BLOG ORLANDO TAMBOSI
As elites são tão antigas quanto a civilização e parecem inevitáveis no presente e no futuro. São elas que exercem a liderança que marca o caminho para o restante das pessoas. Mesmo nessa era de sociedades líquidas, seu papel segue destacado e altamente influente. Também elas se adaptaram aos novos tempos. Esther Peñas para a revista Ethic:
Élite
—con tilde o sin ella— no se incorpora al diccionario de la Real
Academia Española hasta 1984, demasiado tarde para el recorrido
histórico que arrastra la palabra. Hay algo de siniestro y de fascinador
en las élites. Su papel es determinante en la economía, la política, la
moral o la cultura. Pero, en nuestras sociedades, caracterizadas por su
estado fluido y volátil, según el filósofo polaco Zygmunt Bauman,
¿cómo operan?, ¿cuáles son sus nuevas alianzas?, ¿resultan más opacas
que antaño?, ¿de qué manera concentran su poder y organizan la
estructura social?
«Las
élites son las que toman las decisiones con las que los demás tenemos
que vivir», sintetiza Andrés Villena, sociólogo, profesor de Economía
Aplicada en la Universidad Complutense y autor de Las redes de poder en España.
«Ninguno de los grandes teóricos o filósofos o politólogos concibe un
mundo sin élites, Pareto, Mosca o Gramsci, por citar a algunos. Es lo
que Weber llama racionalidad del Estado», señala. En el movimiento 15M
la pregunta a propósito de las élites era recurrente, pero finalmente
resultó paradójica, porque muchos de quienes arremetían contra ellas
ejercieron liderazgo. «Es una fatalidad, algo inevitable», incide
Villena.
En
esa misma línea se expresa Ricardo Feliú, asesor de sociología política
y profesor en la Universidad de Navarra: «Es inevitable que existan las
élites. No se trata tanto de demonizarlas per se, sino de controlar su
agenda, que al final se reduce a aumentar sus beneficios, lo que produce
serias tensiones en las sociedades democráticas; sus agendas se marcan
para seguir controlando los principales recursos». «Pensar en las élites
como lobbies o grupos benefactores es nefasto, es tanto como ceder la
responsabilidad de la ciudadanía a los intereses y caprichos
particulares de un grupo de sujetos», suma.
En
una sociedad que funda el poder sobre la riqueza, los límites entre el
poder político y económico se difuminan peligrosamente. Basta recordar
cuantos, accediendo a puestos de mando, aseguran aquello de que tienen
el gobierno, pero no el poder. «Esto es la manifestación de la
impotencia de quien es consciente de la existencia de poderes que no
están sometidos al escrutinio público y tiene sus raíces en el hecho de
que vivimos en democracias demediadas que, aunque garantizan formalmente
la soberanía popular a través de la electividad de los representantes
políticos, en la práctica funcionan con fórmulas oligárquicas derivadas
del dinero», asegura Santiago Álvarez Cantalapiedra, director de Fuhem
Ecosocial.
De
este modo, se explica que «el Estado se incline hacia la acumulación
del capital privado –rescatando el sistema financiero, transfiriendo
rentas en favor del capital, reorientando la regulación en términos
mercantiles, etc.– en detrimento de la regulación pública democrática y
la redistribución y protección social de los trabajadores y de sectores
populares», ahonda Álvarez Cantalapiedra. Es lo que el politólogo y
filósofo Sheldon Wolin denominó «totalitarismo invertido», un tipo de
régimen en el que lo privado y el Estado se transmutan: la fusión de las
élites políticas y económicas.
A
principios del XX se desarrolló una corriente de pensamiento, el
elitismo democrático, que consideraba a las élites portadoras del credo
del progreso democrático. «Pero lo que vemos ahora es justo lo
contrario, élites de gobernantes que conculcan los principios
democráticos en países como Hungría, Polonia, El Salvador o Turquía»,
apunta Asbel Bohigues, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad
de Valencia. «Las élites políticas, en connivencia con las económicas,
desatienden el progreso social y se preocupan por consolidar sus
proyectos liberales, que vulneran los derechos fundamentales y erosionan
las democracias», añade.
Un
ejemplo de los vasos comunicantes entre élites políticas y económicas
son las conocidas como «puertas giratorias». ¿Cuántos exministros acaban
en empresas del IBEX 35? ¿Cuántos abogados del Estado están en consejos
de grandes empresas? ¿Cuántos inspectores de Hacienda trabajan en
consultoras privadas como asesores en fiscalidad? Al fin y al cabo, los
altos funcionarios provienen de las élites. «El alto funcionariado es
una de las principales médulas de la élite española», avala Villena.
Tal
vez, becando esos puestos que requieren de años de estudio
incompatibles con las clases sociales más modestas, se permitiría una
regeneración y diversidad en los mismos. Sin embargo, los impactos de la
hiperglobalización neoliberal, la crisis financiera de 2008, la
pandemia y la gravedad de la actual crisis ecosocial han propiciado un
repunte de la necesidad de políticas volcadas en la protección social y
transición ecológica. «Otra cosa es que estas concesiones de las élites
no sirvan más que para apuntalar su preeminencia liderando un proceso de
ecomodernización a su servicio», apuntala Álvarez Cantalapiedra.
Opacidad de las élites
«Las
élites son una derivada de la desigualdad social», señala Villena y
recuerda: «Había élites en los países comunistas, en los socialistas, y
las habrá siempre en los capitalistas». «No hay que prohibir el alcohol,
pero sí mirar con desconfianza las borracheras que se viven sin
resacas», propone. Siempre han existido élites, grupos de poder y
clases. El problema de hoy es que están más ocultas que nunca por la
fragmentación y su diversificación. «Eso resulta muy inquietante desde
el punto de vista democrático, porque su capacidad de influencia queda
más oculta que antes», indica Feliú. «Hablamos de las puertas
giratorias, pero hay multitud de correas de transmisión entre intereses
de grupos de poder con el ámbito político, y una auténtica batalla por
controlar los medios de comunicación, las redes sociales y, en general,
el mundo digital. No es una excentricidad que Elon Musk comprase Twitter
o que Donald Trump anuncie la creación de su propia red social»,
especifica.
Pese
a los avances en transparencia –como la existencia de una oficina de
conflictos de interés o la obligación de hacer públicas las cuentas–,
esta no se ha logrado por completo. «Son enormes los mecanismos
existentes para la optimización fiscal, y las prácticas arriesgadas de
banca y fondos incurren una y otra vez en riesgo moral, así que la
transparencia es ambivalente, hay más y menos», sugiere Villena. «Las
medidas que tienen que ver con la transparencia están muy bien, pero son
insuficientes», añade Feliu. «Se han fragmentado los espacios de poder,
así que hay que establecer una cartografía de cuáles son nuevas élites y
su red de relaciones para poder controlar aspectos específicos. También
sería necesario plantear modelos de educación cívica y crítica para
evaluar la información que recibimos, porque nadie es inocente»,
concluye.
Postado há 3 weeks ago por Orlando Tambosi
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