BLOG ORLANDO TAMBOSI
Este neurocirurgião inglês passou a vida operando tumores cerebrais alheios. Agora enfrenta seu próprio câncer e conta, em seu novo livro, "Ao final, assuntos de vida e morte". Entrevista a Anatxu Zabalbeascoa para El País:
El neurocirujano Henry Marsh (Oxford,
73 años), autor de Ante todo no hagas daño, escribía un libro sobre el
cerebro. Pensaba que el suyo, tan activo, no se habría encogido como
todos, que terminan teniendo el tamaño de una nuez. “Narcisísticamente
me hice un tac para comprobarlo”. Encontró un tumor. Lo cuenta en Al
final, asuntos de vida o muerte (Salamandra), que acaba de traducirse al
castellano.
Vive
solo en Wimbledon, al sur de Londres, en una casa adosada donde lo ha
construido casi todo: de las estanterías a la claraboya de la luminosa
cocina. También ha plantado la camelia del jardín. En la chimenea arden
troncos. “La enciendo cuando viene alguien”, dice. Lleva los pantalones
recogidos en los calcetines. “Vengo de la reunión de las ocho en el
hospital”. Cuenta que está reseñando un libro de Freud.
“No es ciencia, es literatura. Esa es la clave: escribía muy bien”.
También que su padre, abogado, lo llevó por primera vez a España a una
reunión secreta antifranquista. “Tenía 16 años y me pareció un país muy
primitivo”. Todo esto antes de empezar a preguntar. “Soy una persona que
sube y baja y he aprendido a aceptarlo”, diagnostica: “Como me dijo un
amigo: es imposible sentirse muy optimista y muy pesimista a la vez”.
“Me han guiado las emociones, el término psiquiátrico sería ciclotímico.
Mi vida ha sido intensa. Por eso he sido neurocirujano. La mayoría de
los médicos no quieren ser cirujanos. Y la mayoría de los cirujanos no
quieren ser neurocirujanos. Si no te gusta el riesgo, no eliges esta
profesión. El riesgo implica la posibilidad de lo mejor, que solo
existe, claro, porque existe su contrario”.
En Ante todo no hagas daño asegura que la muerte no es el peor diagnóstico. ¿Lo sigue pensando con cáncer?
Sí.
Como neurocirujano puede que salves una vida que esa persona no
querría. Es una decisión difícil que tiene que tomar la familia, si
consigues encontrarla. La pregunta es: ¿conoce a esta persona lo
suficientemente bien para saber si querría vivir en estas condiciones de
dependencia? O: ¿queréis a esta persona lo suficiente para cuidarla si
ella no puede?
Escribió que, si le diagnosticaran un tumor cerebral, seguramente se suicidaría. No lo ha hecho.
Defiendo
el derecho a la eutanasia, que ahora tienen en España y no tenemos
aquí. Debemos saber mirarle a los ojos a la muerte. Forma parte de la
existencia. Cuando me diagnosticaron el tumor me obsesioné hasta que
pensé: tengo 73 años y he tenido una vida difícil, pero larga y buena.
Pensé en mis pacientes jóvenes que murieron. Y en sus padres, que nunca
los conocerían adultos. El deseo de sobrevivir está en nuestro ADN. El
problema es que eso tenía sentido cuando la gente moría con 40 años.
Ahora el miedo es convertirse en una carga para quien quieres. Hay
tantos tratamientos que se ha convertido en un problema saber cuándo
parar.
¿Cuándo parar?
Muchos
tratamientos son caros y el sistema público de salud no se los puede
permitir. Se venden más pañales para ancianos que para niños. Hace 30
años yo hubiera muerto de cáncer. Ahora moriré con cáncer,
pero no de cáncer. El cáncer es, fundamentalmente, una enfermedad de la
tercera edad. La probabilidad de tenerlo con 70 años multiplica por mil
la de tenerlo con 20. Pero me aterra más la demencia. No soportaría ser
un estorbo.
¿Por qué tememos molestar?
No querría que mis hijos me vieran como vi a mi padre a los 96 años. No sabía quién era.
Se convirtió en médico por una crisis vital.
