BLOG ORLANDO TAMBOSI
A direita que se preocupa com a progressiva derrocada dos valores ocidentais não parece preocupada com a Ucrânia que defende essas liberdades, resistindo à agressão de Putin, esse arauto da decadência ocidental. Marcel Gascón para Letras Libres:
En su boletín a Kind of Refugee,
la escritora estadounidense de padres ucranianos Larissa Babij ha
desarrollado uno de los aspectos más estimables de la guerra de
afirmación y supervivencia que está librando el pueblo de Ucrania:
“Como
las milicias ciudadanas cuya historia se remonta a las antiguas
ciudades-Estado griegas y llega a las ‘milicias bien reguladas’ que
fueron la premisa para el derecho constitucional de los americanos a
portar armas, la defensa militar de Ucrania toma fuerza de su cercanía a
la tierra (el hogar), de la gente (cooperación ciudadana) y de la
virtud de defender lo que es nuestro.
¿De
dónde ha sacado la gente de hoy la idea de que una acción militar
coordinada y la destrucción del enemigo con el fin de protegerte a ti
mismo, a tu tierra y a tu gente es algo malo? Aún más peligrosa es la
idea de que podemos protegernos evitando que nuestro pensamiento vaya en
esa dirección. ¿En qué tradición ideológica cabe querer delegar la
protección de lo que es nuestro (la tierra, los intereses, la gente) en
terceros o esperar que el ejército o ‘la paz’ nos protejan? ¿Y a qué
intereses sirve evitar pensar en la acción militar y participar en
ella?”
Babij
nació en Estados Unidos pero vive en Ucrania desde hace años. Cuando
las bombas rusas empezaron a caer y los tanques se acercaban salió de
Kiev. Después de sopesar sus opciones, y reflexionar sobre las
implicaciones éticas de su elección, decidió quedarse en Ucrania.
Primero trabajó para hacer llegar medicinas a los soldados en el frente.
Después se alistó como voluntaria en el ejército popular que combate al
invasor ruso.
***
Los
ucranianos que abandonan su país por la guerra merecen, por supuesto,
toda nuestra simpatía. Yo mismo he dedicado muchas horas y bastante
dinero a ayudarles a llegar a su destino desde la Estación del Norte de
Bucarest. Pero son los que se quedan quienes están manteniendo en pie a
Ucrania. Para conocer y dar apoyo a esta gente, en las últimas semanas
he viajado dos veces a Odesa. La última este mes de agosto.
En
medio del ulular de las sirenas que anuncian posibles ataques aéreos,
los habitantes de la ciudad y los desplazados que han elegido
establecerse en Odesa hacen vida relativamente normal y mantienen en
funcionamiento bares, restaurantes, tiendas, clínicas, mercados,
transporte y servicios públicos. Cada grivna gastada en Odesa o en
cualquier otra ciudad del país es una infusión de normalidad y liquidez
para la castigada economía de Ucrania.
Pero no hace falta estar en Ucrania para ayudar. El diplomático ucraniano Olexander Scherba tuiteó el otro día sobre Pavel Fedosenko,
propietario de una pizzería en la ciudad de Jarkov, una de las más
castigadas por las fuerzas de Putin. Fedosenko no solo ha permanecido en
la ciudad. Bajo los bombardeos diarios, mantiene la pizzería abierta.
Con donaciones que le llegan a su cuenta de paypal, veter_88@ukr.net,
ofrece pizza gratis a soldados, médicos, trabajadores de emergencias y
víctimas civiles de los bombardeos.
Una
noche, antes del toque de queda, que empieza a las once en Odesa, un
hombre con una guitarra animaba a los transeúntes con un amplio
repertorio de canciones populares rusas, éxitos occidentales y música
patriótica ucraniana. Hasta minutos antes de las once, hombres y
mujeres, niños y jóvenes bailaban sobre el empedrado de la calle
Derybasivska al ritmo de la música del cantante. También ellos
contribuyen al esfuerzo de guerra de Ucrania.
(Derybasivska debe su nombre a uno de los artífices de la ciudad, el aristócrata de origen barcelonés nacido en Nápoles,
José (¿Josep?) de Ribas, que conquistó con los ejércitos de la
emperatriz Catalina el territorio sobre el que se fundaría Odesa).
***
En
las carreteras ucranianas, los soldados de los puestos de control no
extorsionan ni intimidan. Pese al riesgo de que se infiltren
provocadores y propagandistas hostiles, los hombres armados que se
encargan de estos filtros apenas hacen preguntas al viajero extranjero.
Quizá sea otra señal de que Ucrania es una democracia.
Más
difícil que entrar a Ucrania es salir, porque los soldados de las
alcabalas (como llaman en Venezuela a estos puestos) dan el alto a los
autobuses para controlar a los hombres. Para evitar una desbandada, el
presidente Zelenski ha prohibido a los hombres en edad militar que
abandonaran el país durante la guerra, siempre que no tengan una
discapacidad, un pasaporte extranjero o sean padres de tres o más hijos.
En
algunas alcabalas los soldados hacen bajar a todos los varones.
Mientras revisan los documentos nos hacen esperar junto al autobús.
Aunque el tratamiento es impecable, los militares se esfuerzan en hacer
visible su reproche. Nosotros nos quedamos para que un día podáis volver
si las cosas salen bien, deben de pensar los soldados, entre los que
también hay mujeres, de quienes huyen.
Después
de unos minutos de espera en que algunos escrutados fingen relajación
bromeando, los hombres volvemos a subir al autobús, que arranca cuando
termina el walk of shame al que los soldados quieren someternos con la
audiencia femenina de a bordo como aliado más o menos voluntario. Al
subir al autobús llevo a la vista mi pasaporte rojo de España. El
ucraniano es azul, y así intento evitar el juicio de quienes ven la
guerra como asunto exclusivo de los hombres.
***
Todo
lo que cuento aquí, y otros muchos aspectos de la movilización en
Ucrania, deberían despertar el entusiasmo de la derecha preocupada por
la deriva disoluta de Occidente. Sin embargo no está siendo así. Muchos
de quienes llevan años reclamando principios y gallardía a nuestros
gobernantes ignoran, denigran o restan valor al ejemplo de Ucrania. A mí
personalmente me han decepcionado.
¿Qué
demuestra su cinismo hacia Ucrania? Que son conservadores en la peor
acepción del término. Su causa no se inspira en valores auténticos, sino
en los antagonismos y las convenciones estéticas y formales que definen
su ideología.
Estos
conservadores odian más al disoluto Occidente que estiman la rectitud
que proclaman. Esta Ucrania –multilingüe, multiétnica y en
transformación– es, a sus ojos, una nación bastarda y una extensión del
Occidente decadente al que odian. Que el enemigo les sea ideológicamente
afín hace aún más natural que rechacen alinearse con Ucrania.
Hasta
hace poco creía que a esta derecha (que no es toda la que ha sido
despachada como extrema y ultra) le molestaban, sobre todo, el
relativismo nihilista y la apatía moral de muchas manifestaciones
posmodernas de Occidente. La Ucrania que lucha por existir en libertad
es un ejemplo de lo contrario, pero no pueden abrazarla. Porque ven más
decadencia en alguien como Zelenski, que salió desnudo y vestido de
mujer en la tele, que en la crueldad y la mentira sistemática de un
tradicionalista como Putin.
Marcel Gascón es periodista.
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