Ficar no pêndulo entre a esquerda e a direita é, na verdade, um problema histórico do liberalismo latino-americano, que esteve sempre imerso em culturas invariavelmente nacionalistas e paternalistas. Marcos Falcone para o Instituto Cato:
En
los últimos años el péndulo eleccionario en América Latina se ha
movido, pero rara vez en direcciones consistentemente liberales. La
hegemonía cultural del estatismo ha permanecido prácticamente intacta y
ha permeado a izquierda y derecha. En el medio han quedado los
liberales: solitarios, confundidos y sin saber cómo hacer para
popularizar sus ideas.
Quedar
atrapado entre la izquierda y la derecha es en realidad un problema
histórico para el liberalismo latinoamericano, que ha estado siempre
inmerso en culturas casi invariablemente nacionalistas y paternalistas.
En los siglos XIX y XX, algunos liberales aparecieron en sus países
enfrentados a los conservadores e identificados como progresistas, pero
en otros ocurrió lo contrario: en líneas generales, los partidos que
defienden simultáneamente la libertad económica y las libertades civiles
han sido prácticamente inexistentes o efímeros.
¿Por
qué no tenemos partidos realmente liberales que permanezcan en el
tiempo? Quizás la naturaleza primero oligárquica y luego bipolar de
nuestros regímenes políticos haya contribuido a la invisibilización del
liberalismo. En países presidencialistas como los latinoamericanos, los
intentos por fundar organizaciones minoritarias pero relevantes para
formar gobierno (como el FDP alemán, por ejemplo) son infructuosos.
Nuestros liberales terminan invariablemente engullidos por partidos o
coaliciones que no lo son.
En
cualquier caso, la amenaza a la identidad liberal tiene siempre el
mismo origen: el estatismo. Así vemos en el siglo XXI que la izquierda
ha promovido activamente la expansión del rol del Estado en la economía,
y que de hecho ha logrado aumentar en todas partes el gasto público y
la presión fiscal. Pero la derecha tradicional, que podría haberse
erigido como una alternativa liberal, inicialmente no lo hizo: por el
contrario, en muchos casos aceptó la cosmovisión económicamente
estatista de la izquierda. Donde hubo cambios, fueron pocos; donde hubo
reacciones, fueron tibias. La frustración de Ecuador con Guillermo Lasso
tiene la misma raíz que la de Argentina con Mauricio Macri, que a su
vez también era la misma de Chile con Sebastián Piñera. Todos eran
presumidos como liberales pero por un motivo u otro carecieron de ímpetu
para liberalizar sus países.
Irónicamente,
el campo de juego inclinado hacia la izquierda estatista generó su
propia reacción al alimentar finalmente una nueva derecha antiestatista,
pero con escaso interés en ser liberal. El caso de Brasil es
paradigmático: quizás nunca un presidente allí haya tenido un programa a
la vez tan económicamente liberal y tan socialmente iliberal como Jair
Bolsonaro. La agenda que impulsó, privatizadora y desreguladora al mismo
tiempo que abiertamente religiosa y conservadora, naturalmente dividió a
los liberales entre los que eligieron privilegiar sus decisiones
económicas y los que hicieron lo contrario.
La
confusión entre los liberales que ha provocado el giro simultáneamente
liberal y antiliberal de la derecha, por cierto, no se limita a Brasil:
países tan diversos como El Salvador y Argentina tienen sus propios
fenómenos curiosos. En el primero, algunos liberales se desviven por
apoyar a Bukele y su adopción del bitcoin así como el fin de la
violencia en las calles, mientras otros denuncian las violaciones a los
derechos humanos en las cárceles. En la segunda, los liberales podrían
vitorear a Javier Milei por su promesa de cerrar el Banco Central y su
prédica contra la “casta” política, pero también criticarlo por sus
estrechísimas relaciones con ella o por llevar como compañera de fórmula
a una representante del nacionalismo católico más económicamente
estatista imaginable. Y todos tendrían razón.
Hoy
el liberalismo baila la danza de la derecha, y el problema es el
círculo vicioso que se desata al final: el público identifica a los
liberales con la derecha, la derecha falla por sus propias
contradicciones, y son los liberales los que quedan cada vez más lejos
del poder. Pero la solución no es abrazar a una izquierda que sigue
siendo empobrecedora y retrógrada, sino afirmar una agenda
auténticamente liberal que reivindique la libertad individual en todos
sus niveles. Apoyar y criticar cuando corresponda en lugar de alinearse
automáticamente a favor o en contra: la única forma de construir una
identidad liberal es la coherencia ideológica.
Debe
ser posible salir de la trampa en la que hace tanto tiempo se encuentra
el liberalismo latinoamericano. Nuestros países necesitan partidos que
al mismo tiempo apoyen el libre comercio y la laicidad, la desregulación
económica y la igualdad de derechos para las minorías sexuales, las
privatizaciones y la despenalización de las drogas, la reducción del
gasto público y la prostitución, entre tantos otros ejemplos. Si
existen, es probable que obtengan al menos inicialmente pocos votos,
pero difícilmente haya otra forma de provocar un cambio liberal si no es
a través de ideas liberales. Predicar en el desierto es mejor que no
predicar.
Este artículo fue publicado originalmente en El País (Uruguay) el 26 de septiembre de 2023.
Postado há 4 weeks ago por Orlando Tambosi
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