Artigo de Carlos Alberto Montaner
sobre a primavera latino-americana, que, aos poucos, parece atingir
alguns países, envolvidos na corrupção populista - Brasil, eu diria, na
linha de frente, pelo menos em relação à degradação petista das
instituições e dos cofres públicos:
¿Brota,
finalmente, la primavera latinoamericana? Tal vez. Hay síntomas. La duda
la consignó Antonio Machado en sus Canciones: “La primavera ha venido,
nadie sabe cómo ha sido”.
Todas las primaveras son diferentes.
La de
Europa del Este, en la segunda mitad de los ochenta, fue posible porque
los astros se alinearon sorpresivamente bajo un firmamento de hastío
absoluto con el socialismo real, hundido en el fracaso económico y en el
descrédito político. Fue el instante glorioso de Havel, Walesa, Reagan,
Juan Pablo II, Sájarov y, sobre todo, de Gorbachov, iluso y melancólico
enterrador de aquel mundillo siniestro forjado por el KGB y el Ejército
Rojo.
La árabe
fue más reciente y se frustró. En 2010, en Túnez, un joven vendedor
callejero, Mohamed Buazizi, desesperado por las extorsiones de la
Policía, que le negaba los permisos y lo acosaba, se dio candela a lo
bonzo para protestar contra las arbitrariedades de la vieja dictadura de
Zine el Abine ben Alí, un militar de la corriente castrense del
islamismo secular que había inventado Kemal Ataturk en Turquía hacía
muchas décadas.
La
llamarada muy pronto se extendió a Egipto, Libia, Siria y el Yemen.
Parecía que en el mundo árabe cuajaba el deseo de establecer regímenes
de corte occidental, pero no era cierto. Lo que existía, realmente, era
la voluntad de poner fin a unas tiranías militares corruptas e
incompetentes que mantenían en la pobreza a una parte sustancial de la
población. Al pueblo no le importaba sustituirlas por curacas
procedentes del islamismo radical que impusieran la sharia y embutieran a
las mujeres en burkas que impidieran la lujuriosa exhibición del
rostro.
¿Cuáles son esos síntomas que nos permiten hablar del surgimiento de una primavera latinoamericana? Hay, por lo menos tres.
Primero,
tímidamente, en octubre, los guatemaltecos optaron en las urnas por un
actor de centroderecha, sin experiencia política, Jimmy Morales, antes
que por Sandra Torres, una señora procedente de la izquierda. El lema de
Morales era sencillo y contundente: “Ni corrupto ni ladrón”. Con esa
promesa, duplicó la votación de Torres. Morales no prometía hacer una
revolución, sino volver a las raíces republicanas, buena gerencia,
honradez, mercado, y combatir la pobreza liberando la energía productiva
del país.
En
noviembre le tocó el turno a Mauricio Macri en Argentina, otro político
de centroderecha. Hizo algo que unos meses antes parecía imposible:
derrotó al peronismo en su variante kirchnerista, aunque su
contrincante, Daniel Scioli, tal vez era la cara más presentable de esa
corriente, porque, en el fondo, resultaba ajeno a ella. Macri también
prometió buen gobierno, sosiego, menos populismo, menos clientelismo y,
muy especialmente, luchar contra la corrupción y el narcotráfico.
El tercer
síntoma de la primavera latinoamericana fueron las elecciones parciales
del 6 de diciembre en Venezuela. La oposición democrática logró
controlar dos tercios de la Asamblea Nacional, con lo cual podrá frenar
la deriva totalitaria del chavismo y comenzar a recuperar el país, tras
diecisiete años de estupideces y atropellos.
Los
electores castigaron a Maduro por el desabastecimiento atroz, por la más
alta inflación del planeta, por la violencia asesina que ha convertido
Venezuela en un matadero, por la corrupción sin límites, por la patética
ignorancia de un presidente que trina y es capaz de hablar con los
pájaros, pero no con las personas, porque tiene su cabecita llena de
“millonas“ de “penes” y peces incontrolables, como si estrenara una variante cómica del Síndrome de Tourette.
¿Qué son,
en definitiva, las primaveras? Son fenómenos políticos que trascienden
las fronteras. Es el nombre poético de la Teoría del Dominó, que
postulaba que los países se comunicaban las sacudidas unos a otros, como
fichas que iban cayendo por la acción y el peso de la anterior.
La
primavera latinoamericana se sustenta en el rechazo a la corrupción,
como se ha visto en los tres países mencionados, y como se observa en
Brasil y Chile. Se deja ver en la convicción de que el populismo, con
las constantes violaciones de la ley, con el gasto público elevado, el
clientelismo asistencialista, la demagogia constante, y ese obsceno
lenguaje radical antimercado, antiamericano y antioccidental, conduce al
desbarajuste económico, catástrofe que invariablemente desemboca en el
ajuste doloroso.
América
Latina está cansada de la cháchara incendiaria del Foro de Sao Paulo, de
las locuras devastadoras del Socialismo del Siglo XXI y de la secta de
la ALBA, lanzada por Hugo Chávez y financiada por los petrodólares de
los venezolanos.
Esta
primavera arrastrará a Evo y a su antirrepublicano invento
plurinacional, al experimento ecuatoriano de Correa, al neosomocismo
sandinista de Daniel Ortega, y dejará a Cuba íngrima, más sola que la
una, consumiéndose en la pobreza, mientras van desapareciendo los
líderes que hicieron posible esa crudelísima manera de mortificar a los
seres humanos.
Es la hora de la sensatez. Esta vez sí se sabe cómo ha venido la primavera.
BLOG ORLANDO TAMBOSI

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