BLG ORLANDO TAMBOSI
A "guerra cultural" é incompatível com o liberalismo, afirma Antonella Marty em artigo publicado pelo Instituto Independiente:
La "batalla cultural" es incompatible con el liberalismo. La cultura es el mercado observado desde otro punto de vista.
La
"batalla cultural" no se refiere a la discusión de ideas políticas (un
ámbito cultural muy específico), sino a la pretensión de un grupo
mayoritario o minoritario -igual da- de imponer sus puntos de vista
sobre costumbres y modos de vivir ajenos. Particularmente, sobre qué
tipo de familia se puede formar, qué tipo de sexualidad se puede ejercer
y qué identidad se puede adquirir.
Porque
no hay nada en la batalla cultural de postura literaria o artística en
general, o idea alguna sobre ciencia o antropología. Cultura es la
palabra que utiliza esta batalla para llevar a cabo una cruzada moral.
Es
interesante que en esta contienda hay dos alas que confunden el
lenguaje para tapar cosas distintas. Por un lado, sectores religiosos
extremos, que creen que el cristianismo entendido de manera muy
particular debe regir a la política y al Estado y terminar con
libertades personales caprichosamente denominadas "marxismo cultural".
Esta
vertiente no identifica el tipo de cosas por las que lucha como un
programa religioso, sino que lo lleva al genérico de "cultural", a pesar
de que sus objetivos son mucho más limitados. Su gran preocupación, por
ejemplo, es la transexualidad. Pero, de nuevo, poco y nada de
arquitectura o pintura.
La
otra ala es la que se hace llamar "liberal", que comparte las mismas
inquietudes acerca de que la sociedad abierta, cuando se abre (valga la
redundancia), entra en decadencia. Pero los "liberales", como no pueden o
no quieren admitir que han dejado el liberalismo al hacerse parte de la
cruzada, también recurren al genérico de "batalla cultural". Y cuando
se les pregunta por sus compañeros de trinchera ellos describen su lucha
como un debate de ideas liberales.
No
se juntan con liberales para eso, los que están por la apertura de la
sociedad abierta, porque a estos los califican de "progres". Sus únicos
compañeros de batalla son la derecha moralista admiradora de Trump,
Putin, Abascal, Bolsonaro, Orbán y el resto de firmas.
Lo
particular de la "batalla cultural" como genérico es que junta a dos
grupos que de acuerdo a los principios que dicen sostener serían
incompatibles. Entonces, lo que los une es lo que no dicen.
La batalla cultural en concreto,
más allá del palabrerío, es un intento desde la política de imponer una
agenda moralista, supuestamente cristiana, contra unas costumbres
personales y la evolución de la cultura, en ámbitos que nada tienen que
ver con las ideas políticas. Precisamente este uso ambiguo del término
cultura es el que ha permitido a muchos "liberales", confundidos o con
ganas de confundir, esta cruzada para imponer una versión hipócrita de
cristianismo.
Parece
increíble que en pleno siglo XXI tengamos que seguir explicando que el
liberalismo nació como una rebelión contra el poder religioso, que
también era el político. Y que concibe la separación de la religión y el
Estado como un requisito indispensable para que este último no sea un
monstruo totalitario. El liberalismo nació como una rebelión contra el
Occidente de la Edad Media y la Iglesia católica, y estuvo representado
por la tradición inglesa y la revolución americana.
El
liberalismo es un movimiento laico y no se lleva bien con la religión
unida al monopolio de la fuerza. Un requisito básico de la libertad
religiosa es que el Estado sea completamente secular, que es lo mismo
que decir que el monopolio de la fuerza no puede utilizarse en función
de una religión.
Si
un adulto quiere creer en una religión, adelante, mientras no busque
limitar los derechos de las demás personas para el sostenimiento de su
fe. Tu religión te prohíbe cosas a ti, no a los demás. Defender la
religión unida al poder y en nombre de un supuesto "liberalismo" es una
de las cosas más deshonestas que podemos ver.
Este
"occidentalismo", en cambio, es una nostalgia del mundo sin libertad,
represor del placer y el interés individual, que es el único secreto del
éxito económico, político, cultural y moral del occidente rebelado
contra sus captores morales.
Es
así que el liberalismo se desarrolla en Occidente por la misma razón
que los anticuerpos contra una enfermedad se desarrollan en una persona:
porque la enfermedad existía. En este caso, porque la opresión
existía.
