A ideologia woke é simultaneamente utópica e retrógrada, escreve David Rieff em artigo publicado por Letras Libres:
1.
Lo woke ha hecho un daño duradero a la cultura al sustituir la idea de
talento por la de representación, que, por su naturaleza, reduce el
juicio crítico a la exactitud, a la fidelidad con la que el escritor o
el artista, en la gran frase de José Vasconcelos, ha dejado que su
“raza” (‘”raza” en español, pero en el mundo contemporáneo puede
significar cualquier comunidad discreta) hable a través de él. Atacar
una representación intachable de esa comunidad es atacar a la comunidad
misma, y por lo tanto es racista, sexista, tránsfobo, etc., según sea el
caso. En este sentido, cualquier artefacto de la cultura woke en efecto
llega con sus buenas críticas garantizadas.
2.
Lo woke exalta el sentimiento, que es lo que lo hace inatacable en sus
propios términos. Una expresión común de esta cualidad es que cuando hay
una discusión sobre cuáles son los hechos de una determinada
controversia, cuando se desafía a los woke (en esto incluyo el
“antirracismo” al estilo de Kendi-DiAngelo), a menudo recurren a decir
que lo que importa no es cómo los de fuera pueden percibir algo sino
cuál es la “verdad” del individuo. Mi intuición es que este privilegio
de los sentimientos no hará más que extremarse a medida que las nuevas
“comunidades de excluidos” tengan que insistir, por utilizar el ejemplo
obvio, en que la autopercepción del género es tan importante como la
biología del género. Así, puede que no me haya operado para transformar
mi identidad de género, pero no obstante, si me siento mujer soy mujer,
etc.: no importa lo que en tiempos más inocentes se llamaba mi sexo.
3.
Esta exaltación de la subjetividad por parte de lo woke existe en un
estado fundamental de tensión con su esencialismo identitario. Eso puede
resultar ser el talón de Aquiles de la ideología. Otra contradicción es
que es simultáneamente utópico y retrógrado. En ninguna parte es esto
más evidente que en el debate de lo woke sobre el capitalismo, una
discusión en la que se dice que el capitalismo y la supremacía blanca
son históricamente inseparables. Aunque se admitiera que esto es cierto
-y en mi opinión, hay demasiado de lo que, parafraseando a August Bebel
sobre el antisemitismo como el socialismo de los tontos, se podría
llamar el W. E. B. DuBois de los tontos para que este argumento se
sostenga por completo- es menos cierto a medida que el centro de
gravedad del capitalismo se aleja del mundo euroamericano y se acerca a
Asia. Puede que DuBois tuviera razón cuando escribió la famosa frase “el
problema del siglo XX es el problema de la línea de color”. Pero
escribió esa profética frase en 1903 y no está nada claro que lo sea
ahora, y mucho menos que pueda seguir siendo el problema central del
siglo XXI. De hecho, cuanto más se eleva Asia, más fracasa el teorema de
DuBois, excepto en el contexto de la “expiación” de los blancos por los
agravios cometidos en el pasado contra la gente de color y,
posiblemente, de las reparaciones de una u otra forma, una demanda que,
en mi opinión, solo aumentará. Pero el problema del siglo XXI (en
términos de DuBois -excluyo el mayor problema de todos, la catástrofe
climática, que sin estar totalmente desvinculado se solapa pero no es
sinónimo de raza-) es probablemente la clase.
4.
El rechazo de lo woke a la clase como cuestión central, o, más
exactamente, su “racialización” y “minorización sexual” de la clase, es
lo que explica su relativa comodidad con el propio capitalismo. Los
mismos estudiantes de origen inmigrante (no blanco) de los colegios y
universidades de élite que se ven a sí mismos luchando por deshacerse de
los grilletes destructores del alma de la blancura van a trabajar sin
ninguna percepción aparente de contradicción en bufetes de abogados de
élite, casas de bolsa, etc. Sin duda, el advenimiento de lo woke ha
llegado al mismo tiempo que la profundización de la desigualdad social y
nada de lo que el programa woke enfatiza tiene alguna relevancia para
esa profundización de la desigualdad, excepto como una bandera de
conveniencia, una garantía moral para las reclamaciones de sufrimiento y
opresión de la gente de color. Dicho sin rodeos, los estudiantes de
derecho de Georgetown que exigieron el despido de un profesor de derecho
blanco de la facultad que había criticado la decisión del presidente
Biden de restringir a mujeres negras su elección de candidatos para
sustituir al juez saliente, Stephen Breyer, en el Tribunal Supremo, van a
trabajar en su mayoría en los bufetes de abogados de élite de los que
proceden casi siempre los jueces del Tribunal Supremo. No van a
representar a los pequeños empresarios negros en los tribunales de
demandas de menor cuantía, aunque hacerlo a largo plazo contribuiría más
a reducir la desigualdad económica de los negros que asegurarse de que
escuelas como Georgetown se vuelvan más inhóspitas de lo que ya son para
aquellos que no aceptan los nuevos parámetros morales de lo woke.
5.
Al final, el mayor delirio de lo woke, de hecho, de gran parte del
mainstream progresista –pensemos en Hillary Clinton denunciando a los
“deplorables”, con lo que se refería a decenas de millones de sus
conciudadanos– reside en imaginar que la siguiente observación de Viktor
Frankl no se aplica a ellos:
Hay dos razas de hombres en este mundo, pero solo estas dos: la raza del hombre decente y la raza del hombre indecente. Ambas se encuentran en todas partes; penetran en todos los grupos de la sociedad. Ningún grupo está formado enteramente por personas decentes o indecentes.
Catherine
Liu, que es una de las más sagaces observadoras de los woke desde un
punto de vista de la izquierda, se refiere a ellos como “acaparadores de
la virtud”. Pero en realidad, los woke son más extremos: son
monopolistas de la virtud.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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