Na história moderna do Ocidente transcorreram três grandes momentos de reação contra a expansão capitalista internacional. Ninguém sabe qual será o destino da terceira reação, já em curso. Ramón Cota Meza para Letras Libres:
Elijo
el título de esta nota con pudor, pues hay cientos de artículos
periodísticos y académicos y decenas de libros sobre el tema desde
mediados de los noventa, acrecentados por la crisis financiera global de
2007, no digamos el trumpismo, el Brexit y eventos similares en muchos
países. En tiempos más recientes, la victoria electoral de Gabriel Boric
en Chile es emblemática por haber sido ese país el modelo neoliberal
para América Latina y porque Boric representa el ascenso de una nueva
generación de políticos.
No
pretendo resumir ni analizar lo ya dicho y escrito, solo demarcar
algunas líneas generales del fenómeno en perspectiva histórica y
aventurar algunas conjeturas sobre lo que ya está en marcha.
PRIMERA LLAMADA
Lo
más llamativo es la recurrencia histórica del fenómeno global. El
surgimiento de los estados nacionales en la primera mitad del siglo XIX
fue claramente una reacción a la expansión capitalista iniciada en
Inglaterra, cuyos arietes fueron las máquinas textiles y de vapor. La
palabra “reacción” no es sinónimo de “retroceso” en este caso, si bien
el fenómeno incluyó elementos regresivos como la rebelión ludita contra
las máquinas, la idealización romántica de la “comunidad orgánica” y
muchas otras creencias y posturas por el estilo. Y la frase “surgimiento
de los estados nacionales” no significa “surgimiento de las naciones”,
pues estas son preexistentes al fenómeno y proporcionaron la simiente
cultural donde germinaron las identidades nacionales europeas y
latinoamericanas. Lo novedoso fue el establecimiento de estados con
gobiernos representativos electos, constituciones escritas y división de
poderes en Europa y el continente americano.
Estos
procesos fueron largos y accidentados, con avances y retrocesos, pero a
la postre resultaron en progreso político. Los nuevos estados
nacionales reivindicaron sus tradiciones y al mismo tiempo optaron por
el crecimiento económico, la creación de infraestructura, la innovación
tecnológica, la educación pública y otros servicios esenciales. Puede
decirse entonces que estas entidades son fenómenos modernos por derecho
propio, las cuales sentaron las bases del progreso económico y social de
las masas trabajadoras y de las sociedades nacionales a lo largo del
tiempo.
1Los
estados nacionales surgidos en el siglo XIX no fueron, pues, hostiles
al capitalismo ni al comercio internacional, sino que buscaron
aprovechar esas fuerzas económicas modernizadoras en beneficio de sus
propias sociedades. Pensemos en los liberales mexicanos de la época,
férreos defensores de la soberanía e identidad nacionales, pero también
muy abiertos al comercio y la inversión extranjera. Debido a estas dos
características generales aparentemente opuestas, siempre hubo tensión
entre los estados nacionales y las fuerzas económicas globales, tensión
que terminó cediendo ante la gran expansión imperialista que empezó
hacia los 1870. El ímpetu nacionalista decayó a favor de la muy
optimista y complaciente idea de que la inversión extranjera y el
comercio internacional eran las claves del progreso de todos los pueblos
del orbe. El porfirismo, considerado entonces ejemplo para el mundo, es
un caso paradigmático.
SEGUNDA LLAMADA
Este
periodo de gran crecimiento económico, innovación tecnológica y
concentración de la riqueza terminó en 1914 con la Gran Guerra, después
de la cual hubo una segunda reacción contra la globalización, esta vez
en forma muy destructiva y chovinista con el surgimiento de los
regímenes totalitarios que provocaron la Segunda Guerra Mundial. No es
posible desligar estas reacciones de la gran concentración de la riqueza
y la inhumana explotación de la fuerza de trabajo prohijadas por el
liberalismo económico, realidades usadas por demagogos monstruosos como
Hitler y Mussolini para imponer los regímenes políticos más criminales y
oprobiosos de la historia moderna2.
TERCERA LLAMADA, TERCERA
Hoy
estamos viviendo la tercera reacción contra la globalización
neoliberal, iniciada hacia 1975 por la dictadura de Pinochet en Chile y
los gobiernos de Margaret Thatcher en el Reino Unido en 1978 y Ronald
Reagan en los Estados Unidos en 1980. No es arbitrario fijar el fin de
esta época en la crisis financiera global de 2007-2008, cuyas señales
empezaron a fines de la década de 1990. Las protestas callejeras contra
este orden global se suscitaron en 1998 en Seattle, Washington, y desde
entonces no han hecho sino crecer en el mundo occidental, favoreciendo
la emergencia de gobiernos nacionalistas hostiles a las organizaciones
multilaterales y los criterios de “gobernanza” diseñados por tecnócratas
neoliberales.
