BLOG ORLANDO TAMBOSI
O deus Sol não era para os antigos uma divindade de calor de verão, mas, antes de tudo, o deus da luz, um belo astro fogoso que cruzava os céus e que dava vida em todas as estações do ano. Carlos García Gual para El Cultural:
"Ver la luz del sol" era sinónimo de "vivir", del mismo modo que la mejor marca del mundo de los muertos, el Hades, es que allí no penetra nunca el fulgor del sol.
En
la mitología helénica Helios era hijo de una pareja de dioses del mundo
primigenio, es decir, de una pareja de los arcaicos Titanes. Tal como
lo era el señor de los cielos, el poderoso y olímpico Zeus. Helios era
hermano de la diosa de la luna, Selene, que fue también su esposa, y de
Eos, la Aurora.
Lo
cuenta muy bien Hesíodo (Teogonía,371 y ss): "Tía, entregada al amor de
Hiperión, dio a luz al elevado Helios, a la brillante Selene, y a Eos; y
Helios alumbra a todos los seres de la tierra y los inmortales dioses
del Olimpo".
Más
adelante, en el mismo poema (Teogonía, 950 y ss.) Hesíodo menciona a
los hijos de Helios: "Con el incansable Helios, la ilustre Oceánide
Perseis tuvo a Circe y al rey Eetes. Eetes, hijo de Helios que ilumina a
los mortales, se casó con una hija de Océano, río perfecto, por
decisión de los dioses, con Idía de hermosas mejillas. Ésta dio a luz a
Medea de bellos tobillos, sometida a su amor por mediación de la áurea
Afrodita".
Convertido en soberano del Olimpo,
tras echar del trono a su padre Crono y someter a los Titanes, Zeus
ordenó el mundo y colocó en él a sus divinos hermanos y primos. A Helios
le asignó un importante trabajo cotidiano. Lo cuenta bien un poeta
lírico antiguo, Mimnermo de Colofón: "Helios, pues, consiguió su tarea
para todos los días,/ y jamás se le ofrece descanso ninguno, ni a él
mismo/ ni a sus caballos, en cuanto la Aurora de rosáceos dedos/
abandona el Océano y asciende a los cielos./ A él sobre el mar lo
transporta su lecho encantado,/ cóncavo, moldeado por las manos de
Hefesto,/ de oro precioso, provisto de alas, sobre las ondas del agua./
Durmiendo plácidamente viaja desde el País de las Hespérides/ a la
región de los Etíopes, donde su raudo carro y sus corceles/ le aguardan,
en tanto aparece la Aurora nacida en el alba".
Es
muy interesante ese "viaje nocturno" de Helios en un "lecho encantado"
desde Occidente (el país de las Hespérides) a Oriente, que le permite
volver cada día a salir de nuevo en la aurora siempre por Oriente.
Mientras sus caballos descansan en los bordes de Océano, Helios viaja en
camino de vuelta, en su cama o en una especie de cómoda copa mágica,
como se ve en algún dibujo. Los griegos no sabían aún que se podría
viajar dando la vuelta por abajo a la tierra, ya que desconocían su
forma esférica.
De
los lances del titánico Helios no hay mucho que contar. Solo un
episodio un tanto trágico que protagoniza su hijo Faetón. Joven audaz y
demasiado ambicioso, Faetón solicitó vivamente a su padre que le dejara
conducir un día por los cielos su cuadriga fogosa, y Helios se lo
permitió. Pero el muchacho fue incapaz de dominar las riendas y marcar
el rumbo de los fogosos corceles, que se desbocaron y amenazaron con
estrellarse en la bóveda del cielo y luego se precipitaron contra la
tierra arrasando con su fuego montañas y llanos. Intervino Zeus para
corregir la catástrofe, y con un rayo fulminó al carro y al torpe
auriga. De modo que el atrevido Faetón se precipitó como una bola de
fuego en los márgenes del Erídano.
A
las riberas del río acudieron luego las hermanas del joven, las
Helíades, tan inconsolables en sus llantos que los dioses las
convirtieron en álamos o sauces llorones, con una metamorfosis muy
poética.
