Ricardo Rojas faz - em artigo publicado pelo Instituto Independiente - uma demolidora crítica à renitência esquerdista dos argentinos:
En las últimas décadas, Argentina ha experimentado un declive
económico notorio. Cada nuevo gobierno surgido tras una crisis, le ha
echado la culpa del fracaso anterior al neoliberalismo, el capitalismo,
la voracidad empresarial, y ha invocado la ayuda a los desprotegidos y
una más justa distribución de la riqueza como ejes de su nueva política.
Sin embargo, todos los gobiernos, a grandes rasgos, han hecho lo
mismo y con los mismos resultados. Dicen aplicar políticas socialistas y
luego culpan al capitalismo por sus propios fracasos. Las bases de ese
socialismo, aunque les cueste aceptarlo, fueron sentadas en 1848 en el
Manifiesto Comunista por Marx y Engels, quienes elaboraron un plan de
diez puntos que debían aplicarse en el mundo (luego admitirían que en
forma gradual), para lograr las transformaciones que consideraban
adecuadas.
Pues bien, en el último siglo Argentina ha avanzado sostenidamente en
la dirección de esas diez propuestas, y podríamos concluir que salvo
una (la eliminación del derecho hereditario, que por ahora no ha podido
materializarse), las otras nueve han estado presentes en todas las
políticas de gobierno de los últimos tiempos. Veamos:
1. La expropiación de la propiedad territorial y la aplicación de la renta a los gastos del Estado.
Los autores del Manifiesto soñaban con un Estado único propietario y
administrador de la tierra (la principal fuente de riqueza de la época).
Más tarde los estudios de análisis económico del derecho mostraron que
no hace falta confiscar la tierra, apoderarse de ella y eliminar los
títulos privados de propiedad. El derecho de propiedad no es simplemente
el título, es la capacidad para ejercer actos de administración y
disposición. Entonces, en la medida en que el Estado pueda apropiarse en
cualquier momento de la tierra o de sus frutos, o imponerles altos
tributos para mantener sus gastos, resulta mucho más eficiente conservar
la propiedad privada formal y establecer la propiedad estatal real. Eso
ocurre en Argentina.
Un ejemplo claro de ello es lo que se intentó con la recordada
resolución 125: establecer un impuesto de exportación de granos tan
alto, que prácticamente convertía a los productores en empleados del
Estado.
2. Impuestos progresivos
Ha sido una constante invocar que cuanto mayor capacidad
contributiva, mayores deberán ser las alícuotas de los impuestos. La
propagación de la noción de igualdad económica como un modo de eliminar
la pobreza –que en realidad ha incrementado la pobreza-, ha hecho que se
considere razonable someter a altas cargas tributarias a quienes más
riqueza poseen, lo que ha llevado a que se retraigan las inversiones y
se fuguen los capitales, con el consecuente empobrecimiento general.
Frente a una nueva crisis que se vive actualmente, una de las
propuestas del nuevo gobierno es crear un nuevo impuesto a los grandes
capitales.
3. Confiscación de las propiedades de emigrados y rebeldes.
Sería muy antipático que los gobiernos abiertamente persiguieran hoy a
sus enemigos y les confiscaran sus bienes, como hicieron en Rusia
quienes aplicaron estas ideas a rajatabla (además de violar la
prohibición expresa del artículo 17 de la Constitución Nacional). Sin
embargo, las oleadas de personas que han debido emigrar de Argentina en
cada crisis económica, buscando mejores perspectivas de vida, debieron
abandonar sus bienes, o pagar altos costos para poder sacar del país
parte de su propiedad.
Una empresa que cierra prácticamente es abandonada. El proceso de
ocupación de empresas por los empleados, creciente en los últimos
tiempos, es una demostración de que legalmente sería muy difícil para
sus dueños poder recuperar para sí una porción de esa propiedad, y
simplemente la abandonan.
4. Creación de un Banco Nacional que concentre el crédito y el capital.
En este punto, Marx y Engels tuvieron una ayuda de los conservadores y
nacionalistas, que crearon el Banco Central (como entidad mixta y
temporal), en 1936, y lo nacionalizaron en 1946. A partir de entonces,
la moneda y el crédito son manejados por el Estado con exclusividad. Ni
en sus sueños húmedos los creadores del Manifiesto hubiesen pensado en
contar con un instrumento tan poderoso para propender al control estatal
del país.
5. Centralización estatal de los medios de transporte.
En Argentina, los medios de transporte que no están directamente en
manos del Estado están sometidos a tales regulaciones que en los hechos
son controlados por él. Tal vez la fascinación con Marx y Engels sea la
explicación de por qué los gobiernos han tenido la obstinada tendencia a
estatizar ferrocarriles, aerolíneas, empresas navieras, a pesar de las
enormes pérdidas económicas que significaron para los contribuyentes; y
de regular e uniformar todo el transporte terrestre.
6. Multiplicación de empresas nacionales
En la época del Manifiesto, las principales actividades industriales
estaban directamente vinculadas a la producción de la tierra. Pero con
el devenir de los tiempos, el principio de la nacionalización y control
de empresas de todo tipo ha sido parte de la política económica de todos
los gobiernos argentinos.
Desde regímenes de promoción industrial, a regulación de las
actividades y lisa y llana nacionalización, la fascinación de los
políticos por convertirse en industriales ha sido también irrefrenable.
