Por que o presidente argentino Alberto Fernández insiste em mimar o
presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador e provocar os países
vizinhos. A pergunta é do professor Loris Zanatta, em artigo publicado
pelo Instituto Independiente:
La noticia de que Alberto Fernández
y Andrés Manuel López Obrador están a punto de "cambiar el mundo" es
decididamente exagerada. Un poco como la que una vez anunció la muerte
de Mark Twain. Sin duda, el mundo no se enteró. Mejor así: daría aliento
a ciertas viejas bromas sobre el ego de los argentinos; cosas
desagradables.
Nos pasa a todos eso de tener vecinos indeseados. Pero pocos como
Fernández pensamos en desalojarlos y reemplazarlos con amigos y
familiares: invoca el regreso de Correa y Lula, lo hospeda a Morales,
extraña a Chávez e incluso a Lugo
Sin embargo, levanta un velo sobre la política exterior del Gobierno.
¿Por qué insiste en mimar a un país remoto, México, y provocar a los
países vecinos? ¿Por qué prefiere el mundo imaginario al real, los
gobiernos de ayer a los que están en ejercicio, la afinidad ideológica a
la geografía y el comercio? Nos pasa a todos eso de tener vecinos
indeseados. Pero pocos como Fernández pensamos en desalojarlos y
reemplazarlos con amigos y familiares: invoca el regreso de Correa y
Lula, lo hospeda a Morales, extraña a Chávez e incluso a Lugo (sic). Si
los demás lo hicieran con él, clamaría por la soberanía violada, la
interferencia en los asuntos internos, el complot imperialista. Es una
política desestabilizadora, conflictiva, sin ganancia aparente. ¿Cómo
explicarlo?
Aunque a menudo ignorada o tergiversada, la historia ayuda a
comprender. No porque Fernández se inspire en ella, sino porque es el
surco en el que creció, la vía que le impide considerar otros
horizontes. ¿Qué historia? Bien mirado, su política exterior es la misma
del peronismo temprano: refleja el sueño eterno de unir a los latinos
contra los anglosajones, de salvar la "cultura" de los "pueblos" del
liberalismo que los corrompe. Así lo quiere, en los saecula saeculorum,
el destino manifiesto argentino.
Sé que es un lenguaje desusado, anacrónico, pero no me culpen a mí:
no es mi culpa si el peronismo toca siempre el mismo disco. Comparen los
diagnósticos, lean las propuestas, oigan los lemas, busquen las raíces:
el Grupo de Puebla es el heredero del ALBA, que a su vez lo era del
OLAS, nieto espurio de Cusla, Atlas y de las muchas siglas acuñadas en
su momento para exportar la "tercera posición". Diferentes nombre y
contexto, diferentes estrategia y envoltura, idéntico en lo esencial: no
es un proyecto de integración entre diferentes, de cooperación basada
en intereses compartidos, instituciones comunes, respeto mutuo. No. Es
una misión redentora, un sueño de fusión, de expulsión del vecino
desagradable de "mi" casa.
La América Latina a la que aspira Fernández es, por lo tanto, la
misma a la que aspiró Perón: una comunidad de fe poblada por gobiernos
de un solo color, el paraíso de la reconquista nacional popular, la
Patria Grande. Lula derribará a Bolsonaro, Correa volverá al poder y
Morales con él; Chile, Perú y Colombia purgarán los pecados y regresarán
al redil. Paraguay los seguirá. ¿Venezuela? ¿Nicaragua? ¿Cuba? Bien
así: un pequeño Purgatorio y ya están de vuelta, puras como vírgenes.
Allá arriba en el norte, lo que queda de la cuarta T mexicana cierra el
círculo. Aislado, Uruguay bajará la cresta.
