BLOG ORLANDO TAMBOSI
A direita, se poderia dizer, tende a crer na dificuldade dos problemas, enquanto a esquerda crê na facilidade das soluções. J. L. González de Quirós para Disidentia:
Cabe
un homenaje al espléndido libro de Martin Gardner que analiza el
significado científico de las leyes de simetría y de sus excepciones
naturales para referirnos a un fenómeno menos cósmico y más político, a
las diferencias y enfrentamientos entre conservadores y progresistas,
entre derecha e izquierda.
Las
diferencias políticas surgen de fuentes bastante hondas, casi nunca son
meras preferencias sobre opciones equiparables. Es probable que la
rotura de los cauces clásicos de enfrentamiento entre unos y otros
derive de que, en la práctica, buena parte de las derechas se han
acomodado al consenso socialdemócrata y estatista y buena parte de las
izquierdas han comprendido que la derrota del capitalismo no solo era un
imposible sino un absurdo. De ser así, se impone reconocer que todavía
no se han encontrado fórmulas estables, alternativas y razonables, de
oposición política que preserven el fondo cultural del que surgen las
diferencias, y ello ha sido, con toda probabilidad un factor que ha
contribuido al auge de los populismos que, aunque se sigan reclamando de
derechas o de izquierdas son cosa bien distinta y harto desafortunada.
No
quiero detenerme ahora en las diferencias de fondo entre una y otra
manera de pensar, sino en algo que me parece bastante llamativo, en la
manera en que buena parte de las derechas han caído en el error de hacer
la política a la manera de las izquierdas. Creo que la razón de fondo
de esa imitación está en que la derecha siente que ha perdido demasiadas
batallas (piensa que el mundo se ha ido haciendo progre e inmoral) y
que la razón está en que las derechas han renunciado a la movilización,
se han vuelto cómodas y prácticas. Hace unos años que me di cuenta de
que ciertos sectores de la derecha más conservadora creían necesaria la
invención de un Podemos de la derecha y a fe que se han empeñado con
éxito en ello.
Aunque
el asunto es más complejo, me parece fuera de discusión que en el
horizonte de cualquier derecha se encuentra la idea de orden, aún a
riesgo de mantener formas poco tolerables de desigualdad, mientras que
la izquierda pretende lo que he llamado la politización de la
existencia, una inacabable tarea destructiva porque siempre hay
obstáculos que derribar en pro de sus bellos ideales. Fiat iustitia ete
pereat mundus, bien podía ser su lema permanente.
La
política es acción, no contemplación, pero las formas de acción que son
preferibles para la derecha debieran ser muy distintas de las que la
izquierda trata de poner en funcionamiento. Mientras que muchos
conservadores tienden a considerar que la política es una molestia
inevitable y que es poco probable que aporte algo que resulte ser sin
discusión mejor que el no hacer nada, los progresistas están muy
convencidos de que poseen las soluciones de fondo para todo pero que no
hay nada que hacer mientras manden los conservadores.
La
derecha, se podría decir, tiende a creer en la dificultad de los
problemas mientras que la izquierda cree en la facilidad de las
soluciones. El truco está en que los problemas en los que la derecha se
centra no son fruto de la imaginación sino de la experiencia, en tanto
las soluciones que enarbola la izquierda son más producto de la ilusión
que de ningún cálculo. Es obvio que la izquierda contemporánea se rinde
con facilidad a modelos de activismo, y lo hace porque sabe que si
caminase con sosiego no sabría a dónde ir, porque, en verdad, ha dejado
de creer en cualquier paraíso imaginable y solo cree ya en la acción por
la acción, en una revolución en la que, parodiando al Príncipe de
Lampedusa, es preciso que todo cambie para que nada, por más que siga
siendo lo mismo, repose satisfecho.
