BLOG ORLANDO TAMBOSI
Los españolitos pedimos ayuda en nuestros graves problemas internos a esa instancia celestial que es Europa. Pero la respuesta nos deja con frecuencia insatisfechos y asustados. Fernando Savater para The Objective:
Recuerden
la historia de aquel alpinista al que se le rompió la cuerda y de
milagro quedó colgando sobre el precipicio agarrado de mala manera a un
estrecho reborde en la pared rocosa. Imploraba socorro a lo mas sagrado:
«¡Por favor, Dios mío, santos del Cielo, venid en mi ayuda, que ya no
puedo aguantar aquí mucho más! ¿Escucha alguien mi plegaria
desesperada?». Una voz cálida y paternal sonó en las alturas: «Hijo mío,
yo te he escuchado. Soy San Antonio, abogado de los imposibles y vengo a
salvarte. Nada temas: suéltate y déjate caer. Yo te recogeré con mis
manos invisibles y te llevaré volando como una pluma al camino mas
seguro». El atribulado alpinista dudó un momento: «Gracias, San Antonio,
es usted muy amable. Bueno, ¿hay alguien más por ahí?». A veces creo
que los españolitos somos como ese alpinista accidentado y pedimos ayuda
en nuestros problemas internos, muy graves sin duda, a esa instancia
celestial que es Europa. Pero la respuesta europea nos deja con frecuencia tan insatisfechos y asustados como la del santo de Padua dejó al escalador en apuros.
Entiéndame bien, creo que debemos apelar a la Unión Europea
sin remilgos siempre que estemos en casa con el agua al cuello. Pero
hay que saber que el procedimiento tiene sus dificultades. Para empezar,
mas vale no mitificar demasiado la sabiduría y honradez de los
diputados. Entre ellos encontramos gente excelente, claro, pero también
estúpidos, supersticiosos e impresentables como los que tenemos en casa
(peores no creo, la verdad). Como bien escribió en El Criticón nuestro
Baltasar Gracián «en todas partes hay vulgo y más insolente donde más
holgado». Más holgados que los parlamentarios de la UE
no los hay de modo que cuidadito de entregarnos sin garantías al
criterio de ese vulgo. Por otra parte, aunque creamos que el mundo
entero está preocupado con nuestros problemas domésticos, la verdad es
que en cruzando nuestras fronteras (¡y a veces aún sin cruzarlas!) la
mayoría de la gente no sabe nada de nuestras tribulaciones con ETA,
Cataluña, Sánchez y otros temas formidables. Buena parte de los
eurodiputados sólo saben de lo que pasa en España lo que les cuentan sus
correligionarios: de modo que si son de izquierdas o cosa parecida,
olvídate de ellos.
«Aunque
creamos que el mundo entero está preocupado con nuestros problemas
domésticos, la verdad es que en cruzando nuestras fronteras la mayoría
de la gente no sabe nada de nuestras tribulaciones con ETA, Cataluña,
Sánchez y otros temas formidables»
Cuando
nos concedieron a Basta Ya el premio Sájarov por nuestra defensa de los
derechos humanos (gracias a Rosa Díez, Alonso Puerta y otros
eurodiputados socialistas españoles de los que ahora no abundan, si no
de qué) yo andaba obsesionado con lograr que la Eurocámara enviase un
grupo de estudio para comprobar cómo se vivía en Euskadi bajo la amenaza
terrorista y el nacionalismo obligatorio. Por fin conseguí hablar con
Antonio Tajani, inteligente y responsable, que me aseguró que lograría
formar ese equipo para visitar Euskadi pero que pensara bien los pros y
las contras de la iniciativa. Me quedé un poco asombrado, tan convencido
estaba en mi inocencia de que cualquier persona imparcial que viese lo
que ocurría en mi tierra se indignaría sin lugar a dudas. Pero Tajani,
con finezza italiana, me dio a entender con lenguaje diplomático que
bien pudiera ser que en ese grupo me tocasen algunos de los
europarlamentarios que tenían a ETA por una guerrilla de liberación
(como hoy tenemos devotos de Hamás) y entonces el testimonio que
buscábamos en Europa se volviese contra las víctimas y a favor de los
verdugos. Finalmente abandoné mi idea, por miedo a empeorar las cosas.
