Para Laudan, o objetivo da ciência não é encontrar a verdade (uma tarefa da filosofia), mas resolver problemas. Antonio Diéguez para El Confidencial:
La filosofía de la ciencia
ha sido, desde su constitución como disciplina diferenciada allá por
finales de los 20 y principios de los 30 del siglo pasado, una de las
ramas más activas e influyentes de la filosofía, y, aún lo sigue siendo.
Muchas de sus aportaciones conceptuales han sido adoptadas por los
propios científicos para describir y cualificar su propia labor. Es
común hoy el uso de términos como 'contrastabilidad' ('testabiliy' en
inglés), 'verificabilidad', 'falsabilidad', 'paradigma' o
'pseudociencia', todos ellos procedentes de o desarrollados en la
filosofía de la ciencia durante todos estos años. Los nombres de Carnap,
Popper, Kuhn, Lakatos y Feyerabend no solo son conocidos por todos los
que han estudiado la filosofía contemporánea, sino que les suenan al
menos a muchas personas interesadas en la ciencia.
Pertenecen
a lo que podríamos considerar como la época dorada de la filosofía
general de la ciencia, que llegaría hasta los años 80. Después el
terreno empezaría a quedar ocupado por las filosofías de la ciencia
especializadas en ciencias concretas, como la filosofía de la biología,
la filosofía de la economía o la filosofía de la física. Pero para que
la lista de nombres indiscutibles (se simpatice más o menos con sus
propuestas) esté completa hay que incluir sin lugar a dudas el de Larry
Laudan, quien falleció el pasado 23 de agosto en Lexington, Kentucky.
Laudan
nació en Austin (Texas) en 1941, se graduó (con un Bachelor of Arts) en
física en la Universidad de Kansas y posteriormente obtuvo el grado en
filosofía en Princeton, trasladándose a la Universidad de Cambridge para
su doctorado. A lo largo de su vida impartió clases en el University
College London, en la Universidad de Pittsburgh (donde dirigió su
prestigioso Centro de Filosofía de la Ciencia), en la de Virginia, en la
de Hawaii, en la de Texas, y finalmente en la Universidad Nacional
Autónoma de México. A finales de los 90 él y su mujer Rachel, una muy
prestigiosa historiadora de la ciencia, trasladaron su residencia
habitual a México, instalándose primero en Guanajuato y luego en Ciudad
de México. Allí colaboraron en el programa de posgrado de la UNAM y
establecieron estrecho contacto con los filósofos de la ciencia y
epistemólogos mexicanos. Al cabo de unos quince años retornaron a los
Estados Unidos.
En 1977 apareció el libro que le haría saltar a primer plano de la disciplina, 'El progreso y sus problemas' .
En él, Laudan expone con una rotundidad implacable, una excelente
profundidad en los argumentos y un dominio asombroso de los ejemplos las
líneas fundamentales de lo que sería su línea central de pensamiento a
partir de entonces: la defensa de una renovada concepción racionalista
de la ciencia (frente a las posiciones relativistas de Kuhn y
Feyerabend) y el rechazo del realismo científico, es decir, de la idea
de que el progreso científico ha de verse como una búsqueda siempre
inacabada de la verdad. Puesto que el relativismo y el realismo habían
sido las dos alternativas más potentes que se configuraron como salidas
posibles tras el agotamiento del positivismo lógico del Círculo de Viena
y sus adláteres, la crítica de Laudan a ambas corrientes se tornaba
entonces en una llamada urgente a un cambio sustancial en nuestra forma
de entender la ciencia.
Su
propuesta consistía en un racionalismo atemperado por un cierto
naturalismo: todo modelo teórico normativo acerca del modo en que se
produce el progreso científico debe contrastarse, como cualquier
hipótesis, con los datos empíricos, en este caso con los provenientes de
la historia de la ciencia, y, a su vez, la racionalidad científica debe
entenderse como una estrecha interrelación no jerarquizable entre los
métodos, las teorías y los fines de la ciencia. Tomando esta vía, Laudan
profundizaba y articulaba propuestas que también había formulado Imre
Lakatos, cuya obra quedó truncada por su prematura muerte.
Para
Laudan, el objetivo de la ciencia no es encontrar verdades, sino
resolver problemas de forma cada vez más efectiva. Por lo tanto, las
teorías científicas no han de ser juzgadas por un supuesto acercamiento a
la verdad, que es algo imposible de establecer, puesto que no sabemos
cuál es la verdad, sino por su capacidad comparativa para resolver más y
mejores problemas que las teorías rivales. Por otro lado, el progreso
científico, que, frente a lo que Kuhn sostenía, no es revolucionario,
sino evolutivo y gradual, obedece a criterios racionales, sin que la
influencia de factores externos (sociales, filosóficos, religiosos,
etc.) destruyan necesariamente esa racionalidad, sino que, al contrario,
pueden formar parte sustancial de ella. En lo que el relativismo se
equivoca, sin embargo, en poner todo el peso del cambio de teorías en
esos factores externos.
