Joshua Cohen analisa o pequeno texto encontrado entre os papéis do filósofo norte-americando John Rawls:
Cuando
John Rawls murió en 2002 se encontró entre sus papeles un texto breve
titulado «On My Religion» («Sobre mi religión»), escrito aparentemente
en la década de 1990. En este texto Rawls describe la historia de sus
creencias religiosas y sus actitudes hacia la religión. Se refiere a un
período durante sus dos últimos años como estudiante universitario en
Princeton (1941-1942) en el que pasó a «interesarse profundamente por la
teología y sus doctrinas» y llegó a sopesar la posibilidad de entrar en
un seminario para estudiar con la intención de hacerse sacerdote
episcopaliano. Pero se decantó, en cambio, por alistarse en el ejército,
«tal y como estaban haciendo muchos de mis amigos y compañeros de
clase». Para junio de 1945 ya había abandonado sus creencias cristianas
ortodoxas. Con su cautela característica, y tras descartar
explícitamente el conocimiento de sí mismo, Rawls conjetura que sus
creencias cambiaron debido a sus experiencias en la guerra y a sus
reflexiones sobre la relevancia moral del Holocausto. Cuando volvió a
Princeton en 1946 lo hizo para iniciar un doctorado en Filosofía.
Los
amigos de Rawls sabían que antes de la guerra había acariciado la idea
del sacerdocio, pero no sabían de la existencia de ningún escrito
conservado que expresara sus ideas religiosas de aquel período, y «On My
Religion» no hace mención de ninguno. No mucho después de la muerte de
Rawls, sin embargo, el profesor Eric Gregory, del departamento de
Religión de Princeton, realizó el sorprendente descubrimiento de que un
documento de estas características se encontraba en depósito en la
biblioteca de Princeton. «A Brief Inquiry into the Meaning of Sin and
Faith: An interpretation based on the concept of community» («Una breve
indagación sobre el significado del pecado y la fe: una interpretación
basada en el concepto de comunidad») es la tesina [senior thesis] de
Rawls, entregada al departamento de Filosofía de Princeton en diciembre
de 1942, inmediatamente antes de que completara apresuradamente su
licenciatura. La tesina es una obra extraordinaria para un joven de
veintiún años. Aquí se encuentran ya presentes la fuerza intelectual y
la motivación moral y espiritual que hicieron de Rawls quien es.
Los
estudiosos de la obra de Rawls, y más aún quienes lo conocieron
personalmente, son conscientes de la existencia de un temperamento
profundamente religioso que informó su vida y sus escritos, cualesquiera
que fueran sus creencias. Rawls afirma, por ejemplo, que la filosofía
política aspira a una defensa de la fe razonable, especialmente la fe
razonable en la posibilidad de una democracia constitucional justa; dice
que el reconocimiento de esta posibilidad moldea nuestra actitud «hacia
el mundo en su conjunto»; sugiere que, si una sociedad razonablemente
justa no es posible, cabría preguntarse en consecuencia si «a los seres
humanos les merece la pena vivir en la tierra»; y Una teoría de la
justicia concluye con observaciones extremadamente emocionantes sobre
cómo la posición original nos permite ver el mundo social y nuestro
mundo y nuestro lugar en él sub specie aeternitatis. La religión y la
convicción religiosa son también importantes como temas dentro de la
filosofía política de Rawls. Por ejemplo, su argumentación a favor del
primer principio de justicia –el de la igualdad de las libertades
básicas– tiene como objetivo «generalizar el principio de tolerancia
religiosa». En un sentido más amplio, su teoría de la justicia es en
parte una respuesta al problema de cómo puede alcanzarse la legitimidad
política a pesar de la existencia de un conflicto religioso y cómo,
entre ciudadanos que profesan ideas religiosas distintas, la
justificación política es posible independientemente de la convicción
religiosa.
Estos
temas se encuentran en el centro mismo de la posterior exposición de
Rawls del liberalismo político. Sus propias actitudes hacia la religión y
su evolución con el paso del tiempo resultan, por tanto, de un interés
extraordinario, tanto en un plano personal como con vistas a comprender
su pensamiento. La tesina de licenciatura y las reflexiones posteriores
son relevantes para esta comprensión de dos modos diferentes. En primer
lugar, muestran la profunda implicación y el conocimiento de la religión
que constituyen el antecedente de las ideas posteriores de Rawls sobre
la importancia de separar religión y política. Al contrario que muchos
liberales, Rawls no fue el producto de una cultura laica. Aunque su
educación episcopaliana fue, como él mismo dice, sólo convencionalmente
religiosa, todo cambió durante sus dos últimos años en Princeton.
