Entre os séculos V e VIII, Ravena se converteu na ponte entre Ocidente e Oriente. A historiadora Judith Herrin descreve como a cidade engendrou os melhores exemplos da arte paleocristã. David Barreira para El Cultural:
Tras varios meses de prolongadas negociaciones, el general Belisario,
el más brillante militar del Imperio bizantino, entró en Rávena en mayo
de 540. Había logrado someter la plaza, la capital del reino ostrogodo
de Italia, a pesar de la superioridad numérica de las tropas del monarca
Vitiges y sin librar ninguna batalla decisiva.
Como señaló el historiador contemporáneo Procopio, el resultado
enfureció a la población local: "Las mujeres (...) cuando, sentadas a
las puertas de sus casas, vieron al ejército entero, comenzaron todas a
escupir al rostro a sus esposos y, señalando con sus manos a los
vencedores, les echaban en cara su cobardía".
Para
celebrar la liberación de la ciudad, en la iglesia de San Vital, un
insólito edificio de planta octogonal entonces todavía en construcción,
se instalaron dos grandes paneles imperiales de mosaico
flanqueando el altar. A un lado se representó al emperador Justiniano
con los atributos de poder y su guardia y sus clérigos, y enfrente a la
emperatriz Teodora acompañada de sus damas de honor y sacerdotes. Además
del extraordinario realismo que transmiten las teselas, llama la
atención la presencia de figuras laicas, sobre todo mujeres, en el
epicentro del templo religioso.
Pero
la decoración musivaria ingeniada tras el triunfo de Belisario tenía
una segunda finalidad: rivalizar con otras representaciones similares de
gobernantes en Rávena. En la iglesia de San Apolinar, consagrada a
Cristo Salvador y bautizada como el "Cielo de Oro" por sus tres franjas
de mosaicos de fondo dorado con escenas de los milagros, la Pasión o
escenas de santos y mártires, el caudillo godo Teodorico, entronizado
desde su palacio, protagonizaba una representación de Rávena, ciudad que
había conquistado a Odoacro —el hombre que depuso al último emperador romano occidental y a quien mató en persona clamando que "no había ni un solo hueso en este desgraciado"— en 493 tras tres años de asedio.
El
mosaico del 'palatium' con la ciudad amurallada d Rávena, detrás, en el
extremo oeste de San Apolinar el Nuevo. Originalmente, Teodorico
aparecía entronizado bajo el arco central.
No
obstante, la presencia de Teodorico en las obras de arte tan solo se
puede intuir en la actualidad. El gobernante y sus cortesanos fueron
eliminados por orden del arzobispo católico Agnelo en la década de 560,
durante los últimos compases del reinado de Justiniano. Una
transformación que ha sido interpretada como una damnatio memoriae del
hereje arriano.
Probablemente
los mosaicos son el elemento artístico más identificativo de la ciudad
bañada por el Adriático, al norte de la península itálica. Y sus
deslumbrantes motivos esconden una historia a menudo desconocida, la de
una urbe que entre los años 402 y 751, sorteando la crisis desatada por
la caída del Imperio romano y en el fango contextual de esa Edad Oscura tan discutida,
se erigió en sede de la administración imperial, en motor cultural de
Bizancio y, en última instancia, como destaca la medievalista Judith
Herrin, en crisol donde se formó la aleación de Europa.
En
Rávena (Debate), la historiadora, que prefiere hablar de "Cristiandad
primitiva" antes que de Antigüedad tardía, ha construido un vasto relato
de cómo la Roma oriental, Constantinopla, y el mundo latino se
fusionaron en unos términos que sin duda resultan sorprendentes. Su obra
es la consecuencia de nueve años de minuciosa investigación que trata
de explicar la breve sentencia incluida sobre la ciudad en un informe de
la División de Inteligencia Naval británica en 1943: "Como centro del
arte paleocristiano, Rávena no tiene parangón". Esta excepcionalidad no
privó, sin embargo, a los aliados de efectuar 52 bombardeos que destruyeron varios de sus monumentos y edificios más antiguos.
Cimientos del cristianismo
La
condición capitalina se la otorgaron el general Estilicón y el joven
emperador Honorio en el contexto de las incursiones bárbaras de
principios del siglo V. Rávena, ubicada entre las marismas, lagunas y
afluentes del estuario del Po, ofrecía una protección natural excelente
reforzada por sólidas murallas. Además, desde el cercano puerto de
Classe, donde Julio César había establecido la base de la flota romana del Mediterráneo oriental, se abría una ruta hacia Constantinopla y a su mercado.
De
Bizancio llegaron cargos gubernamentales, mercancías importadas como el
papiro de Egipto, las sedas, las especias y el marfil, textos
jurídicos, litúrgicos y teológicos y las ideas en constante evolución
sobre el gobierno imperial que circulaban por el Mare Nostrum.
Personajes como el citado Honorio, hijo de Teodosio el Grande, o Gala
Placidia, su brillante y poderosa hermanastra, a quienes por otra parte
se puede achacar la ruptura de la estabilidad de Roma, patrocinaron
edificios soberbios que mezclarían lo romano, lo godo y lo bizantino.
Pero
esa prosperidad también tuvo su coste: la ciudad nunca logró ser
independiente, "rara vez hizo historia de forma evidente y decisiva",
escribe la autora. "A pesar de sus aportaciones intelectuales,
artísticas, jurídicas y médicas, en los agitados siglos que generaron la
cristiandad primitiva (...) los centros más poderosos no sintieron la
necesidad de reconocer su influencia".
Más
que sobre Rávena, el ensayo de Herrin, catedrática emérita de Estudios
Bizantinos y de la Antigüedad Tardía en el King’s College de Londres, es
una historia global del mundo mediterráneo que va desde la decadencia de la Antigua Roma
hasta la importancia de Constantinopla como escudo de Occidente contra
la expansión del islam y con el prólogo de la coronación de Carlomagno,
tradicionalmente aclamado con el título de padre de Europa.
Es
aquí donde la medievalista vierte una de sus hipótesis más llamativas:
"Pero los cimientos de la cristiandad occidental de los que él fue el
paradigma se dispusieron en Rávena, cuyos gobernantes, exarcas y
obispos, eruditos, médicos, abogados, mosaiquistas y comerciantes,
romanos y godos, y más tarde griegos y longobardos, forjaron la primera
ciudad europea".
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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