Las
características de los gobiernos ahora emergentes son dispares, pero
todos se distinguen por oponer lo nacional a lo global, sin ser
necesariamente enemigos del comercio internacional y de la inversión
extranjera. Sus visiones de sus propias naciones y del mundo son más
políticas y culturales que económicas: políticas en el sentido de que
anteponen los atributos del estado nacional a los estándares económicos y
políticos globales, y culturales en el sentido de que apelan a sus
respectivas soberanías e identidades nacionales como fuentes de
legitimidad.
La
no hostilidad al comercio internacional y, en menor medida, a la
inversión extranjera, parece ser realista porque la mayoría de las
economías nacionales están ya muy integradas al mundo, pero los estados
nacionales quieren imponer sus propias condiciones, en particular el
control sobre sus materias primas y lo que no hace mucho se llamó “los
términos de intercambio”. En cuanto al orden mundial, quieren regresar
al único mundo que les es conocido, el inmediatamente anterior al de la
globalización neoliberal, sin negar la realidad abrumadora de la
integración económica ya existente.
El
Reino Unido se desliga de la Unión Europea y busca restablecer y
fortalecer la Alianza Atlántica con Estados Unidos, mientras que este
busca desligarse de China, contener su expansión económica y producir
todo lo que le sea posible dentro de sus fronteras. A los países de
Europa continental les queda muy difícil desligarse entre ellos porque
su integración es muy profunda y de larga data, pero todos intentan
fortalecer sus propias estructuras políticas en contextos de presiones
nacionales muy fuertes contra la inmigración, tiznadas de un chovinismo
agresivo que amenaza con salirse de control.
América
Latina es ahora antineoliberal casi en su totalidad pero cada país
presenta características propias, salvo una que los une: la ausencia de
estadistas a la altura de las circunstancias. Sobre el gobierno mexicano
es difícil hablar sin referir primero su mayor problema: que es un
gobierno personalista muy cercano a la autocracia. No está de más
recordar que la democracia de la antigua Atenas nació precisamente para
evitar el riesgo de la arbitrariedad y el abuso del poder depositado en
una sola persona.
En
el mundo moderno es difícil aunque no imposible que surjan gobernantes
de este tipo porque hay contrapesos formales e informales, nacionales e
internacionales. Pero esto no evita que surjan gobernantes ineptos con
ínfulas de trascendencia histórica. De hecho, todo gobernante que tienda
a concentrar el poder se mostrará inepto por la imposibilidad de que
una sola persona controle todos los asuntos, peor aún si ese gobernante
es ignorante y cree que la ignorancia es virtud. Por lo tanto, lo único
que podemos esperar de este gobierno es mayor desgracia, descontrol y
caos.
Gabriel
Boric sigue siendo una interrogante. Su discurso de triunfo electoral
fue claramente conciliador y corrido al centro con el matiz de un
compromiso con la defensa de los derechos de las minorías étnicas y
sociales. La recuperación o el mayor control de Chile sobre sus recursos
naturales –el cobre y el litio– y las reformas al sistema de pensiones y
la educación son parte de la agenda principal.
En
suma, la historia moderna de Occidente presenta hasta ahora tres
grandes momentos de reacción contra la expansión capitalista
internacional cada cien años en números redondos. Nadie sabe el destino
de la tercera reacción que estamos viviendo. La interrogación es
mayúscula, pero parece claro que los asuntos de comercio internacional
serán dirimidos entre estados nacionales que tenderán a prescindir de
los organismos técnicos internacionales. Por otro lado, hay asuntos que
solo pueden ser encarados mediante la cooperación internacional, como el
cambio climático y las epidemias. Las cortes internacionales de
derechos humanos seguirán siendo necesarias para juzgar crímenes de
estado y de lesa humanidad pero no se puede negar que hay hostilidad
sorda de diversos gobiernos contra ellas.
A
lo que no se le ve solución es a la inmigración, cuyas oleadas golpean
las puertas de los países desarrollados cada vez con más fuerza,
atizando sentimientos chovinistas muy agresivos que hacen recordar los
hechos que empezaron a envenenar a Europa hace… cien años.
Ramón Cota Meza (Santa Rosalía, Baja California Sur, 1950) es escritor y analista político.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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