese en
la nomenclatura astronómica. Pondré un primer ejemplo protagonizado por
Eratóstenes (segunda mitad del siglo III a. C.), que fue director de la
mítica Biblioteca de Alejandría y que también nos legó resultados
netamente científicos, como un método para medir la circunferencia de la
Tierra.
En
uno de sus escritos que ha sobrevivido, un opúsculo titulado º –término
que significa la transformación en estrella de un ser divino, personaje
heroico o simple mortal–, y que Alianza Editorial publicó en 1999 bajo
el título de Mitología del firmamento, Eratóstenes explicaba la Vía Láctea de la siguiente manera: “Aparece visible entre los círculos del cielo, y la denominan Galaxia.
Los
hijos de Zeus no tenían derecho a participar del honor del cielo a no
ser que mamasen del pecho de la diosa Hera; dicen que por eso Hermes
tomó a Hércules recién nacido y lo aplicó al pecho de Hera. Y Hércules
mamó del pecho. Pero al darse cuenta Hera, lo apartó bruscamente, y el
chorro de leche que siguió fluyendo en abundancia formó la Vía Láctea”.
Independientemente
de lo que en realidad se creyese de semejante idea mitológica, tuvo que
pasar mucho tiempo hasta que se pudo discernir la naturaleza discreta
de la Vía Láctea. Fue Galileo,
en 1609, el primero que, utilizando un tosco telescopio, con menos
aumentos que los prismáticos o los sencillos telescopios que acaso
alguno de ustedes tengan, quien la observó con cierto detalle.
En
el libro memorable en el que presentó las observaciones que hizo de
ella, así como de la Luna, de las nuevas estrellas “fijas” y de las
lunas de Júpiter, Sidereus nuncius (El noticiero sideral; 1610),
escribió: “Lo que, en tercer lugar, observamos fue la materia y
naturaleza del propio ‘círculo lácteo’, que nos fue permitido escrutar
con nuestras facultades merced al catalejo, de modo que todas las
discusiones que a lo largo de los siglos torturaron a los filósofos,
fueran resueltas con la certidumbre de nuestros ojos, viéndonos también
liberados de la palabrería. En efecto, la ‘galaxia’ no es otra cosa que
un montón de innumerables estrellas esparcidas en grupos”.
Un meteorito de las Perseidas sobre el Observatorio Paranal de Chile en 2010
Es preciso señalar que la voz “Galaxia” procede
del griego gáia, gálaktos, que significa “leche”. Por cierto, en los
países de tradición cristiana la Vía Láctea también recibió otro nombre;
cito del tomo IV (1734) del Diccionario de Autoridades, el primer
diccionario de la Real Academia Española: “Galaxia. La vía láctea en el
Cielo, que nuestro vulgar llama Camino de Santiago”.
Consideraciones
históricas o filológicas aparte, cuando estén lejos de una ciudad, no
dejen de mirar al cielo y contemplar esa franja lechosa. Hay que tener
el corazón muy duro para no conmoverse con semejante visión.
Pero
el fenómeno más espectacular que se puede observar durante el verano es
el de las Perseidas, la lluvia de meteoros que tiene lugar todos los
años entre el 16 de julio y el 24 de agosto, con un máximo en las
madrugadas del 11, 12 y 13 de agosto. Se las llama estrellas fugaces,
efímeras llamaradas celestes, pero no son sino partículas que emite el
cometa Swift-Tuttle –descubierto en 1862– en su órbita alrededor del
Sol, y que arden al atravesar la atmósfera terrestre.
Al
igual que sucede con “Vía Láctea-Camino de Santiago”, las Perseidas
también son conocidas en la tradición cristiana como “Lágrimas de San
Lorenzo” en honor al santo cuyo día se celebra el 10 de agosto, fecha en
la que el calor suele apretar. Las “lágrimas” celestes se asociaron a
las que debió de verter San Lorenzo al ser quemado vivo en una parrilla
cerca del Campo de Verano, en Roma.
El
nombre de Perseidas proviene de Perseo, un semidiós de la mitología
griega, hijo de Zeus y de la princesa Dánae, hija de Acrisio, rey de
Argos. Este no quería que Dánae tuviese descendencia porque un oráculo
le había advertido que un nieto lo mataría. Para evitarlo, encerró a
Dánae en una torre de bronce, pero Zeus, que deseaba a Dánae, se
transformó en lluvia de oro, entró en donde ella estaba recluida y con
ese aspecto, líquido y dorado, cubrió su cuerpo. Nueve meses después
nació Perseo. Por aquella “lluvia de oro” se habla de las “Perseidas”.
Pero
hay más. Obviando otros detalles –como que Perseo cortó la cabeza a
Medusa, la hermosa mujer cuyo pelo era un nido de serpientes–, hay una
parte del relato conectado con la astronomía: para escapar de la
venganza de las dos hermanas de Medusa, las Gorgonas, Perseo se montó en
un caballo alado y, regresando a su casa, se encontró con Andrómeda,
hija Cefeo y Casiopea, reyes de Etiopía, encadenada a una roca (su madre
envidiaba su belleza). La historia sigue, pero lo que quiero resaltar
es que Andrómeda da nombre a la galaxia más cercana a la nuestra.
Casiopea
es otra de las 88 constelaciones de la bóveda celeste, siendo esa
tercera ¡Perseo!, aquella de cuya dirección aparenta provenir la lluvia
de Perseidas. Tanto Casiopea como Perseo son dos de las 48
constelaciones que figuran en el gran libro de la cosmología
geocéntrica, el Almagesto de Ptolomeo (siglos I-II).
Historias
de un tiempo lejano, del que, como sucede en muchos otros casos, han
sobrevivido los nombres, no la razón o la realidad de lo que
representan. Pero no
dejen por ello de mirar al cielo, buscar las constelaciones, y en agosto
intentar ver Perseidas. Puede ser un buen juego familiar.
Postado há 3 weeks ago por Orlando Tambosi
Nenhum comentário:
Postar um comentário