La
izquierda se mueve, no para, es un torbellino a la búsqueda de nuevas
causas, es en esencia callejera y activista, y ese es el modelo en el
que tiende a caer con frecuencia la derecha, en manifestarse, en salir a
la calle, en juntar multitudes para mostrar que tiene fuerza, pero en
ese ejercicio corre el riesgo, nada pequeño, de olvidar que lo suyo no
mostrar fuerza, sino dar razón, encontrar las formas de dar salida a los
problemas con los que se encuentran los ciudadanos y que ninguno de
ellos puede resolver solo con sus medios.
Esto
no quiere decir, como interpretan los tecnócratas, que todo pueda
reducirse a la gestión, que la política consista en darle a la tecla de
los ordenadores de los funcionarios; de ninguna manera, la derecha
necesita tener proyectos, porque la política se ocupa de mañana y no del
ayer, y debe esforzarse en mostrar lo razonables que son y en tratar de
resolverlos mediante fórmulas efectivas de participación ciudadana.
Esto
hace que la política de derechas constituya un trabajo arduo y que, a
nada que se dejen vencer por la pereza, tiendan a pensar que ya
resolverán las cosas cuando estén en el gobierno y que para llegar a él
haya que hacer lo mismo que la izquierda, tomar las calles, evitar los
debates, opacar al discrepante y, desde luego, sacar una energía tan
inagotable como se pueda de las continuadas fechorías de la izquierda
cuando gobierna, pues creen muchos que eso es algo que la izquierda,
simplemente, no sabe hacer.
Cuando
la derecha abandona la misión de buscar los acuerdos generales de un
conjunto de personas a las que la causalidad o la elección ha hecho
vivir juntas, por decirlo con Oakeshott, corre el riesgo de convertirse
en mero sustituto de los progresistas porque solo es capaz de llegar al
gobierno y de conseguir mayorías cuando sus adversarios fracasan, lo que
significa que la derecha se limita a ser progresismo moderado o
envejecido.
En
el colmo del mimetismo, puede acabar sucediendo que la derecha se deje
seducir por los procedimientos de movilización electoral de sus rivales,
claro está que, por lo general, con risible eficacia. Los políticos del
centroderecha se equivocan del todo cuando se limitan a ser críticos
oportunistas de las ocurrencias del adversario, cuando imitan sus
métodos de agitación y su forma de capitalizar el miedo y, por tanto, se
excusan de dar razones originales y atractivas (sin competir en ser más
social que nadie) por las cuales se les debiera dar el voto.
Este
tipo de políticos que se pretenden conservadores acaban por ser un
derivado de lo que dicen detestar y son tan poco propensos a la
autocrítica que acaban por creer que, a su conveniencia, tendría que
existir una mayoría natural (cuando, como ha mostrado Arendt la política
es algo muy creativo y artificial) que no tenga otro remedio que
votarles, pero echarán la culpa al maestro armero cuando no ocurra lo
que habría debido ocurrir… y vuelven a perder las elecciones.
Por
fortuna, en sociedades de tradición democrática muy consolidada los
conservadores suelen tener argumentos y se dan el gusto de exponerlos,
pero por desgracia empiezan a menudear por diversas partes los fenómenos
que se adaptan a un esquema, que confunde el conservadurismo con el
pataleo y la exageración.
Cuando
el debate político pierde vigor intelectual, cuando no se habla de lo
que pasa sino que solo se habla de lo que conviene a la miopía de los
contendientes, los políticos excitan la inquietud de los electores y
tratan de colocarlos ante opciones apocalípticas, lo que constituye un
ejemplo perverso de politización de la existencia, de tratar que las
energías espirituales y morales de los electores se pongan al servicio
de operaciones políticas que debieran fundarse y proponerse por sus
propios motivos y razones. Para la derecha eso significa apostar por
jugar en campo contrario y no preocuparse de la acreditación de los
árbitros, un camino fácil hacia la derrota.
Postado há 1 week ago por Orlando Tambosi
Nenhum comentário:
Postar um comentário