Tudo indica que o programa nuclear de Kim Jong-un é irreversível, escreve Álvaro Vargas Llosa no site do Instituto Independiente.
"Como sucedeu com a União Soviética durante a primeira etapa da Guerra
Fria, as democracias ocidentais deverão conviver com um inimigo na posse
de armas nucleares e agir de modo tal que a dissuasão - a certeza da
destruição mútua - seja um objetivo central de tudo o que se fizer":
Como
sucedió con la Unión Soviética durante la primera etapa de la Guerra
Fría, las democracias occidentales (y ahora las asiáticas) deberán
convivir con un enemigo que está en posesión de armas nucleares y operar
de tal modo que la disuasión -la certeza de destrucción mutua- sea un
objetivo central de todo lo que se haga.
Las
democracias occidentales han sostenido hasta ahora la ficción de que
todavía es posible impedir, mediante la negociación o la intimidación,
que Corea del Norte se vuelva una potencia nuclear. Todas las evidencias
apuntan a que el programa nuclear de Kim Jong-un es ya irreversible,
incluido el misil de alcance intermedio Hwasong-12 lanzado por Pyongyang
que acaba de sobrevolar el norte de Japón hasta caer en el Pacífico, la
última de una serie de provocaciones graves a sus vecinos y a las
democracias occidentales.
Existe,
en consecuencia, un grave desfase entre la política de la comunidad
internacional frente a Pyongyang y la realidad. ¿Cuál es la realidad?
Que Pyongyang tiene ya la capacidad para producir material nuclear de
uso militar, para miniaturizarlo y colocarlo en misiles, y para disparar
cohetes de corto, mediano y largo alcance. No se sabe cuántas bombas
posee, pero la inteligencia militar estadounidense filtró hace pocos
días a la prensa occidental que podrían ser unas 60. La docena de
ensayos de distinto tipo realizados, y el hecho de que un misil haya
vuelto a sobrevolar un territorio vecino muy poblado, cosa que no
ocurría desde 2012, indica que Kim Jong-un está varios pasos por delante
de los despachos gubernamentales, que todavía operan bajo la premisa de
la negación, quizá porque la realidad pone en evidencia el fracaso de
muchos años de intentos disuasorios inútiles contra Corea del Norte y,
sobre todo, porque deja en el ridículo la estrategia de la comunidad
internacional contra la proliferación nuclear, abriendo perspectivas muy
sombrías para las relaciones internacionales y los equilibrios de poder
en distintas zonas.
Pero la
realidad es la realidad y conviene encararla, limitando sus estropicios.
Sólo hay un caso de país que haya desmontado un programa nuclear de uso
militar más o menos avanzado, pero fue la Libia de Muamar Gadafi, que
no lo había desarrollado, ni remotamente, tanto como lo norcoreanos y
que desde entonces es vista por los dictadores con aspiraciones
nucleares como ejemplo de lo que nunca hay que hacer porque al poco
tiempo los gobiernos democráticos con los que pactó el desmantelamiento
intervinieron en ella y acabaron con la dictadura. La realidad es que
Pyongyang no sólo no va a renunciar a su programa sino que ya ha llegado
lo lejos que necesitaba llegar para garantizar su permanencia.
En
Estados Unidos, ya se alzan algunas voces significativas que piden
“aceptar” los hechos como son y actuar a partir de ellos. Entre esas
voces está la de Susan Rice, ex Consejera de Seguridad Nacional, quien
sostiene que Trump debe aprender a “tolerar” una Corea nuclear bajo
condiciones básicas como prohibir la entrega de tecnología o material a
terceros países y, por supuesto, so pena de “aniquilar” a ese país si
desata un ataque contra Estados Unidos o cualquier aliado. Cualquier
otra actitud, dice, es no entender que ya es tarde para disuadir a
Pyongyang de desarrollar armas nucleares.
