En 1776,
cuando Estados Unidos anunció su independencia como nación, estaba
compuesto por trece colonias rodeadas de potencias hostiles.
Hoy,
Estados Unidos es un país con cincuenta estados que cubren un extenso
continente. Sus fuerzas militares son las más poderosas del mundo. Su
economía produce casi una cuarta parte de la riqueza del mundo. El
pueblo americano está entre los más trabajadores, píos, afluentes y
generosos del mundo.
¿Es América excepcional?
Cada
nación adquiere significado y razón de ser a partir de un cierta
cualidad unificadora – un carácter étnico, una religión común, una
historia compartida. Estados Unidos es distinto. América fue fundada en
un momento especial, por gente especial, partiendo de unos principios
especiales acerca del hombre, la libertad y el gobierno constitucional.
La
Revolución Americana hizo uso de antiguas ideas. Estados Unidos es el
producto de la civilización occidental, moldeado por la cultura
judeocristiana y las libertades políticas heredadas de Gran Bretaña.
No
obstante, fundar Estados Unidos también fue revolucionario. No en el
sentido de sustituir a un grupo de gobernantes por otro o de provocar la
caída de las instituciones de la sociedad, sino de poner la autoridad
política en manos del pueblo.
Como el
escritor inglés G.K. Chesterton genialmente indicó: “América es la única
nación del mundo que se ha fundado sobre un credo”. Ese credo se
formula claramente en la Declaración de Independencia con la que las
colonias americanas anunciaron su separación de Gran Bretaña. La
Declaración es una imperecedera afirmación de derechos inherentes, de
los propósitos adecuados del gobierno y de los límites de la autoridad
política.
Los
fundadores americanos apelaron a verdades evidentes, que derivan de las
“Leyes de la Naturaleza y de la Naturaleza de Dios”, para justificar su
libertad. Es un estándar universal y permanente. Estas verdades no son
exclusividad de América sino que son aplicables a todos los hombres y
mujeres en el mundo entero. Son tan ciertas hoy como en 1776.
Trabajando
desde el principio de igualdad, los fundadores americanos afirmaron que
los hombres podrían gobernarse de acuerdo a creencias comunes y el
imperio de la ley. A través de la historia, a menudo el poder político
ha estado – y todavía sigue estando – en manos de los más fuertes. Pero
si todos son iguales y tienen los mismos derechos, entonces nadie está
facultado por naturaleza para gobernar o ser gobernado.
Como
dijo Thomas Jefferson: “[L]a humanidad no ha nacido con sillas de montar
en la espalda, ni tampoco [han nacido] unos cuantos privilegiados con
botas y espuelas listos para montarlas legítimamente, por la gracia de
Dios”. La única fuente de poder legítimo del gobierno es el
consentimiento de los gobernados. Este principio es la piedra angular
del gobierno, de la sociedad y de la independencia de América.
Los
principios de América establecen la libertad religiosa como un derecho
fundamental. Está en nuestra naturaleza vivir nuestras convicciones de
fe. El Estado no debe establecer ninguna religión oficial, pero, al
mismo tiempo, debe garantizar la libertad de culto. De hecho, el
gobierno popular requiere la proliferación de la fe religiosa. Si un
pueblo libre ha de autogobernarse políticamente, primero ha de
autogobernarse moralmente.
Estos
principios también suponen que todos tienen derecho al fruto de su
propio trabajo. Este derecho fundamental a adquirir, poseer y vender
propiedades es la columna vertebral de la oportunidad y la forma más
práctica de buscar la felicidad humana. Este derecho, junto con el
sistema de libre empresa del cual se deriva, es la fuente de la
prosperidad y la base de la libertad económica.