Empecé
Ciencias Políticas y Filosofía, pero todo eran análisis verbales, y me
fui un año a Ghana como voluntario con curas blancos, católicos. Aunque
no soy religioso, esa experiencia me formó. Luego me fui a trabajar de
camillero.
El neurocirujano Henry Marsh, retratado en su casa en Wimbledon, al sur de Londres.
Huyó de Oxford por desamor.
Fui
muy inmaduro. Me enamoré perdidamente. Me había pasado la adolescencia
leyendo poesía y, bueno… fue embarazoso. Era una amiga de la familia que
en parte propició mi enamoramiento…
¿Estaba casada?
Sí.
Típico de adolescencia. No conseguía salir de mi obsesión. ¡Hasta
intenté suicidarme! Sé lo que significa estar locamente enamorado… Y
desconfío de la locura. Creo que en las relaciones que funcionan el amor
es trabajo. Pero entonces me obsesioné con esa poeta americana tan
rígida, Sylvia Plath.
Escribía
muy bien. Pero era narcisista. Y para mí el narcisismo solo se
justifica cuando te lleva a hacer del mundo un lugar mejor.
Un médico.
Bueno…
Quise conocer el sufrimiento de verdad, no el que me había invadido la
cabeza. Y encontré trabajo en los quirófanos de un hospital al norte de
Newcastle. Luego regresé a Oxford, estudié como un poseso y conocí a mi
primera mujer, una relación problemática desde el principio.
Vaya.
Aprendió
con nuestro divorcio. Se ha convertido en consejera matrimonial.
Tuvimos tres hijos. Me echó de casa. No la culpo. Llegaba por la noche,
me llamaban del hospital y me tenía que volver a ir. Estaba obsesionado
con mis pacientes. Los puse por delante de todo.
¿Por eso no vive con su segunda mujer?
Kate
Fox es una antropóloga brillante. Su libro Watching the English es un
mega best seller. [Se levanta y me regala una copia]. Las vidas
separadas hacen un matrimonio feliz. No vivimos juntos porque tiene la
enfermedad de Crohn.
De nuevo el miedo a molestar.
Vivir con una enfermedad crónica es difícil para todos. Como médico me alarmo, como pareja debo respetarlo.
Estudió Medicina sin saber que su bisabuelo materno había sido médico.
Mi
madre era alemana y antes de morir decidió dejar por escrito que dejó
de hablarse con su familia porque ellos eligieron afiliarse al partido
nazi y ella no.
¿Esperamos al final para hacernos las preguntas más importantes?
Prepararse
para morir tiene mucho que ver con haber tenido una buena vida. Soy un
privilegiado. He amado ser médico y construir mesas de madera. Y eso
tiene todo que ver con la suerte que hayas tenido en tu infancia. Es
decir, la gente pobre no tiene suerte. Por lo tanto, tenemos la
obligación de tratarlos mejor. Como médico es automático, una ética.
Para alargar la vida, lo que habría que hacer es mejorar los primeros
años.
¿La ignorancia con el propio pasado la llevamos a la historia de nuestro país?
Cuando
envejeces te das cuenta de lo poco que has cuestionado lo que has
aprendido. Kate me hizo ver que fue la trata de esclavos lo que financió
la revolución industrial. De errores como ese derivan muchos problemas
actuales. Pero es más fácil sentirse orgulloso que avergonzado, y la
reparación histórica es complicada. ¿Dónde te detienes?
¿Qué es una buena muerte?
La que te permite mirar atrás y pensar: he dicho lo que tenía que decir.
Somos incapaces de aceptar la muerte. Como si existiera otra posibilidad…
Nuestra
naturaleza nos aparta del dolor. Es irracional preocuparse por algo
que, hagas lo que hagas, sucederá. Por eso vivimos en presente.
¿Vivimos en el presente?
Yo
lo hago, desde que me diagnosticaron cáncer. También cada vez que me
enamoro. Me ha pasado varias veces, pero siempre lo he observado con
sospecha. Hay que dejar pasar seis meses para que el sistema hormonal y
el cerebro se tranquilicen. Entonces empieza el trabajo. Lo que
entendemos por amor es muy egoísta. El amor consiste en hacer feliz a la
persona amada.
