Narogno-Karabakh, o enclave armênio rodeado pelo território do Azerbaijão, desapareceu do mapa, provocando o milésimo exílio dos armênios. Luíz Reyes para The Objective:
Genocidio
es una palabra moderna, pese a que en realidad es un vocablo compuesto
de griego clásico y latín que significa, literalmente, «matanza de una
raza». Se sabe cuándo y quién la inventó: Rafael Lemkin, un joven judío
polaco estudiante de Derecho en la famosa universidad alemana de
Heidelberg. Pero aunque todos tengamos en mente el genocidio judío que
perpetraron los nazis, a Lemkin no se le ocurre ese término para
referirse a la persecución de judíos, sino a la matanza de armenios que
ha tenido lugar en Turquía durante la Primera Guerra Mundial.
Los horrores propios padecidos en la Gran Guerra hacen que casi nadie se haya ocupado de lo que el gobierno otomano le hace a la comunidad armenia
a partir de 1915, pero durante la posguerra, el 15 de marzo de 1921, en
una calle de Berlín un hombre aborda a otro y, cara a cara, lo ejecuta
de un tiro en la frente. El muerto es Talaat Bajá, antiguo ministro del
Interior y primer ministro del régimen de los Jóvenes Turcos durante la
Gran Guerra. El ejecutor es Soghomon Tehlirian, un exiliado armenio de
24 años.
Decimos
ejecutor y no asesino porque en el juicio será absuelto. Además, el
proceso por la muerte de Talaat Bajá tiene la virtud de dar a conocer al
mundo lo que le ha sucedido a la comunidad armenia de Turquía durante
la Gran Guerra. Una simple estadística nos da una pista: en 1914 el
censo de cristianos armenios en Turquía era de dos millones de personas.
En el censo de 1927 solamente aparecen 60.000. ¿Dónde están los
1.940.000 armenios que faltan? La inmensa mayoría han sido exterminados
por los turcos, unos pocos niños han sobrevivido escondidos por vecinos
turcos compasivos, algunas mujeres jóvenes han ingresado como esclavas
sexuales en harenes. Los más afortunados se han unido a un exilio que
permitirá sobrevivir a la nación armenia. Soghomon Tehlirian es uno de
ellos, aunque ha perdido a 85 miembros de su familia. Horrorizado ante
los hechos el jurado lo declara inocente.
En
realidad Talaat Bajá ya había sido condenado a muerte en rebeldía por
los propios turcos. El nuevo régimen que sucede a los Jóvenes Turcos
decide, valga la redundancia, hacerlo cabeza de turco, echarle a él y un
pequeño grupo de oficiales «corruptos» las culpas de la masacre
armenia. Por supuesto, Talaat Bajá es culpable. El conde
Wolff-Metternich, embajador de Alemania (aliada de Turquía en la Gran
Guerra) escribe en un informe que, cuando va a protestar ante el
ministro del Interior por la masacre de armenios que se realiza a la
vista de todos, Talaat Bajá le responde francamente: «Hay que liquidar
la cuestión armenia por la extinción de la raza armenia».
Es
al conocer este testimonio cuando al estudiante judío Rafael Lemkin,
que en el futuro será un gran jurista internacional, se le ocurre la
nueva palabra, genocidio. El régimen nazi decidirá 25 años después
resolver la «cuestión judía» por el mismo procedimiento, y el propio Hitler dirá al optar por esa senda de horror: «¿Quién se acuerda del aniquilamiento de los armenios?».
Un plan diabólico
Históricamente,
el Imperio Otomano realizaba matanzas de cristianos en su territorio
europeo, conocido por Rumelia (de rumi, cristiano en árabe). Serbios,
albaneses o griegos llevaban mal el yugo turco, se rebelaban pese a las
terribles represalias, y durante el siglo XIX los otomanos perdieron la
mayoría de sus territorios en Europa. A inicios del siglo XX Turquía
solamente conservaba en Europa un pequeño hinterland alrededor de
Estambul, pero en esta ciudad y en la parte asiática, en la Península de
Anatolia, ha quedado un pueblo cristiano, los armenios.
