BLOG ORLANDO TAMBOSI
Em muitos lugares da Europa a imigração muçulmana está invertendo os termos: não há integração, há uma assimilação inversa. Javier Benegas para Disidentia:
Viejo
y antiguo no son lo mismo. Viejo es aquello que se ha deteriorado por
el paso del tiempo, que ha perdido sus cualidades y su utilidad, total o
parcialmente. En cambio, antiguo es algo que existe desde hace tiempo
pero que sin embargo conserva sus cualidades. No es lo mismo un
automóvil viejo que uno antiguo. En el primero, viejo apunta a un
deterioro que compromete su uso, el mal estado de la pintura, la
aparición de óxido, componentes que funcionan deficientemente, el
consumo de aceite por desgaste del motor, etc. Antiguo, sin embargo,
alude al que sigue funcionando correctamente de acuerdo con las
especificaciones de fábrica.
Lo
mismo que ocurre con los automóviles sucede con las ideas y
derivadamente con la política. A veces nos apegamos a lo viejo, aunque
sea evidente que ha dejado de funcionar, y otras a lo antiguo, a aquello
que a pesar del paso del tiempo sigue siendo perfectamente válido. El
comunismo, por ejemplo, ha devenido en un trasto viejo. De hecho, si lo
equiparáramos con un automóvil, podríamos decir que, ya en origen,
estaba mal diseñado. Una circunstancia que habría acelerado su
decrepitud. Con otras ideas tanto o más viejas que el comunismo no
sucede lo mismo porque siguen siendo válidas, útiles. Como el automóvil
antiguo, todavía pueden prestarnos un gran servicio.
IDEAS QUE ENVEJECEN MAL
Ocurre
que a veces las ideas que envejecen mal pueden parecernos de una
utilidad incontestable, aun cuando dejan de funcionar. Esta cerrazón no
siempre obedece a la vehemencia de sus partidarios, como sucede con el
comunismo. La concatenación de circunstancias favorables puede ocultar
graves deficiencias, creando la ilusión de que el bienestar que nos ha
acompañado durante las últimas décadas es producto de esas ideas y no
tanto de circunstancias excepcionales. Pero debería dar qué pensar que
los signos de agotamiento de esas ideas se manifiesten justo cuando el
viento favorable deja de soplar.
Esto,
a mi juicio, es lo que ha sucedido con la socialdemocracia o, en su
defecto, con el sistema de alternancia socialdemócrata y
democratacristiano que surge tras el final de la Segunda Guerra Mundial
para convertirse en el canon de la política europea. Un modelo con el
que los socialdemócratas se sienten muy cómodos, al fin y al cabo, tanto
ellos como los democristianos comparten la bandera de la justicia
social y aspiran a que el Estado sea su indiscutible campeón.
Cuando
este sistema de alternancia empezó a mostrar alarmantes síntomas de
agotamiento, sus partidarios llegaron a la conclusión de que no había
envejecido mal, al contrario: estaba muriendo de éxito. La prueba que
esgrimieron es que su vigencia coincidía con el periodo de mayor
prosperidad, bienestar y paz que Europa haya conocido.
EL FINAL DE LA EDAD DE ORO
Pero
cabe preguntarse si no fue más bien al revés. El éxito socialdemócrata
podría ser deudor de su coincidencia en el tiempo y el espacio con un
conjunto excepcional de circunstancias favorables. Fundamentalmente, una
energía barata y abundante; el acceso a las materias primas sin apenas
competencia; el progreso tecnológico, que a su vez permitió un
aprovechamiento cada vez más eficiente de los recursos disponibles; la
reconstrucción de la posguerra, que demandó abundante mano de obra; y el
boom de la natalidad.
A
esto habría que añadir el auge económico de los Estados Unidos y su
proyección sobre el viejo continente como un potentísimo agente
financiero, y por último la amenaza soviética, que funcionó como un
formidable pegamento para la estabilidad política de los países
europeos, con el bonus track de que los Estados Unidos corrieron con la
parte del león del gasto de defensa el tiempo que duro la Guerra fría,
dejando las manos libres a los políticos europeos para que gastaran en
estados de bienestar cada vez más exuberantes y ubicuos. De ahí que
algunos políticos estadounidenses señalen que los estupendos estados
sociales europeos fueron financiados por los contribuyentes
norteamericanos. Y llevan buena parte de razón.
Sea
como fuere, ninguna de las circunstancias que primero apuntalaron y
después proyectaron el éxito socialdemócrata se da en la actualidad.
Esto es más que evidente. Sin embargo, varias generaciones de europeos
han nacido a su sombra y vivido arrastrados por su inercia. No conocen
otra cosa. Condicionados por un marco mental fuertemente arraigado a lo
largo de décadas, se resisten a abandonar su zona de confort y asumir la
nueva realidad, en especial los que tienen más edad. Es lógico, al fin y
al cabo, buena parte de su existencia se han beneficiado de una edad de
oro socialdemócrata que, les guste o no, ha llegado a su final.
