Os princípios e objetivos da Agenda 2030 não escondem suas categorias ideológicos, escreve Jaime J. Rodríguez, em artigo publicado pelo Instituto Independiente:
Muchos
han sido los pensadores que, desde Mileto hasta Nietzsche, consideran
que el mundo no es otra cosa sino la lucha continua entre fuerzas
opuestas. Pero esa disputa, que en el plano lógico se manifestaba en la
dialéctica hegeliana, se revela también, según Marx y sus seguidores, en
primer lugar, en la lucha permanente del hombre contra las fuerzas
elementales de la naturaleza para sobrevivir, y, ya en el plano social,
en la lucha de clases, como expresión, también, de ese antagonismo entre
fuerzas cósmicas opuestas, que combaten entre sí, como lo hacen los
sexos o las razas.
Así,
mientras el desarrollo de esas fuerzas materiales productivas (la
economía), necesarias para dominar la naturaleza -y poder subsistir y
perdurar-, es la raíz del proceso histórico y el fundamento de la vida
social, la explotación y la opresión existen, también, desde los mismos
orígenes de la historia, y son los principios sobre los que se edificó
la organización social, el derecho y el Estado. De ello se deduce, para
Marx y sus secuaces, que las diferentes formas de explotación de unas
clases sobre otras, además de ser progresivas, están justificadas: La
conciencia o sentimiento moral, por tanto, no juega ningún papel en el
desarrollo humano, en su crecimiento o en el triunfo definitivo del
socialismo, que aparecerá como el resultado de esa lucha social de
clases. Y desde el momento en el que la ideología, la religión, la
conciencia o el arte no son sino manifestaciones de la organización
económica, el socialismo marxista reemplaza al cristianismo, y a
cualquier otra religión, ya que pretende ser una concepción que
responden a todas las cuestiones primordiales y da un sentido a la vida:
es a la vez una política, una moral, una ciencia y una filosofía; una
nueva religión en la que los verdaderos marxistas no son ni escépticos
ni críticos, sino fervientes dogmáticos materialistas.
El
problema es que el marxismo toma manifestaciones aisladas y puntuales
del mundo del siglo XX, para hipostasiarlas y para confundirlas con el
todo, olvidándose de la realidad y del valor y del sentido de la
existencia. Y sus seguidores, al llevarlo a la práctica, tras
revoluciones provocadas dirigidas por una minoría -con poco de
proletaria-, no han podido sino sustituir el sistema capitalista liberal
por el capitalismo de Estado, un sistema no sólo materialmente mucho
más ineficiente, sino también más infame e inhumano, en el que el abuso
-que en el sistema capitalista liberal, como en toda relación humana,
puede darse- es la regla, ya que el trabajador se convierte en auténtico
esclavo, sin defensa contra el único patrón, el Estado.
Si analizamos los principios y objetivos de la Agenda 2030,
vemos que las categorías ideológicas con las que analizan la realidad,
sus promotores son marxistas, como marxistas son, también, las
soluciones que ofrecen: es marxista la concepción de que los problemas
surgen de las estructuras económicas y del enfrentamiento entre clases,
razas o sexos (y no del uso, bueno o malo, que el hombre, sujeto
individual, haga de su libertad); la entronización de la materia -a
través, en este caso, de la figura de la Madre Tierra- como el nuevo
dios; la revolución -esta vez aparentemente pacífica y supuestamente de
los oprimidos, pero ideada y dirigida, como siempre, por miembros de
las “élites”-, como el único camino para preparar la solución del
conflicto; y un capitalismo de Estado -en el que el individuo no poseerá
nada, pero será feliz-, como remedio.
El
drama es que las revoluciones socialistas se produjeron sólo en algunos
países, por más que se extendiese por medio mundo, con lo que existían
siempre elementos de comparación y de freno; este nuevo marxismo, por el
contrario, pretende ser global desde el inicio; el marketing y la
propaganda están ahora mucho más depurados; los medios técnicos y de
control social de que disponen son más poderosos; la sociedad está ahora
más abotargadas y cuentan, además, como aliados, con líderes religiosos
y espirituales a los que antes se tenían que enfrentar (basta para
comprobarlo darse una vuelta por la página web de la iniciativa, impulsada por el Papa, la “Economía de Francisco”, en la que ni siquiera se menciona al Dios cristiano, para verlo).
Los
marxistas del XIX y del XX, como fervientes dogmáticos, no trataban de
rebatir las críticas, sino de sofocarlas… hasta en eso se está
repitiendo la historia.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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