Ele ensinou coisas importantes para a vida de um casal, sobretudo que se deveria falar muito andando pelas ruas. Alberto Olmos para The Objective:
Woody Allen ha declarado que dejará el cine pasados los 86 años para escribir una novela,
porque para morirse necesitaría mucho más tiempo. La escritura siempre
ha sido un gran antídoto contra la muerte, al menos si creemos la
palabras épicas que le debemos a Eloy Tizón: «Sé que mientras estoy
escribiendo no puedo morir». Vendrá la muerte a Manhattan, a la
millonaria casa de Woody Allen, y Allen le dirá: «Espera a que acabe
este capítulo. Me va a llevar veinte años».
Alguien
dijo que la vida era más larga que la biografía, y esto quiere decir
que en la vida pasan muchas menos cosas de las que creemos. A partir de
cierto momento, no pasa nada, y eso es la vejez. Que los obituarios de
muchas personalidades célebres estén ya escritos en los periódicos desde
hace años sólo indica que ese muerto venidero lleva una década regando
las plantas, y que sólo hay que esperar a que se le sequen. Todo lo que
uno hace para merecer una muerte publicitada lo hace cuando lo último
que pensaba era en morirse. Cuando piensas en morirte, la gente no
piensa en ti.
Por
todo ello me parece muy bien anunciar el retiro, sabotear de alguna
forma el propio obituario, darse por muerto y no por planta. Aunque
luego hagas lo que quieras, claro. Quentin Tarantino lleva mucho tiempo
diciéndonos que la décima será su última película, y eso hace mejor a
Tarantino, porque nos transmite que lo tiene todo controlado, que no
piensa morirse antes de esa película, y que luego ya veremos.
Con
Allen la filmografía mítica llegará a la cincuentena. Los números
redondos dan muchas ganas de dejarlo, como saben los asesinos en serie.
50 películas conoce Woody Allen que hará en vida, y eso tiene algo de
pequeña victoria contra la muerte, porque no será morir lo que detenga
la cuenta, sino uno mismo totalmente consciente y seguro y dominante.
Que
el cineasta haya apurado hasta casi los 90 para dejarlo tiene todo el
sentido, dado que Woody Allen fue joven con 58 años. Ha sido una de las
grandes epifanías de mi vida, al menos culturalmente, darme cuenta de
que ese actor y director y guionista cuya película ibas a ver en los
años 90 como si tratara de ti y de tu novia (pongamos, Misterioso
asesinato en Manhattan) estaba protagonizada por cincuentones. Parecían
una pareja de estudiantes, Allen y Keaton, con vecino asesino y libros
obvios en el regazo.
Woody
Allen, un cincuentón, nos enseñó cosas importantes para la vida en
pareja, sobre todo que había que hablar mucho andando por la calle. Si Godard
es el director de cine que más libros ha sacado en sus películas (y
seguramente Woody Allen es el segundo, y Almodóvar, el tercero), Woody
Allen es el director de cine que más ha hecho andar a los enamorados.
Para hablar había que dar una vuelta a la manzana en Nueva York, porque
entonces se dicen las cosas más bonitas.
Casi
todas las películas de Woody Allen giran en torno a hombres blancos
burgueses que persiguen a mujeres blancas burguesas o que se dejan unos a
otros por otro hombre u otra mujer blanca y burguesa. La filmografía de
Allen es, por tanto, una muestra impagable de diversidad: es increíble
lo diverso que puede ser algo tan simple como que un hombre y una mujer
se gusten.
Que
la muerte no te pille trabajando (como decía Picasso de la inspiración)
tiene además la ventaja de que, sabiendo que ahí acabas, quizá lo hagas
mejor que nunca, o tan bien como antes o mucho mejor de como lo harías
si la película sólo fuera una más. Pero no es una más, es la última, y
por eso de Wasp 22 (que así se llama el cierre cinematográfico de Allen)
podemos esperar las maravillas aparejadas a los cantos de cisne, esa
adrenalina acumulada por el hecho de no volver a esforzarte nunca más.
Si es que Woody Allen se ha esforzado alguna vez, claro.
De
este pequeño judío pelirrojo quedará eso mismo, la liviandad, los
chistes y la diferencia, todo centrifugado en cine que cambió nuestra
manera de entender el humor, el amor y las camisas de cuadritos. Y, por
supuesto, la muerte: «Veo desastres, veo catástrofes. Peor: veo
abogados».
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