BLOG ORLANDO TAMBOSI
Ensaio de Antonio Chazarra, publicado por Entreletras:
I.-
De entre los poetas latinos, en mi humilde criterio, destaca por su
modernidad Publio Ovidio Nasón (43 aC. – 17 dC.). Su sensibilidad
conecta perfectamente con nuestra visión del mundo. Cuando nos habla de
gozar la vida, de buscar la plenitud, de la añoranza del ser amado… del
dolor de la separación, parece que se está dirigiendo a nosotros un
contemporáneo.
Fue
halagado, popular, respetado y vivió más tarde la amargura del
destierro. No se sabe a ciencia cierta por qué cayó en desgracia. El
puritanismo con su halo de hipocresía, es la antesala del totalitarismo y
el Emperador Augusto sabemos que puso los cimientos de un sistema
totalitario, que más tarde o más temprano, censura o limita la libertad
de expresión, sencillamente porque le molesta.
Su
vida está escindida… una mitad de luz y otra de sombra. Fue capaz de
crear un mundo refinado de ficción bajo el cielo proteico del lenguaje,
mas una verdad que solo se aprende con sufrimiento, es que la soledad es
la única madre de los hombres.
Con
una inteligencia viva y penetrante, contemplaba las apariencias. La
insatisfacción que sentía, le empujaba, le acuciaba a ir más allá. El
pensamiento poético de Ovidio quiso ser –y en ocasiones fue- un puente
hacia el gozo, hacia la plenitud, hacia el despertar de los sentidos.
El
amor es también pérdida, extravío. Fue el suyo un invisible camino
entre espejos. Su palabra precisa aspira a convertirse en ‘vida vivida’.
El destino o lo que llamamos destino, a veces pende del filo de una
espada.
El
amor se complace, en ocasiones, en echar sal en la herida… escuece, mas
hace que nos sintamos vivos antes de que el tiempo cierre su abanico.
El dolor por la ausencia del ser amado es en Ovidio, un fruto que madura
hacia dentro… y corroe las entrañas… viendo como se desvanecen y
evaporan los instantes felices. Hay miradas privilegiadas que saben
escrutar hasta el fondo.
II.–
Desde hace tiempo el género epistolar ha caído en desuso, sustituido
ignominiosamente por emoticonos, wasap con frases cortas, expresiones
tópicas, manidas y que con la repetición no muestran sino su
insignificancia y su vaciedad de contenido ‘ad nauseam’.
Amiga
lectora, amigo lector permitidme que os haga una pregunta ¿cuánto
tiempo hace que no escribes o no recibes una carta? A menudo, he sentido
que un elemento más que explica la ‘liquidez’ de nuestro tiempo, es la
ausencia de comunicación. Tal vez, por eso, tengo la costumbre de
repasar las Epístolas de Séneca o las conservadas de Epicuro y también,
las intercaladas en las novelas de Galdós, Balzac o Dostoievski… Es una
tarea, desde luego, gratificante.
Juegan
un papel importante a la hora de contar historias. Dicen más de lo que
dicen, expresan sentimientos, anhelos, deseos, represión y son también,
un modo de dialogar con uno mismo o de ofrecer pensamientos y
razonamientos a los demás. Asimismo son un tanteo erótico, un ‘desnudar
el alma’ ante el ser amado. Además establecen una complicidad con el
lector nada desdeñable.
La
poesía lírica ovidiana es mucho más que una añoranza y una
desesperación inefable. Sus palabras están repletas y rezuman aliento
poético. Muestran un ‘interior torturado’
Ya
es hora de decir que Ovidio fue un innovador, el más innovador con
diferencia de los poetas latinos. Acostumbraba a ocultarse tras las
figuras de ficción creadas, moviéndose entre dos polos: la desesperación
y la esperanza.