Armenia
es una vieja nación de la región caucásica, que existe como reino
independiente desde el siglo IV antes de Cristo. En el año 301 de
nuestra fue el primer estado que adoptó el cristianismo como religión
oficial. La lealtad a esa religión es, por tanto, una seña de identidad
nacional. Es significativo que en la ciudad vieja de Jerusalén exista un
Barrio Armenio, que ocupa una cuarta parte de la ciudad, en pie de
igualdad con los barrios cristiano, musulmán y judío. Pero el
cristianismo ha sido también la causa de sus desdichas, cuando la ola
conquistadora turca trae el Islam al Cáucaso y los territorios
bizantinos.
En
su martirizada Historia los armenios del Imperio Otomano buscan la
protección del más poderoso soberano cristiano de la zona, el zar de
Rusia. Cuando comienza la Gran Guerra, en la que Turquía, gobernada por
el movimiento nacionalista de los Jóvenes Turcos, se alía con Alemania y
Austria contra Rusia, Francia e Inglaterra, los armenios son mirados
con desconfianza por el gobierno otomano. Se ven como una potencial
quinta columna rusa.
La
guerra va mal para Turquía, y pronto se descargan las responsabilidades
sobre quien no puede defenderse, la comunidad armenia. Siguiendo la
idea del ministro del Interior, «liquidar la cuestión armenia por la
extinción de la raza armenia», los Jóvenes Turcos crean un organismo
estatal ad hoc cuyo nombre no da ninguna pista, la Organización
Especial, y se elabora un plan de exterminio más burdo del que usarían
los nazis con los judíos, pero igual de eficaz.
El
primer golpe es contra el cerebro del pueblo armenio. El 24 de abril de
1915 tiene lugar una gran redada contra empresarios, profesores,
abogados, intelectuales, jerarcas religiosos, en fin, los notables de la
comunidad armenia. Solamente en Constantinopla, capital del Imperio
Otomano, 650 son detenidos el primer día, torturados para que confiesen
un inexistente complot que justifique la represión, y finalmente
asesinados.
Cortada
la «cabeza» de la nación armenia, le toca el turno a los brazos, a los
que pueden usar las armas. Hay medio millón de jóvenes armenios
reclutados por el ejército. Los jefes de todas las unidades reciben una
orden contundente. Desarmarlos y ejecutarlos. Como se justificarían
luego los nazis, se cumplen las órdenes.
Simultáneamente,
en las provincias orientales de Anatolia, donde reside la mayoría de la
comunidad armenia, todos los varones que no están en el ejército son
asesinados en sus pueblos. Desde los viejos a los adolescentes, nadie
mayor de doce años se salva de la degollina.
El
tercer golpe es contra el vientre de la comunidad armenia, las mujeres y
los niños pequeños. Teóricamente 700.000 personas son deportadas hacia
campos de internamiento en Siria o Iraq. En realidad lo que se organiza
es una auténtica marcha de la muerte, a pie, azuzadas por guardias a
caballo con látigos, sin comida ni agua. Entre el 80% y el 90% mueren
por el camino. Las que tienen «suerte», algunas mujeres jóvenes y niños,
son vendidas a mercaderes de esclavos.
Un
año después de la puesta en marcha del genocidio, en abril de 1916,
llega la orden final: asesinar a todos los armenios que hayan
sobrevivido en los 25 campos, y clausurarlos como si allí no hubiera
pasado nada. Se encarga de la matanza a los Tchetes, una milicia
reclutada entre la delincuencia común por la Organización Especial, que
literalmente pasa a cuchillo a los últimos testigos de la marcha de la
muerte. El genocidio organizado por el régimen de los Jóvenes Turcos
provoca entre millón y medio y dos millones de muerte, pero hasta el día
de hoy los diferentes gobiernos que lo han sucedido en Turquía han negado su existencia.
Postado há 1st October por Orlando Tambosi
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