Como a principios de la década de 1950, cuando el sueño de la Patria
Grande parecía realizado. Con tal de lograrlo Perón, como Fernández, no
era muy delicado: no desdeñaba a ladrones y matasanos, estafadores y
caudillos. Prefería los militares a los políticos, los cuarteles a los
parlamentos; no lo digo yo, lo decía él. Se complacía con Vargas en el
poder en Río; con la admiración del general Odría en Perú y la devoción
del general Pérez Jiménez en Venezuela. El general Rojas Pinilla, fugaz
dictador en Bogotá, trata de emularlo. Velazco Ibarra reinaba en Quito,
Paz Estenssoro en La Paz, sus amigos Colorados en Asunción, Ibáñez en
Santiago: todos habían llegado al poder con su ayuda, todos eran de su
palo. Somoza y Trujillo lo adoraban y él los adoraba a ellos. Este es el
álbum familiar peronista, para aquellos que no lo recuerdan. Allá en el
norte, entonces como hoy, el nacionalismo mexicano era la otra
trinchera panlatina. ¿Uruguay? Siempre solo.
Desde entonces todo ha cambiado, excepto el sueño. Donde Perón olía
la gloria, Fernández busca apenas un salvavidas: de la "Argentina
potencia" no quedan sino las migas. Pero tiene una baza que aquel no
tenía; una baza preciosa. Cuando Eva llegó al Vaticano para abogar por
la causa de la "tercera posición", encontró un muro. Solo Estados
Unidos, pensaba Pío XII, podía defender la cristiandad del comunismo:
¿por qué unir a América Latina contra ellos? Hoy es todo lo contrario.
El comunismo es un recuerdo, Washington jadea, en San Pedro gobierna
Bergoglio. Palabras, gestos, hechos: él es el faro de la reconquista.
Ayuda a Lula y reúne al peronismo, les hace guiños a Morales y Correa,
envía señales a López Obrador, amonesta a Chile y Colombia, compra
tiempo para Maduro y Ortega. Hasta se juega por los gobiernos de Italia y
España, para la "conversión" del Fondo Monetario. Acaba de nombrar a un
madurista de hierro en un cargo vaticano: causó desconcierto, pero no
debería sorprender.
No es que el Papa trame o "conspire", para nada. Es que así lo
requiere su idea de pueblo "mítico", de "cultura" expresada por los
movimientos "nacionales y populares". ¿Que se equivocan? ¿Que son
corruptos y autoritarios, ineptos e ineficientes? ¿Que matan y torturan,
manipulan las elecciones y violan las constituciones? Sucede, sucede.
Pero en ellos late el "pueblo", para ellos el camino de la redención
siempre está abierto. Camino, en cambio, cerrado a sus enemigos,
"oligarcas" de por vida, demonios expulsados del paraíso, desfigurados
por el virus secular. Entre uno y otro, nada: ninguna senda reformista,
democrática, secular o progresista; o nosotros o ellos, o el pueblo o el
antipueblo, el eterno chantaje de la política latinoamericana, incapaz
de superar las guerras de religión. Este fue y sigue siendo el mito de
la Patria Grande.
¿Cómo terminará? ¿Tendrá éxito Fernández donde Perón falló? ¿El Grupo
de Puebla triunfará donde fracasó el ALBA? En ambos casos la Patria
Grande duró lo que dura un merengue en la puerta de un colegio. ¿Por
qué? Porque el principio de realidad se impuso sobre el dogma de fe, la
geopolítica sobre la ideología, la economía sobre la moral, la
pluralidad sobre la unanimidad. Apuesto a que terminará así de nuevo y
por las mismas razones. El abrazo de López Obrador a Trump es solo uno
de los muchos indicios. Es inútil pretender expulsar a los vecinos
molestos o convertirlos a nuestro credo; debemos aprender a vivir con
los diferentes, aceptarlos como son. ¿Cuánto más tiempo se perderá antes
de entenderlo?
El autor es ensayista y profesor de Historia de la Universidad de Bolonia
BLOG ORLANDO TAMBOSI

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