Hasta
ahora, la defensa que tenían Japón y Corea del Sur -los dos países más
directamente amenazados por una Corea del Norte nuclear- ha sido
preponderantemente el llamado “paraguas nuclear” estadounidense. Pero,
con Kim Jong-un alargando ominosamente su sombra sobre ellos, ya ninguno
de los dos países puede darse el lujo de recostarse en Estados Unidos
como única garantía. A pesar de seguir viviendo hasta hace poco, ellos
también, la ficción de que el programa nuclear de Pyongyang era
reversible, ambos países han visto surgir últimamente un debate interno
sobre qué medidas adoptar. Por lo pronto, en ambos ha crecido el apoyo,
que hace algún tiempo era muy tibio, al desarrollo de un sistema
antimisiles amplio y sofisticado con independencia del “paraguas
nuclear” estadounidense, aunque inevitablemente ligado a Washington
tanto porque es necesario revisar los acuerdos vigentes como porque la
tecnología es estadounidense.
Los
acuerdos, por ejemplo, ponen un techo al sistema antimisiles que Corea
del Sur está desarrollando tanto en tamaño como en alcance. Seúl
necesita la aprobación de Trump para ampliarlos. El nuevo Presidente,
Moon Jae-in, llegó al poder en mayo también con la ficción metida en la
cabeza y suspendió el despliegue del escudo antimisiles, conocido como
Thaad, creyendo que negociar con Corea del Norte era posible. Pero ahora
lo ha reactivado. Japón, por su parte, cuenta con misiles propios
(cuatro baterías de Patriot PAC-3 en el oeste del país). El gobierno
pide fondos a la Dieta para el Aegis Ashore, una versión basada en
tierra del sistema antimisiles de fabricación estadounidense instalado
en los buques de guerra japoneses.
Hay más.
En ambos países, pero sobre todo en Japón, se empieza a hablar de la
hasta hace poco innombrable opción nuclear. Desde el final de la Segunda
Guerra Mundial, para Japón la idea de ingresar al club de las potencias
nucleares no era siquiera una posibilidad jurídica o política. Hoy, una
corriente la defiende como indispensable para defender a la población
contra la eventualidad de un ataque norcoreano.
Kim
Jong-un entiende muy bien las implicaciones geopolíticas de esta
evolución en la estrategia defensiva de sus vecinos, la principal de las
cuales es la amenaza que China y Rusia sienten ante la posibilidad de
que en esa zona del mundo surjan potencias nucleares aliadas con
Washington y Europa. Pekín ha rechazado abiertamente el despliegue del
sistema Thaad en Corea del Sur y se ha opuesto con firmeza a que Japón
amplíe el que ya tiene. El argumento de China es que el sistema
antimisiles requiere radares de alta potencia que alcanzarían a parte
del territorio chino.
No se
diga nada de un eventual programa nuclear de uso militar por parte de
Japón, el viejo enemigo. Los japoneses ya producen desde sus reactores
nucleares de uso civil suficiente plutonio como para fabricar mil ojivas
nucleares de uso militar. La tecnología que ya poseen les permitiría en
cuestión de sólo meses desarrollar la bomba y estar en capacidad de
hacerla llegar a destino.
Kim
Jong-un apunta, con perversa puntería, a provocar una división entre
Estados Unidos y sus aliados asiáticos, y entre las democracias
occidentales y China y Rusia. Sabe que a Washington le pone los pelos de
punta, a pesar de todo, la idea de un Japón nuclear, que China y Rusia
ven con espanto la posibilidad de que Seúl y Tokio pasen a tener
capacidad ofensiva de semejante envergadura sin necesidad de Estados
Unidos y que, al interior de todos los países afectados, han surgido
debates sobre la necesidad de desbordar los límites de la no
proliferación nuclear. Los misiles políticos que Kim Jong-un lanza junto
con los otros en cada ensayo pretenden deshacer el Tratado de
No-Proliferación Nuclear firmado originalmente en 1970 al poner en
evidencia su inutilidad.