Entonces desarrolló las convicciones religiosas expresadas de manera tan
vívida en la tesina, que transmite una fuerte sensación de la realidad
del pecado, la fe y la presencia divina, y que tiene como su primera
«presuposición fundamental» que «existe un ser al que los cristianos
llaman Dios y que se ha revelado en Cristo Jesús». El énfasis que pone
Rawls a lo largo de su obra de madurez en la importancia que tienen en
las vidas de los fieles las convicciones religiosas –las describe como
«no negociables» y como «absolutamente vinculantes»– y en la necesidad
de que una teoría de la justicia las tome seriamente en consideración
había sido inspirado por su experiencia personal de la fe religiosa.
En
segundo lugar, las convicciones morales y sociales que expresa la
tesina en forma religiosa se encuentran relacionadas de modos complejos y
esclarecedores con las ideas centrales de los escritos posteriores de
Rawls sobre moral y teoría política. Sus nociones de pecado, fe y
comunidad son a un tiempo morales y teológicas y, a pesar de diferencias
fundamentales, prefiguran la perspectiva moral que se encuentra en Una
teoría de la justicia. Los principales puntos de contacto son estos: 1)
apoyo de una moral definida por las relaciones interpersonales más que
por la búsqueda del mayor bien; 2) insistencia en la importancia de la
singularidad de las personas, de modo que la comunidad moral o comunidad
de fe es una relación entre individuos distintos; 3) rechazo del
concepto de sociedad como un pacto o contrato entre individuos egoístas;
4) condena de la desigualdad basada en la exclusión y la jerarquía; 5)
rechazo de la idea de mérito.
La discontinuidad más manifiesta con respecto a la obra posterior es la ausencia en la tesina de una concepción política de la sociedad como algo distinto de una concepción puramente moral. Las ideas sobre derechos, ley, constituciones y democracia no desempeñan ningún papel en la tesina. Y, lo que resulta más notable, no hay indicios de que los conflictos de valor y convicción sean inevitables incluso entre personas razonables, ni existe tampoco ningún indicio de que debamos dejar a un lado algunas de nuestras convicciones más fundamentales para elaborar principios de justicia, unas ideas que sí desempeñan un papel esencial en la «justicia como equidad» y en el liberalismo político. En vez de ver una concepción de la justicia en parte como una respuesta a los desacuerdos que son inevitables bajo condiciones sociales y políticas favorables, Rawls afirma aquí que «el principal problema de la política es elaborar algún tipo de esquema de planes sociales que puedan embridar el pecado humano de tal forma que hagan posibles los correlatos naturales de comunidad y personalidad». En teología, ética y política por igual, el problema es el de «controlar y liberar al mundo del pecado».
Rawls
sostiene la tesis de que la verdadera ética cristiana se basa en un
reconocimiento de la importancia fundamental de los conceptos de
personalidad y comunidad. Se ocupa de las relaciones apropiadas entre
las personas; además, estas relaciones personales forman un nexo, de
modo que nuestra relación con cualquier persona individual resuena en
nuestra relación con las demás, Dios incluido.
Las
relaciones personales pueden ser positivas o negativas: incluyen tanto
el odio como el amor, la envidia y el orgullo egoísta, así como la
camaradería entre las personas en comunidad. La ética y la religión
deberían interesarse no por la búsqueda del bien sino por el
establecimiento de la forma más indicada de las relaciones
interpersonales: la comunidad.
Adoptando
el marco histórico de Anders Nygren, la tesina critica cómo el
cristianismo, por medio de san Agustín y Tomás de Aquino, se vio
contagiado por las concepciones éticas de Platón y Aristóteles, según
las cuales la ética no se ocupa de las relaciones interpersonales sino
de la búsqueda del bien por parte de cada individuo por separado. En su
forma helenizada, el cristianismo trata a Dios como el supremo objeto de
deseo. Rawls objeta que esto ignora «el elemento espiritual y personal
que forma el ser profundo y más íntimo del universo».
