BLOG ORLANDO TAMBOSI
No hay consenso científico entre antropólogas e historiadoras sobre la existencia de un matriarcado prehistórico. Jesús Ferrero para The Objective:
Sobre
la existencia de un matriarcado primordial que vio la luz en la
prehistoria no hay acuerdo en la comunidad científica y muy menudo las
que niegan la existencia del matriarcado prehistórico son antropólogas
e historiadoras. Pensemos en la historiadora norteamericana Cinthia
Eller, que considera que el matriarcado es un esoterismo, que si bien
sirve como mito para celebrar la figura de la mujer y su poder, nunca
fue una realidad. Para Eller el matriarcado es adentrarse en el ámbito
de la mística más que en el de la historia. Mi maestra de París, Nicole
Loraux, que dirigió mi investigación sobre Platón, hacía en sus
seminarios una larga deconstrucción de la cultura griega y develaba las
muchas maneras que los hombres tenían de borrar a la mujer, pero nunca
la oí hablar del matriarcado y juraría que, como a Eller, le parecía, o
bien un esoterismo, o bien un territorio demasiado vago para una
historiadora. A bastante distancia de Eller se ubica la antropóloga
germana Heide Goettner-Abendorth, que ha llevado a cabo exploraciones
por buena parte del mundo, y que en su libro El lugar de las mujeres en
la prehistoria de la especie humana define el matriarcado como una
sociedad matrilineal gobernada por las mujeres y caracterizada por la
igualdad de género, que según ella se dio realmente en algún momento de
la prehistoria.
La
investigadora francesa Fraçoise Héritier, fallecida hace un lustro, se
aleja mucho del planteamiento de Goettner-Abendorth y en su libro La
sangre del guerrero y la sangre de las mujeres viene a decir que el
matriarcado entendido como el poder de dominación de las mujeres sobre
los hombres «constituye una visión mitificada de las sociedades
prehistóricas o lejanas». Para Héritier pudo haber sociedades
matrilineales, eso ningún antropólogo lo niega, es decir: sociedades
donde el linaje de la madre es el dominante: el nombre, la legitimidad,
los privilegios, las herencias proceden de la madre en el sistema
matrilineal. Héritier sostiene que tales sociedades no incluyen el
sometimiento de los hombres y pone como ejemplo la cultura de los
iroqueses, de la que hay mucha información acerca del reparto de
papeles, y que le da la razón. También el arabista Felipe Maíllo Salgado
refiere en su libro Las mujeres del Profeta que, antes del advenimiento
del Islam, existía en Arabia una pluralidad de sistemas familiares, varios de ellos matrilineales sin por eso conformar matriarcados.
Pero
sigamos: en medio de todo este laberinto de ideas contrapuestas brilla
una evidencia que resulta bastante significativa para Héritier: el mito
de matriarcado ha circulado por abundantes sociedades patriarcales, es
algo probado, y a esa información la antropóloga añade que el mito del
matriarcado sólo sirvió en su momento para justificar el patriarcado al
situar la sociedad matriarcal como fundamento original y bárbaro del que
fue emergiendo el poder del padre, y concluye con la asombrosa
declaración de que el matriarcado es un mito del patriarcado
y creado estratégicamente por el patriarcado. ¿Héritier estará
demoliendo un mito?, me pregunté lleno de dudas que no duraron mucho,
pues creo que los mitos son indestructibles en sus momentos más álgidos,
y «ahora el mito del matriarcado primordial está pasando una buena
época», me dijo el año pasado una experta en la materia. No descarto la
posibilidad de que el pensamiento de Héritier tenga que ver con el hecho
de que muchos antropólogos del siglo XIX pensaran que la prehistoria
fue una ginecocracia: un gobierno de las mujeres. En el siglo XIX
el matriarcado era una teoría masculina, con representantes como Engels
y Bachofen a la cabeza, considerados por Emmanuel Todd fantasiosos y
arcádicos.
Lo
hasta ahora referido es una parte ínfima, microscópica, de la polémica
que existe sobre el matriarcado prehistórico, y que recorre todo el
planeta. Las autoras que defienden la existencia del matriarcado
prehistórico aseguran que hasta ahora la antropología ha estado
gobernada por los hombres, que introducen en sus relatos puntos de vista
masculinistas y van borrando o ignorando la figura de la mujer. Sí,
pero entonces ¿qué hacen las feministas Héritier y Eller negando el
matriarcado y qué hacen los antropólogos decimonónicos afirmándolo?
Plantear que la mirada masculina es falsificadora y omite lo que no le
interesa resulta a la vez pertinente y destructor. Estimula el
pensamiento y te obliga a estar muy vigilante con los textos de los que
nos precedieron, porque se acercan tiempos de guerras fieramente
ideológicas y de conflictos entre los símbolos y entre las imágenes que a
veces van a alcanzar el núcleo duro del sistema.
Dicho
lo cual, me distancio de Héritier y de Eller al no creer que la
reducción del matriarcado prehistórico a mito sea una devaluación del
relato sino todo lo contrario: los mitos son necesarios y tanto las
religiones como las ideologías recurren a ellos. Cuando un mito se
enraíza en el cuerpo social es un logro ideológico de primer orden y se
convierte en un relato invulnerable porque está lleno de significación, a
menudo contradictoria, eso es verdad, pero no hay que olvidar que los mitos
son artefactos capaces de albergar profundas contradicciones en su seno
sin por eso mermar la capacidad de emocionar y de provocar cambios
sociales, pues sirven para cohesionar masas conflictivas y unirlas en
una misma creencia como pensaba Girard. Alguien dirá sin embargo que los
mitos, mitos son, y que para un amante de la antropología no hay manera
de saber si el matriarcado prehistórico tuvo lugar o no.
Así
es, pero una verdadera inteligencia debe sostener en su cabeza dos
ideas opuestas sin perder la imparcialidad, y más cuando ambas están
cargadas de razón. Aquí lo están las dos y todo invita a suponer que el
porfiado desacuerdo va a continuar, si bien hubo un intento de fusionar
los opuestos y superarlos con una nueva teoría, desconcertantemente
pacificadora. Me refiero al libro, alabadísimo, de Riane Eisler El cáliz
y la espada, publicado en 1987. Eisler sostiene que no hay pruebas de
una dominación femenina en la prehistoria, y considera tanto el
patriarcado como el matriarcado estructuras que siguen el «modelo de
dominación». Según Eisler, «los datos arqueológicos de que disponemos
actualmente indican que la sociedad pre-patriarcal era, en su estructura
general y siguiendo cualquier estándar contemporáneo, asombrosamente
igualitaria», una sociedad pues ajena a los modelos de dominación
patriarcal y matriarcal. Eisler cree que el paraíso fue una región del
pasado pero que también puede serlo del futuro, y lo sostiene a la vez
que da razón de la sucesión de miserias a las que ha dado lugar el
modelo de dominación patriarcal.
Pinturas rupestres en las que únicamente cazaban los hombres
Comulgo
con Eisler en su análisis del patriarcado, pero me resisto a creer que
las sociedades pre-patriarcales fuesen tan igualitarias como ella
piensa, si bien vuelvo a recordar el libro de Felipe Maíllo Salgado Las
mujeres del Profeta, que nos ayuda a ver con bastante claridad que las
sociedades árabes anteriores a la entronización islámica del patriarcado
eran muchos más variadas e igualitarias: un extraño paraíso de la
diversidad matrilineal que posibilitaba la aparición de mujeres libres y
poderosas como Jadiya, la acaudalada viuda que se casó con el Profeta.
Postado há 2 days ago por Orlando Tambosi
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