El presidente de Estados Unidos ha convertido al país líder de las democracias en el principal aliado de las dictaduras. Gabriel Tortella para The Objective:
Ya
imaginará el lector que el cambio de pareja a que nos referimos es el
abrazo de Donald Trump al tirano Vladimir Putin, junto al hostil
ninguneo a Volodimir Zelenski y a Ucrania, y la manifiesta hostilidad
hacia Europa que Trump y su equipo han mostrado en las últimas semanas.
Quizá fuera más exacto decir que Estados Unidos ha cambiado de pareja al
elegir a Trump, porque éste hace ya mucho tiempo que no oculta su
afinidad con el más brutal y mortífero gobernante ruso después de
Stalin.
Desde
1917, en que Estados Unidos declaró la guerra a la Alemania del Káiser,
aquel país había hecho de su colaboración con la Europa democrática una
constante de su política internacional. ¿De verdad constante? No
exactamente. Estados Unidos ya dio una espantada parecida a la actual en
1920. Las circunstancias no eran idénticas a las de ahora, por
supuesto, pero sí muy parecidas. Tras vencer los aliados en la Primera
Guerra Mundial, Estados Unidos, bajo la presidencia de Woodrow Wilson,
llevó la batuta en las negociaciones de paz en París y Versalles, donde
no sólo se firmó el tratado de paz, sino que se creó la Sociedad de
Naciones, que iba a ser el gran instrumento para poner en práctica los
acuerdos y organizar un nuevo orden mundial, muy distinto y superior al
anterior, garantizando una paz duradera.
Hoy
bien sabemos que el sueño de Wilson no se realizó, sino que, al
contrario, se convirtió en una pesadilla que abocó a la humanidad a la
Segunda Guerra Mundial. Y el primer paso hacia el abismo lo dieron los
compatriotas del propio Wilson cuando el Senado norteamericano,
siguiendo la iniciativa del partido republicano liderado por Henry Cabot
Lodge, rechazó suscribir el tratado de la Sociedad de Naciones. El
reflejo aislacionista en Estados Unidos no sólo torpedeó la iniciativa
internacionalista de Wilson, sino que poco después puso en la Casa
Blanca a una ristra de tres presidentes republicanos que tendieron a
lavarse las manos ante las crecientes dificultades que el panorama
internacional fue desplegando en el variopinto período de entreguerras.
No
puede afirmarse que el repudio del Senado estadounidense a la Sociedad
de Naciones fuera la causa de la Segunda Guerra Mundial. Fue, solamente,
un primer error grave, el preludio al cúmulo de patinazos, desastres y
crímenes que tuvieron lugar durante aquellas dos décadas ominosas y que,
a la larga, dejaron chiquito al dislate del Senado estadounidense.
Entre otros, los propios parlamento y gobierno de la nación americana
siguieron desbarrando considerablemente en aquellos años. Pero, desde
luego, no fueron los únicos causantes, ni mucho menos, de la marcha
hacia el abismo.
Todo
esto se ha estudiado intensamente y de ello se han sacado
consecuencias. No cabe duda de que la conciencia de los errores
cometidos tras la Primera Guerra Mundial sirvió para no repetirlos tras
la Segunda, y que la política internacional de los aliados en la segunda
postguerra fue muy sabia y condujo a que la Tercera Guerra Mundial no
estallara, sino que se redujera a una larga Guerra Fría de unos 45 años
que, a la postre, concluyó con una clara victoria para esos mismos
aliados.
Ahora
bien, el fin de la Guerra Fría ha dado lugar a una nueva situación, muy
diferente de la anterior y está por ver que los aliados sean hoy
capaces de conducirse con la sabiduría que exhibieron en la década de
1940. Hay numerosas razones para dudarlo.
Quizá
la causa principal de la tragedia de entreguerras fuera la incapacidad
de los políticos y de los economistas para entender lo que estaba
pasando y sus fútiles intentos de resolver los nuevos problemas con
remedios antiguos. La única mente que entendió lo que ocurría fue la de
John M. Keynes que, con todo, no publicó su nueva teoría hasta 1936, y
aún entonces en un libro no para el gran público, sino para «sus colegas
economistas», que tardaron años en descifrarlo por entero. Lo que
ocurría era que la sociedad democrática de la postguerra era muy
diferente de la sociedad liberal de la preguerra y la incomprensión de
este hecho, que hoy parece tan obvio, causó el drama de errores y
horrores que desembocó en la Segunda Guerra Mundial. Corremos el peligro
de que algo parecido ocurra hoy.
Aunque
muchos no lo crean, el comunismo no es ya una fuerza considerable en el
mundo. El rastro que ha dejado el largo episodio comunista es la
dictadura pura y dura. La ideología marxista no es ya hoy, en política,
más que una máscara para revestir el populismo de izquierda, sistema
demagógico simplista que se utiliza para justificar la dictadura, igual
que el nacionalismo, frecuentemente con tintes racistas, es otra careta
para revestir el populismo y la dictadura de derecha. En otras palabras,
tras el fin de la Guerra Fría, imperan en el mundo dos sistemas
políticos antagónicos: la democracia, de un lado, y la dictadura o
autocracia, de otro. Las dictaduras raramente se reconocen como tales y
prefieren revestirse con ropaje populista, comunista, nacionalista,
religioso, etcétera. Los disfraces pueden ser múltiples y variados, pero
la naturaleza de las dictaduras es fácil de identificar: un índice
infalible es que un presidente se eternice en el poder. Digamos que un
mandato de más de diez años ya es muy sospechoso. La no celebración de
elecciones, o su trucaje, es otro indicio inequívoco. Un tercer
indicador lo constituyen las medidas represivas.