Los
poderes de Helios sobre el mundo parecen bastante limitados. Pero desde
lo alto podía verlo todo y así tiene la facultad de informar a los
dioses de algunos sucesos o encuentros secretos. Por ejemplo, él pudo
contarle a la diosa Deméter el rapto de su hija Perséfone por el dios
infernal Hades, cuando el dios de los infiernos surgió de lo profundo
para llevarse a la bella joven a su mundo. Ya en otra ocasión pudo
informar al dios Hefesto de los amores de su esposa, Afrodita, con el
bello y seductor Ares, como nos recuerda la famosa escena en La fragua de Vulcano de Velázquez.
Por
otra parte, el dios tenía un buen rebaño de estupendas vacas blancas en
una isla mediterránea, por donde pasaron los hambrientos marineros de
Odiseo y se comieron algunas, por lo que Helios fue luego a quejarse a
Zeus, que castigaría a los sacrílegos y famélicos navegantes con una
pronta muerte. Odiseo escapó porque no participó de la matanza. Pero es
curioso que el dios solar no actúe por su cuenta, sino que acuda a
quejarse ante el todopoderoso y justiciero monarca del Olimpo.
Como
otros dioses primigenios, Helios quedó luego suplantado por un Olímpico
más poderoso, el luminoso Apolo, apodado Febo –Phoíbos, "el
brillante"–, juvenil dios del sol y la luz. El luminoso Apolo suplanta a
Helios, del mismo modo que su hermana Ártemis queda ascendida a diosa
lunar, en lugar de la antigua Selene. Así en el período más clásico de la mitología griega,
los dos dioses hijos de Leto van quedando eclipsados por los dos dioses
más jóvenes y bellos olímpicos: Apolo y Diana. Parece que el testimonio
más antiguo de Apolo como dios sol está en un texto de una tragedia de
Eurípides titulada precisamente Faetón, ya en el siglo V a.C.
Por
otra parte, al repartir Zeus las tierras entre los varios dioses, como
atendía sobre todo a sus hijos olímpicos, dejó muy marginado a Helios,
quien a petición propia vino a contentarse tan solo con una bella isla,
Rodas. En esa isla tuvo especial culto desde época arcaica y en su
puerto se levantaría luego la imponente estatua del Coloso dedicada a
él.
Otras culturas, otros ámbitos
El Sol fue venerado como un dios por civilizaciones como la egipcia, la mesopotámica, la mexica, la incaica, la china o la japonesa. En Egipto se asoció su
poder a muchos dioses, como Horus, Ra, Uadyet, Sejmet, Hathor, Nut,
Isis, Bat y Menhit. A partir de la quinta dinastía, los dioses locales
se funden con Ra para crear divinidades sincréticas: AtumRa, Min-Ra o
Amón-Ra. También los méxicas adoraban a Huitzilopochtli, dios de la
guerra y el sol.
Pero
el casi jubilado Helios volvió a brillar como un gran dios en una época
tardía del mundo antiguo. Su culto llegó, aumentado y renovado de
manera asombrosa desde Oriente, en época tardía del Imperio romano.
Los emperadores Heliogábalo, Aureliano y Galieno intentaron imponer en
el Imperio romano el culto a Helios, titulado Sol Invictus, como
divinidad única y suprema. Tenían sus razones políticas, como comentaba
Paul Veyne: "El Sol podía ser el dios buscado para todos, el astro
indudable y bienhechor, visible hasta ser cegador; era emperador del
cielo; no tenía biografía mitológica y no era antropomorfo, y no tenía
un nombre propio como los humanos. Era solo el Sol. Sería algo corto no
ver en este nuevo dios solo "ideología", un calco celeste de la persona
el emperador, un golpe de propaganda política, algo superior a cualquier
revelación (y a las supersticiones cristianas)".
La
influencia de los cultos y creencias orientales, de Siria y Palmira, en
la propaganda del nuevo dios solar para un imperio agitado y confuso
tuvo su momento de esplendor, pero no logró perdurar, se apagó pronto.
Fue un empeño fogoso, pero impopular y quedó muy derrotado a fondo por
el cristianismo. Fue un signo de la confusión religiosa del siglo III
d.C.
En
fin, y como conclusión, ese Sol invictus, venido del sabio Oriente,
tenía, aparte del nombre, muy poco del dios pagano Helios. Nunca el
viejo Helios había tenido la pretensión de convertirse en un dios
universal, y, sin embargo, ese fue un último chispazo de su prestigio
mítico.
Carlos García Gual es filólogo, helenista y miembro de la Real Academia Española.
Postado há 3 weeks ago por Orlando Tambosi
Nenhum comentário:
Postar um comentário