Marsh fabrica sus mesas, estanterías y hasta ventanas. El neurocirujano, retratado en el taller que tiene en su casa.
¿Tiene buena relación con sus hijos?
Arrastraba
la culpa de mis ausencias. Tuve problemas con mi hijo William, un gran
tipo, solitario, sin hijos. Pero hizo psicoterapia y le fue tan bien
como a mí.
¿Por qué fue usted a terapia?
Cuando
regresé de África tenía 22 años y no sabía qué hacer con mi vida. No me
sostenía solo. Ir al psiquiatra fue como una conversión religiosa. Tras
la primera sesión pasé la noche llorando. Al amanecer tenía ojeras,
pero lo había llorado todo. William James describe la conversión
religiosa como perdón, conocimiento y verdad. No fue el llanto, fue
admitir que necesitaba ayuda, encontrarla, aceptar mi fragilidad y
abandonar mi enfado. Tienes que ser muy fuerte para asumir tu
fragilidad. Es una paradoja, como muchas de las verdades psicológicas.
Su carrera tiene aciertos y errores.
Ante
un mal resultado no recuerdas lo que has solucionado. La autocrítica es
dolorosa y la gente tiende a evitarla o a destruirse. Se trata de
aprender de los errores para crecer. Aprendí, por ejemplo, que no puedo
operar escuchando música.
Sus operaciones pueden durar 15 horas.
Son
un trabajo de equipo. Un sindicato obligaría a cambiar de médico a las
ocho horas. ¿Un paciente querría eso? En un porcentaje altísimo, la
médica es una profesión vocacional. Pero la pasión es una opción
personal. No se puede esperar esa devoción en la nueva generación de
neurocirujanos, el precio personal es alto. Yo prefiero operar con un
colega, hacerlo juntos, apoyarnos y poder descansar. La regla de oro de
la humanidad es aprender de los errores propios y de los demás. Pero… es
raro que todos los médicos cooperen. Hay mucho narcisismo en mi
profesión. Para que un comité funcione, se deben abandonar los egos, y
en países como Sudán o Ucrania la competencia es económica: solo enseñan
a la familia, nadie quiere enseñar a la competencia.
Defiende la duda. ¿A los médicos les permitimos dudar?
Los
pacientes quieren certezas y los médicos lidiamos con incertidumbres.
Cuando me convertí en paciente sabía que nadie sabe nunca cuánto te
queda, salvo si son dos días. Y aun así no pude evitar preguntárselo al
oncólogo. Es difícil vivir con la incertidumbre y todos los pacientes
oncológicos deben aprender a hacerlo. Intento ser útil: doy clases y voy
a Ucrania desde hace 21 años.
¿Por qué empezó a ir?
Tiene
que ver con mi padre y su defensa de los derechos humanos. De él
aprendí que con un sistema judicial corrupto la democracia no es
posible. ¿Y qué hicieron Putin y Yanukóvich? Corromper el sistema
judicial.
En Ucrania no enseña solo a curar.
Les aconsejo a los jóvenes médicos a no hablar con prisa. A sentarse aunque la tengan, a mirar a los ojos.
¿Dudó a la hora de contar las historias de sus pacientes?
No.
Desde los 12 años escribo un diario. Allí enterré 10 años de mi vida y
todavía me avergüenza leer lo tonto que fui. Pero también están allí las
historias que me han obsesionado. Cada historia es una persona. Kate lo
leyó porque nuestro cortejo fue por escrito: con correos electrónicos. Y
me dijo que tenía un libro. La única manera de aprender a ser
neurocirujano es operando. Y… cometiendo errores. La experiencia
consiste en cometer errores.
“La burocracia cuesta vidas”.
Los
problemas fundamentales de la salud pública son el aumento de los
pacientes —y de sus años de vida— y el de la tecnología —y su alto
precio—. Es necesario encontrar un equilibrio entre la libertad del
paciente y la organización médica para intentar sanar. La organización
es clave en la guerra de Ucrania.