Pero
volvamos a Trump. Si bien debe reconocerse que ha sido elegido de modo
impecablemente democrático, es dudoso que él sea un demócrata en el
sentido pleno de la palabra. Su afirmación sin base alguna de que le
robaron las elecciones de 2020 ya es algo muy sospechoso. También lo son
sus repetido afirmaciones pre-electorales de que si no ganaba los
comicios es que habría habido pucherazo. Aún peor es su colusión con las
turbas que invadieron el Capitolio en enero de 2021 para impedir la
proclamación de Joe Biden como presidente, junto a las presiones del
propio Trump a ciertos funcionarios para que se le atribuyeran votos
falsamente y, sobre todo, su actual alianza descarada con Putin y su
afirmación de que Zelenski es un «dictador», todo lo cual permite dudar
con fundamento de que el presidente americano realmente entienda qué es
la democracia, o esté dispuesto a respetarla cuando sus resultados no le
agradan. Un buen demócrata sabe perder y Trump no sabe.
Lo
más inaudito y escandaloso es que el nuevo presidente americano
pretenda poner fin a la guerra de Ucrania reivindicando al agresor y
culpando a la víctima por no haberse rendido a éste. Con ello ha dado la
vuelta a la política exterior de Estados Unidos y ha convertido al país
líder de las democracias en el principal aliado de las dictaduras: ha
puesto el mundo al revés. Pretende que tal voltereta está legitimada por
las urnas; pero esto no está nada claro. Él anunció en la campaña que
iba a poner fin a la guerra de Ucrania en 24 horas (ya lleva retraso);
no recuerdo que dijera que lo haría aliándose con el agresor contra la
víctima, ni acusando a ésta de ser una dictadura. Una cosa es el
aislacionismo y otra muy distinta son el transformismo y la traición.
Otro
episodio histórico lamentable y comparable con el actual es el
«apaciguamiento de Múnich», cuando, en septiembre de 1938, Neville
Chamberlain accedió a la invasión de Checoslovaquia por Adolf Hitler en
nombre de «la paz en nuestro tiempo», por lo que Winston Churchill
apostrofó que Chamberlain se había humillado para evitar la guerra y que
al final cosechó humillación y guerra. Pues bien, comparando con la
situación actual, la conducta de Trump es aún peor que la de Chamberlain
(que pasó a la historia como un pusilánime desorientado que mereció la
diatriba de Churchill), porque Chamberlain no llegó a justificar la
invasión alemana ni llamó «dictador» a Edvard Benes, el presidente
checoslovaco. Llamar «dictador» a un héroe de guerra como Zelenski, que
lucha al frente de su pueblo contra la invasión del «dictador» (éste sí
lo es) Putin, es el epítome de la traición de Trump. ¿Hubiera Trump
llamado «dictador» a Benes en 1938 por resistirse a la agresión de
Hitler, o a Churchill en 1940 por la misma razón? No me extrañaría.
El
desvergonzado cambio de chaqueta de Trump ha sorprendido a propios y
extraños y a nadie más que a los líderes europeos. Sería absurdo negar
que éstos tienen su tanto de culpa por sus políticas dubitativas y
egoístas ante la amenaza del imperialismo ruso, y por sus dificultades
para ponerse de acuerdo en una política exterior y de defensa. Es cierto
que los europeos han confiado demasiado en el paraguas norteamericano y
han merecido un revulsivo. Han (hemos) merecido un revulsivo, sí, sin
duda; pero lo de Trump ha sido mucho más que un revulsivo: ha sido una
traición en toda regla y esto son ya palabras mayores, muy mayores.
Los
europeos (tanto los pertenecientes a la Unión como los que están fuera
de ella, el Reino Unido, Noruega y Suiza, por ejemplo) deben emprender
una nueva dirección conjunta que les capacite para asumir por sí mismos
sus responsabilidades colectivas y hacer frente a la amenaza rusa. El
primer paso, naturalmente, debe ser manifestar apoyo total y sin
reservas a Zelenski en su lucha por la integridad y la independencia de
Ucrania, con la clara conciencia de que, al luchar en defensa de
Ucrania, Zelenski lucha también en defensa de Europa.
No
basta, por tanto, con manifestar apoyo: Europa tiene el deber de
arrimar el hombro y prestar toda la ayuda militar necesaria para que
Ucrania pueda repeler la invasión rusa. Cueste lo que cueste. El futuro
de Europa y el de la democracia en el mundo dependen de ello. La cosa es
muy seria. Ya que Trump ha abandonado la causa de la democracia, Europa
debe asumirla ella sola. Esperemos que el reciente cambio de rumbo en
Alemania como consecuencia de las elecciones generales contribuya a la
firmeza de la política europea. Y recordemos: en este importante asunto,
Trump no ha contado con Europa; Europa no tiene por qué contar con él.
Que arregle solo lo de Ucrania si puede. Y debe darse prisa, porque R
Postado há 6 hours ago por Orlando Tambosi
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