Aquellos
obsesionados con la defensa de Occidente, en realidad, no pretenden
defender el Occidente post-Ilustración. Por el contrario, mediante una
cruzada moral, pretenden imponer y regresar al Occidente
pre-Ilustración, el que estaba unido a un abrazo religioso, inquisidor y
profundamente anti-progreso en una de las etapas más oscuras de la
Iglesia católica.
Por
eso es importante remarcar a qué nos referimos con "liberalismo",
puesto que hoy en Argentina, por ejemplo, se llama "liberalismo" a un
movimiento repleto de reguladores del placer que vacían el significado
de la palabra. Hoy hay "liberales" que propagan un discurso antiliberal,
pero imponiéndose como los representantes del "auténtico liberalismo" y
la famosa y épica "batalla cultural", sumados al "patria, orden, Dios y
familia". Se parecen mucho a los comunistas llamándose los únicos
democráticos, cuando no tenían un pelo de democráticos.
Lo
opuesto a las batallas culturales (que en realidad son cruzadas morales
de unos contra otros) es la sociedad abierta. Cuando el mundo
occidental se rebela mediante el liberalismo o el pensamiento ilustrado
contra todas las injusticias, observamos que todo aquello que los de la
"batalla cultural" definen o entienden como "decadencia" en realidad es
nada más y nada menos que puro avance: los derechos de la mujer,
de los afroamericanos, de los homosexuales, de todo tipo de familias,
la educación sexual en las escuelas, el rescate de inmigrantes, la
legalización de las drogas o la legalización del aborto.
Para
la nueva derecha todas estas libertades se enmarcan en lo que titulan
como "marxismo cultural". Es el nombre que los heterosexuales inseguros
le han puesto a todo lo que les molesta de la libertad. El agregado de
"marxismo" lo hacen para alimentar la etiqueta del miedo entre sus
círculos conservadores o fascistas. La expresión "marxista cultural" se
usa como fantasma, y eso acaba favoreciendo al marxismo real, que ya no
puede reconocerse porque parece que toda polaridad ahora pasa a
llamarse así. La batalla cultural es profundamente inculta y bestial.
Los
populistas de derechas aspiran a ser machos alfa y se obsesionan con la
llamada crisis de la masculinidad o pérdida de la masculinidad,
justamente porque la sociedad avanza y el modelo masculino de la
imposición y la superioridad pierde fuerza y sentido para las nuevas
generaciones.
Una
parte de la homofobia está vinculada a la enorme falta de seguridad en
la propia "masculinidad" construida (lo quieran oír o no)
artificiosamente, una desmentida a un lugar que se tiene ganado
reprimiendo cualquier impulso femenino. La crisis de la masculinidad
-que es una crisis del machismo, en realidad- necesita alimentarse de la
homofobia.
Por
eso, los que están en esta línea sienten como algo personal que se
deslegitime la discriminación. Creen que ejercerla aleja las sospechas
de padecer esa inferioridad de cualquier signo de femineidad, razón por
la cual toda manifestación de apertura, de salida de la visión
segregacionista, es vivida como una contaminación y una amenaza.
Esta
"nueva derecha" sostiene que ofender es libertad de expresión, y que
necesariamente eso requiere que acabemos con las "generaciones blandas y
sensibles" (llaman sensible a todo aquel que no se sume al ejército de
maldad de su cruzada moralizadora). Son a la vez los mejores
representantes de la religión del amor al prójimo y se dedican a cazar
prójimos en público para no ver amenazado el lugar que creen merecer,
reivindicando un "derecho a ofender". Un mandamiento nuevo te da el
señor: que tiremos piedras y ofendamos.
Pero,
a su vez, son de la generación de cristal que tanto critican cuando se
victimizan porque los débiles de repente son fuertes y los cancelan por
su homofobia o racismo. Son homófobos y racistas para sentirse fuertes.
Pero los de la cancelación los hacen verse (según ellos, injustamente)
como todo lo contrario. Estos cobardes se ofenden cuando la réplica se
organiza.
Jordan Peterson, el ídolo de esta "nueva derecha",
considera, como otros gurús de ese sector político, que hay una
masculinidad amenazada por el avance de la mujer y el feminismo. Y da
consejos de autoayuda, como empezar por ordenar el cuarto antes de
opinar sobre el mundo.
La
historia está repleta de grandes pensadores que han hecho aportes
fundamentales a la humanidad para la comprensión de sí misma y del
mundo en el que habita, que, sin embargo, no tenían su propia vida
ordenada como soldados. Según Peterson, tendríamos que olvidarlos.
Postado há 1 week ago por Orlando Tambosi
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