Como
ocurre con todos los clásicos, cada día se le lee menos y a penas se le
cita. Las metamorfosis es una obra ambiciosa, donde más allá de
ocuparse de las ‘transformaciones’ supone un intento de adaptar la
mitología griega a la cosmovisión latina. Merece, también, la pena leer
El arte de amar, mas casi nadie dice nada de Cartas de las heroínas
(Epistulae heroidum), son misivas en verso, las más de las veces
angustiadas, escritas por heroínas mitológicas a sus amantes.
Sus
XXI cartas de amor –aunque alguna sea apócrifa o introducida
posteriormente- son, desde luego, de singular interés. Están escritas,
en su mayor parte por mujeres, mejor dicho por personajes mitológicos
femeninos, aunque con algunas excepciones. Una de ellas es la de la
poeta Safo, que como es sabido, tuvo una existencia histórica y otras
tres son de hombres. Predomina en todas ellas un sentimiento de
melancolía, de abandono… de amargura porque los momentos felices han
quedado atrás.
Existen
en castellano algunas traducciones rigurosas y muy fieles al espíritu
del poeta. Me quedo, sin embargo, con la de Francisco Moya del Baño,
colección Alma Mater, del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas (1921) por su calidad y rigor.
Merece
la pena que se lean en su totalidad, mas voy a atreverme a destacar la
de Fedra dirigida a su hijastro Hipólito, la de Medea a Jasón por su
fuerza dramática y su desgarro, la de Ariadna a Teseo y las misivas
‘cruzadas’ de Hero a Leandro y de Leandro a Hero. Tiene para mí un
sabor especial la de Cánace a Macareo.
Creo
que también, tiene interés la de Safo de Mitilene a Faón, en la que le
reprocha al ser amado que se haya marchado sin despedirse, es decir su
abandono. Es una constante la ausencia, la distancia que separa a los
enamorados y la insatisfacción y amargura que el alejamiento –forzado
o no- supone.
Ovidio
era un excelente conocedor del mundo griego y de su mitología. Los
personajes femeninos los ha ido seleccionando de los poemas homéricos y
de la tragedia griega, aunque también, La Eneida es utilizada como
fuente en una misiva de la enamorada Dido, lamentando la pérdida de
Eneas que sigue la trayectoria que el ‘fatum’ le ha designado.
Es
difícil ponerse en el lugar del otro. Ovidio elige a personajes
femeninos y les transfiere su sensibilidad emotiva. Las heroidas es una
obra, sin la menor duda, originalísima. Responde, desde luego, a un
modus operandi nada usual. El de un varón que adopta el punto de vista
de una mujer, aunque sea una heroína mitológica. Demuestra, sin ningún
género de duda, una novedosa penetración en la psicología femenina.
Las
heroidas es un hermoso texto, más triste, muy triste. Se complace en
poner al descubierto las heridas abiertas o las cicatrices mal curadas. A
veces, el amor se transforma en odio. Ovidio aprende a observar el
mundo ‘con ojos de mujer’. Hay fiereza y una ‘hybris’… quizás el momento
más ostensible es la carta envenenada que la hechicera Medea envía a
Jasón, antes de dar muerte a los hijos de ambos, despechada y enfurecida
por el abandono. En otras ocasiones la soledad abrasa. El mar, al que
Ovidio recurre frecuentemente, simboliza la distancia, la separación del
ser amado.
La
influencia de Ovidio, incluso de esta obra ha sido enorme. Señalaré,
tan solo, -de muestra vale un botón-, Los cuentos de Canterbury de
Geoffrey Chaucer o El Decamerón de Giovanni Boccaccio, entre otras
muchas.