La
idea de que el objeto de la ética consiste fundamentalmente en asegurar
las relaciones interpersonales apropiadas, más que perseguir fines en
última instancia deseables, guarda estrechas afinidades con la posterior
idea de Rawls de que los principios de justicia no se sustentan en una
versión del bien que ha de perseguirse, sino que especifican términos
justos de cooperación entre personas libres e iguales. Su temprana
oposición a una estructura ética dirigida a un objetivo presagia su
posterior oposición a concepciones teleológicas de moralidad, ya sean
utilitarias o perfeccionistas.
Aunque
Rawls incluye en su tesina sólo dos referencias de pasada a Kant, su
concepción guarda una fuerte semejanza con el ideal kantiano de que
debemos considerar a todas las personas como fines en sí mismos, y a la
totalidad de las personas, humanas y divina, como un mundo de fines. En
escritos posteriores de Rawls, la afirmación de que «lo correcto tiene
prioridad sobre lo bueno» expresa una concepción de la moral
manifiestamente kantiana basada en determinadas relaciones entre las
personas y no en la relación de la acción con un fin, aun tratándose de
un fin común a todas las personas. Lo justo no es lo que maximiza el
bien, sino lo que manifiesta un igual respeto por todas las personas
como individuos diferenciados.
La
importancia moral de la separabilidad de las personas, un tema
fundamental de la obra de Rawls, se encuentra sorprendentemente
anticipada en la concepción moral y religiosa de comunidad que se sitúa
en el centro mismo de la tesina. Rawls propone que la característica
primordial de los seres humanos es nuestra capacidad para la comunidad,
que el pecado deforma nuestra naturaleza esencial y destruye la
comunidad, y que la fe es la realización de nuestra naturaleza por medio
de la integración en la comunidad: nuestra «apertura» a Dios y a otras
personas se impone sobre la terrible soledad que dimana del pecado.
Aunque el término «comunidad» podría sugerir otra cosa, el compañerismo
humano en el que plasmamos nuestra naturaleza no destruye la
separabilidad de las personas individuales, sino que se fundamenta en
una afirmación de su singularidad. Este es un pasaje revelador:
Rechazamos el misticismo porque persigue una unión que excluye toda particularidad y quiere superar todas las distinciones. Dado que el universo es en su esencia comunal y personal, el misticismo no puede ser aceptado. El dogma cristiano de la resurrección del cuerpo muestra una profundidad considerable en este punto. La doctrina significa que habremos de resucitar en plenitud de nuestra personalidad y particularidad, y que la salvación supone la restauración plena de la totalidad de la persona, no la eliminación de su particularidad. La salvación integra la personalidad en la comunidad, no destruye la personalidad para disolverla en algún tipo de «Uno» misterioso e ininteligible.
La
importancia de la singularidad de las personas vuelve a expresarse en
la idea de que necesitamos cuerpos, y rostros, con objeto de poder
reconocernos y comunicarnos unos con otros. También resulta esencial
para comprender la trascendencia de la Encarnación, cuya importancia es
que establece una relación personal directa entre nosotros y Dios.
Distanciándose del deísmo, Rawls subraya que la religión natural o la
razón pueden decirnos por sí solas muy poco sobre Dios, y que la
comunidad con Dios requiere que él se nos revele en persona.
El
análogo laico posterior de esta concepción de comunidad como un sistema
de relaciones que confirma la importancia moral de los individuos como
seres diferenciados se encuentra en la oposición de Rawls a la
agregación, maximización e intercambiabilidad de las personas en la
teoría moral y política. «Queda excluido el razonamiento que equilibra
las ganancias y pérdidas de diferentes personas como si fueran una sola
persona». El motivo es que la moral requiere una cierta relación con
cada persona como un individuo único y no con el conjunto de las
personas. Está claro que la exposición de Rawls de los individuos en la
moral política liberal contiene elementos esenciales que no se
encuentran apuntados en ningún momento de la tesina: por ejemplo, la
idea de que las personas en sí mismas son fuentes auténticas de
pretensiones válidas, con una capacidad para formar y revisar una
concepción del bien, así como con la capacidad para asumir
responsabilidad por sus fines. Aun así, la posterior insistencia de
Rawls en la importancia de la distinción entre las personas generaliza
su afirmación contenida en la tesina de que las relaciones personales
son relaciones «yo-tú», y que el «tú» no es intercambiable.
