Gorbachev levou a perestroika também para a ciência? José Manuel Sánchez Ron responde em seu artigo para El Cultural:
Fue
un hombre razonable en un mundo que no lo era, o lo era poco. Un hombre
dialogante en una sociedad, la soviética, cada vez más fosilizada. Me
refiero a Mijaíl Gorbachov.
En un ya viejo libro, Aventuras y desventuras de un científico
soviético (Alianza Editorial, 1996), Roald Sagdeev –un experto en plasma
que fue asesor científico de Gorbachov y que, cuando se produjo la
desbandada de expertos soviéticos al extranjero como consecuencia de la
profunda crisis económica que siguió al final de la Unión Soviética,
terminó instalándose en Estados Unidos– explicó que una de las
características de Gorbachov era “su capacidad para influir en el
pensamiento de los demás simplemente hablando con ellos. Incluso si lo
hacía de la forma más apasionada y elocuente […]. Su forma de
aproximación estaba en fuerte contraste con la tradición que solían
adoptar los jefazos, que no intentaban nunca cambiar las auténticas
opiniones y creencias de la gente, sino que simplemente emitían una
orden y exigían su cumplimiento”.
Un cargo poderoso
Como
Adolfo Suárez en España, Gorbachov fue un “hombre del régimen”. Una
persona que fue haciendo carrera en el seno del aparato político de la
Unión Soviética y que terminó accediendo al poderoso cargo de secretario
general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Cuando se
pasa lista a los que le antecedieron en el cargo, se comprueba las
grandes diferencias que mantuvo con la mayoría de ellos –Brézhnev,
Andrópov y Chernenko–, cuyos intereses en ciencia estaban dominados por
la física nuclear y su aplicación a la carrera armamentística, que no
dudaron en intensificar. Diferente fue el caso de Nikita Jrushchov
–primer secretario general del PCUS, entre 1956 y 1962– , quien avanzó
posiciones que Gorbachov desarrollaría años más tarde. Jrushchov condenó
públicamente el terror impuesto por Stalin y proclamó que después de un
combate atómico, “no habría manera de distinguir las cenizas comunistas
de las capitalistas”.
Como
es natural, a raíz del fallecimiento de Gorbachov han proliferado los
artículos glosando su figura, pero dejando a un lado su relación con la
ciencia –las “dos culturas” continúan vigentes, aunque camufladas–,
salvo en lo que se refiere al papel que desempeñó en la limitación del
armamento nuclear: bajo su mandato se firmó en diciembre de 1987 el
Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, y en julio de 1991
el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, iniciativas que abrían
esperanzas de un mundo no tan firmemente instalado en el filo de la
“navaja nuclear”.
Desarme nuclear
Una iniciativa que secundó Ronald Reagan,
presidente de Estados Unidos, quien, por otra parte y con el apoyo
entusiasta de Edward Teller, el padre de la bomba de hidrógeno, intentó
poner en marcha la “Iniciativa de Defensa Estratégica”, también
denominada Guerra de las Galaxias, un proyecto para el que se pensaba
que la tecnociencia más avanzada podía suministrar los instrumentos
necesarios. No deja de existir una profunda contradicción entre secundar
un tratado de desarme nuclear y al mismo tiempo crear un proyecto que
animaba a aumentar la confrontación entre las dos superpotencias.
El
inmenso desarrollo científico y tecnológico que se produjo a mediados
del siglo XX, con la tecnociencia a la cabeza, provocó en manos de los
responsables políticos situaciones como estas… y otras aventuras “locas”
como el Proyecto Pluto, que EE.UU. puso en marcha en 1957 y con el que
se pretendía fabricar aviones impulsados por un reactor nuclear.
Control científico
Se ha acusado a Gorbachov –Putin en
especial– de haber querido destruir la Unión Soviética. Nada más lejos
de la realidad, y su relación con la ciencia soviética lo muestra.
Merece la pena dar al menos un detalle en este sentido. Desde su
creación en 1925, la Academia de Ciencias de la Unión Soviética ejerció
un control casi absoluto sobre la ciencia del país.
Aunque
las quince repúblicas soviéticas, salvo la rusa, tenían sus propias
academias de ciencias, la Soviética mantenía un control total sobre
ellas, intelectual y económico, un estatus que procedía de los primeros
tiempos de los líderes bolcheviques, para quienes la idea de una
Academia de Ciencias centralizada era compatible con el modelo de Estado
que querían implantar. Como sucedió en Francia durante mucho tiempo,
con una ciencia localizada en París, los principales centros de
investigación de la academia soviética estaban en Rusia, en ciudades
como Moscú, Leningrado o Novosibirsk, donde en 1957 comenzó a
construirse un gran complejo científico, Akademgorodok.
Identidad e independencia
Pese
a haber protagonizado algunas actuaciones que la honraban, como negarse
a expulsar de sus filas a Andréi Sájarov, como pretendían varias
organizaciones del Partido Comunista, esta Academia seguía fielmente las
directrices del Partido, hasta el punto, por ejemplo, de cooperar con
la policía secreta para controlar los viajes al extranjero de los
científicos que querían asistir a reuniones internacionales.
No
es sorprendente, por consiguiente, que con el aumento del nacionalismo a
finales de la década de 1980, cada república, y su correspondiente
academia de ciencias, se esforzase por reforzar su identidad e
independencia. Ante semejante situación, el 23 de agosto de 1990
Gorbachov presentó un decreto que otorgaba a la Academia de Ciencias
Soviética autonomía del Estado, así como la propiedad de todas las
instalaciones –hasta entonces estatales– que había estado utilizando.
Una nueva organización
Los
líderes de la República Rusa entendieron esto como un movimiento para
cuestionar el derecho de Rusia a controlar los centros científicos
situados en sus dominios, y el Soviet Supremo Ruso rechazó el decreto de
Gorbachov; más aún, Boris Yeltsin, por entonces presidente de Rusia, y
un grupo de influyentes miembros del Soviet Supremo Ruso favorecieron la
creación de una nueva organización, una Academia Rusa de Ciencias, que
rivalizaría, obviamente, con la Academia Soviética.
No
es difícil entender estos hechos como que Gorbachov buscaba mantener la
Unión Soviética, pero dando más derechos a las diferentes repúblicas.
También este deseo chocó con el nacionalismo, esa tendencia a
disgregarse en lugar de buscar puntos comunes que tan fatales
consecuencias ha producido en la historia europea reciente. En octubre
de 1991 –en agosto Gorbachov había dejado de ser secretario general del
PCUS–, la Academia de Ciencias de la URSS cambió su nombre por Academia
de Ciencias de Rusia. ¿Quién dijo que la historia camina siempre hacia
adelante?
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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