Los rusos obedecen a una jerarquía, no tienen independencia de mando.
El ejército ucranio cambió en 2014. Sigue el modelo alemán: los
oficiales en el frente pueden tomar decisiones. La medicina es lo mismo:
debes dar cierta independencia a los médicos y las enfermeras en las
trincheras de la enfermedad. Hace 40 años los médicos tenían demasiada
independencia. Hoy estamos en el extremo opuesto. La autonomía es
fundamental para ser resolutivo y para preservar tu salud mental: para
hacerte cargo de ti mismo.
Henry Marsh.
En
neurocirugía es fácil pensar: iba a pasar de todos modos. Debes luchar
contra ti mismo para preguntarte: ¿podría haberlo hecho mejor?
¿Cómo lo hace?
Preguntando
a los amigos en los que confío. La adulación anula el pensamiento.
Cuanto más investigas, más te complicas la vida. Abres una puerta y
llegas a un lugar con más puertas. Por lo visto, Freud era muy dogmático
y cuando daba conferencias no admitía preguntas. Las preguntas son las
puertas.
¿A más chequeos, más enfermedades se encuentran?
Los
falsos positivos suceden a diario. Y obedecen a malas prácticas. Esta
mañana llegó una mujer a hacerse un tac por un dolor de cabeza. O el
médico de familia era un ignorante o era un vago. No puedes ir
acumulando rayos X en el cuerpo y en un tac pueden aparecer formas
anormales que no se pueden tratar a no ser que se desarrollen. ¿Cómo se
lo dices al paciente? No le puedes decir que no tiene nada y a la vez no
puede hacer nada por su bulto. Curiosear demasiado tiene consecuencias
emocionales: generas una ansiedad que te puede cambiar la vida. Si no
necesitas un tac de cerebro, ¡no te lo hagas! Yo, como tantos pacientes
oncológicos, vivo ahora en un limbo. Lo único que puedo hacer es no
pensar en las revisiones hasta que llega el día. Mi tumor cerebral tenía
origen en la próstata y la terapia hormonal es, básicamente,
castración. Y no es una cuestión sexual. No es que no te guste cómo está
tu cuerpo, tampoco me gustaba antes, es que los músculos se debilitan y
eso te afecta. Creí que me sentía infeliz porque tenía cáncer. Me di
cuenta de que estaba mal porque no hacía ejercicio. Lo bueno de la
terapia hormonal, que es como envejecer rápidamente, es que cuando la
terminas es como vivir al revés: ¡rejuvenezco a diario!
¿Qué país tiene la mejor sanidad pública?
El sistema público de salud es un reflejo de la sociedad y la escandinava es rica.
Noruega era pobre hace 100 años.
Invirtieron
el dinero del petróleo en mejorar el país. Sus prisiones son auténticos
centros de reeducación. Y están acostumbrados a pagar impuestos para
mantener sus servicios. Tienen mucha menos inequidad que el resto del
mundo. No soy de extrema izquierda, pero creo en la necesidad de poner
impuestos a la riqueza.
¿La industria farmacéutica decide cuánto valemos?
No
son hermanitos de la caridad, son empresas, y muchos medicamentos
contra el cáncer son prohibitivamente caros porque necesitan
rentabilizar su inversión. Necesitamos su investigación. Pero ellos no
deben olvidar que se benefician de la inversión que los gobiernos hacen
en las universidades. Defiendo que no hagan publicidad y abaraten
precios.
¿La sanidad privada sobrediagnostica más que la pública?
En
el sector privado se sobreestima el riesgo de no operar y se
infraestima el de operar. No creo que muchos médicos piensen en hacer
dinero. Pero si saben que van a ganarlo con un paciente, tal vez se
comportan más amigablemente. Somos así.
Ante todo no hagas daño termina preguntando: ¿qué estás haciendo con el tiempo que te queda?
He
puesto en marcha una organización para apoyar cuidados paliativos en
Ucrania. Quiero escribir un cuento de hadas para mis nietas. Continúo
dando clase en el hospital. Y hago estanterías. Vivo en presente.
Postado há 1 week ago por Orlando Tambosi
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