LA OTRA POLARIZACIÓN
Que
cada cual defienda lo que considere oportuno es perfectamente legítimo.
El problema es el empeño, para mí casi irracional, de prolongar un
modelo de Estado de bienestar, que no es subsidiario, como lo era en
origen, sino universal, en base a la inmigración masiva, el
endeudamiento, la exacción y el exceso de liquidez que proporcionan los
bancos centrales.
La
negativa a aceptar que el rey está desnudo se está traduciendo en una
sobrerreacción frente a todo aquello que desborde el estrechísimo
terreno de juego de la alternancia socialdemócrata. Demasiados ilustres
socialdemócratas tienden a abusar, como hace la izquierda más radical,
del catastrofismo y la hipérbole. Expresiones como extrema derecha,
ultraconservador, liberalismo salvaje o la más figurativa “marea negra”,
en referencia al complejísimo movimiento “conservador” que emerge en
Europa, abundan en sus opiniones, contribuyendo así, como cualquier otro
exaltado, a la polarización que dicen detestar.
Por
supuesto, hay ideas peligrosas que se nutren del descontento, los
desaguisados de pésimas políticas y la zozobra de muchos europeos ante
un futuro cada vez más incierto, y también personajes oportunistas,
locos o desalmados detrás de los que a menudo despunta el interés de
terceros países por desestabilizarnos.
Pero
también hay ideas antiguas, no viejas, principios heredados que para
muchos siguen siendo perfectamente válidos y que, en su opinión, vale la
pena rescatar, por más que el consenso socialdemócrata los haya
desterrado. Esto, que tanto escandaliza a estos socialistas moderados,
no constituye ninguna marea negra. Simplemente es la política intentando
regresar al viejo continente. Es el conservadurismo, el liberalismo
clásico y la derecha tradicional buscando su identidad y reclamando su
lugar en la polis. En definitiva, es la alternativa frente a la
alternancia. No separar el trigo de la paja y etiquetar este complejo
proceso, en el que se integran agentes políticos de muy distinta
condición, como “marea negra” es cuando menos una exageración.
EL ELEFANTE EN LA HABITACIÓN
No
sólo es que las circunstancias favorables que obraron el “milagro”
socialdemócrata hayan desaparecido del mapa. Además, han aparecido
nuevos problemas que poco a poco han alcanzado magnitudes preocupantes,
como la inmigración masiva, especialmente la musulmana. Hasta como quien
dice ayer advertirlo era un suicidio político. Y aún hoy se corre el
riesgo de tener que cargar con la denigrante etiqueta de xenófobo o
islamófobo. Sin embargo, el problema se ha vuelto tan acuciante que
hasta los más remisos no han tenido otro remedio que empezar a hablar
del elefante en la habitación.
Según
Pew Research Center, la inmigración musulmana en Europa ha aumentado
significativamente en los últimos 50 años. En la década de 1970, era una
fracción mucho menor comparada con la actualidad. Este crecimiento se
ha acelerado notablemente desde mediados de la década de 2010. En ese
mismo año, la población musulmana en Europa (incluyendo los países de la
Unión Europea, Noruega y Suiza) era de 19.5 millones, es decir 3.8% de
la población total. Para 2016, esta cifra había aumentado a 25.8
millones, lo que equivale al 4.9% de la población total. En 2023 había
superado los 50 millones, esto es el 9,5%.
Habrá
quien piense que tampoco es tan alarmante que uno de cada diez europeos
sea musulmán, al fin y al cabo, los que no lo son representarían nueve
veces más. Pero esta proporción no se distribuye de manera uniforme. La
inmigración musulmana tiende a aglutinarse, no a dispersarse. En el caso
de España, este fenómeno alcanza su máxima expresión en poblaciones
como Salt, en Cataluña, de 32.000 habitantes, donde 75,7% de los nacidos
ya son de padre o madre extranjeros y sólo un 22,4% tienen progenitores
españoles. Es evidente que esta tendencia a la concentración es
incompatible con la integración. En muchos lugares de Europa la
inmigración musulmana está invirtiendo los términos: no hay integración,
hay una asimilación inversa.
LA SHARIA FRENTE AL ESTADO DE DERECHO
En
Suecia, paradigma por excelencia del consenso socialdemócrata, tras
haberlo negado durante mucho tiempo, incluso los socialdemócratas suecos
han publicado un informe donde reconocen que las dos décadas de
inmigración excesiva han desembocado en una crisis nacional sin
precedentes.