La
tesina no ofrece muchos detalles sobre la condición de camaradería y
apertura interpersonal que nos libera del pecado y la soledad. No
presenta, en concreto, una moral positiva elaborada, ya sea individual,
social o política. Sin embargo, la tesina sí señala con fuerza algunos
aspectos negativos que están en consonancia con las ideas posteriores de
Rawls.
Una
de ellas es el ataque a las teorías del contrato social, que el joven
Rawls entendía como defensoras de que la sociedad se funda en un pacto
entre individuos con un autointerés. «La idea de justicia expresada en
las teorías políticas de Hobbes y Locke, el parecer de Adam Smith según
el cual el mejor modo en que servimos a nuestros compañeros es por medio
de un interés personal ilustrado, son todas ellas ideas falsas de
comunidad. Cualquier sociedad que se explique en términos de egoísmo
mutuo se encamina a una segura destrucción».
En
su obra posterior, Rawls no es un teórico del contrato social en este
sentido. Su exposición de la justicia como equidad utiliza la idea de un
contrato bajo un velo de ignorancia –que nos impide conocer nuestra
clase, sexo, talentos innatos, ambiciones, raza o religión–
principalmente como un modo de representar el valor de la equidad y la
igual libertad de las personas morales. La sociedad bien ordenada de la
justicia como equidad no se basa en un pacto; es una unión social en la
que las instituciones que expresan nuestra naturaleza social se tienen
por buenas en sí mismas. Lo que une a las personas a esas instituciones,
según el Rawls posterior, no es el interés personal sino una lealtad a
los principios de justicia basados en el respeto recíproco en cuanto que
iguales. Este respeto se muestra en la disposición a acatar principios
que se eligirían en condiciones equitativas en las que se supone que los
individuos no conocen su lugar en la sociedad o los detalles concretos
de sus atributos o convicciones.
La
tesina incluye también una observación importante en contra de las
teorías tradicionales del contrato social, que constituyó una de las
razones para que Rawls desarrollara posteriormente su propia versión
diferenciada, mediante la introducción del velo de la ignorancia: que
las personas no son personas al margen del mundo social que las forma y
las sustenta. No podemos entender, por tanto, la sociedad como un
contrato entre individuos cuyas aspiraciones e identidades existen de
manera independiente de ella. Extrañamente, Rawls ha sido acusado en
ocasiones de ignorar la naturaleza esencialmente social de las personas.
Pero nunca defendió el tipo de individualismo que critica en la tesina:
como afirma cuando explica por qué su visión del contrato adopta una
forma diferente, «no sólo nuestros fines y esperanzas últimos para
nosotros mismos, sino que también nuestras capacidades y talentos ya
realizados reflejan, en gran medida, nuestra historia personal, nuestras
oportunidades y nuestra posición social. No hay ninguna manera de saber
lo que podríamos haber sido si estas cosas hubiesen sido diferentes». A
pesar de estas semejanzas, sin embargo, la concepción de comunidad en
la tesina es muy diferente de la justicia como equidad. La tesina
sugiere que los problemas de la sociedad podrían superarse mediante el
control del pecado humano.
El
pecado aparece definido como el «repudio de la comunidad». El egotismo
–el deseo de dominar o explotar a otros– se encuentra en la raíz del
pecado porque desfigura necesariamente las relaciones humanas. El
egotista se rinde culto a sí mismo y trata a los demás como adoradores
potenciales, todos sumisos, un público ante el que sacar el yo a
vanagloriarse. El egoísmo –entendido como una preocupación por los
intereses y proyectos personales– puede también volverse pecaminoso,
especialmente cuando el egotismo se vale de él para la explotación de
los demás. Pero Rawls se opone con fuerza a la idea de que el pecado es
el resultado de los deseos naturales, incluso de los deseos naturales
egoístas: la naturaleza es buena –dice–, el cuerpo es el templo del
espíritu y los apetitos no son ni prosociales ni antisociales. Todas las
explicaciones del pecado en términos diferentes de la desfiguración de
nuestra propia naturaleza social –todos los esfuerzos por culpar a
«fuentes externas», incluidos nuestros apetitos naturales– son variantes
de la herejía maniquea.
