BLOG ORLANDO TAMBOSI
El PSOE se desvió del camino constitucionalista y de los ideales de la Transición para establecer alianzas de gobierno con fuerzas nacionalistas y reaccionarias. Carlos Granés para The Objective:
"Nada
irrita más a los españoles”, decía Richard Ford, “que el ver publicarse
libro tras libro sobre ellos y su país escrito por extranjeros”. Con
este epígrafe autoirónico empezaba Michael Reid, editor hasta hace poco
de la sección The Americas en The Economist, un largo y minucioso
recorrido por el presente político de España.
Y sí, cómo no van a tener razón Ford y Reid: los corresponsales
anglosajones que intentan explicar la actualidad política española a la
luz de la guerra civil, Franco,
los toros, la siesta o la sangría resultan irritantes, más que eso.
Como América Latina, España es una pantalla donde el visitante proyecta
sus fantasías románticas, violentas y premodernas, o en todo caso
etílicas, eróticas y mundanas. Ese karma lo compartimos en las dos
orillas del Atlántico: estamos ahí para que los extranjeros confirmen
sus teorías y prejuicios, porque rara vez nos leen o están dispuestos a
aprender de nosotros, incluso cuando el tema en cuestión, vaya paradoja,
somos nosotros mismos.
Pero
ese no es el caso de Michael Reid. Todo lo contrario. España, el libro
que acaba de traducir la editorial Espasa, demuestra un conocimiento
profundo de cuanto ha ocurrido en la sociedad española los dos últimos
siglos. Reid se ha sumergido en la vida cultural, social y política del
país, ha entrevistado a sus protagonistas, leído a sus mejores
historiadores y politólogos, y al mismo tiempo ha logrado mantener una
distancia crítica y una neutralidad que le permiten observar la realidad
española sin la contaminación de las guerras culturales y de los
escupitajos partidistas.
Esa
es una de las grande virtudes del libro. Reid hace un análisis
desapasionado y razonado de los aciertos y errores, de los vicios y
virtudes, de todos los actores políticos que han sido relevantes en la
vida pública española en los últimos 23 años, desde que estalló el
movimiento de los indignados en 2011 hasta la aprobación de la ley de amnistía en
2024, yendo de tanto en tanto al pasado para arrojar luz sobre
fenómenos como el nacionalismo periférico, el trauma de la dictadura
franquista y los logros de la transición democrática. Y la conclusión
que se extrae es que España, después de pasar por un proceso de
modernización acelerado y exitoso, no es tan diferente del resto de Europa.
A
pesar de que tiene problemas enquistados, como el paro juvenil, la
pérdida de peso y relevancia en el mundo (algo que también comparte con
América Latina), una administración pública vetusta y poco eficiente, el
despoblamiento de grandes zonas, una división casi fóbica entre la
derecha y la izquierda, y un sistema autonómico que mejoraría mucho –es
la hipótesis de Reid- si evolucionara hacia un modelo federal, ninguno
de estos elementos se presenta de forma exacerbada ni deforma el
conjunto de lo que España, al día de hoy, sigue siendo: una nación
europea moderna y democrática. Ni siquiera el auge de una derecha
radical supone una anomalía. Reid muestra muy bien que el nacionalismo
españolista de Vox
tiene muy poco que ver con Franco, y en cambio sí con el auge del
independentismo catalán y el surgimiento de movimientos nativistas a lo
largo y ancho de Europa.
La
única particularidad del drama español, lo único que hace excepcional,
different, a España, es el “problema territorial”, la invención
decimonónica de nacionalismos periféricos, en especial el catalán y el
vasco, que forjaron un núcleo de resistencia a los procesos de
modernización en España. Quizás los capítulos más desmitificadores son
los que Reid dedica a estos nacionalismos, cuyo origen se remonta al
intento reaccionario de frenar las ideas liberales que volvían al poder
en España en 1833, después del fracaso de las Cortes de Cádiz. A ellas
se opusieron los sectores carlistas en el País Vasco,
en Navarra y en la Cataluña rural, principalmente, que se convirtieron
en un foco de tradicionalismo, religión, leyes viejas y fueros locales,
que dificultaron el tránsito del mundo hispano a la modernidad liberal.
Aunque fenómenos similares ocurrieron en otros lugares de Europa, lo
particular del caso español es que esa tensión nunca se resolvió y sigue
vigente hasta hoy.
¡Y
vaya si lo está! El drama político del último año se debe, justamente, a
que el partido que más contribuyó a modernizar España, el PSOE,
se desvió del camino constitucionalista y de los ideales de la
Transición para establecer alianzas de gobierno con estas fuerzas
nacionalistas y reaccionarias. Aunque Reid reconoce aciertos en la
gestión de Sánchez y estuvo de acuerdo con los indultos (en Europa,
decía, no se entendió que hubiera políticos encarcelados), la ley de
amnistía y su juego de alianzas le han parecido nocivas. “El Estado de
derecho”, afirmaba, “sí ha quedado dañado por el beneficio personal del
presidente”. Su conclusión no es sin embargo pesimista. Los españoles
son mejores que sus políticos, y su estilo de vida, la sabiduría
profunda que tienen sobre lo que es verdaderamente importante, les
permite sobrellevar el mal gobierno y la polarización. ¿Cuánto tiempo se
puede abusar de esas virtudes y de la paciencia de los ciudadanos? Reid
se hace esa pregunta; los políticos también deberían hacérsela.
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