Según
las estadísticas oficiales, el número de residentes en Suecia nacidos
en el extranjero ha aumentado espectacularmente en las últimas dos
décadas. De una población de 10,61 millones en 2022, un total de 2,14
millones estaban registrados como nacidos en el extranjero, más del
doble que en 2000. Eso equivale a poco más del 20%. Si se amplía la
definición, para incluir a aquellos nacidos en Suecia con dos padres
nacidos en el extranjero, la cifra aumenta al 26%.
Aún
en el caso de que el gobierno sueco cerrara completamente las fronteras
la proporción seguirá aumentando por razones demográficas. Puesto que
la población nacida en el extranjero tiene una edad promedio más baja
que la población original, tendrá una tasa de crecimiento más alta, aún
sin tener en cuenta las preferencias culturales sobre el número de hijos
por mujer. Entre los residentes de 25 a 34 años, un tercio actualmente
tiene origen extranjero, y entre los de 35 a 44 años, el 38%.
No
es ni mucho menos descartable que Suecia tenga una población
mayoritariamente musulmana en algún momento de este siglo. En cualquier
caso, esta tendencia seguramente revitalizará a los círculos islamistas
que piden un sistema legal dividido, donde la Sharia se aplique a los
ciudadanos musulmanes. La cuestión clave es si el Estado de derecho
prevalecerá frente a las fuerzas que intentan crear una sociedad
paralela gobernada por clanes e imbuida de los valores musulmanes.
TRANSICIÓN ENERGÉTICA: TRANSICIÓN A LA POBREZA
La
inmigración no es el único problema acuciante. Hay otros, como el
desplome de la natalidad, la creciente hostilidad hacia el crecimiento
económico, o la hiperregulación, que alcanza su máxima expresión con una
transición energética que está provocando daños incalculables a la
industria, al sector agropecuario europeo y en general a la economía y
el empleo, y cuyos números no cuadran ni de lejos con sus pronósticos
políticamente correctos.
La
consultora McKinsey estima que será necesario un gasto anual de entre
3,5 billones de dólares para alcanzar el objetivo Net Cero en 2050.
Otros estudios elevan esta cifra a 5,6 billones. Por su parte la Unión
Europea planea que los estados miembros destinen a este fin 1 billón de
euros anuales, esto supondrá un incremento de más de 300.000 millones de
lo que ya se gasta anualmente.
Con
todo, lo peor es que estas cantidades cambian de un año para otro,
invariablemente al alza, por la sencilla razón de que los programas y
políticas del objetivo Net Cero están fallando miserablemente y sus
resultados no alcanzan ni de lejos los objetivos pretendidos. Pero en
lugar de rectificar, de admitir que estamos matando moscas a cañonazos,
los políticos, tecnócratas, expertos y activistas demandan cada vez más
dinero.
Para
colmo de males, la transición energética con sus impuestos, tasas y
medidas restrictivas a quienes más está afectando es a los ciudadanos de
clase media y baja. A pesar de que sus promotores pregonan que la
transición energética ofrece grandes oportunidades económicas porque
potencia el desarrollo de nuevas tecnologías e industrias, lo cierto es
que está desembocando en el estancamiento económico. La “economía
sostenible” es el eufemismo con el convierten este estancamiento en algo
deseable, cuando su consecuencia más visible es el empobrecimiento. Si
acaso la transición energética está enriqueciendo a una parte muy
selectiva de las sociedades y alimentando un ecosistema del que viven
cada vez más políticos, expertos, tecnócratas y activistas. La lucha
contra el cambio climático parece haberse convertido en el juguete
definitivo de las élites extractivas.
EL PEOR ERROR
Todo
esto constituye la verdadera marea negra frente a la que el consenso
socialdemócrata no ofrece alternativa, sólo admoniciones y buenos deseos
que se traducen en más y más políticas que abundan en el error porque
dependen de unas condiciones que ya no se dan. Hoy la economía europea
apenas crece, su población está envejeciendo a gran velocidad y la
natalidad está muy por debajo de la tasa de reposición. Cada vez más
europeos abandonan el viejo continente en busca de mejores
oportunidades. Son los que tienen mejor cualificación. Mientras que los
inmigrantes que llegan en masa, atraídos sobre todo por el Estado de
bienestar, apenas están cualificados.
Esta
Europa endeudada, envejecida y estancada, que paulatinamente está
siendo asimilada por la inmigración, y no al revés, discurre hace tiempo
en un mundo radicalmente distinto al que surgió tras el final de la
Segunda Guerra Mundial. Seguir aferrados a ese mundo que ya no existe es
de todos los errores el peor.
Javier Benegas - Cofundador
del diario Vozpópuli, donde ejercí de Jefe de Opinión. Soy publicista
pero ejerzo de analista político, articulista y escritor. Coautor de Catarsis y autor de Sociedad terminal. Publico en medios online y participo en programas de radio y televisión.
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