Pueden
compararse racionalmente todas las teorías y establecer cuáles
resuelven de forma más efectiva los problemas. No es necesario recurrir a
traducción alguna entre ellas. Esto desmonta el problema de la
inconmensurabilidad entre teorías que había señalado Kuhn. No obstante,
Laudan introduce dos matices importantes en las concepciones
racionalistas previas sobre el cambio científico. Por un lado, el
progreso conceptual es tan importante o más que el progreso empírico, y,
por otro lado, los principios de racionalidad científica también
cambian con el tiempo, como lo hacen las teorías. Lo que era
científicamente racional en el siglo XVII no siempre coincide con lo que
es científicamente racional hoy. No hay, pues, una racionalidad
científica atemporal. Por eso, mostrar la racionalidad de los cambios
científicos del pasado, no consiste en establecer que actuaron de
acuerdo con nuestros principios de racionalidad, sino que hicieron
elecciones progresivas de acuerdo con sus propios criterios. Cualquier
evaluación de un progreso ha de estar, pues, siempre históricamente
contextualizada, pero eso no implica que validez dependa sin más de la
visión que nos proporcione el paradigma vigente, como pensaba Kuhn.
Críticos
Algunos
críticos, como John Worrall, señalaron una inconsistencia en este
punto. Si no hay criterios atemporales de racionalidad, no parece
posible entonces afirmar que el progreso científico sea objetivo y no
relativo a los criterios del contexto en el que se juzgue, en este caso
los criterios aceptados hoy de forma habitual en la ciencia. Y si
creemos que esos criterios de hoy son mejores que los del pasado es
porque estamos aceptando de forma implícita al menos algunos principios
permanentes de evaluación.
Todas
estas ideas las fue desarrollando Laudan en los libros posteriores,
como 'Ciencia e hipótesis', de 1981, 'Ciencia y valores', de 1984,
'Ciencia y relativismo', de 1990 y 'Más allá del positivismo y el
relativismo', de 1996.
Sin embargo, su crítica al realismo cobró su forma más precisa y certera en un artículo de 1981 titulado 'Una refutación del realismo convergente',
que todavía se cita profusamente. Los realistas ponían el peso de sus
argumentos en la tesis de que la verdad (aproximada) de nuestras teorías
científicas es la mejor explicación que podemos dar del éxito
predictivo y práctico de la ciencia. En este artículo, Laudan desmonta
esta tesis mostrando que en el pasado hemos tenido un éxito apreciable
con teorías que hoy consideramos falsas. Es, por tanto, un error
comprometerse, como hacen los realistas, con la ontología postulada por
una teoría científica solo porque esta tenga éxito. Los realistas llevan
desde entonces elaborando respuestas a esta crítica, unas más
plausibles que otras, y el debate continúa.
Con respecto al problema fundamental que había ocupado a los filósofos del Círculo de Viena y a Popper, el problema de la demarcación
entre ciencia y no-ciencia, o, en el caso de Popper, entre ciencia y
pseudociencia, Laudan intentó también dar un giro radical y sostuvo que
era un falso problema. No existen, a su juicio, criterios de demarcación
precisos y universales que puedan cumplir tal función. De hecho, todos
los propuestos (verificabilidad, confirmabilidad, falsabilidad,
progresividad) han fracasado. Por eso, Laudan afirma que lo importante
es establecer criterios para saber cuándo estamos ante una buena teoría,
fiable, fértil y bien fundada, sea esta científica o no. En la
actualidad, sin embargo, dado el auge que han cobrado las
pseudociencias, este problema ha resurgido con fuerza. La posición más
aceptada hoy es la que sostiene que, si bien no hay un criterio único de
demarcación (la falsabilidad no vale tampoco, pese a lo que muchos
creen), pueden establecerse, no obstante, una pluralidad de criterios
indicativos, contextuales –no de propiedades necesarias y suficientes–,
que pueden orientarnos en casos concretos sobre el carácter científico o
pseudocientífico de una teoría.
A
finales de los 90 y comienzos de este siglo Laudan empezó a interesarse
por la filosofía del derecho, en particular, por epistemología legal, y
el papel de las pruebas en los veredictos en derecho penal. Fruto de
ese interés fue su libro 'Truth, Error, and Criminal Law', publicado en
2006 y traducido al español como 'Verdad, error y proceso penal' ,
donde disecciona las principales fuentes de error en la evaluación de
las evidencias o pruebas que se presentan en un juicio y que dan lugar a
veredictos falsos, es decir, a la absolución del culpable o a la
condena del inocente. Desafortunadamente, ni mis conocimientos sobre el
tema, ni la extensión de este artículo, me permiten entrar mínimamente
en su análisis. Con lo dicho espero haber mostrado de forma suficiente
la grandeza intelectual del filósofo que acabamos de perder.
*Antonio
Diéguez es catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la
Universidad de Málaga. Su último libro publicado es 'Cuerpos
inadecuados: el desafío transhumanista a la filosofía' (Herder)
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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