La
novelista y ensayista Marguerite Yourcernar, autora de la hermosa y
brillante Memorias de Adriano y una de las narradoras y pensadoras más
fascinantes del siglo XX, estaba orgullosa de que su obra Fueros se
comparara con Las heroidas ovidianas
III.-
Sumergirse en la cultura grecolatina es fascinante. Cada nueva lectura o
relectura abre otras compuertas y otros espacios a la interpretación,
tal vez por eso, para resaltar la originalidad de Ovidio no he elegido
ni Las metamorfosis, ni El arte de amar, ni Las tristias, desgarradores
poemas elegiacos, donde en su destierro de Constanza, a orillas del Mar
Negro, va perdiendo progresivamente las esperanzas de volver a Roma y
las ganas de vivir. He preferido dedicar mi colaboración a Las heroidas,
donde apreciamos sus intentos de adaptar a la cultura latina los mitos y
la visión del mundo de la Grecia clásica.
De
Ovidio, su vida y sus circunstancias, conocemos más que de la mayoría
de sus contemporáneos. Le gustaba ‘volcar su interior’ y en sus poemas
hay siempre caminos y desviaciones que nos ayudan a construir su
biografía sentimental.
Nació
en Sulmona, en una tierra dura y fascinante como los Abruzos, cerca de
los Apeninos. Es un ejemplo de un hombre que llevó su vocación de poeta
lírico y de intelectual, por encima de todas las dificultades y
presiones que se le presentaron que, desde luego, no fueron pocas.
Quizás
sea oportuno destacar que desde muy joven sintió una atracción por
Grecia, su poesía, su teatro y su pensamiento. Por eso, en cuanto le fue
posible viajó a Atenas para ‘empaparse’ de su cultura. Otro detalle que
no quisiera que pasara desapercibido es que compuso una tragedia Medea
que, lamentablemente, se ha perdido. Después de valorar como se adentra
en la tormentosa vida de esta mujer despechada, lamentamos que no haya
sido recuperada esta tragedia.
Su
poesía siempre o casi siempre, tiene un tono elegiaco más también
destaca por adentrarse en el terreno de lo erótico, eso sí siempre de
forma comedida, sabiendo quizás que el deseo, la sugerencia y la
intensidad de la pasión… tienen siempre más interés que la consumación.
Pudo
ser indiscreto, no sabemos el cómo ni el por qué, pero Augusto con sus
caprichos dictatoriales lo puso en su lista negra y lo envió al exilio.
De nada sirvieron sus lamentaciones, su profunda tristeza, sus
depresiones y su larga agonía. Allí, en Constanza, en la costa oeste del
Mar Negro, se fue ‘vaciando de esperanzas’ y resignándose a una lenta
agonía. El destierro lejos de Roma lo fue ‘envenenando’ hasta morir.
Todavía
hoy podemos hacer conjeturas, mas carecemos de datos fiables de cuál
fue el motivo de la ira de Augusto. El propio Ovidio señala que la causa
pudo ser un poema y un error. Un halo de misterio, parece envolverlo
todo. Las epístolas desde el Ponto ponen de relieve su sufrimiento, su
solicitud de clemencia y la petición de intercesión a algunos de sus
amigos para que mediasen ante el emperador y propiciasen su regreso a
Roma. ¡Tarea baldía!, de nada sirvieron ni las súplicas, ni las
gestiones de sus allegados.
Las
heroidas, escritas mucho antes de su destierro —de hecho es obra de
juventud— anticipan no poco de su producción posterior como, sin ir más
lejos, las súplicas o el dolor por la separación. En este caso la
ficción se anticipa a la realidad.
En
la tediosa Edad Media, Ovidio fue poco valorado y censurado por sus
poemas amorosos. La rigidez medieval reprobaba toda manifestación
amorosa que se apartara de Dios.
Una vez más, el Renacimiento fue quien se encargó de revalorizar, rescatar y dignificar a Ovidio.
Garcilaso
de la Vega tuvo noticia de Las metamorfosis y sus sonetos a Dafne y a
Apolo y a Hero y Leandro, son buena prueba de ello. No pocas de las
‘transformaciones’ de las que Ovidio da cuenta, han tenido su
repercusión tanto en literatura como en pintura o escultura. Basta con
citar a quienes lo leyeron o se inspiraron en sus páginas, junto a otros
muchos: Dante Alighieri, Petrarca, Sandro Botticelli o William
Shakespeare.