Rawls
parece haber creído que las relaciones apropiadas de comunidad sólo
pueden aflorar, y aflorarán, si el egotismo (y, con él, el egoísmo
deformado) se mantiene bajo control. Eso requiere la gracia de Dios y
los esfuerzos de los elegidos para llevar a los demás al seno de una
comunidad de fe. Una verdadera comunidad –afirma– es «aquella integrada
en la fe que se somete a Dios […]. Es el pecado de un grupo que persigue
dominar a otro grupo el que da lugar al temor de la dependencia
comunal; pero en la comunidad como tal, y en la comunidad celestial, no
sentimos este temor».
El
Rawls posterior se ocupó también del egotismo y, en términos más
generales, del daño social causado por una preocupación por la posición
relativa. Pero pensaba que una sociedad justa podía prevenir el daño
mediante el establecimiento de la «igualdad en las bases sociales del
respeto», en concreto al asegurar la igualdad de las libertades básicas,
establecer la justa igualdad de oportunidades y permitir únicamente
aquellas desigualdades socioeconómicas que reportaran el mayor beneficio
a los menos favorecidos. Todo esto podía lograrse sin la conversión
basada en la gracia o sin una comunidad de fe. Además, en la unión
social de la justicia como equidad, los ciudadanos aceptan que los
conflictos entre valores últimos son inevitables y que los conflictos
más irresolubles no son egoístas o egotistas, sino que son consecuencia
de ideales enfrentados. En la teoría madura de Rawls, los intereses e
ideales enfrentados que crean la necesidad de una concepción de la
justicia específicamente política no son una expresión del pecado, sino
la consecuencia de la razón y el juicio humanos operando en condiciones
favorables.
Aunque
este aspecto político del posterior liberalismo de Rawls se encuentra
ausente en la tesina, la idea de igualdad sí se halla muy presente,
expresada en la íntima asociación existente entre egotismo y soberbia,
el pecado capital. Aquí la soberbia no parece entenderse –como en la
caracterización de Milton– como una aspiración a la divinidad y como la
raíz de la rebelión contra un orden divino, sino como una sensación de
valía superior frente a otras personas, expresada en una exigencia de
servil admiración. Así entendida, la soberbia fomenta vicios más
familiares como el egoísmo y una negativa a compartir, porque las
posesiones son una señal de superioridad. El egoísmo y el deseo de
acumular posesiones se basan no en un apetito moralmente desmedido, o en
una mera indiferencia hacia la suerte de los demás, sino en abrazar
pecaminosamente las relaciones personales deformadas de superior e
inferior. Esta es la soberbia del capitalista, cuyo egoísmo refleja un
egotismo más profundo y más destructivo.
La
soberbia también da lugar a la formación de grupos cerrados, que
expresan y refuerzan una sensación de superioridad grupal. Ha habido
grupos cerrados religiosos, económicos y culturales, pero ahora nos
enfrentamos a una forma especialmente virulenta de soberbia: «En el
nazismo vemos que lo que nos condena o nos ensalza es qué tipo de sangre
corre por nuestras venas. Este último grupo cerrado es la soberbia en
su forma más demoníaca»: demoníaca porque en su abrazo sin reservas del
egotismo excluyente convierte la raíz del mal en su propio bien. Estos
comentarios del joven Rawls sobre el nazismo presagian sus posteriores
observaciones en El derecho de gentes sobre que el nazismo presenta una
«concepción demoníaca del mundo» y es en «un sentido perverso» una
teoría religiosa, que ofrece salvación y redención. La soberbia no es,
sin embargo, el monopolio de lo demoníaco. Es omnipresente y es
especialmente tendente a contagiar al recto, al respetuoso de la ley y
al piadoso: «Existe siempre una tendencia a tildar a los grupos
inferiores de la sociedad de ser los peores pecadores. Las prostitutas,
los mendigos, los marginados, los ladrones y los borrachos son los
habituales chivos expiatorios. Los verdaderos pecadores, sin embargo,
son aquellos que se enorgullecen de ser de otra manera».
Esto
nos lleva a una continuidad especialmente llamativa entre la tesina y
las ideas posteriores de Rawls: el rechazo del mérito. Una de las
afirmaciones más famosas y controvertidas de Una teoría de la justicia
es que un orden social justo no debería aspirar a distribuir beneficios
en función del mérito. Rawls no rechaza por completo la idea de la valía
moral o el mérito, pero sí que niega su idoneidad como una base para
determinar las partes distributivas, o cualquiera del resto de las
pretensiones legítimas de las personas en una sociedad bien ordenada.
