BLOG ORLANDO TAMBOSI
Não existe povo ou cultura humana que não vincule este fenômeno ótico em forma de arco multicor com o divino, com o sagrado e o mágico. O arco-íris é um sinal da presença de um reino sobrenatural e transcendente, que atua como nexo entre dois planos existenciais divergentes. José Papparelli para Disidentia:
Desde
tiempos prehistóricos la llegada del solsticio de verano es el punto
exacto del año que marca el fin de frío y la oscuridad, el momento ideal
para la celebración de la vida. La luz, el fuego, el calor y los
colores de la naturaleza son también símbolos poderosos que conmemoran
la supervivencia, el renacimiento del hombre y el reinicio de un ciclo
permanente que se manifiesta de diferentes formas en todas las culturas
del planeta.
Sin
embargo, en la actualidad durante estas fechas, todo se tiñe de
múltiples colores que han remplazado el auténtico significado de la
celebración estiva. En el mes de junio, un falso arcoíris es el fondo de
todo emblema imaginable, ya sea público o privado, expuesto tanto en el
Ministerio de la Presidencia de Gobierno, en los logotipos de empresas
multinacionales, las cadenas de televisión, y hasta en los restaurantes
de comida rápida. Todo se ha vuelto LGTB-friendly, todo se ha ido
transformado en un mundo que, en la superficie, se parece más al de My
Little Pony que al mundo real. Pero en su interior es muy distinto y
bastante más oscuro. Primero fue un día, luego una semana y ahora
durante todo un mes, la vida cotidiana se banaliza en la debilidad del
ego más absoluto, en el placer de lo genital sin límite y en el ridículo
más obsceno y promiscuo con expresiones a menudo de mal gusto.
La
celebración del orgullo LGTB+ (antes gay) poco tiene que ver ni con
derechos, ni con libertades. Tampoco con lo “reivindicativo” de un
“colectivo” perseguido ni mucho menos. Estas fiestas del “orgullo” solo
son un negocio más, un carnaval ideológico de sustitución y cancelación
del sentido común, cubierto con un manto totalitario policromático. Hoy
en día cuando se ve un arcoíris se piensa inmediatamente en la
homosexualidad, en orientaciones sexuales diversas, identidades de
género y en sus innumerables variantes. Pero no siempre fue así respecto
al arcoíris y el orgullo.
No
existe pueblo ni cultura humana que no vincule este fenómeno óptico en
forma de un arco multicolor -que es provocado por la descomposición de
la luz por refracción cuando atraviesa gotas de agua- con lo divino, con
lo sagrado y lo mágico. El arcoíris es un signo de la presencia de un
reino sobrenatural y trascendente y que actúa como nexo entre dos planos
existenciales divergentes. Podemos encontrar referencias de ello en los
textos más antiguos de la Humanidad, como, por ejemplo, en la epopeya
sumeria de Gilgamesh (2500 a.C,) donde el arcoíris es el collar de la
gran madre Ishtar, que lo levanta hacia el cielo como una promesa de que
nunca olvidará los días de la gran inundación que destruyó a sus hijos,
en una curiosa relación con el bíblico Diluvio Universal.
Para
los antiguos griegos, el arcoíris era un atributo de la diosa mensajera
Iris, hija de Taumante y Electra, hermana Arce y de las Harpías. Homero
la describe en la Ilíada como mensajera de los dioses. En la Antigua
Roma, Virgilio presenta a Iris como la diosa que anuncia el pacto de
unión entre el Olimpo y la tierra al final de la tormenta. Iris se
cubría con un velo transparente que solo se podía ver cuando atravesaba
las nubes y era iluminada por los rayos solares, dejando en su trayecto
una estela de luz multicolor. Este velo es un vínculo inequívoco entre
dos universos, un puente sagrado que une el mundo de los hombres con el
de los dioses, dos planos conectados cósmicamente por esos brillantes y
hermosos rayos que solo poseen los inmortales.
Resultan
significativas las coincidencias entre distintas culturas y mitologías.
Por ejemplo, para los pueblos nórdicos, el arcoíris es el puente, la
mágica pasarela, el llamado Bifröst, que une Asgard, el hogar de los
dioses con Midgard, la tierra de los hombres. Durante el Ragnarök, el
combate final entre la luz y la oscuridad, el Bifröst es destruido
marcando el fin de los tiempos. Hindúes, celtas, aztecas, incas, hopis,
diversas culturas africanas, asiáticas, polinésicas y americanas, han
tenido su conexión con el arcoíris de siete colores más allá del tiempo y
la geografía. El arcoíris es un símbolo sagrado que no puede permitirse
ser banalizado y deconstruido por necedad ideológica.
Para
judíos y cristianos, el arcoíris simboliza la alianza de Jehová con Noé
y su promesa de que no destruirá nuevamente la Tierra con otro diluvio.
En el libro de Génesis 9: 12-17 puede leerse claramente: “Dios añadió:
Este será el signo de la alianza que establezco con ustedes, y con todos
los seres vivientes que los acompañan, para todos los tiempos futuros:
yo pongo mi arco en las nubes, como un signo de mi alianza con la
tierra. Cuando cubra de nubes la tierra y aparezca mi arco entre ellas,
me acordaré de mi alianza con ustedes y con todos los seres vivientes, y
no volverán a precipitarse las aguas del Diluvio para destruir a los
mortales. Al aparecer mi arco en las nubes, yo lo veré y me acordaré de
mi alianza eterna con todos los seres vivientes que hay sobre la tierra.
Este, dijo Dios a Noé, es el signo de la alianza que establecí con
todos los mortales”.
Como
se puede apreciar, el arcoíris nada tiene que ver con la sexualidad, el
hedonismo, el placer u otras opciones de vida relacionadas con el goce,
el disfrute sexual o supuestas reivindicaciones de derechos negados. Es
curioso también observar que la bandera LGTB, creada por el activista
estadounidense Gilbert Baker en 1978, no tiene siete colores sino seis.
Falta el celeste, color simbólico de la Virgen María, ausencia con la
que se especula también que esto no es casual sino una negación de la
Madre de Cristo. En definitiva, la bandera LGTB no deja de ser un falso
arcoíris o un arcoíris de remplazo.
Esta
sustitución semiótica y semántica también sucede con la palabra
orgullo: “el día del orgullo”, “las fiestas del orgullo”, “la marcha del
orgullo”, responden al mismo fenómeno de apropiación. Orgullo ya no
significa lo que sostiene la RAE: sentimiento de satisfacción por los
logros, capacidades o méritos propios o por algo en lo que una persona
se siente concernida; arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia,
que suele conllevar sentimiento de superioridad; amor propio, autoestima
o persona o cosa que es motivo de orgullo… Orgullo hoy significa otra
cosa, como también sucede con el arcoíris.
¿Por
qué el arcoíris y el orgullo representan hoy algo que no es? ¿Por qué
la palabra orgullo significa LGTB+ y no ese sentimiento de satisfacción
del que habla el diccionario? Tal vez la pregunta clave sea ¿cuándo y
cómo nos dejamos robar el símbolo sagrado y la palabra que define
positivamente el sentir el amor por lo propio y la auténtica identidad?
Preguntas hoy sin respuestas, hasta que los hombres y mujeres, herederos
legítimos de una civilización milenaria como la nuestra, pierdan los
complejos y recuperen el orgullo de pertenencia y el significado de sus
símbolos ancestrales.
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