Ovidio
pone de manifiesto como nadie, un sentimiento de vulnerabilidad. El
amor parece que es un lugar seguro en el que resguardarse de las
asechanzas, intrigas y zancadillas pero, más temprano que tarde, nos
deja a la intemperie.
Ovidio
se autoflagela en ocasiones, pero en otras tiene fuertes impulsos
vitales y hasta una tendencia hedonista a disfrutar de la existencia.
La
vida, en numerosas ocasiones, no es más que un simulacro… hay que
buscar más allá del desconsuelo y del dolor. El recuerdo es un buen
aliado para rememorar los momentos felices que han quedado atrás, aunque
se advierta con un resabio de amargura que el bienestar y la serenidad
de espíritu son pasajeras y de una forma u otra, siempre están
amenazadas.
La
derrota y el abandono son un pésimo espejo en el que mirarse. La
realidad acaba por imponer su pesado yugo. Entonces, los espejos
multiplican el vacio. El resentimiento nos va royendo por dentro. Las
circunstancias son a veces un puñal afilado que hiere, mas se destruye a
sí mismo.
El
mundo lírico ovidiano es un espacio de imágenes y de palabras, de
pasiones, memoria, sentimientos, ilusiones y frustraciones. La vida le
enseñó que los golpes, por duros que sean acaban mostrando una senda
para ver más allá de los ojos.
Hay
que saber adentrarse en uno mismo, aunque solo sea para romper el cerco
de la miseria envolvente y amar el artificio con su fuerza evocadora.
Crear es adentrarse en otra forma de apreciar los latidos de la vida.
A
Ovidio hay que verlo, sentirlo vivo. Es un innovador y todo innovador
ha de saber medir los riesgos y saber utilizar las metáforas como
vericuetos que eviten caer en los ‘lazos’ que el poder tiende.
En
un trabajoso aprendizaje fue dominando el arte de ser clandestino y de
descifrar los jeroglíficos con una sonrisa irónica. Cuando se lo propone
sabe ser corrosivo, escurridizo, resistente, próximo e incluso opaco.
IV.-
El sometimiento acrítico al poder y la adulación convertida en sucia
mercancía para medrar, están siempre presentes de una forma u otra, en
el inicio de toda decadencia.
Las
heroidas son veintiuna cartas de amor para reflexionar y para disfrutar
de su lírica hermosa y profunda. Tienen una característica común. Son
una prueba de amores irrealizados. El paso del tiempo no logra eliminar
el dulce veneno que deja la pasión amorosa y que con la ausencia se
manifiesta en toda su desolación.
A
riesgo de repetirme, he de señalar el esfuerzo de Ovidio por comprender
el alma de la mujer. Los óptimos resultados demuestran no solo su
especial sensibilidad, sino su arte de saber captar la psicología
femenina. Lo que tiene un indiscutible mérito, ya que nunca es fácil
ponerse en el lugar de otro y más cuando el otro es una mujer enamorada.
Ovidio
es el aliento vital, el primer lírico moderno y un precursor en ver el
amor como el motor de la vida. Su originalidad le lleva en sus epístolas
amatorias a utilizar los recursos convencionales… transcendiéndolos y
dejando un halo de autenticidad y novedad. Logró, nada más y nada
menos, que ‘construirse’ un estilo propio, lo que obviamente está al
alcance de muy pocos.
Los criterios moralizadores de Octavio Augusto, no soportaron toda la libertad y rebeldía encubierta que había en sus versos.
Leer,
releer e interpretar a los clásicos es una tarea que proporciona
evidentes satisfacciones. Quienes deseen salir de un ambiente tóxico,
mediocre y simplista… que no duden ni un momento en aproximarse a los
clásicos…
Con toda seguridad no lo lamentaran.
Antonio Chazarra é profesor de Historia de la Filosofía
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