Avivar
la tensión entre Estados Unidos y China es otro de los objetivos
norcoreanos. Washington pretende que China, el mayor socio comercial de
Corea del Norte y su gran fuente de abastecimiento, se ocupe de
presionar a Pyongyang para que ponga fin a su programa nuclear. La
respuesta de Pyongyang es llevar la provocación al punto en que Estados
Unidos tenga que promover en Corea del Sur y en Japón medidas que Pekín
rechaza frontalmente. Así lograría convertir el conflicto
Pyongyang-Pekín en un enfrentamiento en Washington y Pekín. Washington
ya ha empezado a barajar la posibilidad de volver a colocar armas
estratégicas dentro del territorio surcoreano, de donde fueron retiradas
en 1991. Las armas estratégicas abarcan una amplia gama que va desde
los bombarderos “invisibles” hasta las armas nucleares. Cualquier opción
de esta naturaleza es para Pekín una afrenta. De allí que Kim Jong-un
esté llevando la provocación a los extremos aparentemente irracionales
-pero perfectamente calculados- a los que la ha llevado.
No
escapa al dictador de Pyongyang, por supuesto, el efecto interno que
tienen su programa nuclear y las provocaciones a Estados Unidos.
Desafiar a Washington y poner en evidencia que Trump, que viene
amenazando a Kim Jong-un con una respuesta contundente y advirtiendo que
“todas las opciones” están sobre la mesa desde el comienzo de su
mandato, está muy limitado en sus posibilidades de respuesta lo
fortalece ante su estructura de poder. Para la estabilidad del régimen
norcoreano, el enfrentamiento con Estados Unidos es útil. De allí que
(también con frío cálculo) Pyongyang haya colocado a Guam, el territorio
estadounidense del Pacífico, en el ojo de la tormenta. Hace ya algunas
semanas amenazó con “rodear de llamas” esa isla. Ahora, sutilmente, le
ha enviado a Washington el mensaje de que está en condiciones de hacer
desaparecer Guam cuando quiera. El ensayo con el Hwasong-12 no sobrevoló
la parte sur del Japón -que es la que tendría que sobrevolar para
dirigirse a Guam- sino la parte norte, pero el alcance del misil y el
hecho de que sobrevolara territorio japonés encierra una amenaza
indirecta a esa isla del Pacífico. El mensaje lo ha entendido bien
Washington: podemos atacar el territorio estadounidense en el Pacífico
cuando queramos.
El
Pentágono y el Consejo de Seguridad Nacional están evaluando con la Casa
Blanca todas las opciones. Pero ninguna de ellas es capaz de hacer
retroceder al programa nuclear norcoreano por la sencilla razón de que
ya está lo bastante desarrollado como para haber convertido a Corea del
Norte en un país con armas nucleares aun si el programa todavía no ha
sido completado. Por tanto, es hora de que Estados Unidos y sus aliados
empiecen a modificar sustancialmente la premisa en la cual han basado
toda su política desde hace ya varios años.
Como
sucedió con la Unión Soviética durante la primera etapa de la Guerra
Fría, las democracias occidentales (y ahora las asiáticas) deberán
convivir con un enemigo que está en posesión de armas nucleares y operar
de tal modo que la disuasión -la certeza de destrucción mutua- sea un
objetivo central de todo lo que se haga. Es cierto que hay elementos de
irracionalidad, incluso de insania, en Kim Jong-un que no estaban en el
Kremlin durante la Guerra Fría. Pero si uno analiza las cosas con cierto
desapasionamiento, los pasos que ha dado Pyongyang no son enteramente
temerarios. Hay detrás de ellos cálculo, sentido de la oportunidad y
buen conocimiento de la composición de fuerzas de todos los actores. Si
algo no ha demostrado Kim Jong-un es que sea un suicida. Quizá partiendo
de esa base se pueda a partir de ahora adoptar políticas más realistas
hacia Corea del Norte. Todas ellas pasan, por lo pronto, por reforzar
poderosamente la capacidad defensiva de Japón y Corea del Sur, más de 70
años después de la Segunda Guerra Mundial que devastó al Japón
imperialista y más de 60 años después de la inconclusa guerra de Corea.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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