Pero no resulta difícil detectar una sensación general de que los
factores que generalmente se piensa que confieren merecimiento no están
lo suficientemente bajo nuestro control como para ser fuente de
reclamaciones morales: «Aun la buena disposición a hacer un esfuerzo, a
intentarlo y, en consecuencia, a ser merecedor en el sentido habitual,
depende a su vez de circunstancias familiares y sociales dichosas». Esta
idea viene poderosamente a la memoria cuando en la tesina nos
encontramos con la oposición de Rawls a las doctrinas pelagianas y
antipelagianas sobre la salvación. Se pone del lado de san Agustín al
negar que podamos ganar la salvación por nuestro propio mérito, esto es,
eligiendo libremente la virtud, o mediante acciones de cualquier tipo:
«En presencia de Dios no existe el mérito. Ni debería existir el mérito
ante Él. La verdadera comunidad no considera los méritos de sus
miembros. El mérito es un concepto enraizado en el pecado, y se hace
bien en dejarlo de lado». Esta afirmación es teológica, y está asociada
con una interpretación de la gracia divina. Pero reparemos en el
siguiente pasaje:
La persona humana, una vez que percibe que la Revelación de la Palabra es una condena del yo, se desprende de todo pensamiento sobre su propio mérito […]. Cuanto más examina su vida, cuanto más se observa a sí misma con total honestidad, más claramente percibe que aquello que tiene es un don. Supongamos que era un hombre recto a los ojos de la sociedad, y ahora se dirá a sí mismo: «De modo que eras un hombre educado, sí, pero quién pagó por tu educación; de modo que eras un hombre bueno y recto, sí, pero quién te enseñó tus buenas maneras y te brindó la suerte propicia para que no necesitaras robar; de modo que eras un hombre con una disposición amorosa y no como los duros de corazón, sí, pero quién te crió en una buena familia, quién te mostró cuidado y cariño cuando eras pequeño de modo que crecieras valorando la amabilidad: ¿no has de admitir que has recibido lo que tienes? Muéstrate, pues, agradecido y deja de jactarte».
Estas
reflexiones, aunque unidas aquí a la revelación, pueden revestirse de
un significado puramente laico, y conducen directamente a la
sensibilidad moral que subyace en la posterior concepción
antimeritocrática e igualitaria de la justicia distributiva de Rawls.
Como
ha quedado dicho, las ideas de pluralismo y conflicto de buena fe entre
personas razonables resultan esenciales para el liberalismo de Rawls,
pero se encuentran ausentes en la tesina. Su ideal de comunidad implica
un grado de armonía y una universalidad de consideración interpersonal
que harían que la política fuera innecesaria, y quizá también la
justicia, ya que ambas se ocupan de la decisión colectiva en presencia
de intereses y convicciones enfrentados. En la obra publicada de Rawls,
por contraste, la búsqueda de justicia y legitimidad refleja la
inevitabilidad de este tipo de conflictos, incluso entre personas de
buena voluntad. No podemos perseguir una sociedad justa simplemente con
la eliminación del pecado, ya que la justicia no es una respuesta al
pecado, ni al egotismo, ni tampoco un remedio para ningún tipo de
defecto humano.