En su Sistema Económico y Rentístico, Juan Bautista Alberdi ya alertaba
en la misma época de publicación del Manifiesto, sobre los peligros de
esta propensión.
7. La organización del trabajo.
El control de la tierra y la producción llevó a los difusores del
comunismo a entender que se debía también controlar al trabajo, hacerlo
obligatorio, con la creación de ejércitos industriales.
En Argentina, la actividad laboral es una de las más reguladas,
supuestamente para beneficiar a los trabajadores, aunque en realidad los
ha perjudicado notablemente al desalentar la inversión y la
contratación. Los sindicatos son una fuerza política esencial (que
impide que nadie que no tenga su bendición pueda efectivamente
gobernar). Y esta combinación de sindicatos politizados y gobiernos
interesados en los trabajadores, ha convertido a las personas en
miembros de un ejército al que no se incorporaron voluntariamente, y que
utiliza su fuerza laboral para sus propios fines estatales, y no para
los fines particulares de cada trabajador.
8. Hacer desaparecer la distinción entre la ciudad y el campo.
La historia socioeconómica argentina del último siglo ha sido la
historia de legiones de pobres alentados por los gobiernos a lanzarse a
vivir de manera miserable en barriadas urbanas, y grupos de productores
agropecuarios produciendo la riqueza que el Estado luego les quita para
mantener a esos pobres.
El arquetipo del pobre que vive en las villas sin posibilidades, que
necesita ser ayudado, y el rico productor agropecuario que tiene todo
servido en bandeja, permitió mantener durante mucho tiempo ese esquema
de productores expoliados y multitudes empobrecidas agradeciendo la
ayuda del gobierno.
9. Educación pública gratuita.
La cooptación por parte del Estado de la educación es uno de los
pilares de todas las políticas de gobierno. La intervención estatal en
todos los niveles educativos, brindando educación directamente o
controlando la forma en que la imparten los establecimientos privados,
ha sido una constante de todos los gobiernos en el último siglo.
Bien, Marx y Engels deberían estar orgullosos de que sus ideas fueron
aplicadas en Argentina por todos los gobiernos desde hace un siglo. Es
más, en el prólogo a la edición de 1872, los autores admiten que el
desarrollo del mundo desde la publicación original hasta entonces (un
período en el que el capitalismo verdaderamente mejoró las condiciones
de vida de la gente y comenzó la transformación del mundo) hacían que
algunos puntos del Manifiesto pudieran quedar desactualizados. En
verdad, el peso que en la versión original se puso sobre la importancia
de la tierra quedó opacado por el desarrollo industrial. Pero en
Argentina eso se comprendió completamente, y por lo tanto, el estatismo
no sólo avanzó sobre la propiedad de la tierra, sino también sobre todo
tipo de producción.
Por eso, hay dos noticias que podríamos dar en estos tiempos para
quienes han considerado valioso invocar políticas socialistas, una buena
y una mala.
La buena es que, finalmente, ese comunismo que es pregonado en todos
los discursos políticos populistas, se está aplicando en Argentina de la
manera gradual que Marx y Engels propusieron. La mala, es que no
funciona.
El gradualismo en política ha sido muchas veces la admisión de que
una propuesta no podrá prosperar. Cuanto más radicalmente se ha
intentado aplicar los principios del Manifiesto, mayor miseria se ha
producido como resultado. En la llamada Unión Soviética se intentó una
versión ortodoxa que llevó a campos de prisioneros, matanzas y hambruna,
hasta que hubo que desmantelarlo. Fidel Castro en Cuba nacionalizó en
1961 la mayor parte de las empresas y tierras en la Isla. Casi de
inmediato toda la fuerza productiva abandonó el país, que comenzó una
etapa de empobrecimiento que ya lleva 60 años.
La aplicación explícita de las propuestas comunistas lleva a la
miseria. Eso lo saben principalmente quienes las implementan. Marx y
Engels eran dos típicos burgueses de vida acomodada, Marx mantenido por
una esposa rica, Engels heredero de una próspera industria textil en
Renania. Ninguno de los dos trabajó, produjo, invirtió en una empresa,
ninguno de ellos cobró ni pagó un salario corriendo riesgos empresarios.
Simplemente disfrutaron de la vida burguesa y escribieron,
probablemente influidos por el romanticismo germano, sobre un mundo
irreal.
Los herederos argentinos de Marx y Engels (aun aquellos que detestan
el comunismo y no aceptarían nunca que se los considere marxistas)
aspiran en definitiva a obtener la misma vida burguesa y acomodada, pero
esta vez mantenidos por las personas que producen para un Estado que
ellos sueñan con dirigir.
Argentina viene avanzando en una dirección monocorde de estatismo,
regulaciones, poder autoritario del gobierno con gastos ilimitados,
altos impuestos, moneda sin valor, endeudamiento. Ante cada fracaso y
cada crisis, se le ha echado la culpa al capitalismo y al
“neoliberalismo” (lo que sea que eso signifique). Aunque en realidad
aplican comunismo innominado.
Tal vez sería un buen cambio admitir que la política económica
argentina del último siglo viene aplicando las recetas propuestas por
Marx y Engels, aggiornadas al país y los tiempos, y que quizá sería la
hora de probar con el verdadero capitalismo, como hicieron aquellos
países que finalmente lograron prosperar y mejorar las condiciones de
vida de sus habitantes.
BLOG ORLANDO TAMBOSI

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