Ya que
el pueblo tiene derechos, el Estado solamente tiene los poderes que el
pueblo soberano le ha delegado. Estos poderes están especificados en una
ley fundamental llamada constitución. En el Estado de Derecho, todos
los ciudadanos están protegidos por leyes concertadas en común que se
aplican a todos por igual. La Constitución de Estados Unidos define las
instituciones del Estado americano: tres poderes distintos del Estado,
el que hace la ley, el que hace cumplir la ley y el que juzga la ley en
casos particulares. Este marco da al Estado americano los poderes que
necesita para proteger nuestros derechos fundamentales a la vida, la
libertad y la búsqueda de la felicidad.
El
objetivo final de proteger esos derechos y de limitar el poder del
Estado es proteger la libertad humana. Esa libertad permite que las
instituciones de la sociedad civil – familia, escuela, iglesia y
asociaciones privadas – florezcan, formando así los hábitos y virtudes
que la libertad exige.
Los
mismos principios que definen a América también moldean su forma de
entender el mundo. La Declaración de Independencia proclamó que las
trece colonias formaban una nación independiente y soberana, como
cualquier otra nación. Pero América no es simplemente una nación más.
Estados
Unidos es una nación fundada en principios universales. Apela a un
estándar más alto y es que todos los gobiernos deriven sus justos
poderes del consentimiento de los gobernados. Es un principio que obliga
a todas las naciones y es justamente este principio el que hace de
Estados Unidos una nación verdaderamente legítima.
La
libertad no pertenece solamente a Estados Unidos. La Declaración de
Independencia sostiene que todos los hombres por doquier están dotados
del derecho a la libertad. Que la libertad es un rasgo permanente de la
naturaleza humana es clave para entender los principios fundacionales de
América.
Sin
embargo, la principal responsabilidad de Estados Unidos es defender la
libertad y el bienestar del pueblo americano. Para lograrlo, Estados
Unidos debe aplicar los principios universales de América a los desafíos
a los que esta nación se enfrenta en el mundo.
Esto no
es fácil. América no siempre ha tenido éxito. Pero debido a los
principios a los que está consagrado, Estados Unidos siempre se esfuerza
por mantener sus más altos ideales. Más que ninguna otra nación,
Estados Unidos tiene una responsabilidad especial que es defender la
causa de la libertad dentro del país y en el extranjero.
Como
George Washington dijo en su Primer Discurso Inaugural: “Mantener
encendido el fuego sagrado de la libertad y velar por el destino del
modelo republicano de gobierno están justamente considerados como
profunda y quizá definitivamente en juego en el experimento confiado al
pueblo americano”. El papel de América en el mundo es mantener y
propagar, a través de su ejemplo y obra, “el sagrado fuego de la
libertad”.
América
es una nación excepcional, pero no debido a lo que ha alcanzado o
logrado. América es excepcional porque, a diferencia de cualquier otra
nación, está consagrada a los principios de la libertad humana,
fundamentados en las verdades de que todos los hombres son creados
iguales y dotados con iguales derechos. Estas verdades imperecederas son
“aplicables a todos los hombres y a todos los tiempos” como alguna vez
afirmó Abraham Lincoln.
Los
principios de América han creado una nación próspera y justa a
diferencia de cualquier otra nación en la historia. Sus principios
ilustran por qué los americanos defienden su país con vigor, contemplan
con aprecio los orígenes de su nación, hacen valer celosamente sus
derechos políticos, cumplen con sus responsabilidades cívicas y siguen
convencidos del especial significado de su país y de su papel en el
mundo. Es debido a sus principios, y no a pesar de ellos, que América ha
logrado alcanzar la grandeza.
Hasta
hoy, tantos años después de la Revolución Americana, estos principios –
proclamados en la Declaración de Independencia y promulgados en la
Constitución de Estados Unidos – siguen definiendo a América como una
nación y un pueblo. Y es por lo que los amigos de la libertad en todo el
mundo miran a Estados Unidos no sólo como un aliado contra tiranos y
déspotas sino también como un potente faro que con su luz guía a todos
los que luchan por ser libres.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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