El
reconocimiento de que la vida política presenta un problema moral
distinto constituye, por tanto, una ruptura decisiva en la evolución de
Rawls y sería interesante saber cuándo y cómo se produjo. Rawls afirma
en la introducción a Liberalismo político (1993) que Una teoría de la
justicia (1971) no establecía una distinción «entre filosofía moral y
política». Sin embargo, desde muy pronto le preocuparon los especiales
problemas morales de la sociedad política. Ya en la época de su tesis
doctoral (defendida en 1950 y centrada en el papel de la razón en el
argumento ético), su obra filosófica se vio animada por un sentido de lo
político que no se manifiesta en su tesina de licenciatura. Así, en la
tesis afirma que una «concepción democrática del gobierno […] ve la ley
como el resultado de debates públicos sobre cuáles son las reglas en que
puede consentirse voluntariamente como vinculantes para el gobierno y
los ciudadanos». Por este motivo, continúa, «el debate racional […]
constituye una precondición esencial de la ley razonable» y una
investigación de la «base racional de los principios éticos» sirve como
«un añadido a la teoría democrática, así como a la filosofía ética». La
estrecha asociación que se establece aquí entre temas de ética
filosófica y el interés por el debate público en una democracia supone
un cambio muy marcado respecto de la teoría expresada en la tesina y
anticipa la idea de que la justicia como equidad constituye «la base
moral más apropiada para una sociedad democrática». Sin embargo, aunque
Rawls pasara a considerar que una sociedad justa no podía ser una
comunidad «integrada en la fe y sometida a Dios», su conocimiento y
experiencia personales de la religión revistieron gran importancia para
la formación de su teoría posterior, especialmente sus ideas sobre el
tipo de razonamiento público que podemos esperar razonablemente en una
sociedad democrática. El liberalismo de Rawls, al contrario que el de
muchos liberales que saben muy poco de religión, se basa en una intensa
sensación de la importancia de la fe religiosa y una comprensión de la
diferencia entre religión genuina y meramente convencional. Sabe de lo
que está hablando cuando afirma en Liberalismo político que la Reforma
«introduce en las concepciones que tienen las personas de su bien un
elemento trascendente que no admite el compromiso», que «este elemento
provoca bien un conflicto moral moderado sólo por la circunstancia y el
agotamiento, bien la libertad de conciencia y la libertad de pensamiento
iguales». Al insistir en la importancia de un terreno de justificación
política que sea congruente con este tipo de compromisos básicos pero
que no dependa de ellos, Rawls no estaba devaluando la religión. Todo lo
contrario. La importancia de la libertad y de separar el Estado de la
religión es que hacen posible el compromiso de todos los miembros de una
sociedad pluralista con instituciones políticas comunes y una
iniciativa compartida de justificación pública, a pesar de sus
discrepancias fundamentales sobre la naturaleza del mundo, los fines de
la vida y el camino a la salvación. Esta discrepancia –resalta– no es un
desastre, sino la consecuencia natural del ejercicio de la razón en
condiciones de libertad.
Pudiera
ser que «On My Religion» describa el primer estadio del cambio de
parecer de Rawls: su estudio de la historia de la Inquisición en los
años inmediatamente posteriores a la guerra. Su rechazo del cristianismo
ortodoxo fue estrechamente unido a su rechazo de una dilatada historia
en la que se valió del «poder político para establecer su hegemonía y
oprimir a otras religiones». Pero a lo largo de su escrito se mantuvo
decidido a mostrar que la tolerancia no dependía del escepticismo
religioso: que era compatible con la fe en el sentido más pleno.
Al
desarrollar una forma específicamente política de liberalismo, Rawls
responde a la queja de que una perspectiva política liberal es
sencillamente el departamento político de una filosofía de la vida
rigurosamente liberal –quizás un racionalismo profano y escéptico– y,
por tanto, hostil a los ciudadanos de fe. Rawls muestra su desacuerdo;
cree que existen caminos diferentes, ninguno preferido, que los
ciudadanos pueden tomar para refrendar principios políticos comunes. «Al
refrendar un régimen democrático constitucional, una doctrina religiosa
podría decir que estos son los límites que pone Dios a nuestra
libertad; una doctrina no religiosa se expresará de modo diferente». Lo
que aprendemos de «la historia de la religión y la filosofía» es que
«existen muchos modos razonables en los que puede entenderse el mundo
más amplio de las virtudes para que sea bien congruente con, o brinde su
apoyo a, bien que no entre en conflicto con, los valores adecuados para
el ámbito especial de lo político tal y como vienen especificados por
una concepción política de la justicia». En sus últimos escritos, Rawls
intentó formular sus ideas sobre la justificación política valiéndose de
un concepto de razón pública. Se refería con ello a un espacio común de
debate público que pudiera ser habitado con una facilidad equiparable
por seguidores razonables de confesiones religiosas y posiciones morales
diferentes. Al igual que toda su obra, esta propuesta ha suscitado una
fuerte oposición. Pero su motivación, como la motivación de su
liberalismo en general, no proviene de una devaluación de la religión,
sino de resultas de haber logrado comprender su importancia primordial1.
Traducción de Luis Gago para Revista de Libros.
© The Times Literary Supplement
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