Creo
que hay dos razones principales para que nuestras reclamaciones no sean
escuchadas en Europa con la comprensión y apoyo que merecerían. En
primer lugar, los atropellos llevados a cabo con toda tranquilidad por
Sánchez y sus secuaces son tan insólitos respecto a las prácticas
políticas europeas que vistos desde fuera no resultan creíbles. ¡La
gravedad de lo que denunciamos perjudica nuestra credibilidad! Ningún
país de nuestro entorno padece separatismos tan acendrados, rabiosos y
ventajistas como España. Y en ningún otro país serían tratados con tanta
tolerancia y se les permitirían tomarse tantos privilegios como aquí,
hasta el punto de que los forasteros que entienden la cosa a medias
piensan: «Algo de razón tendrán cuando se les trata con tales
miramientos». Durante la reciente visita de una comisión de la
Eurocámara para comprobar la situación del castellano y el catalán en
las aulas de Cataluña, los visitantes no podían comprender que las
sentencias judiciales confirmando la obligación de mantener al menos un
25% de las asignaturas en castellano fuesen desoídas completamente y
hasta se recomendase desde la Generalitat que no se les diese
cumplimiento: «¡No puede ser, pero eso es imposible!». Pues no, en este
caso y otros similares lo imposible no es violar impunemente la
legalidad establecida sino cumplirla. Pero vete a convencerle de eso a
un honrado alemán… Esperemos que el ambiente totalitario que ha
respirado la comisión visitante en Barcelona (y fuera de ella habría
sido peor) les haya convencido de que España is different, como
enseñaron nuestros mayores.
La
segunda razón es que también entre las élites políticas europeas está
vigente una superstición nefasta que en España conocemos demasiado bien:
la superioridad política y moral de la izquierda. Es una superstición
que como sabemos afecta no sólo a la propia izquierda sino también a
regañadientes a gran parte de la derecha. Si los constantes y variados
atropellos llevados a cabo por Pedro Sánchez para conservar el poder los
hubiese hecho un político nominalmente de derechas se hubiese ganado la
hostilidad feroz del Parlamento Europeo. Pero como resulta que el
Gobierno español actual se proclama de izquierdas y, pese a tener la
mayor tasa juvenil de paro y el máximo de pobreza infantil, ostenta una
estúpida arrogancia que nos convence de que lo es, nadie se atreve a
homologarle con regímenes iliberales derechistas del este europeo. Hace
tres o cuatro años tuve un diálogo cara al público en el Hay Festival de
Segovia con mi amigo el polaco Adam Michnick. Antes charlamos un rato y
Adam me contó su preocupada indignación ante las violaciones de la
independencia judicial llevada a cabo en su país por las fuerzas del PIS
(¡vaya nombrecito!) y otros grupos integristas. Yo compartí su
preocupación y la extendí a lo que ya empezaba a pasar en España gracias
a Sánchez y sus secuaces. Adam se quedó algo extrañado porque tenía
mejor opinión (y menos información) sobre nuestro «socialdemócrata»
local. A la hora de la comida, cuando tocaba dedicarnos al delicioso
cochinillo que premiaría nuestros desvelos, Javier Cercas, que había
estado también charlando con nuestro amigo polaco, se me acercó
asustado: «Oye, ¿qué le has contado a Adam?». Le dije que sólo la
verdad, como suele ser mi costumbre, y me callé que era esa verdad sobre
nuestro país que algunos intelectuales mas acomodaticios no le iban a
contar jamás. Porque, claro, una cosa es hablar del gran peligro de la
derecha radical para los valores de la democracia europea y otra cosa es
señalar que cierta izquierda representa ya en nuestro país un peligro
ciertamente mayor.
Conclusión:
sigamos buscando el apoyo de Europa contra quienes sin pizca de
decencia atropellan nuestro Estado de derecho. Después del revelador strip-tease que hizo Pedro Sánchez frente a Manfred Weber,
hemos ganado bastantes puntos de credibilidad incluso entre los mas
escépticos… siempre que no sean muy de izquierdas, de esos nada bueno
puede esperarse. Exijamos entre las demás democracias de nuestra Unión
la ayuda legal y política que nuestro país merece, tras haber combatido
al último terrorismo continental no islámico. Pero, aquí entre nosotros,
no nos hagamos demasiadas ilusiones y no descuidemos lo que podamos
lograr por nuestras propias fuerzas.
Postado há Yesterday por Orlando Tambosi
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